Partida Rol por web

Montesinos, que después de deshacerse de Vincent se dirigía furibundo hacia la habitación C, se volvió lentamente al escuchar a France. La lluvia arreciaba y las microscópicas gotitas que salían despedidas tras chocar y romperse contra el boxeador le otorgaban un halo plateado a la luz de los fluorescentes que le hacía parecer aún más enorme. France, sin  embargo, con el cabello húmedo y pegado contra la frente, la ropa empapada  y los ojos completamente abiertos por el miedo a duras penas conseguía apuntar el arma sin temblar.

El hombre dio un paso hacia ella, con los hombros bajos, como un animal agazapado y listo para lanzarse.

- No tenéis ni idea, ninguno-, susurró entre dientes-. Esa niña... No voy a permitir que me deje atrás... ¡Merezco mi parte! ¡Todo lo que tiene ahora me lo debe a mí. ¡A mí! -, gritó, con la evidente intención de que se escuchara su voz desde el baño-.

Dio un paso más.

- Sin embargo no ha dudado en apartarme... Y me dijo que nunca lo haría... ¡Ella lo dijo! ¡Yo no mentí cuando dije que no la dejaría!

France pudo advertir que el hombre parecía desquiciado, como si se estuviera desmoronándose: las lágrimas caían por sus avejentadas mejillas a medio afeitar, y burbujas de baba, espesa por el esfuerzo, se formaban en su boca y comisuras. Su sufrimiento parecía real y anormalmente intenso, como el de un adolescente despechado, y no podía dejar de observarlo con una extraña e hipnótica mezcla de miedo y fascinación.

- ¿Qué voy a hacer, sin ella? ¿Qué voy a hacer?-, musitaba, con el cañón casi encajado ya en el voluminoso y ensangrentado pecho. Lentamente se hincó de rodillas y agarró la boca del cañón, pegándosela a la sien mientras la miraba fijamente-. Por favor, acaba ya... Ayúdame y dispara... ¡Dispara! Porque si no lo haces... si no lo haces os mataré a todos...

France no podía conseguir que su pulso volviera a ser firme. Cuando Montesinos se le vino encima creyó que le arrebataría el arma, más el ex boxeador parecía derrotado, dispuesto a entregarse. Haciendo acopio de todo el valor que pudo reunir, trató de que su voz sonara amable, dejando de lado el miedo y la repulsión que el tipo le provocaba.

-Vamos Montesinos, aún tiene posibilidades. Ríndase, aguarde a que llegue la policía y todo será más sencillo- la voz le temblaba un poco. Respiró hondo e intentó dialogar con él, como si de un cliente se tratara. Al hombre se lo veía cansado, agotado por la situación borde que estaban viviendo. -No tiene que matar a nadie. Todavía no ha ocurrido nada irreversible. Por favor, hombre, no tire su existencia a la basura, todos sus logros y la gloria de antaño se verán empañadas por este día, si no. La gente sólo recordará su rostro manchado de sangre. por favor, no busque eso, sé que no es lo que desea.- Las palabras brotaban solas, a toda velocidad. La muchacha no sabía de dónde estaba sacando las ideas, pero al parecer, había encontrado una vena sensible en Montesinos. Poco a poco sus hombros se iban relajando. Mientras la voz de France seguía pronunciándose, como invocando una letanía, aquel que viera épocas mejores estaba dejando de lado su rabia y frustración, tal vez, resignándose a perder a la mujer que amaba pero aceptando que no todo tenía que seguir ese camino.

Dagmar empujó la puerta con el corazón encogido por el miedo, no importaba nada, solo salvar a Cordei.

- Dejame ayudarte, por favor, quiero ayudarte, no quiero que te pase nada, por favor... - su voz se quebró por el dolor y empezó llorar desconsoladamente. - No quiero que te mueras, dejame ayudarte... - se le doblaron las piernas y se derrumbó.

El ruido a su espalda la obligó a volverse, creyendo que una nueva amenaza se cernía sobre Cordei, vio como una enorme bestia de puños apretados aparecía recortada contra la ventana, cubierta de agua, mientras una mujer lo mantenía a raya con una escopeta en la mano. ¿Era aquel monstruo la amenaza? ¿O era la chica? Un rayo surcó el cielo iluminando la escena como el flash de su cámara y entonces reconoció las caras.

Aquel no era Chris, y la mujer del baño no era Cordei. Era otra situación completamente distinta. Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza.

