Partida Rol por web

Venatrix

EPÍLOGO

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17/08/2012, 18:48
Iniciador

Ha pasado una semana desde el incidente, durante la cual tú y tu hija habéis permanecido ocultos en la mansión de Vulso, el mismo lugar donde despertaste tras el duro combate con la venatrix. Vulso hizo algunas averiguaciones y supo que la familia de Flavia Maior había movido los hilos para inculparte del asesinato de su hija, acusándote de haber celebrado bacanales* en tu residencia con bastante asiduidad; además, atraparon a tu amigo Helvio y le obligaron, seguramente mediante tortura, a confirmar que celebrabas ese tipo de fiestas desenfrenadas y a confesar que él mismo había participado en ellas, que implicabas a tus propios esclavos y que a veces algunos invitados habían resultado heridos durante el frenesí de las orgías; ahora todo el mundo cree que, como mínimo, la última fiesta se te fue de las manos y has huido para evitar un juicio en el que, casi con total seguridad, serías condenado a muerte. Según Vulso, la alargada mano de las dóminas se esconde tras estas falsas acusaciones, y de momento ya han conseguido que te sea retirada la dignidad de cuestor.

Así pues, perdida toda tu reputación y bajo sospecha de múltiple asesinato, no tuviste más remedio que aceptar la hospitalidad de Vulso y refugiarte en su mansión hasta que pase un poco el revuelo. No te ha venido mal, pues aunque has tenido que encajar el duro golpe de perder todo lo que tenías, a cambio has obtenido algo mucho más importante: tu hija. Estos días te han servido para intimar con ella y conocerla mejor. Desde la cena con las Flavias ya sabías que era una muchacha brillante, pero has descubierto que su interior brilla aún más todavía, que tiene un corazón puro y que, a pesar de todos los reveses que ha sufrido, aún mantiene intacto cierto grado de inocencia que hace que la ames aún más. Te ha contado por todo lo que pasó desde que fue niña en el seno de la congregación de las dóminas. Desde muy pequeña fue apartada de su madre y fue criada por las heras, pero cuando tuvo edad para iniciarse en los misterios de Juno, nombraron a Flavia su tutora con la condición de que no le revelara su parentesco. Pero Lucetia no era tonta, se dio cuenta de que con Flavia, desde el primer momento, tuvo una conexión mucho más íntima que con cualquier otra persona. Con ella lo aprendía todo mucho más rápido y mejor, y los secretos de su culto quedaban completamente expuestos a su comprensión y eran asimilados con suma facilidad. Pero un día, las heras decidieron que ya estaba preparada para ser un miembro de pleno derecho del culto a Juno, y para ello le encargaron su primer trabajo: asesinar a Vulso, un hombre cuyos conocimientos estaban poniendo en peligro al Pacto. Y entonces ella se enteró de que Flavia, su tutora, formaba parte del grupo que frecuentaba Vulso. Lucetia decidió ser más leal a aquella que se lo había enseñado todo que a las heras, y le contó a Flavia el trabajo que debía llevar a cabo. Fue entonces cuando Flavia le confesó que ella era su madre, y juntas comenzaron a trazar un plan para fugarse. Y en ese preciso momento apareciste tú, como si formaras parte de un plan divino para ayudar a Lucetia; cuando aquel criado apareció en la mansión de Flavia Juliana solicitando el libro que le habías regalado hacía tanto tiempo, enseguida Flavia Maior convenció a su madre para que te invitara a una cena; recelosa al principio, ya que no sabía si eras consciente de lo que te unía a ella y a su hija, al constatar, tras una pregunta que te hizo Flavia Juliana**, que no recordabas nada, pensó que un hombre de tu posición y con influencia en la corte sería de una gran ayuda para llevar a buen puerto su plan de huida, y te citó en los jardines de Salustio para contártelo todo. Pero por aquel entonces, las heras, recelosas, ya habían puesto a vigilar a Lucetia a una de sus venatrices, unas mujeres que se encargan de la limpieza dentro del culto, quitando de en medio a quien da problemas. El espionaje de la venatrix dio sus frutos, y, sabiendo que Flavia y Lucetia habían traicionado al culto, les dio caza; con un método parecido al del pasador que te entregó Flavia, la venatrix, tras encargarse de esta, supo que Lucetia estaba en algún lugar de los jardines de Salustio; mientras la buscaba, le llamó la atención una mujer bastante peculiar que, seguida de un hombre, se comportaba como un perro. Decidió seguiros, y así fue como encontró el escondite de Lucetia. Esta, cuando se separó de su madre, se encontró repentinamente con Scylas, que le ofreció esconderse en aquel lugar, prometiéndole que allí no la encontrarían y podría permanecer a salvo hasta que él pudiera sacarla de Roma y llevarla a un lugar más seguro, lejos de las dóminas.

