Partida Rol por web

Vísteis ambos que Virginia y Valerio salieron bastante aprisa de la librería.

Sí, un tipo que sabía, al parecer, sobre este libro, sorprendentemente -respondió Honorio. Luego escuchó la descripción que le dio el inspector, pero a medida que escuchaba negaba con la cabeza-. Lo siento, el que yo le digo no tenía el pelo canoso, y  más bien era alto. Unos cuarenta o tal vez más, señor. De Andaluz nada... -añadió-. Era acento francés, aunque habló muy poco. Creo que no es la misma persona.

Luego escuchó las preguntas del doctor Jose María.

¿Un libro de los del baúl? -preguntó Honorio-. Pues mire usted: deben estar diseminados por aquí, la biblioteca, o bien pueden haberse ya vendido. La lista era larga y ésto fue hace mucho tiempo. Lo que recuerdo es que, excepto éste que buscan ustedes, era todo novela y ensayo: Guerra y Paz, Madame Bovary, me parece, la letra Escarlata, Drácula, de Stoker... cosas así, muy generales.

¿El señor Andre Maillard? -preguntó, dudoso-. Ese tipo ha venido aquí, pero... uhm... no, no sé donde puede vivir.

Se creían muy listos estos: un par de podencos pucelanos o algo. Pero para dejarme atrás a mí hay que ser rifeño y además saberse el monte. 

Y que son difíciles de perder, caray. 

Recuerdo que Don Ramiro nos comento que en su libro había una inscripción hecha a mano donde ponía que era propiedad de Javier D. Puede que este Javier Dato este relacionado con la familia del presidente del consejo de ministros, quizá el librero sepa algo mas sobre él

- Ha averiguado usted algo sobre el anterior propietario de los libros, Javier Dato.

Los libros los compro a una señora que decía ser el ama de llaves de Carlos Dato, quizá podamos hablar con él aunque sea por conferencia telefónica. A lo mejor nos puede ayudar a averiguar algo más del libro.

- ¿Sabría donde encontrar a Carlos Datos?

Miro a Narro para ver si él tiene alguna idea más. Creo que hay poco más que podamos obtener del librero. Quizá en la Comisaría pueda obtener información de sus colegas sobre el francés.

Corro como tienen que correr los camellos por el desierto. No tanto como mi colega del ejército pero casi, y él está bien entrenado, por lo que veo. Lo mío es innato. Si hubiera nacido en una sociedad menos "civilizada" me dedicaría a ir secuestrando muchachos por ahí y algo me dice que no se me daría demasiado mal.

Las pistas se agotaban. El librero parecía saber más bien poco acerca de todo lo referente al libro. No reconocía a los asaltantes por la descripción que le habían proporcionado, no parecía saber demasiado acerca de quien le vendió el lote de libros y tampoco sabía mucho más que su nombre y su país de procedencia, acerca del señor André Mallard, quien se había interesado por el tomo. Por supuesto, no sabía tampoco nada acerca de las características esotéricas del libro del que estaban siguiendo la pista. Y por desgracia, parecía sincero en todo aquello.

- No creo que podamos sacar demasiada información aquí... - Le dijo Marro a Rocavila. - Le espero fuera... - Afirmó antes de darle la espalda y no antes de posar una mano sobre su hombro a modo de complicidad. - Muy buenos días. - Se despidió del librero.

Lo cierto era que le preocupaba el extraño comportamiento de sus dos compañeros. Irse del local así sin más y sin decir nada, era cuanto menos extraño. Por ello, sin perder un solo segundo más, el sargento Marro abandonó el local en busca de Valerio y Virginia.

Los tipos corrían por la Gran Vía. Era un punto pequeño para vuestra vista, en el horizonte cercano. Veíais que los automóviles tocaban sus cláxones cuando éstos se interponían en la vía de vehículos, aunque vosotros hicísteis lo mismo para no perderlos. Tras internarse en una calle transversal, parecía que pronto les dábais caza. De hecho, uno de ellos, ante vuestra insistente carrera, dejó caer una pequeña nota la calle. Virginia pudo echarle el guante y guardársela antes de proseguir la carrera. Segundos después, estando ya en la calle del Clavel (muy cerca de la unión de la Gran Vía con la calle Alcalá), los tipos cruzaron la mediana y....¡¡PUUMMM!!