El agua se filtraba a través de la tela de las perneras de Montesinos, que escuchaba arrodillado la palabras de France. La había perdido. Había perdido a Je Tien para siempre, y cada vez que esa frase se formulaba en su cabeza sentía como se le cerraba el estómago con un dollor hondo y terrible. Todo había terminado, y la muerte era la única salida que sele aparecía para todo ese sufrimiento.

- ¡Señorita! ¡Suelte el arma! ¡Suelte el arma y déjela en el suelo!

El corazón de France dio un vuelco: dos agentes de policía se estaban acercando a ella desde la entrada del Discount, el coche abandonado en la calle, con las armas desenfundadas y apuntándola: ¡creían que ella lo había organizado todo!

Montesinos sonrió y, con garra de acero, dio un tirón del cañón que tenía aferrado contra la frente. Con algo se suerte, la mujer se habría despistado y el inesperado movimiento provocaría que hiciera un disparo...

(EDITADO para poner el post de Potty)

France no podía creer lo que estaba ocurriendo. Había sido ella la que había llamado pidiendo socorro. Había sido ella la que había distraído lo suficiente al ex boxeador para que Dagmar llegara a la chica herida, había sido ella la que había logrado, vaya uno a saber como, que Montesinos desistiera en su deseo de matarlos a todos... y sin embargo allí estaba la policía, acusándola injustamente a ella por intentar defenderse, a su tío, que casi fue molido a golpes, a ellos que tan sólo estaban ayudando a un detective borracho a seguir a un hombre infiel.

Sus hombros se cayeron resignados, agotados. Sin dudarlo, abrió sus manos y dejó caer el arma, para darse cuenta por fin, cuan pesada le había resultado cargarla. Tendió una de sus manos sucias de tierra y sangre a Vincent y respiró hondo.

-Yo los llamé. Yo no he sido. Jamás disparé un arma en mi vida. Por favor, ayuden a Richard, que yace allí en el suelo...- señaló como zombie la puerta del cuarto de hotel -... y a la muchacha, que se muere... por favor...- su tono de voz era neutro, su mirada estaba casi ida.- Yo no he sido, no hemos sido ninguno de nosotros... Preguntadle a Sam, el puede corroborar todo lo dicho, él nos trajo aquí...- cerró los ojos y se dejó caer en el suelo, agotada.

Dagmar se había recobrado al fin. Se encontraba, confusa y mareada, en la suelo, ante la puerta del cuarto de baño de la habitación: podía ver astillas de madera, manchas de sangre por las paredes y sábanas y, tendido junto a la entrada, al recepcionista. Ya no veía al boxeador, pero escuchó su rugido sobre la lluvia del exterior ("¡A mí!", había gritado) y, antes de que Montesinos volviera a entrar en el cuarto, advirtió que la puerta a su espalda cedía hasta tropezar con algo blando.

Miró por la ranura que se abría y vio el cuerpo de la muchacha: se había desplomado, ya casi sin fuerzas. Su miraba, vidriosa y perdida, paseaba con movimientos lánguidos por el techo de pintura sucia y descascarillad, y sus manos, dedos y cabeza ensangrentados no dejaban de moverse suavemente, como si estuvieran buscando algo que sólo ella podía ver.

De improviso la chica dio un respingo y sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras se arqueaba ligeramente. Se relajó con la misma rapidez y su pecho dejó de moverse...

La joven, ahora lúcida, todavía se veía desbordada por la situación. No sabía que estaba pasando, no sabía tampoco que había ocurrido ni si sus amigos estaban bien. Se suponía que tenía que llegar la policia y cuando vio a la chica cubierta de sangre se preguntó si también vendría una ambulancia.

Entró en el baño, manchándose las manos y las rodillas de sangre, y se acercó a la chica. Parecía muerta. Con manos temblorosas acercó dos dedos al cuello de la chica y comprobó su pulso.

Dagmar, arrodillada junto al cuerpo caído buscó nerviosamente indicios de respiración, latidos, vida... Pero parecía que no había nada ya bullendo bajo la piel cálida aún, mientras la chica se aferraba a la vida durante unos pocos segundos más.

El top que vestía, azul hacía ya un millón de años, se encontraba lleno de manchas pardas de sangre oscura, y podía ver incontables agujeros producidos por las postas de la escopeta. Heridas todas superficiales, aunque había toda una zona en el centro mismo del vientra que presentaba un aspecto oscuro, como quemado por la polvora y los metales candentes a bocajarro: una herida enorme y negro, piel, carne y sangre abrasadas.