Todo esto lo has sabido gracias a Lucetia y las averiguaciones que ha hecho Vulso, que durante estos días te ha ilustrado sobre ese mundo oculto que has descubierto de golpe y que pensabas que solo existía en la imaginación de la gente. Vulso es un verdadero erudito en temas de ocultismo, y al hablar siempre demuestra tener una vastísima cultura sobre un tema que le apasiona, pero que también le ha obligado a ser en extremo precavido, pues a los líderes de los cultos no les interesa que posea tanta información, a veces incluso más que ellos mismos; por eso se ha rodeado de gente poderosa y bien situada, creando un peligroso equilibrio entre sus intereses y los de sus enemigos que impide que pueda ser atacado abiertamente. Te ha contado que cada culto cuenta con varias congregaciones, y que dentro de estas hay varios rangos, como ya sabes; lo que desconocías era que entre los más altos se encuentran los teúrgos, personas capaces de canalizar el poder de los dioses a través de sus plegarias. Por esta razón, Vulso se mofa constantemente de los "infelices" que creen que los dioses no se inmiscuyen en los asuntos de los mortales; no solo lo hacen, sino que además les otorgan poderes míticos, aunque bastante limitados, pues no se pueden comparar a los de la Edad de Oro, cuando los propios dioses caminaban por la tierra y tenían hijos con los humanos (los llamados héroes). Cuando le preguntaste por eso que llaman Pacto, te contó que se trata de un pacto entre varios cultos para devolver el esplendor a Roma a través de la recuperación del culto a sus dioses, pues ellos creen que la decadencia del imperio se debe a la invasión de cultos extranjeros y a la relajación de las costumbres: los dioses fueron los que pusieron a Roma en el centro del mundo, y al olvidarse de ellos los propios romanos, Roma está cayendo en un abismo de autodestrucción del que solo se salvará si se recupera el fervor religioso; así que el Pacto es una especie de ley no escrita entre los distintos cultos, cuyo fin es frenar la caída del Imperio. Los cultos de Júpiter, Juno, Marte, Vulcano, Venus, Ceres y Minerva son los que mantienen ese pacto; el resto, por diversas razones, no están de acuerdo, y se consideran cultos condenados, en especial el de Apolo, abiertamente enemigo. También consideran enemigos a todos los cultos de dioses extranjeros: los cristianos, los druidas galos, los magoi persas y un largo etcétera. En definitiva, en tus largas conversaciones con Vulso, te has maravillado de la compleja urdimbre que permanece oculta a los ojos de todos y maneja los asuntos del imperio desde las sombras; tú mismo ya la has sufrido.

Al preguntarle sobre las habilidades que te transmitió Flavia, te contó que esta debió hacer uso de una númina, es decir, la expresión de un poder de procedencia divina que canalizó en ti. En cuanto a las visiones, cree que fue el propio espíritu de Flavia el que te las enviaba mientras te acompañaba, ya que las almas no viajan al Hades hasta que sus cuerpos reciben sepultura. Desde aquel día, no has vuelto a experimentar nada de lo que sentiste entonces; a excepción de tu unión especial con Lucetia.

Por supuesto, Vulso también tenía conocimiento del oráculo que predijo la llegada de Lucetia, aunque desconoce cuál es su verdadero poder. Ha estado investigando en su extensa biblioteca durante esta semana, y, según el relato que le hizo Lucetia del enfrentamiento con la venatrix, sospecha que tiene que ver algo con el dios Saturno. Este dios representa una fuerza primitiva, que los teúrgos llaman la Sombra, una especie de maldición que afecta a todos los practicantes de teúrgia, mayor conforme ganan más poder. Lo que hizo Lucetia fue despertar la Sombra de la venatrix con solo su contacto. La Sombra se manifiesta de maneras muy diversas; lo que seguramente le ocurrió a la venatrix, según Vulso, es que vio surgir del suelo las almas de todos aquellos a los que había matado, alargando las manos hacia ella para arrastrarla hacia el Hades. Vulso os ha entregado a ti y a Lucetia un libro sobre Crono (el Saturno griego) escrito en griego antiguo, ya que piensa que puede ayudaros a conocer la naturaleza de su poder. Su opinión sobre Lucetia es que se trata de una candidata a convertirse en una manifestación de Saturno en la Tierra, y que puede que aún le queden por descubrir otras habilidades especiales.

