Partida Rol por web

El Hotel Plaza de Nueva York es un hotel de lujo de 19 plantas con una altura de 76 m. y una longitud de 120 m. que ocupa el lado occidental de la Grand Army Plaza, de la cual viene su nombre. Fue construido en 1906 y se halla frente a Central Park, uno de los sitios más bonitos de la ciudad.

Os encontráis en el hall del hotel, algunos os sorprendéis de reencontraros, otros al escuchar que esperáis a la misma persona. Es un lugar ricamente decorado, con colores brillantes, sofás de tapizados caros, plantas exóticas y maderas de calidad. Estáis a unos quince minutos de la hora convenida. El ir y venir de gentes con trajes de buen sastre es constante.

A un lado está la recepción, atiende una señorita de unos veinticinco años de edad, ataviada con un elegante atuendo rojo.

Observé sorprendido a mi alrededor. Toda aquella gente había sido citada por la misma persona, Paul Hoyt.

Por un lado era algo incómodo para todos suponía yo. Ya que sospechaba que ellos estarían en mi misma situación, pensarían que iban a hablar de tú a tú con el tal Hout. Además mis expectativas respecto a los resultados de ese posible trabajo acababan de hundirse por los suelos.

Saqué un cigarrillo y me lo encendí con calma... me ayudaría a pensar, a no estar estresado.

Con cuidado moví mis más de dos metros de altura hasta el mostrador y fijé mi mirada en la joven recepcionista:

- Disculpe, ¿sabe si el señor Hoyt nos atenderá aquí mismo? ¿O tendremos que ir la habitación? - omití dar más detalles por el momento. Aún faltaban quince minutos para la hora acordada y deducía fácilmente que el señor Hoyt no llegaría antes de tiempo.

Si mis ojos no me engañaban, y no había motivos para creerlo, aquel gigante que estaba delante de mí era Gregor Palance, el hombre que había compartido conmigo, Marlowe y McGregor nuestra última pequeña aventura. Me acerco con una sonrisa y le tiendo la mano.

-Señor Palance, es un placer volver a verle. ¿Usted también ha sido citado aquí? 

Sorprendido por la presencia de varios hombres aparentemente citados igual que yo y viendo que un grandullón se acercaba a intimar con la bonita señorita del mostrador decido retirarme a uno de los sofás de las esquinas no sin antes coger un par de periódicos que ojear con detalle. Quiero conocer que es lo que se cuece en la gran ciudad, "según los periódicos.

La chica no puede disimular echarte una ojeada, maravillada por tu corpulencia. Te contesta sonriente.

—El padre Hoyt salió a eso de las cuatro de la tarde. Me dijo que esperaba invitados y que procurásemos que se sintiesen cómodos en el hall hasta que regresase. ¿Podemos hacer algo por usted?

Según los periódicos, hoy día 1 de marzo parece un día de lo más insulso, insulso para un neoyorquino acostumbrado. En lo que se refiere a noticias locales, la sección de sucesos incluye lo habitual, crímenes pasionales, vagabundo encontrado helado en la calle, lucha contra la droga y la delincuencia, etc. En lo que se refiere a cuestiones internacionales, el New York Times hace un extenso reportaje del nuevo partido surgido el 24 de febrero en Alemania, conocido como NSDAP o partido nazi.

En la sección sociedad habla de Paul Hoyt, afortunado jesuita que ha heredado la inmensa fortuna del financiero Peter Hoyt, recientemente fallecido. Paul Hoyt es conocido en los círculos eruditos por sus estudios antropológicos de algunas culturas del mundo, como los mandinca y los fulani en África.

- No se preocupe. Muchas gracias por todo. Esperaré con los demás... pero si necesito algo le avisaré. Gracias. - dije mostrándole una sonrisa a la recepcionista. Nunca venía mal mostrar alguno de tus encantos. Según mi experiencia esas mujeres eran las más útiles soltando información, se enteraban de todas las idas y venidas de los clientes del hotel.

Me llevé la mano al sombrero a modo de despedida y me encaré de nuevo hacia los otros hombres que esperaban la llegada del padre.

Tras despedirme de la recepcionista miré a los otros hombres citados. Me sorprendió ver a otro tipo enorme, aproximadamente de mi envergadura, sólo que rubio. ¿Acaso el señor Hoyt requería de ayuda para algún trabajo físico extremo? Sonaba absurdo, así que deseché esos pensamientos de mi cabeza.

Con paso lento y procurando no arrastrar mucho la pierna derecha, me dirigí hacia el hombre rubio y el tipo de gafas que parecían conocerse.

- Hola caballeros. Disculpen, ¿han sido citados aquí también por el señor Hoyt? ¿O acaso alguno de ustedes le conoce en persona? - me podía la curiosidad. Si bien en la carta no especificaba en ningún momento que fuera una entrevista privada... sí que creí que el señor Hoyt quería hablar sólo conmigo. No entendía a qué venía tanto secretismo si ahora estábamos cinco personas esperándole ansiosas.

Aquella gente no tenía pinta de historiadores, a decir verdad, ni siquiera de eruditos o como a Edward le gustaba llamarles "gnomos de biblioteca", dos de aquellos tipos parecían más bien burdos pistoleros, quizás ex-policías o algo peor...

Edward no podía evitar juzgar a la gente con la primera impresión, aquello le había ocasionado más de una sorpresa en muchas ocasiones, pero siempre decía que no hay nada más aburrido que una vida sin sorpresas. Así que juzgó a aquellos hombres como hacía siempre con todo el mundo, al margen de los dos pistoleros había un tipo con gafas que aparentaba ser poca cosa, pero tenía una mirada penetrante y denotaba mucha confianza en sí mismo. Había algo que no podía explicar pero que le atraía de aquel hombre, algo había vivido que le hacía interesante.