Pero, aún más urgente, la respiración: la chica no respiraba en absoluto, y el pulso en el cuello no se distinguía... ¿Podía estar perdiéndose algo? ¿El latido de su prpopio pulso en los oídos, los nervios desatados... podían hacer que pasara algo por alto? Y todos hemos visto hacer la maniobra de reanimación cardiopulmonar pero... ¡maldita sea! ¿Por donde empezar? ¿A cuántos de dos del esternón está el corazón? ¿Los labios se juntan de lado o de frente? ¿Los dientes se tocan, o así se pierde el aire?

Dagmar buscó una toalla en el baño y la cogió para ponerla sobre la herida del vientre, aunque no sabía si era eso lo que la estaba matando. Era horrible.

La joven no sabía nada de primeros auxilios, pero actuó por instinto. Le resultó curioso estar acordándose de todas esas series de televisión que trataban sobre médicos y empezó a pensar en lo que ellos hacían cuando tenían un paciente sin respiración y sin pulso. Para empezar tenían un balón de oxígeno y una maquina que les daba el pulso... ¿Y si tenía pulso? De nada tenía sentido hacerle las compresiones y si le rompía una costilla solo empeoraría las cosas. De nuevo, actuó por instinto, le abrió la boca, componiendo una mueca de asco al verle la sangre que le cubría la cara y con mucha voluntad, le metió los dedos para quitarle la lengua. Un destello le iluminó la mente, tenía que estirarle el cuello para que las vias se depejaran, así que como buenamente pudo le dobló un poco la cabeza. Despues, tomó aire varias veces y le insufló aire dos veces con potencia.

Después, sin saber exactamente por dónde se le hacian las compresiones, tocó la parte izquierda del pecho y puso las dos manos sobre el esternón, reuniendo fuerzas, empezó a presionar en el pecho con fuerza, pero sin ejercer demasiada presión por si acaso le partía una costilla. Uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Volvió a darle aire dos veces y volvió al pecho. Uno, dos, tres, cuatro, cinco...

Nada...

Se le escapó un sollozo de terror, lo que le faltaba ahora es que se muriera allí mismo. Le dio aire con tanta potencia que se mareó, pero haciendo caso omiso de las vueltas que le daba la cabeza, volvió a las compresiones con más fuerza que antes. Uno, dos, tres...

La chica arqueó la espalda y abrió los ojos, Dagmar retrocedió asustada por el súbito movimiento con el corazón latiendo a mil por hora. Después, se relajó y cerró los ojos, pero su pecho subía y bajaba, eso es que ya tenía respiración, pero muy floja.

- ¡Un medico aquí, por favor! - dijo. Aunque no sabía si había llegado ya la policia. - Tranquila, te vas a salvar, ¿vale? - le dijo a la chica al oído. - Aguanta un poco, un poco más, no te duermas - le dijo de pronto sacudiendole la cabeza, por alguna razón recordó que los moribundos no tenían que cerrar los ojos. - Aguanta, ya vienen a ayudarte, un poco más, solo un poco más...

Vincent salió a duras penas de de la pileta; su cara ensangrentada y deformada, bajo los relámpagos y la vacilante luz de los fluorescentes, eran el mejor cartel que pudiera esgrimir diciendo Aquí! Víctima! 

Dió dos pasos hacia la policía, estirando los brazos. Uno de los oficiales bajó el arma para evitar que se desplomara frente a él, golpeando el piso.

- Mi sobrina... me defendía de ese bruto... el tipo mató a una chica, en la habitación... nuestro amigo... también... murmuró con silbidos bien audibles, haciendo un esfuerzo por modular a través de los labios rotos.

France bajó el arma inmediatamente, mientras dos oficiales se acercaban, uno cubriendo a Montesinos, otro a la temblorosa muchacha. A lo lejos pero acercándose, una sirena lanzaba su llamada a la noche...

Y, sin embargo... La duda, siempre quedaba la duda en el corazón de un poli: como la llamada de aquel chico de la gasolinera, cuando fue estafado por el "policía" que se llevó al tipo que le había atracado a punta de navaja junto al botín, en concepto de "prueba"; como la anciana que dio parte de la desaparición de su nieto, al que terminaron encontrando enterrado en el sótano, en  tres bolsas de papel; como la jovencita que fue atacada en el aeropuerto por uno de los perros de antivicio... Llevaba las drogas, tras una enorme raja cosida con bramante, dentro de su bebé.