Con respecto a Scylas, Vulso te ha contado que, como miembro del culto a Minerva, debe estar muy interesado en Lucetia, ya que este culto busca personas especiales como ella para cumplir la voluntad de su diosa. Los teúrgos de Minerva están especializados en el conocimiento y las revelaciones, y seguramente fue atraído a su círculo por su cercanía con Lucetia, concretada en Flavia Maior. Scylas debió haber escrutado una parte de la mente de Crispia para descubrir la cueva donde escondió a Lucetia, robándole esa parte de su memoria; por eso, Crispia se mostró tan sorprendida cuando descubriste la entrada, ya que, como ella mismo dijo, tiene bajo su control todas las zonas de los jardines, y de hecho, al perder el control sobre esa cueva, perdió parte de su poder. Ella lo sabía, y a pesar de que llevaba las de perder ante alguien tan poderoso como una venatrix, decidió defenderos; Vulso ha hecho hincapié varias veces en ello, y esto ha hecho que te des cuenta de que Crispia, a pesar de sus rarezas, tiene un gran corazón, y de hecho sigue vigilando los jardines, donde se encuentra la mansión de Vulso, velando por vuestra seguridad.

De todo esto te ha quedado muy claro que hay demasiada gente interesada en Lucetia: los miembros del culto a Minerva la buscan para convencerla, quién sabe si obligarla, a ponerse a su servicio; pero peor es el caso de las dóminas, para las cuales se trata de una fugitiva y ya nunca dejarán de perseguirla. Así que vuestra única posibilidad de sobrevivir es el anonimato, salir de Roma y empezar de nuevo en cualquier otra parte del mundo. Vulso está dispuesto a ayudarte, y te ha dicho que pondrá a tu disposición todo lo que necesites. Y como si supiera que te preguntas el por qué de tanta amabilidad,  en más de una ocasión te ha dicho que los dioses tienen un plan para tu hija, y que si ella no quiso matarle, como le habían encargado las heras, él debía formar parte de ese plan. Aunque sospechas que en el fondo lo hace porque se siente en parte culpable por la muerte de Flavia.

Notas de juego

* Las bacanales son fiestas en honor a Baco, muy mal vistas en la época debido a la gran cantidad de vino que se ingería y que llevaba a los participantes a realizar actos ajenos a su voluntad. Se rumoreaba que durante estas fiestas privadas se realizaban sacrificios humanos. En el año 186 fueron prohibidas, razón por la que las dóminas están tan interesadas en acusar a Casio de celebrarlas en su casa.

** Me refiero a la pregunta que te hizo Flavia Juliana sobre el lugar en el que os conocisteis; fue una pregunta trampa, ya que no la conociste a ella, sino a su hija, y no fue en un banquete en casa del cónsul Silio, como te dijo, sino en una biblioteca mientras recitabas los versos de Tibulo.

Puedes aprovechar estos días para hablar lo que quieras a Lucetia, Crispia, Vulso o Galeno. Vulso espera que le digas lo que piensas hacer y a dónde piensas ir, para facilitarte tu partida.

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18/08/2012, 21:39
Quinto Casio Dánico

Una semana para meditar, asumir, renegar, lamentar, celebrar y, ante todo, tratar de comprender cómo en unos pocos días la vida de un hombre puede llegar a convertirse en un infierno y, a la vez, en un eterno paraíso. Al fin, libre de las responsabilidades y ataduras de una sociedad cada vez más ajena a mi persona, quedando yo como individuo aislado y capaz. Una sensación gratificante a la para que tormentosa, pues sé que el peso de mis acciones ahora va a ser juzgado por mi propia mano, y no por la de los demás. Por otra parte, condenado por crímenes que no me pertenecen y que han logrado arrebatarme toda posibilidad de alcanzar la calma y tranquilidad del retiro, alejándome de la escasa familia y amigos que me quedaban, y de un lugar donde mi nombre conllevaba un prestigio que me había costado años ganarme. A la vez, me siento mucho más rico en conocimiento y sabiduría, y a la par asustado y temeroso ante el nuevo mundo que se abre ante mis ojos. Consciente de las verdades que nos rodean, que siempre han estado ahí mezclándose con la podredumbre y el caos que intentan subyugar. Ahora sé de dónde proviene el poder, y quienes soportan ese peso y esa carga tan preciada. Gente como Lucetia.

