Partida Rol por web

La cocina de la nave es un espacio a parte del Comedor-Salón, esta es la zona donde se guardan y se conservan los alimentos, independientemente de las calidades de estos, desde latas en conserva, comida deshidratada hasta carnes curadas y tantos otros elementos envasados en el vacío... ¡Dios bendiga a los conservantes!.

Tiene los útiles de cocina necesarios para cocinar cualquier comida. ¡Incluso hay una Termomix 3.000!.

Octavio llega al lugar, terminando de limpiar la loza y vajilla restante.

Ronte llega al lugar, para ver a Octavio terminar de limpiar.

Octavio llegó a la cocina todavía bailando. Casi hasta feliz. Tras todo lo que había pasado, la cocina era el único lugar que le hacía sentir más o menos seguro. Más o menos. 

Una vez aquí cogió su delantal, se lo anudó a la cintura y al cuello, y empezó a sacar sus útiles de cocina: Un par de platos, una tabla de cortar, especias deshidratadas, aceite, sal... Y, por último, lo más importante: la funda con el juego de cuchillos que le acompaña prácticamente desde que se inició en la profesión. Una vez tuvo todo sobre la encimera puso los brazos en jarra y los observó mientras pasaba lista en su cabeza. Tenía todo lo necesario. La mise en place era correcta.

Con todo preparado, se dirigió al frigorífico y se abrió una cerveza contra el canto de la mesa. Tras un refrescante sorbo, accedió por fin a la pieza que iba a preparar. Recorrió la cocina hasta el fondo y abrió el arcón que allí se encontraba, siempre cerrado con inusitadas medidas de seguridad. Abrió su tapa y un sonido ininteligible de lo que parecían voces infantiles salió de dentro. Tras echar una rápida ojeada, Octavio metió la mano y sacó, cogido por las piernas, un pequeño gnoll. Poniéndolo bajo la luz lo examinó: Tiene buen color, buen tamaño y bastante carne. Este servirá. 

Su relación con el asunto de los gnolls era bastante curiosa. Recuerda que, cuando hizo la entrevista de trabajo para entrar en El Púlsar, le advirtieron que entre sus cometidos se encontraría el cocinar estas pequeñas criaturas. No queriendo quedar como un ignorante, Octavio respondió que de acuerdo, que no había ningún problema, aunque no tenía ni idea de qué eran. Una vez lo descubrió estuvo a punto de dejar el trabajo. Él, como padre, se veía incapaz de meter el cuchillo a esas criaturas que tanto le recordaban a su hijo. Sus miradas inocentes cuando las tumbaba sobre la encimera, seguidas de los desgarradores gritos con los que se desgañitaban mientras su sangre caía sobre las blancas losetas de la cocina, le perseguían cada vez que se acostaba por las noches. Sin embargo, la motivación por el viaje venció a la repulsa que sentía y, sabiendo que no le quedaba otra, fue sacrificándolos y cocinándolos día tras día. En sus adentros había estado desarrollando una enorme repulsa hacia Ronte Sinapellido, aunque dentro de sí sabía que tampoco era culpable de nada. Al fin y al cabo, cada especie tiene sus peculiaridades. 

El asunto había cambiado sustancialmente a fuerza del paso del tiempo. A medida que pasaban los días en misión, iba siendo capaz de apartar el horrible sentimiento de rechazo para acabar convirtiéndolo en una acción mecánica y rutinaria. En los últimos tiempos, sin embargo, su miedo era otro. Se podría decir que había empezado a coger gusto al cocinar gnolls.  El mejor momento del día en la nueva vida de Octavio era cuando Ronte aparecía a por su comida. Le hacía ilusión y le esperaba con ganas, y día tras día procuraba preparar el mejor de los platos. Octavio no dejaba de ser un cocinero vocacional, y el cocinar gnolls era el único momento en el que se sentía un cocinero de verdad. El sentimiento era tal que, en ocasiones, se le había pasado por la cabeza el probar uno, aunque rápidamente sacudía la cabeza, se llevaba una mano al cogote y desechaba la idea. 