El último de los hombres, el rubio, no tenía exactamente la misma mirada pero tenía unos aires de autosuficiencia que llamaban poderosamente la atención y un físico realmente imponente. Parecía ser una persona cultivada pero seguramente en alguna disciplina relacionada con las ciencias a juzgar por su evidente descuido físico.

Edward simplemente se mantuvo de pie y escuchó como el pistolero preguntaba a los dos hombres.

Ya estaba allí, y como me temía no era el único. Había más gente metida en el ajo. Incluso pululaba por allí un hombre tan alto como yo mismo. Me sorprendió ver a alguien así y vi como se acercaba a donde nos hallábamos reunidos preguntando algo, sin embargo yo ya no le escuché, en ese momento vi a Collins dispuesto a saludarme y me lancé hacia él como poseído.

- Maldita sea Collins, ¿qué demonios hace aquí?

Estrecho su mano enérgicamente y mirando alrededor, le separo del grupo para ampliar información.

- Collins, me llegó una carta certificada de este tal Hoyt. Creo que es un oscuro antropólogo, me parece que leí un artículo suyo hace tiempo, al grano, sabe algo del "tema" puesto que en su carta lo mencionaba. Ya sabe, lo de Canadá. Alguien tuvo que irse de la lengua, si no fuiste tú, tuvo que ser Marlowe o Leon. ¿Qué sabes del tema?

Cuando termina el torrente de palabras me quedo mirando a Collins, alguien tiene que aclararme todo esto y le ha tocado a él.

- ¿Y quien diantres es toda esta gente?

-Calma, calma... Lo cierto es que no sé mucho. Simplemente vine intrigado por todo ésto, pues el tal Hoyt hablaba de un amigo común que le había informado de mí. ¿Sabe algo de McGregor o de Marlowe? Hace tiempo que no les veo, ni sé nada de ellos. Pero ahora cuidado, se acerca uno de ellos. Será mejor guardar silencio de momento.

Estrecho la mano de Palance, e intercambio unas rápidas palabras con él en voz baja, antes de volverme para encarar a aquel hombre que se había dirigido a ellos.

-Bueno, éso depende de quién lo pregunte, ¿quién es usted?-pregunto, escrutando con la mirada a aquel tipo con toda la pinta de detective de novela negra.

Vuelvo en mí tras el breve intercambio de palabras con Collins y al girarme veo cerca al tipo alto de la gabardina. Ahora sí, con más tiempo, examino de arriba abajo al extraño que nos pregunta. Poca gente puede mirarme desde mi altura a los ojos, pero este hombre lo hace. Quedo expectante a la respuesta que de a Collins.

Yo, ante las dramáticas escenas de reencuentro que se están produciendo, decido aprovechar mi tiempo.

Y qué mejor para aprovecharlo que intimar un poco con la bonita recepcionista.

— Hola preciosa, mi nombre es Olmer y soy nuevo en la ciudad. Estaría encantado de que una belleza como tú me mostrara esas partes de la ciudad que no se ven a simple vista. Si me dices la hora a la que terminas aquí y consigo librarme de los colegas de ahí detrás, paso a recogerte. ¿Qué me dices?

- Kellemport. John Kellemport. - respondo al tal Collins. Sólo conozco su apellido porque lo ha mencionado el gigante rubio pero algo es algo. Creo que es hora de saludarles así que alzo la mano para estrechársela a ambos: - Soy detective privado. El señor Hoyt contactó conmigo hace tres días y me pidió que viniera hoy aquí. Desconozco el motivo. -

Es evidente que el tal Collins es desconfiado por naturaleza, se infiere claramente de su respuesta. - No pretendía inmiscuirme en sus asuntos... - continúo como si tuviera que aclarar algo o disculparme. - Sólo estoy intrigado. He trabajado en muchos extraños casos pero nunca un patrocinador había reunido a gente tan dispar sin avisar primero. -

Mientras hablo con estos hombres no puedo evitar percatarme de los intentos del otro hombre por seducir a la recepcionista y dejo escapar una sonrisa. Me recuerda a alguien. Quizá si yo tuviera unos años menos...

La recepcionista responde al avezado joven con una sonrisa educada. Ha tenido que lidiar con muchos clientes que intentaban obtener atención por su parte.

—Encantada de conocerle, Olmer. Me temo que no puedo satisfacer su petición, pero si es un guía lo que necesita el hotel se encargará de proporcionarle el mejor. Seguro que el señor Horace estará dispuesto a llevarle a los lugares más interesantes de la ciudad. Si me dice el número de su habitación, añadiré la cita.

No has acabado de desagradarle, pero es una profesional y parece que no está por la labor de salir con los clientes.

Mientras os encontráis presentándoos, justo a las seis en punto, ni un segundo más, ni un segundo menos, cruza la puerta giratoria un anciano enjuto, de nariz aguileña y rostro afable. Mide en torno al metro setenta y está ataviado con una sotana negra que le llega hasta los tobillos. Le sigue un tipo algo más bajo y robusto, por supuesto más joven, en torno a los cuarenta años. Viste traje de calidad media color gris marengo y corbata oscura. Lleva en la mano un maletín. El rostro es duro y algo patibulario.

El sacerdote, pues indiscutiblemente no puede ser otra cosa, se acerca a la preciosa recepcionista, justo en el momento en el que desaira al joven Olmer. Con una sonrisa paternalista le pregunta.

—Disculpe, señorita, ¿sabe si ha venido la visita que estaba esperando?