Delante de vuestras narices fueron ambos arrollados por un gran vehículo, un camión que transportaba hierros como carga pesada. Sus cuerpos quedaron tendidos en el pavimento, mucho metros más allá... En pocos segundos, se paralizó el tráfico y los curiosos comenzaron a rodear los cuerpos de los dos tipos. Por cierto, durante la carrera, os percatásties que sus trajes parecían hábitos de clérigo.

El señor Honorio negó con la cabeza ante la pregunta sobre dónde encontrar a Carlos Dato. Después Jose Alfonso salió de la librería. Honorio le despidió rápidamente y el doctor Jose María quedó unos instantes dentro.

Entonces supiste que algo ocultaba. Te diste cuenta tú solo de ello. Parecía que Honorio se hubiera mordido, en algún dato ofrecido, su lengua. Tras unos segundos, la propia conciencia del librero le hizo "cantar".

Ese tipo, André Maillard... -decía, ahora como sudoroso-. Sé algo sobre él. Bueno, según se cuenta, claro... Se dice que es un masón ocultista, que organiza sesiones de espiritismo y tarot a la alta sociedad madrileña. A veces viene por aquí a buscar algún tomo... bueno, hace mucho que no viene, pero a mí me da mala espina. Creo que es francés. Por cierto, su compañero es inspector, ¿no? -decía Honorio-. Sé cuando un sabueso busca algo, señor. Y si ese Maillard está metido en algún problema, quizá con el libro que están buscando, no lo quiero ver por mi negocio. Sólo espero que don Ramiro no tome parte en esta historia, es un buen hombre y un mejor cliente. Les diré dónde vive Maillard... -añadió-. Entonces te escribió una dirección en un papel: Alcalá 54, 2º D.

Eso estaba muy cerca de vuestra posición. La calle Alcalá estaba bastante cerca, a unos cinco o diez minutos a paso tranquilo.

El inspector Marro salió afuera segundos después. Ello le llevó a la galería del edificio, y acto seguido, tras desandar sus anteriores pasos, a la calle, a la Gran Vía. De momento no veía a Virginia ni a Valerio, que habían echado prácticamente a correr fuera de la biblioteca por algún motivo. Luego salió el doctor Rocavila y ambos estuvísteis ya juntos. Al igual que Marro, Jose María no veía a sus compañeros. ¿Dónde habrían ido tan corriendo?

- ¡¿PERO QUE COJ...?!

Dos metros más allá y me salpican. Creo... creo que no he visto un final tan violento en mi vida. 

Lo que sí he visto son heridos muy graves, y por un momento me planteo acercarme a registrar los despojos. Pero me doy cuenta de que en medio de la Gran Vía y con todo el mundo mirando, iba a llamar la atención: 

Me giro hacia Virginia, esperando verla derrumbarse del horror o algo: una cosa es hacerse la dura con unos invitados en un ascensor y otra muy distinta esto. Me preparo para sacarla rápidamente de allí, repitiendo el numerito de la pareja...

- ¿Dónde...? - José Alfonso miró en todas direcciones. - ¿Dónde diablos se han metido?

José se rascó la cabeza. Habían desaparecido por completo. Era algo muy extraño realmente. No conocía de nada a aquellas dos personas, pero veía raro que se marcharan de aquella forma. Allí estaba sucediendo algo extraño, algo que podía ser peligroso. Quizás lo mejor fuera simplemente esperar allí a que regresaran, pero Marro no era de esas personas que se quedan quitas ante la adversidad. 

- Quizás deberíamos buscarlos. - Dijo el sargento. - Puede que... - Marro comenzó a caminar en busca de algún callejón o calle contigua por la que pudieran haberse marchado. Si sus compañeros estaban en un apuro, no podían dejarles tirados. 