Con maestría cogió al gnoll, lo puso sobre la tabla y con un rápido tajo le quitó la vida. Ni punto de comparación con las escabechinas que se montaban antes. Desolló con cuidado a su pieza, sacó de su funda el hacha de cocina y separó las extremidades del cuerpo. Los brazos, las piernas (a los que les trataba llamar cuartos delanteros y traseros por eso de hacerlo menos tétrico, aunque pocas veces le salía), y el costillar los tenía ya listos. Sólo le quedaba filetear el lomo y, tal vez, guardar las vísceras. Por su cabeza pasaba que tal vez podría utilizarlas para hacer algún caldo algún día, o incluso prepararlos como si fuesen aquellos callos que tanto añoraba de su tierra. Pero mejor no. Mejor descartar la idea. No tenía que pensar en eso. No debía. No podía. No sabía. Le daba un poco de miedo el observar cómo le volaba la imaginación. 

Cogió las extremidades y, tras untarlas con un poco de aceite, las salpimentó para echarlas a la plancha ya caliente. Tras unos minutos (pocos, ya que no dejaban de ser pequeñas piezas de carne), las retiró del fuego. La piel estaba dorada y crujiente, y el interior debería de estar ya cocinado. Tomó un plato y, colocando la comida con delicadeza, se lo presentó a Ronte. A ver qué tal está hoy, le dijo mientras sostenía el plato frente a ella. 

Tiro cocina.

Yumi entra a la Cocina, Ronte y Octavio estaban allí, el segundo cocinando algo.

Por supuesto. En la cocina había que haber un cocinero Esto... no debería haberle sorprendido, pues ya conocía a Octavio desde hacía bastante tiempo. Ronte había llegado a la habitación y automáticamente éste había comenzado a prepararle la comida, era cuánto de tiempo hacía que le conocía. Tampoco es como si él tuviera que preguntarle qué es lo que quería, pues en esta nave Ronte solo podía comer una cosa. Si le preguntara (que eso en sí mismo sería una sorpresa, pues a veces parecía que el tío no sabía hablar), se reptiría la misma palabra una y otra vez.

Gnoll. Gnoll día tras día. Gnoll para desayunar, gnoll para comer, gnoll para cenar. Ninguno de los deleites de la gastronomía tribal floránida. Al menos podía contentarse con estar haciendo su parte para extinguir a los estúpidos bichos. Pero daba lástima no poder probar una vez más la carne fresca de una Mandraflora, de un Fennix o de un huma- No, ya no más. Ya había dejado de cazar eso.

El caso es que los gnolls son una plaga y, por desgracia, también lo único de su planeta capaz de ser transportado vivo.

-Graciassss, Octavio.- Dijo Ronte. -Ya te hasss acossstumbrado a mí, ¿eh? ¡Ja, ja! Habrá que ssssolucionar esssso en algún momento.- Le dió un golpecito en el hombro y cogió el plato. -Recién ejecutadosssss esssss como mejor sssssaben.-

Ronte no dudaba del talento de Octavio para matar animales y servírselos a la plancha, pero aún así tardó un poco en comer del plato. -¿Ssssabessss? La última vez que he essstado en una habitación a sssssolassss con alguien, me apuntaron con una pisssstola. En broma.- Ronte cogió el brazo asado con la mano y le pegó un mordisco. Probablemente no estaría envenenado. Acababa de ver cómo lo preparaba, al fin y al cabo.

Ronte vió cómo entraba su jefa, también. Uf. En realidad deseaba no tener que estar delante de ella para esto. Le incomodaba un poco. Le saludó con la mano.

-Ah, Octavio. En realidad había venido a la cocina para bussscar una... cossssa. Una cossssa que he perdido. ¿Has visto algo raro en losssss armarios o en la desssspenssssa? ¿Me podrías hacer el favor de bussssscar?

Octavio esbozó una especie de sonrisa a Ronte. Muchas veces no comprendía qué le quería decir y no se atrevía a preguntarle. Sin embargo, la enfermera comía con ganas todo aquello que Octavio le cocinaba, y esto le era interacción más que suficiente. 

La petición de que buscase algo sorprendió a Octavio, pues no estaba acostumbrado a intercambiar más que alguna conversación trivial sobre la comida. Además, no le cuadraba que alguien hubiera podido dejarse algo en su cocina. Es más, hasta le molestaba pensar que alguien podía haber andado entre sus cosas. Sin embargo, sin saber muy bien a qué se debía, buscó en la estancia tal y como le pidió Ronte. 

 -¿Eh? Ah, sí. Claro. Busco-le dijo, mientras removía sus estanterías sin saber qué pretendía encontrar- ¿Pero qué tengo qué encontrar?