Y aquel tipo... ¿No era acaso el chalado aquel? ¿El de las llamadas enloquecidas? ¿El que reclamaba que retirasen las macetas y la tierra de los lugares públicos, por no-se-qué de los transmisores que se quedaban en la cabeza? ¿El que atacó a un tipo en un banco porque le seguía para implantarle in microchip?

- Agente Reynolds, joder, vuelva a levantar el arma hasta que hayamos revisado que todo está en orden. Señorita, suelte el arma y túmbese en el suelo, boca abajo...- gruñó el poli-malo.

El poli bueno se enderezó, como si le hubiesen  propinado un cachete, y apuntó de nuevo su arma hacia France: dos automáticas la tenían fija en la mirilla, atentas a cualquier movimiento en falso...

Las armas seguían apuntando a France, Montesinos cansado parecía a punto de decir algo pero, encerrado finalmente en sí mismo, solo movía los labios en silencio desde su posición de arrodillado, oscilando delante y detrás. La sangre también lo cubría, en las grandes manos espasmódicas que se cerraban y se abrían.

Vincent no pudo más. Claro, acusen a la muchacha! Están todos contra nosotros, no? Son de la misma agencia? Matones del gobierno, todos ustedes... polis pagos y matones que asesinan muchachas en los moteles! Asesinos! Asesinos!!

Su voz subió en intensidad, mientras señalaba enloquecido hacia todos lados: a Richard y Sam en el piso, al baño, a la voz de Dagmar que llamaba desde allí, su propia cara destrozada.

- Asesinos...

Las lágrimas se mezclaron con las costras de su cara, con la lluvia, impidiéndole ver nada más allá de la pistola que encañonaba a France y la escopeta tan cerca del boxeador, el inmundo asesino.

Poli-bueno Reynolds desplazó la mirilla para apuntar a Vincent, con el pulso tembloroso: después de todo no era fácil lidiar con la crítica constante, con la acusación perpetua de corrupción, servilismo y abuso. Todos los días salía a la calle con la intención de lavarle la cara a la ciudad, y todos los días la ciudad le escupía a los ojos por ello. Y sí, ya sabía que eso era algo que venía junto con la placa y el uniforme, pero desgastaba su ánimo día a día.

Por eso no fue extraño que diera un par de pasos en guardia hacia el cajero.

- ¡Tú, de rodillas y las muñecas tras la nuca!- le gritó, trantando de avasallar a gritos a quien le había hecho perder la calma. Vincent obedeció clavándole una arisca mirada, y su orgullo le permitió contener gemidos de dolor cuando Polí-bueno Reynolds sacó la correa ajustable de plástico para trabarle las muñecas con bastante más fuerza y presión de las necesarias: Vincent sintió como la tira mordía su piel con saña...

..Y Montesinos, con el cañón aún en su mano, France despistada y Poli-malo atento a lo que hacía su compañero, dio un poderoso tirón al arma: parecía que fuera el único ser capaz de moverse en un escenario bajo la lluvia nocturna repleto de maniquíes. Al tiempo que se levantaba fue volteando la escopeta como si fuera un lanzador olímpico de martillo y, con un brutal giro de sus hombros y cintura, estrelló la culata de madera en la sien de Poli-malo, que salió despedido a más de un metro para no volver a levantarse del suelo encharcado. En ese momento el boxeador rugió mientras continuaba su movimiento para llegar hasta Reynolds y Vincent...

France no podía creer lo que estaba ocurriendo. Había sido ella la que había llamado pidiendo socorro. Había sido ella la que había distraído lo suficiente al ex boxeador para que Dagmar llegara a la chica herida, había sido ella la que había logrado, vaya uno a saber como, que Montesinos desistiera en su deseo de matarlos a todos... y sin embargo allí estaba la policía, acusándola injustamente a ella por intentar defenderse, a su tío, que casi fue molido a golpes, a ellos que tan sólo estaban ayudando a un detective borracho a seguir a un hombre infiel.

Sus hombros se cayeron resignados, agotados. Sin dudarlo, abrió sus manos y dejó caer el arma, para darse cuenta por fin, cuan pesada le había resultado cargarla. Tendió una de sus manos sucias de tierra y sangre a Vincent y respiró hondo.

-Yo los llamé. Yo no he sido. Jamás disparé un arma en mi vida. Por favor, ayuden a Richard, que yace allí en el suelo...- señaló como zombie la puerta del cuarto de hotel -... y a la muchacha, que se muere... por favor...- su tono de voz era neutro, su mirada estaba casi ida.- Yo no he sido, no hemos sido ninguno de nosotros... Preguntadle a Sam, el puede corroborar todo lo dicho, él nos trajo aquí...- cerró los ojos y se dejó caer en el suelo, agotada.