Tomo a Valerio del brazo y lo saco de la escena sin dilación. Noto las gotas de sangre caliente en mi cara, contengo el impulso de resinarme pero ¡Santo Cristo!…

Para envalentonarme y hacerme la dura, cuando ya hemos escapado del foco de atención le suelto un comentario sagaz. En voz baja, por si acaso.

— Espero que hayas sido malo antes, chico. Porque con esto nos vamos de cabeza al Infierno. Eso si existe. ¿Crees que existe? Yo prefiero no creer…

Y cuando voy a sacar mi pañuelo me topo con el papel… ¿Lo habrán perdido o lo habrán lanzado, como una maldición?

—Viste que se trataron de deshacer de esto en el trajín de la huida… vamos a ver qué pone…

No puedo evitar que me tiemble la mano.

... yyyyyy no. Definitivamente esta chica, normal no es. Me encojo de hombros y respondo también por lo bajo:

- Yo creer, creo que algo hay. Y prefiero creer que es Dios antes que cualquier otra cosa. También creo que los curas no huyen de chicas ni de militares. Tanto tenían esos dos de páteres como yo de Apache Francés: ¡un disfraz en el armario!. ¡Mucho le pesa la conciencia al que corre tan ligero! Veamos que dice la dichosa notita

Con todo y eso, seguramente me está temblando la mano: ¿Fue Platón quien dijo que hasta los más valientes temen a los terrores repentinos, es decir: a los sustos?. Dejo que sea Virginia, con sus dedos más finos y sorprendente calma la que despliegue el papelito. Además, le acerco mi propio pañuelo:

- Ah... querrá... querrá limpiarse aquí y aquí... Me temo que ha, esto... salpicado un poco. Antes de que se seque o gotee. Y cuidado con el vestido, que estas cosas hay que limpiarlas en fresco.

- Un camión acaba de aplastar a dos personas. Cómo me alegro de no necesitar las sales que no llevo encima.

Voy hasta la Gran Vía detrás de José Alfonso, cuando llegó hasta su altura me doy cuenta que nuestros compañeros han desaparecido. Dirigiéndome a él le entrego un papel con una dirección escrita Alcalá 54, 2º D y le digo.

- Parece que el librero no tiene mucho afecto por las fuerzas del orden. Parece que sabía algo más de Mallard de lo que reconoció inicialmente. Me dio su dirección y me dijo que está envuelto en artes ocultas.

Dejo a José Alfonso que reflexione sobre lo que acabo de contarle. Tengo la sensación de que quiere volver a entrar en la librería pero antes de que emprenda la vuelta le digo.

- Quizá pueda volver luego a ajustar cuentas con el librero. Ahora hay que atender el asunto del libro, Mallard puede estar interesado en el libro y mandó a unos maleantes a buscarlo.

Emprendo mi descenso por la Gran Vía en dirección a la calle Alcalá, esperando que el inspector siga mis pasos. Para animarle a emprender el paso le digo.

- Podemos buscar a Virginia y Valerio o ir ha hacer una visita al francés. ¿Qué le parece?

- A ver al francés iremos los cuatro. - Respondió Marro. - Podría resultar peligroso y nos vendrá bien tener a Valerio con nosotros. - Afirmó. - No sé dónde ddónde habrán ido, pero podemos buscarles o esperarles aquí. No creo que hayan desaparecido sin más. Estarán al caer supongo... - Dijo entonces encogiéndose de hombros.

Marro esperaría a aquellos dos un tiempo prudencial. Suponía que en cualquier momento volverían a la librería. Todavía no se habían ausentado demasiado tiempo como para pensar en que les podía haber pasado algo. Si veía que en unos minutos no regresaban, empezaría a preocuparse y les buscaría por la zona.

- Creo que tiene razón. Puede ser peligroso y seguro que los cuatro nos apañamos mejor. 

Miro a mi alrededor observando a la gente que hay en la Gran Vía. Quizá algún portero de las fincas cercanas pendiente del movimiento de la calle, algún limpiabotas o alguna cigarrera hayan visto a nuestros amigos. Un militar vestido de uniforme y una muchacha joven no han pasado desapercibidos.

