Partida Rol por web

Era una mañana de 1630, cuando...

Esa misma mañana cuando estabas por el mercado comprando algo de pan y chorizo se te acercó un hombre con ropas elegantes y una bonita ropera que llevaba al cinto.

Con voz amable dijo - Buenos días, vuestra merced, debe saber que vengo en nombre del señor José Dimas, si le intersara un encargo a vuestra merced y sus amigos asista a la mansión del señor cuando se encuentre en disposición (refiriendose a tus ropajes).

Y sin esperar una respuesta se dio media vuelta y se fue por donde había venido.

Tras pagar ¿o no? el avituallamiento Bruno se dirige con paso resoluto a la Taberna del Turco, esperando encontrar a sus compañeros de encargos para contarles lo sucedido.

No ve  a mis compañeros, porque de buena mañana no suelen andarse por ahí, así que saluda a la patrona, y decide ir a su casa.

Una vez allí, sube las escaleras y se viste con sus ropajes más elegantes. No acostumbraba a relacionarse con personalidades de alta alcurnia, y está cada vez más nervioso. Sabe que le faltaba algo, pero no exactamente el qué.

Mirando desasosegadamente por la pequeña ventana de su cuarto, ve la respuesta en la cabeza de todos sus conciudadanos.

- ¡Un sombrero! -salta, excitado-. Y, ya que estamos, un buen herreruelo. Convertirían a cualquier jaque detestable en un gentilhombre de cámara... Si son los ropajes adecuados, claro.

Y, cogiendo su bolsa, Saca de su escondrijo siete brillantes ducados, que mira con avaricia y, ya, con melancolía.

Antes de abrir la puerta, Bruno se palpa su cabello y chasquea la lengua en señal de desaprobación.

No le gustaba llevar sombrero,le hacía menos atractivo.

Y se dirige a un buen sastre que conoce de oídas.

Llegas a la sastrería del vecindario, es una pequeña tienda llena de telas y ropas colgadas por todos lados, ahora mismo se encuentra vacía, por lo que el sastre te atiende directamente.

Buenos días, ¿vuestra merced desea algo?, ¿un encargo tal vez?

Bruno pone su cara de hidalgo respetable (mirada seria y todo, con aires de superioridad y moral intachable).

- Tanto como un encargo, no. Vuestra merced comprenderá, buscaba un herreruelo de buena manufactura y un sombrero digno de éste. No iba a acudir a ningún puesto común, necesitaba de la calidad que un hombre como yo requiere, y me face saber que la reconocida maña de vuesa merced podrá proveerme. ¿Tendrá vuesa merced, quizá -señalando con ambos brazos a la trastienda del sastre- lo que busco?

Y el pícaro se queda con su cara de "venga, soy demasiado encantador, podría darle a este negocio una buena reputación". Sin duda, un tipo muy expresivo.

Oh, claro que sí, acompañeme vuestra merced y verá del material que dispongo, sin duda será de su agrado.

- Éste juego es de mi agrado -dice Bruno, cogiendo los que le parecen menos rimbombantes-, ¿cuánto pide vuesa merced? -mientras se lleva la mano a la bolsa.

Déjeme ver... Ah sí!, son ocho reales de plata. -

Y mientras extiende la mano dice - Le quedan muy bien señor, espero que difrute de ellos y que vuelva pronto.

Se despide con una sonrisa.

Bruno le devuelve la sonrisa y dice, ajustándose el sombrero:

- Estupenda manufactura, ¡la reputación de vuesa merced es harto merecida!

Y, dándose la vuelta, haciendo ondearse teatralmente el herreruelo -porque no tiene muchas ocasiones para hacerlo- se dirige a un puesto a comprar unos mantecados, no sea que la ocasión requiera de algo de yantar de cortesía.

Llegas a un puesto que hay al lado de tu casa, y ves unas ricas pastas, las cuales supones recién hechas, vaya vuestra merced a saber...

Buenos días Bruno, ¿qué desea hoy?

- Deme un real en mantecados, buena señora, y quédese con lo que sobre. Hoy tengo una visita especial -guiña un ojo-.

Aquí tienes Bruno, y muchas gracias. - dice Matilde mientras pone los mantecados envueltos en papel y te los da -

- Adiós, señora matilde -dice, levantando la mano-. Es hora de ir -dice, nerviosamente, atusándose el bigote y quitándole el polvo al traje-.

Y se encamina hacia la casa del señor José Dimas.

Llegas a la mansión del señor Dimas, donde se encuentra el hombre de antes.

Oh, veo que ha venido vuestra merced. Venga, le acompaño por allí. - Señalando la puerta lateral (la de los criados) -

- Guíe pues vuesa merced, muy agradecido -dándole un toque de sombrero, pues, como otras cosas esta extraña mañana, pocas veces Bruno puede hacerlo-.

Y le sigue con andares de hombre importante. Hombre de fe y valores. Aunque para éste lo único importante sean el dinero y las damas.

Hasta aquí le acompaño. - te dice mientras abre la puerta -

Acto seguido se va.

En el interior ves una cocina, es una sala muy grande, hay varias criadas haciendo la comida y demás tareas, ves una gran mesa (donde comen los criados), y gran cantidad de cacharros de cocina.

Sorprendido de no ver a nadie y que, tras engalanarse, le hagan pisar una cocina, Bruno se queda pensativo un buen rato. Luego pregunta a la criadamás agraciada:

- Disculpe, señorita, ¿he de esperar al señor de la casa aquí?

Y le lanza su sonrisa.

Antes de que terminaras la frase aparece el Señor Dimas.

Marchense - le dice a los criados -

Bueno, no voy a andarme con rodeos, tengo prisa, el encargo es el siguiente. Tiene que conseguir una carta que tiene Reynaldo Severiano (barón de Pinto), la cual se encuentra en la mansión que tiene cercana al paseo del prado, la tiene en su habitación, en un baúl. El barón saldrá de la villa esta misma noche y estará fuera unos días de vacaciones, es indispensable que me la traigais esta madrugada o como tarde mañana por la mañana.

- Hace una pequeña pausa mientras te mira y prosigue -

La recompensa será de 150 ducados y aquí tienes 25 a modo de adelanto. Además de la carta, con esto pago el silencio. Ya podéis partir, espero verte pronto.

- Aguarde vuesa merced... -contesta Bruno, molesto por el trato de tú del Señor de Mayorazgo, aunque consciente de que es la más baja estofa- ¿Acaso espera vuesa merced que haya que cruzar los aceros? Porque, si es así, tengo los compañeros de ocasión indicados, discretos y diestros, cualidades que, sin duda, vuesa merced apreciará. Lo que pasa es que son avaros a más no poder, y temo que ni el adelanto de vuesa merced ni la recompensa última les sabrán a mucho. Si acaso se ofreciera un pago más alto...

Bruno pone cara de afectación, como creyéndose él mismo todo lo que ha dicho. Sus compañeros le agradecerían el sacrificio, pese a que les hubiera llamado codiciosos.