Dentro de todas esas horribles verdades que me rodean, del temor de perderla, ella es la luz que me sigue guiando incluso después de haber salido del laberinto. Quizá me encuentre todavía dentro, teniendo en cuenta las altas posibilidades de perecer en esta ciudad antes de encontrar la manera de salir vivo de ella. Las dóminas han hilado muy bien su telar, pero no lo suficiente. Lucetia es una mente brillante, una luz refulgente en medio de un monte apagado. Desde luego, ese ingenio y ese talante ha debido heredarlo de su querida madre a quien, por desgracia, no he tenido la suerte de poder conocer más. Pero, simplemente hablando con Lucetia u observándola, siento como si retazos de quien Flavia fue se manifestasen. Es curioso y extraño, igual que todas esas cosas que han tratado de explicarme durante estos días. Confío en que, si salimos de aquí, Lucetia pueda continuar con sus estudios. Si quiere, pues dada nuestra situación no creo que le sirvan de mucho. Creo que me haría feliz poder ofrecerle lo que quisiera: viajar, estudiar, ser la niña que no ha podido estos años… Es un sentimiento que ha aflorado y arraigado en mí durante estos días con una rapidez inusitada, de forma tan vertiginosa que asusta. Pero, después de todo soy su padre, lo único que le queda en este mundo y viceversa. Es mi deber protegerla, cuidarla y hacer todo lo que esté en mi mano por brindarle el futuro que desee…

Su truculenta historia ha estado saboteada desde su nacimiento, y eso lo sé mejor que nadie. Cultos, deberes, formación… todo para ser lo que las dóminas esperaban que fuera. Al menos su madre fue sensata en sus últimos momentos y trató de darle la libertad que le fue arrebatada, algo que le agradezco pues, de lo contrario, jamás habría sabido de su existencia. No obstante, me ha hecho ver hasta qué punto ciertos cultos están dispuestos a pelear. Y habiendo sido partícipe, conozco mejor los riesgos y a lo que puedo atenerme. Durante estos días he intentado poner especial atención a las lecciones que Vulso me ha dado sobre la verdadera fe y su poder, esa mano invisible que nos guía e interactúa sin que nos demos cuenta. No quiero que Lucetia cargue más con esa responsabilidad, de modo que he sido yo el que ha prestado atención, intentando mantenerla alejada y distraída. Es un mundo realmente fascinante y extraño del que apenas sé nada, pero conforme el escepticismo desaparece y la mente se abre, soy capaz de asumir más cosas y darme cuenta de muchas otras. Si voy a ir de la mano de Lucetia, y esa es mi firme intención, he de aprender.

Después de haber perdido todo, lo único que me queda es salir de la ciudad y dejarles un eterno agradecimiento a nuestros camaradas. Mi idea es localizar a Agatocles para huir con él. Siempre estuvo a mi lado, y es la única persona en el mundo que no se tragaría ni una sola palabra de esa sarta de mentiras que pesan sobre mi nombre. Confiar en él supone ponerle en peligro pero, no hay nadie que conozca mejor las aguas y otras tierras que él. Si tengo que salir de Roma, mi deseo es que sea en su barco, y así se lo manifesté a Vulso.

Notas de juego

Hum... He estado dándole vueltas, pero no se me ocurre mucho más que escribir, aunque me da la sensación de que se me queda el texto algo colgado.

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21/08/2012, 13:20
Cneo Vulso

Desde el primer día en que os acogió en su casa, Vulso ha estado tomando muchas precauciones; tantas, que a cualquiera le parecería un paranoico. Pero no a ti; no, después de haber comprobado hasta dónde son capaces de llegar las vengativas dóminas. Cada esclavo que sale lo hace encapuchado y con instrucciones para dar varias vueltas para despistar a posibles espías, aunque solo vaya a comprar pan al foro. Además, Vulso ha estado haciendo muchos encargos inútiles, solo para que sus esclavos salgan de su casa y puedan comprobar hasta qué punto está siendo vigilado, y para despistar a las dómnas cuando seáis vosotros los que salgáis.

Así que, cuando llega el día en que regresa el esclavo que mandó a Ostia para aguardar hasta la llegada de Agatocles, al menos tenéis la esperanza de que haya sabido despistar a cualquiera que le haya seguido y no seáis interceptados durante vuestro corto viaje al puerto. Vulso, de todas formas, vuelve a tomar muchas precauciones: os viste a ti y a Lucetia como dos de sus esclavos, y de entre los suyos busca dos que se os parezcan y les manda ir en dirección contraria a la iréis vosotros, una hora antes de vuestra partida. Cuando todo está listo, os disponéis a salir junto con dos hombres que ha contratado para defenderos, también vestidos como esclavos, que ocultan sus armas entre sus ropas. Los cuatro fingiréis que vais a recoger unas mercancías al puerto, para lo cual llevaréis un carro de mano.

"Llegó el momento" dice Vulso, tras reunirse con vosotros en la entrada. "Que Mercurio* os proteja."

 

Notas de juego

Yo veo bien lo que has escrito. A lo mejor lo que pasa es que te he dado mucha información nueva y te da la sensación de que se te ha quedado algo atrás, pero está bien.

