Partida Rol por web

Preguntar antes de responder. Precaución.

"Un conocido. Casio Dánico" digo, serio y tratando de no ponerme nervioso. "¿No se encuentra aquí?"

“¿Casio Dánico?” repite Vulso, dándose tiempo para pensar. “¿El nuevo cuestor de Silio? Vaya, espero que ese tracio no se haya metido en ningún lío.”

Vulso deja caer esa última frase a modo de pregunta, y aguarda a que digas algo antes de decir él nada más.

Tomo aire por la nariz de forma impaciente sin apartar la mirada de ese hombre.

"Esos asuntos sólo le atañen a él" contesto con una fingida sonrisa que no trato de disimular y firmeza.

Y, en realidad, no me falta razón. Quizá, probablemente, este hombre también tenga algo que ver. O no. No lo sé, pero no me puedo permitir confiar en nadie ni dejarme avasallar o atemorizar. Noto el peso del pasador entre los pliegues de la ropa. Esa pequeña sensación me da más fuerza para seguir que toda la que he podido recabar hasta ahora: aspiraciones, sueños, deseos, ambición... Sigue siendo tan raro...

Vulso no muda su severa expresión.

"No hemos visto a Scylas" contesta secamente. "Si nos disculpas, tenemos asuntos que tratar."

Y tanto él como los demás se quedan esperando a que te retires.

Está claro que ninguno de ellos va a decir nada que perjudique al tracio. El caso es que en tu visión presentías que Flavia confiaba en este hombre; si ha sido esa confianza la que le ha llevado a la muerte, no puedes saberlo. Lo curioso del grupo es que es muy heterogéneo. ¿Qué asuntos trataría Flavia con ellos? Ahora que lo piensas, Flavia pertenecía a una congregación que rendía culto a Juno, y Scylas fue presentado en la cena como representante del culto a Minerva en Tracia. ¿Qué les une a este hombre, que es, a todas luces, el líder de este grupo tan peculiar?

Sea lo que sea, tu visión te ha encaminado a este grupo por alguna razón. La vida de tu hija está en peligro, y puede que la clave para encontrarla la tengas enfrente.

"No lo busco por nada relacionado con mi puesto. Sino con Flavia Maior" apunto, avanzando un paso hacia ellos y sin cambiar el rictus.

Si he llegado hasta aquí por algo será. No sé si es lo correcto o si estoy comprometiendo demasiado todo lo que sé, pero necesito encontrar a ese hombre.

En cuanto nombras a Flavia, Vulso se da la vuelta y vuelve a mirarte. Su actitud hacia ti cambia: ahora muestra más interés que antes.

"Disculpadnos un momento" dice Vulso a sus compañeros, y acto seguido se separa unos pasos de ellos para hablar contigo en privado. Los demás siguen con su cháchara, sin prestaros atención.

Una vez que Vulso se asegura de que nadie más está pendiente de vosotros, se coloca tras un busto de Séneca y espera que te sitúes junto a él.

"Me hablas de Scylas y de Flavia" dice Vulso, "precisamente las dos personas que han faltado hoy a nuestra reunión. Y soy demasiado viejo para creer en las casualidades; pero también lo soy para confiar en un extraño. No me pesa, empero, reconocerte que es la ausencia de Flavia la que más me inquieta. ¿No sabrías facilitarme tú el paradero de esa mujer? A cambio prestaremos colaboración, siempre y cuando puedas garantizarme que ninguno de los dos tiene nada que temer de ti."

Casi estás convencido de que este hombre debe ser un filósofo o un orador, por cómo se expresa, usando palabras cultas en exceso; por tus estudios y tu profesión, los reconoces al instante. También reconoces la expresión de aquel que tiene un presentimiento, y es lo que percibes en Vulso, que se muestra especialmente interesado en Flavia.

"Eres sabio, e imagino que tanto tienes tú que desconfiar de los extraños como yo. Pero a mí no me queda más elección." Tomo un instante de calma para dejar reposar las palabras. "Creo que puedo hacerme una idea del temor que reflejan tus ojos en lo que a Flavia concierne... Necesito encontrar a Lucetia, y mi único punto de referencia es Scylas."

"¿Cómo Scylas?" pregunta, extrañado. "Su tutora es Flavia. ¿Dónde está?" insiste, cada vez con más interés.

Agacho la mirada, rendido. Quizá debiera tener más entereza pero la incertidumbre de no saber a qué atenerme, si lo que digo será en favor a Lucetia o parte de su desgracia, me ahoga. Me asfixia como un cerdo ahogándose con su propia sangre en el matadero. Si Flavia confiaba en este hombre, deberé hacerlo yo también.

"Flavia... Me temo que ya no está entre nosotros. Sus últimas palabras fueron que protegiese a su hija. A mi hija, pero no sé dónde está" Rebusco entre los pliegues hasta dar con el pasador. Se lo muestro, pero sin dejar que lo coja. "Esto es de Lucetia, ¿lo reconoce?"