- Preguntemos a ver si alguien les ha visto. Por lo menos sabremos hacia donde dirigirnos.

Quizá si uno espera su regreso junto a la librería mientras otro va a ver si da con ellos. No sabemos si regresarán o cuando lo harán. Tendremos que encontrarlos, a lo mejor se han metido en problemas y el apoyo del inspector y mis conocimientos médicos pueden ser de utilidad.

- Puede que estén en problemas.

Valerio quedó impactado por la visión. Virginia también. Sin embargo, mientras la gente comenzaba a arremolinarse allí, un coche policial aparcó en plena vía, deteniéndose para saber de los sucedido. No eran pocos agentes los que vigilaban las grandes vías de la urbe en estos tiempos. Virginia se acordó del fragmento de papel que se le cayó a uno de los dos tipos, y entonces lo abrió, esperando a que Valerio estuviese a su lado. Entonces ambos lo leísteis:

En esos momentos vísteis que se acercaban por la Calle del Clavel el inspector Marro y el Doctor Rocavila. En pocos segundos estarían a vuestro lado.

Ahora teníais la dirección del tal Mallard, interesado en el volumen que guardaba el señor Ledesma. El caso es que una vez fuera del edificio, sopesásteis las posibilidades de visitarle, pero decidísteis que lo mejor era ir en cuadrilla. El caso es que no se veían vuestros compañeros por los alrededores. Marro decidió esperar un poco delante de la puerta del edificio, debajo del cartel "Librería El Prado". El doctor Rocavila, por contra, preguntó a los viandantes cercanos, pero en el ir y venir de la Gran Vía sólo podía encontrarse con la negativa de la gente, negando toda descripción hecha de sus dos compañeros, pues el ir y venir de las gentes y vehículos en tal arteria de la urbe era constante. El caso es que tras unos minutos de espera, salísteis a buscarles. Teníais la dirección de Mallard, y pusísteis pies hacia la calle Alcalá. Lo cierto es que ésta estaba muy cerca: en aquel tramo de la ciudad Alcalá estaba prácticamente paralela a Gran Vía, y diversas calles comunicaban una con la otra transversalmente.

Tras cruzar la vía por la mediana, os internásteis por la calle del Clavel, una de las varias calles que conectaban ambas grandes ramas. El caso es que mientras avanzábais pensando en vuestros nuevos compañeros y todo el embrollo en el que estábais metidos, dísteis con Virginia y con Valerio diez minutos después (tras patear un rato Madrid). Ambos estaban al final de la Calle del Clavel, asomándose ya a la calle Alcalá. Entonces fuísteis hacia ellos. Los dos estaban parados, leyendo algo que la chica tenía entre sus mano. La casualidad o la fortuna hizo juntaros de nuevo.

El inspector Marro y el Doctor Rocavila se acercaban por la misma calle que habían recorrido Valerio y Virginia. Éstos últimos leían al final de la calle, asomándose a Alcalá, un pedazo de papel. Marro y Rocavila vieron que las ropas de sus compañeros estaban manchadas de gotitas de sangre.

Y más allá, en plena calle Alcalá, un círculo de personas se habían congregado en círculo, como observando curiosos algo. Un camión grande y un coche de la policía estaban por allí, en medio de la vía. Algo había pasado.

- Disimule... - Le dijo Marro a Rocavila mientras se acercaba a sus compañeros.

Era evidente que algo había pasado. Algo violento a tenor de la rápida aparición de las fuerzas públicas y sobre todo por las manchas color carmesí en la ropa de sus compañeros. No solía actuar de ese modo, solía estar en el otro lado, pero en aquella ocasión había algo oscuro y extraño y hasta que no llegarán al fondo del asunto, podía ser contraproducente involucrar a las autoridades.

Cuando al fin estuvieron todos juntos José Alfonso se situó junto a Valerio. Le miró con preocupación al los ojos. No le dijo nada entonces, no hasta que no estuvieron en una zona más apartada, donde tuvieran la intimidad necesaria y estuvieran alejados de miradas y oídos curiosos.

- ¿Qué ha sucedido? - Le preguntó al fin.