* Mercurio es el dios del comercio y los ladrones, y se le suele invocar cuando se va a realizar una empresa que requiere dotes de subterfugio.

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21/08/2012, 13:23
Lucetia / Titiana

Lucetia le da un abrazo a Vulso. La muchacha también intuye su sentimiento de culpa, y por eso se muestra cariñosa con él. Al fin y al cabo, su madre también apreciaba a este hombre, y por lo que se ve, era algo mutuo.

Son las dóminas las únicas culpables, ellas y su terrible poder de destrucción, que se ha llevado por delante no solo la vida de vuestros seres queridos, sino también tu carrera política y la felicidad de una niña que ellas mismas han criado, y a la que sin embargo no han dudado en intentar quitar de en medio mandando a una de sus asesinas. Te sobrecogiste cuando Vulso te dijo que existen otras nueve venatrices, y que dentro de poco reemplazarán a la que ha muerto. Con solo pensar en aquella a la que os enfrentasteis, te invade el miedo y te aterra pensar que podáis volver a encontraros con otra como ella.

Juno, la consorte de Júpiter, una madre fría y estricta, cuyo amor hacia sus hijos solo es comparable con la severidad con la que trata a quienes se desvían del camino... Al pensar en la diosa, se te viene a la cabeza Juliana, su viva imagen; no dudas de que a pesar de ser abuela de Lucetia, la entregaría a las dóminas si pudiera. Ahora comprendes que, en tu sueño, su efigie representaba a la misma Juno. Habéis despertado la ira de la diosa que más implacablemente persigue a sus enemigos; el propio Eneas, el ilustre antepasado de los romanos, tuvo que sufrirla. Pero, como te contó Vulso, la influencia de los dioses disminuye lejos de Roma; esa es vuestra única esperanza, huir de vuestra patria, tal como hizo Eneas, iniciar una nueva vida lejos de los peligros que os acechan desde las sombras.

Y esa oportunidad os la brinda Vulso. El fantasma de Flavia Maior te condujo hasta él a través de las visiones que te mandaba. Aún te resulta extraño, pero la principal ayuda que recibiste para salvar a Lucetia fue la de su madre, aun después de muerta.

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21/08/2012, 13:24
Crispia

De pronto, te das cuenta de que Crispia está allí con vosotros. Luce una cicatriz en su brazo derecho, casi tan grande como la que tú tienes en el muslo, que aún te duele.

"Pueden salir" le indica a Vulso.

En cuanto la ve, Lucetia también la abraza a ella y le da las gracias. Crispia le acaricia el pelo y sonríe; es la primera vez que la ves hacerlo.

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22/08/2012, 21:27
Quinto Casio Dánico

Más rápido de lo que había esperado, el día de separarnos de nuestros camaradas llega. Quizá las medidas tomadas por Vulso hayan sido excesivas, pero la mera perspectiva de ser detectados por una de esas venatrix otra vez hace que me parezcan muy pocas. Con una mezcla agridulce, agria por la despedida y dulce por la esperanza de huir, al fin, de este lugar, me despido de las personas que tanta dedicación han puesto al cuidado de nuestras vidas; la mía y la de mi hija.

"Infinitas gracias por tu ayuda, amigo" respondo con profunda admiración estrechando su mano. "Ojalá tuviese modo de pagártelo".

Sé que él no quiere agradecimiento por lo que ha hecho ya que, en cierto modo, ha sido su forma de redimirse por la culpabilidad que siente. Igualmente, lo he perdido todo de modo que, aunque quisiera, no podría hacer nada por él excepto regalarle palabras y, quizá, alguna información útil sobre ciertos cargos. Nada en comparación a lo que ha hecho él por nosotros. También me despido de Crispia, de forma menos afectuosa de lo que ha hecho mi hija, pero con un profundo respeto. Durante unos angustiosos minutos fue mi guía en la búsqueda de Lucetia y compañera de batalla. Ambos llevaremos de por vida una dolorosa prueba de ello, y no puede sino hacerme sentir algo más unido a esta peculiar mujer.

Una vez dichas las palabras oportunas y deseada la mejor suerte, me dirijo a Lucetia para asegurarle que todo irá bien. Después, ataviado en los pobres atuendos de un esclavo, me dirijo hacia mi destino rezando por llegar sano y salvo. Agatocles nos espera al final de la travesía con su barco para zarpar lejos de aquí. ¿Cómo un camino tan corto puede llegar a resultar tan largo y asfixiante? A pesar de la cauta seguridad que nos han puesto, sé que no respiraré tranquilo hasta estar en la cubierta del barco de mi camarada, habiendo soltado ya los cavos y navegando hacia el inmenso mar.