Un loco. Eso debo parecer: un loco desesperado y majara que ya no sabe lo que dice...

Sin embargo, Vulso no te toma por ningún loco; al contrario, se toma tan en serio tus palabras, que cuando le enseñas el pasador de Lucetia dudas que te esté escuchando. Mira al suelo, apesadumbrado, ajeno a ti y a todo lo que le rodea. Al cabo de unos instantes, levanta de nuevo la cabeza, lentamente, deteniéndose en el pasador, y mirándote luego a los ojos, tratando de asimilar todo lo que le has soltado, abre la boca, como queriendo decir algo, pero no le sale la voz.

"Sabía que algo le pasaba" acierta a decir finalmente. "Hoy debía decirme algo muy importante. Debí protegerla..."

El hombre parece realmente afectado. No tienes ni idea de qué tipo de relación mantenía con ella, pero por lo que se ve debía ser estrecha.

"No conozco a Lucetia por ella" añade, observando el pasador. "Flavia nunca me comunicó que tenía una hija. Pero he sabido que desde que nació, aunque le estaba prohibido revelarle su parentesco, la adoptó como su discípula dentro de su congregación, con la aquiescencia de las heras. Posiblemente no sepas de qué te estoy hablando. Pero no importa, no hay tiempo que perder. Dime, ¿por qué crees que Lucetia está con Scylas? Porque esa es la razón por la que me has preguntado por él, ¿verdad? Cuéntamelo todo, tal vez así podamos encontrarla."

Los dioses son benevolentes, pienso. Reúnen al ganado extraviado para que se puedan ayudar de mutuo acuerdo y encauzar así el camino de luz, alejándose de el de las sombras.

"Desconocía la existencia de Flavia, tanto como la de Lucetia y Scylas hasta ayer por la noche" Suspiro, quejumbroso. "Conozco más o menos algo sobre las heras, lo poco que Flavia ha conseguido... Transmitirme" Cuesta demasiado encontrar las palabras, pero ya poco importa revelar algún dato necesario o innecesario. Debo darme prisa, pues ahora toda mi desconfianza está puesta en Scylas.

Tomo aire de nuevo y vuelvo a empezar, decidido a explicarlo todo del tirón.

"Sé que Flavia fue escogida de algún modo que desconozco para engendrar a esa niña cuyo futuro es brillante como el oro. Ella me escogió a mí a su vez, pero no he sabido nada de ello hasta... Hace unas horas, en su lecho de muerte. La congregación precisaba de mantener oculta la procedencia de Lucetia, imagino que para protegerla. Es demasiado largo e irrelevante pero, por diversas causas, ayer por la noche Flavia Juliana me invitó a un banquete, en el que los conocí a los tres. Vi de inmediato que algo extraño ocurría, y también noté la estrecha relación que había entre ellos tres. Flavia me citó esta mañana aquí, en los jardines, pero no apareció. Me dijo que me contaría la verdad. Cuando llegué a mi hogar, decepcionado por su ausencia, allí estaba, moribunda... Me dijo que protegiese a Lucetia y me dio el pasador, y este me ha conducido hasta aquí."

Que inconexo y horriblemente explicado está todo. Me avergüenzo de mi falta de coherencia, pero suficiente esfuerzo he hecho en el estado en que me encuentro. No hay tiempo ni para gramática ni para oratoria.

"Pensaba que Scylas podría ayudarme, pero ahora temo que sea el causante de las desgracias..." expreso mi preocupación con apenas un hilo de voz. Y finalmente añado una súplica, la que haría un hombre al borde del abismo. "Tienes que ayudarme, Vulso. Te lo ruego."

Vulso escucha atentamente tu resumen de los hechos, y consciente de que no hay tiempo que perder, posa la mano sobre tu espalda, empujándote suavemente, y regresa contigo junto al grupo de personas con el que conversaba.

"Señores" dice, dirigiéndose a ellos, "la reunión queda suspendida; nos veremos mañana."

El hombre regordete te mira con fastidio, y el otro se limita a despedirse de Vulso hasta el día siguiente; la mujer se dispone a marcharse sin hacer ningún gesto.

"Espera, Crispia" la llama Vulso; esta se da la vuelta y se coloca junto a vosotros, pero Vulso no habla hasta que los otros dos se han ido. "¿Está Scylas en los jardines?"

Ante esta pregunta, la mujer cierra los ojos y baja la cabeza. Creerías que se ha quedado dormida, si no fuera porque Vulso la mira, esperando su respuesta. Finalmente, abre los ojos y responde con un breve "no".

"Escúchame, Crispia, esto es muy importante" le dice Vulso. "Flavia tiene una hija, y este hombre es su padre" añade, colocando la mano en tu hombro. "Él cree que está en algún lugar de los jardines y que corre peligro. Por favor, ayúdale a encontrarla."