La pobre chica agonizaba en brazos de Dagmar y allí no aparecía nadie, necesitaba un médico y ni siquiera oía a la policia. La tormenta la dejaba sorda, y de vez en cuando un relámpago iluminaba la escena. De pronto escuchó voces, gritos, seguramente se trataba de los demás. Se asomó a la puerta, vio a Richard tirado en el suelo (de pronto se dio cuenta de que estaba allí) y se acercó a gatas hacia él. Ella no tenía conocimientos médicos, pero parecía que allí no iba a ir nadie a ayudar así que se aproximó a Richard con cuidado para comprobar su estado...

Al ir a atravesar la puerta Dagmar se encontró el peligroso panorama: los agentes con las armas desenfundadas, France, que parecía haber reducido a Montesinos... Todo bajo control. De modo que gateó hasta quedar a la altura de Richard y acercó la mano a su cuello: aún estaba caliente y respiraba, aunque débilmente. Toda su cara se encontraba sucia de sangre, aunque el agua de lluvia había abierto surcos en el pringue escarlata, y la ropa se encontraba destrozada, atravesada por las mil esquirlas de metal del cartucho de postas: resultaba muy impresionante adivinar, medio con el tacto, medio con la vista, el aspecto que tendrían todas aquellas heridas.

Súbitamente Richard tomó aire casi de forma desesperada, con ruidos y gorgoteos, como si saliera de una piscina tan profunda como para haberse ahogado. Manoteó febril, a tientas, a hasta que trapezó con la mano de la chica, y se aferró a ella como si se tratara de un flotador salvífico en mitad del mar.

- ¡Dagmar!-, jadeó el herido-, ¡estás bien! ¡Por Dios, estás bien! ¡Escúchame, necesito que te encargues de Beth! ¿Vale? ¡Dime que la encontrarás! -Richard parecía ansioso, y sus ojos no dejaban de dar vueltas, como si fuera incapaz de entornarlos y centrarse en ella para hablarle-.Pero no la preocupes... saldré de ésta... díselo... haceos cargo... por favor... no... la... preocupes...

Poco a poco parecía ir volviendo a caer en el desmayo... y en eso momento escuchó el chapoteo: ¡uno de los agentes había caído en el suelo embarrado, golpeado por la culata de la escopeta que esgrimía Montesinos, lleno de furia suicida!

La joven se asustó ante el ímpetu de Richard, se suponía que tendría que estar inconsciente o algo por el estilo. La impaciencia, natural por otro lado, le provocó regueros de lágrimas mientras miraba fijamente al hombre apretando su mano con fuerza para darle ánimos. No sabía si se pondría bien, no sabía como de graves serían sus heridas, por eso tenía el corazón encogido. Esto no tenía fin.

- Te lo prometo, te lo prometo... sabes que puedes confiar en mi, no te preocupes, Richard - insistió, apartándole el pelo de los ojos para que estuviese un poco más cómodo. - Aguanta un poco, ¿vale? La ayuda está a punto de llegar, solo un poco más y nos iremos de aquí... - era la segunda vez que prometía algo así, pero ante un amigo era mucho más dificil y la culpa de romper esa promesa era mucho más grande.

De pronto todo volvió a cambiar. Aquella Bestia inhumana no se rendía jamás, había logrado incluso recuperar la escopeta y reducir a un policía, desarmándolo...

Dagmar corrió trastabillando hasta dejarse caer junto al policía caído y, nerviosamente

Dagmar se abalanzó sobre el agente caído, casi trastabillando por los nervios, y sintió cómo el barro chorreante tomaba la forma de sus piernas mientras rebuscaba el arma...

Montesinos, espoleado por la desesperación, consiguió  rememorar el viejo juego de pies que le había valido incontables victorias en su juventud: desplazándose lateralmente se deslizó entre las gotas de lluvia mientras el agente Reynolds abría fuego una, dos y tres veces, siempre demasiado tarde, siempre fallando, sin prevenirse de la culata que ya trazaba un húmedo arco en la oscuridad del patio hacia su cabeza...

Dagmar tironeó torpemente de la funda para sacar el arma y, cuando la iba a terminar de coger, un dolor agudo le dio un sobresalto: las astillas que había quedad bajo la piel se hincaban salvajemente, y no pudo evitar dejar caer la pistola al barro...