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23/08/2012, 02:46
Iniciador

Hechas las despedidas, os recibe un soleado día en un extremo de los jardines de Salustio, donde se sitúa la mansión de Vulso. Es hora punta y oís el lejano ajetreo de las concurridas calles de Roma; Vulso pensó que era mejor viajar en horas de máxima actividad, pues así será más fácil que os confundáis entre el gentío, y además no os arriesgaréis a ser interceptados en cualquier callejón. En vuestro saco de viaje lleváis las pocas pertenencias que has conseguido salvar: algo de ropa, algunas provisiones y el libro de Crono que os ha regalado Vulso. Uno de los hombres va delante tirando del carro, vosotros dos camináis detrás de este, y cierra la marcha el otro hombre. Acordasteis que, si os hacían preguntas, diríais que pertenecéis a un senador llamado Vitelio y que viajáis al puerto de Ostia para recoger unas mercancías; la presencia de dos hombres fornidos no es extraña, pues el músculo es algo necesario para acarrear los pesos y defenderse de posibles asaltantes en el camino, mientras que tú te harás pasar por contable y tu hija por una esclava que usaréis como trueque a cambio de la mercancía.

Te resulta extraño adoptar el mismo papel que tu querido Hýlax, sobre todo porque aún no te has acostumbrado a no tenerlo pisándote los talones, como cada día cuando tan diligentemente te asistía en tus tareas en el foro. Recuerdas el día en que regresó tras haberse fugado y aceptó tus azotes con tal de que lo perdonaras; la libertad a veces es más terrible que la esclavitud, y aquel muchacho imberbe no tenía a dónde ir ni podía sobrevivir solo en este pozo de alimañas que es Roma. Murió intentando defender tu casa; esto te da una idea de su lealtad a raíz de aquel cambio de actitud motivado por la necesidad, que dio paso a un aprecio y una admiración sinceros. Ahora su alma vaga hollando los oscuros senderos del Orco.

Descendéis por las colinas del Quirinal y el Viminal, que albergan esa gran cantidad de áreas de recreo y vegetación que tanto gustan a los romanos como tú. A cada paso te vas despidiendo de lugares que han sido especiales para ti; recuerdas un animado coloquio cerca de una fuente, los alegres bailes festivos en un templete, los rojos atardeceres contemplados a la sombra de un nogal. Roma es como una amante despiadada a la que amas a pesar de saber que te hace daño, como esas de las que tanto se quejaron Propercio y Tibulo en sus elegías que dieron origen a todo el embrollo en el que te has metido.

Llegáis al anfiteatro Flavio, el lugar que habría de consagrarte como cuestor, y a Helvio como poeta. Lejos queda ya tu preocupación sobre la organización de los juegos para el emperador; lejos queda la gloria para ti y para el pobre Helvio, al que dejas aquí con más problemas de los que tenía, al haber sufrido el acoso de las dóminas para hablar en tu contra.

Cerca de allí dejas también a tu querida Acté, a la que ya no volverás a amar en su lecho, ni te solazará cuando te asalten las tribulaciones. Eneas deja sola y tal vez triste a su reina Dido una vez más para buscar la tierra donde pueda vivir en paz y lejos de la cólera de Juno.

Tantas cosas dejas atrás... después de haber luchado tanto, de haber medrado poco a poco hasta llegar a ser cuestor, de tener por delante una prometedora carrera. Todo eso ha volado, se ha desvanecido. La vida que te labraste se ha venido abajo, como la vid cuyo tronco crece torcido y termina quebrándose.

Y sin embargo, esa persona que te acompaña, a la que has conocido hace apenas una semana, lo vale todo. Ella también camina con recuerdos en sus pensamientos, observa el Circo Máximo, donde seguramente asistió a muchas carreras en compañía de su madre, sin saber que era su madre. Contempla al pasar el templo de Bona Dea, donde las mujeres se reúnen para evitar las miradas de los hombres, a los que la entrada les está vedada, y se imagina seguramente las veces que ha estado allí con Flavia. Qué tristeza, qué hondo pesar debe causar el haber estado en compañía de una madre cuando se creía huérfana, para perderla poco después de descubrir que no lo era. Qué vacío más grande tendrás que llenar, tan grande como el mar que os disponéis a surcar. Temes que no seas capaz jamás de conseguirlo, pero es el menor de tus temores. Perderla a ella, que es lo único en que tus ganas de vivir se sustentan en este momento, es tu mayor pesadilla.