Octavio no parecía encontrar nada aún, quizás otro intento de búsqueda...

Ronte miró a su jefa, que se encontraba en la habitación, extrañamente silenciosa. Desde que salió del puente de mando no le había oído decir ni una sola palabra. Le estaba poniendo algo nerviosa, la verdad. No quería que estuviera allí para esa conversación.

-Essss... un ssssecreto. Preferiría no hablar de ello.- Dijo. Oh, desde luego Octavio no iba a quedarse contento sólo con eso. Miró de nuevo a Yumi. Ugh. También miró arriba, buscando cámaras de seguridad. No había sido muy sútil hasta el momento en su búsqueda, así que si alguien la estaba mirando sabía lo que hacía. Doble ugh.

Ronte se acercó a Octavio y le susurró algo al oído.

-No te importará que bussssque yo también, ¿verdad? Verdad.- Añadió. Y se puso a ello.

Ronte se acercó al oído de Octavio y le dijo lo siguiente:

-Essss una criatura enana que me iba a comer por el camino. No es normalmente peligrossssa, y no tiene nada que ver con lo que passssa con el Capitán, pero ssssigue contando como contrabando. Esssstaré en problemassss sssssi el Alto Mando ssssse entera.-

Ronte no parecía encontrar nada aún, quizás otro intento de búsqueda... o quizás no hubiera nada en la sala.

Me acerco a la cocina con intención de ayudar con la comida.

Yo también ayudaré, tanto en la cocina como en investigar. Así entre todos acabaremos antes.

Octavio no terminaba de entender por qué hacían. Ya no era una persona, ¡sino que ya eran dos revolviendo sus cosas! Sin decir nada frunció el ceño y siguió buscando, aunque la situación le hacía cada vez menos gracia.

Octavio responde a Ronte entre dientes, intentando no abrir mucho la boca y sin alzar esa atronadora voz que tiene: ¿Pero por qué va a haber nada aquí? Reviso, limpio y ordeno mi cocina tras cada servicio, ¡y nadie está autorizado para tocar mis cosas sin estar yo presente!

Definitivamente, no hay nada.

"A-atención, tripulación. Código... código... ¡N-ni siquiera tengo un código establecido para esto! L-la Jefa de Seguridad... Erika Johnson... Erika Johnson acaba de... a-acaba de suicidarse... saltando al vacío del espacio desde el Compartimento Estanco.

Código Rojo: Tripulación en Peligro. ARC-77, por favor, asegúrese de que nadie, repito, nadie trata de abrir la puerta de acceso al Compartimento Estanco. La puerta del mismo que da hacia el exterior está abierta. La sala está despresurizada porque Erika... ... V-voy a intentar cerrar la puerta exterior desde aquí para recuperar la presurización, pero por favor, que nadie entre hasta que sepamos qué ha pasado."

-Bueno, puessss sssi no esssstá aquí, ent...- Ronte fue interrumpida por el altavoz. Y después del anuncio, se quedó en silencio.

La expresión de horror de Ronte apenas se podía distinguir a través de sus gruesas gafas. Otra víctima. Otro suicidio. Lo del capitán fue tan repentino y rápido que apenas tuvo tiempo para procesarlo, pero esta segunda muerte finalmente enmarcó la gravedad de la situación ¿Qué estaba pasando en esa nave? ¿Qué iba a pasar con ellos?

Lo peor era no saber nada. Todo iba normalmente hasta que de repente el capitán se pegó un tiro. Y luego no se habló de nada más (excepto de lo que se enteró en el poco de reunión que vió) hasta que la informática se lanzó al vacío. ¿Por qué estaba ocurriendo todo eso? ¿Qué se sabía en el Alto Mando? ¿Y qué decisiones se estaban tomando ahí arriba?

Ronte solo miró una vez más a Octavio y a su jefa y, sin decir ni una sola palabra, salió de la sala. De todas formas, ya había acabado allí.

Mientras rebuscaba en un lado y en otro, sonó el altavoz. Un frío sentimiento de terror recorrió a Octavio de arriba a abajo. Tenía miedo. El miedo que le producía verse encerrado en un lugar en el que no sabía qué está pasando. Pero algo pasaba. Y algo gordo. 

Introdujo los cuchillos en su funda y salió corriendo de la cocina tras Ronte, siguiéndola al salón.