Después, Vulso te mira y, agarrándote también el otro hombro, te dice:

"Si Lucetia está en los jardines, Crispia la encontrará. Yo indagaré sobre el paradero de Scylas por mi cuenta. Buena suerte."

Y se dispone a marcharse a toda prisa, dejándote a solas con Crispia.

Antes de que Vulso se vaya, dejándome con la desconocida y un cúmulo de esperanzas insípidas, le agarro con la diestra.

"¿Cómo sé que puedo fiarme de vosotros?" pregunto, no con amenaza sino de forma sincera. "Alguien quiere hacerle daño a Lucetia y podría ser Scylas quien estuviese tratando de ponerla a salvo. O no. ¿Cómo sé que estáis de mi parte?"

Recuerdo esa sensación que Flavia me transmitió durante la visión, la confianza que depositaba en este hombre. Pero a veces nuestros más allegados son los que más fácilmente pueden traicionarnos, y ella ya no está para guiarme aunque en cierto modo siga haciéndolo a través de la clarividencia.

Vulso se gira levemente, lo justo para poder dirigirte la mirada.

"No sé cómo podría demostrártelo" te dice, con una sonrisa condescendiente. "Pero nos has pedido ayuda y te la estamos prestando. Crispia te acompañará solo si tú quieres."

Vulso habla con premura, y al terminar sale a toda prisa de la biblioteca. No hay duda de que, sea por la razón que sea, el asunto le afecta y no va a quedarse de brazos cruzados.

Mientras tanto, Crispia te observa desde su corta estatura. Nunca habías visto una mujer tan rara como esta. No deja de hacer gestos extraños con la cara, arrugando la nariz constantemente y de manera incontrolada. Te recuerda a un animal, aunque no sabes a cuál exactamente. Además, su forma de mirar es bastante incómoda, ya que no te quita ojo en ningún momento y lo hace como si fuera lo más natural del mundo. Aunque parece relajada, notas en ella una tensión constante, como la leona que se acerca a su presa con cautela, preparándose para saltar sobre ella en cualquier momento.

¿Cómo va a ayudarte esta lunática?

Miro con cautela a ambos. Las palabras de Vulso llevan razón, pero eso no disuade la preocupación que se cierne sobre mí. Alterno la mirada entre ambos mientras él se va y ella espera. La observo con clara desconfianza, preguntándome cómo ha sabido que Scylas no estaba allí sin siquiera moverse. Es todo tan raro e... increíble. Pero algo me dice que es cierto, quizá porque lo estoy viviendo en mis propias carnes, rememorando recuerdos que no son míos mientras los propios siguen aún difusos en mi cabeza. Pero algo dentro de mí ha decido creer o, mejor dicho, asentir cual cordero y dejarse arrastrar por las corrientes hacia donde el destino decida llevarme.

"Está bien. Tú dirás" anuncio volviéndome hacia ella, dando mi brazo a torcer frente a su peculiar comportamiento.

Crispia sale de la biblioteca sin decir palabra. La sigues, pensando que va a guiarte directamente a donde se encuentra Lucetia, pero entonces se detiene en seco, levanta la cabeza y mira a su alrededor, dando varias vueltas sobre sí misma; después vuelve a detenerse, y se queda quieta como una estatua, escuchando.

Tú también intentas escuchar, y cuando lo haces, te das cuenta de que oyes más cosas que antes. En un primer momento, el canto de los pájaros lo envuelve todo como un tupido velo, pero poco a poco empiezas a percibir cosas a través de él: el chorro de una fuente, las hojas mecidas por el viento, dos voces masculinas que conversan en la distancia... empiezas a pensar que Flavia te transmitió alguna especie de don antes de morir; recuerdas que rezó unas plegarias mientras te tocaba la frente. ¿Es esa la razón por la cual te vienen a la mente sus recuerdos? ¿Hizo mediante ese breve ritual que pudieras sentir a Lucetia como si estuviera a tu lado con el mero hecho de agarrar su pasador? Todo esto sobrepasa la lógica y la razón, y un hombre como tú, tan apegado a ellas, solo podría mantenerse cuerdo a través de su deber como padre, de su necesidad de proteger a su recién descubierto retoño.

"Necesito algo suyo" la ronca voz de Crispia te saca de tus cavilaciones. "Algo que ella haya llevado puesto."

La extraña mujer está teniendo problemas para encontrar a Lucetia. Si tras un instante de concentración y sin moverse del sitio supo que Scylas no estaba en ningún lugar de estos extensos jardines, en este caso, con mucho más esfuerzo, no es capaz de descubrir ni siquiera si tu hija está aquí. Sin embargo, a Scylas lo conocía, tal como reveló tu visión, mientras que con Lucetia, por lo que te dijo Vulso, no han debido tener contacto ni ella ni las demás personas de ese peculiar círculo.