Llegáis al Aventino, el reino de tu hermano Marco. Ni un solo momento has pensado en pedirle ayuda; no solo porque no estás seguro de que se pusiera de tu lado y te creyera inocente de las acusaciones por las que se te busca, sino porque él nada puede hacer contra un enemigo que no se ve; pues un soldado solo sabe combatir aquello que tiene delante. Y además, no quieres ponerle en peligro, pues al fin y al cabo, por muy mal que os llevéis, sigue siendo tu hermano. Un hermano que nunca conocerá a su sobrina; aunque no crees que, de saberlo, le importara demasiado.

Por fin camináis por la vía ostiense. Los guardias de la puerta no os han hecho preguntas y os han dejado pasar, ya que están muy ocupados registrando los carromatos de los comerciantes que se dirigen al foro a vender sus productos. Al fin y al cabo, solo sois esclavos, y lleváis al cuello el collar que os identifica como propiedad de Vitelio. Parece que los hombres de tu hermano no son tan eficientes como a él le gustaría. O tal vez poco le importa lo que hagan mientras no interfieran en el pacto con los criminales del Aventino que le permite mantener el control.

Da igual. Ya todo da igual. Habéis cruzado la puerta. La Ciudad Eterna queda ya atrás en la distancia y en el tiempo. A partir de ahora forma parte de un pasado que no podréis revelar a nadie.

Para reconfortarte, piensas en Agatocles. Volverás a ver a tu amigo después de mucho tiempo, reiréis juntos, os contaréis muchas cosas; puede que esta sea la primera vez que tú tendrás más novedades que él.

El corto viaje transcurre con normalidad. Constantemente os cruzáis con gente que se dirige a la ciudad, y solo durante cortos intervalos de tiempo camináis solos. Es en uno de esos intervalos, cuando ya queda una hora escasa para que lleguéis a vuestro destino, cuando os encontráis con alguien que no esperabais.

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23/08/2012, 02:47
Scylas

Scylas os espera sentado en una roca a un lado del camino. Al veros, se levanta muy tranquilo y camina hacia vosotros. Los hombres que os acompañan, al ver que os quedáis mirándolo como si fuera una aparición, enseguida se preparan: el primero suelta el carro y el segundo se adelanta, listos los dos para sacar sus armas ocultas.

"Vaya un recibimiento" exclama, con su peculiar acento. "¿Así me tratas ahora, Titiana, después de lo que hice por ti? Al menos podrías concederme la posibilidad de hablar contigo sin el temor de que estos hombres me atraviesen con las espadas que esconden. Por cierto, me gusta el dibujo de medusa que llevas en tu empuñadura" le comenta a uno de los hombres, a pesar de que ninguno de los dos ha descubierto aún sus armas, y este se queda extrañado y se mira sus ropas para comprobar si asoma la empuñadura que ha descrito Scylas, y mayor es su desconcierto al comprobar que no es así.

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23/08/2012, 02:48
Lucetia / Titiana

Tu hija mira a Scylas sin saber qué hacer. Sabes que ese hombre es un teúrgo del culto a Minerva, y después de ver en acción a Crispia y a la venatrix ya sabes de sobra cómo se las gastan los teúrgos. Sin embargo, va desarmado. Y cierto es que ayudó a tu hija a esconderse, pero al contrario que Crispia, no lo hizo de forma desinteresada.

Entonces ella te mira interrogante, buscando tu apoyo.

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26/08/2012, 11:45
Quinto Casio Dánico

El camino, tal y como había esperado, se hace pesado y eterno a medida que las calles se suceden envenenando mi mente con viejos recuerdos de la otra persona que fui, y aquellos que estuvieron a mi lado. No había reparado demasiado bien en todo lo que dejaba atrás; hasta ahora. A mi mente vienen docenas de escenas, momentos y emociones que he padecido en estos lugares. Los rostros de aquellos que me son bien preciados se suceden dejándome un vacío y la conciencia poco limpia. ¿Y si las dóminas son capaces de extender su rabia a más gente? Hýlax ya lo pagó con su vida, igual que Sira y los demás sirvientes. El joven Helvio... Es una espina clavada, también, pero quizá menos dolorosa de lo que esperaba. Alguna parte de mí, en cierto modo, ya sabía que iba a acabar de forma desastrosa, hundido y con los problemas hasta el cuello. No obstante, que sea por las mentiras que han arrojado contra mi persona, haciéndole partícipe, es lo que me enfurece. Quizá los juegos para el Emperador hubieran logrado sacarle de ese bache. Pero, ¿por cuánto tiempo?...

Pensar y recordar es lo último que me gustaría en estas circunstancias. He de estar despierto y atento, pues este es nuestro último y más peligroso viaje por las calles de Roma. Y aun así, cuando intento mantener la calma y prestar atención a mi alrededor, el rostro de mi Dido vuelve a mí. Con una breve y fúnebre sonrisa recuerdo sus preocupaciones y temores por las mujeres que me rodeaban. No le faltaba cierta razón; a ninguno, si incluimos las predicciones de Espurino. Al final, esas mujeres me han traído la ruina y la desgracia, alejándome de la poca paz y tranquilidad que había alcanzado. Acté... A cambio, la muchacha que camina a mi lado es mi mayor recompensa. Joven, inteligente, un genio, un gran destino... y mi hija. Creo que nadie podría imaginar esto, sólo los dioses, que me han devuelto lo que un día me robaron. Una familia. Quizá Marco y yo no hayamos estado todo... No. Marco y yo nunca hemos estado nada unidos. Él por su lado y yo por el mío. Si alguna vez pensé en pedirle ayuda, desde luego, tras todas las mentiras que pesan sobre mi nombre nunca se me habría ocurrido acudir a él. Estoy casi seguro de que no habría movido un dedo por ayudarme. Quizá tampoco por venderme pero prefiero ni contemplar la idea. ¿Qué pensaría de Lucetia? ¿Del hecho de tener una sobrina? Seguramente le sonaría tan ridículo como a mí la primera vez.

De nuevo, ese pinchazo de desazón. Aunque no fuésemos los hermanos más afectuosos y cercanos, compartimos una casa durante años, y nacimos de la misma madre y padre. Estuvimos en el ejército, en la escuela, en las reuniones familiares. Aunque parezca algo sencillo y fácil, no lo es. Pero la decisión ya está tomada y he de afrontarlo con fiereza y determinación, de lo contrario me hará caer como a Ícaro. He de desligarme de todo lo que poseía en esta ciudad y olvidar los temores a que las dóminas pongan entre la espada y la pared a todos mis conocidos. No puedo convertirme en un héroe; ahora no. Quizá... Quizá más adelante pueda regresar y arreglar las cosas, o tal vez no.

Conforme avanzan mis pasos, más siento la necesidad de ver a Agatocles, darle un abrazo y refugiarme en su cascarón de madera en las embravecidas aguas del mar. Pasamos la "seguridad" de mi hermano sin problemas. Casi puedo respirar el alivio, sentir mi libertad con los dedos cuando, de repente, aparece Scylas. Sin dudarlo un segundo, extiendo el brazo frente a Lucetia refugiándola tras de mí. No tenemos tiempo para charlas, y mi mirada lo deja bien claro. Quizá las armas no las muestre, pero dudo que necesite mostrarlas para saber que es peligroso. Tal vez no quiera nada, sólo hablar. Pero también puede estar ganando tiempo para algo. Lo que sea.

Le dirijo una mirada de precaución a Lucetia.

"Ambos apreciamos lo que hiciste. Pero no tenemos tiempo para esto, Scylas. Quizá otro día."

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26/08/2012, 14:12
Scylas

"¡Por Hércules*, Casio, no seas ridículo!" estalla, dando un paso adelante y causando con ello que vuestros defensores echen mano a sus armas, sin que lleguen a sacarlas, aunque a él no parece importarle; es la primera vez que le oyes alzar la voz. "¿A dónde iréis, eh? ¿Piensas que existe alguna parte del mundo donde esas mujeres no puedan meter sus tentácuos? ¿Y qué harás si se os presenta otra de esas venatrices? ¿Ahuyentarla a base de retórica? No me hagas reír. ¡Si ya ni siquiera puedes utilizar tu influencia para protegerla!" grita, señalando a tu hija. "Tú solo conseguirás ponerla en peligro, a ella y a toda persona con la que viajes. También te buscan a ti, y te aseguro que acabarán encontrándote. Deja que se venga conmigo, nosotros la mantendremos oculta, la protegeremos. Sabes que es lo mejor."

Notas de juego

* Romanos y griegos solían jurar por Hércules, mientras que las mujeres juraban por Cástor.

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26/08/2012, 14:13
Lucetia / Titiana

"¡Yo no iré a ningún sitio sin él!" le interrumpe Lucetia en uno de sus arrebatos dirigiéndole una furibunda mirada, aún agarrada a ti.

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26/08/2012, 14:14
Scylas

Scylas se sorprende de su reacción; tanto es así que relaja su tono al hablar, volviendo al habitual.

"Está bien. Él puede venir con nosotros. ¿Qué me dices, Casio? Los bellatores* tenemos muchos más recursos de los que nunca tendrá quienquiera que te esté esperando en Ostia. Nosotros os protegeremos, os ocultaremos bien de las dóminas. No tendrás que verte en la obligación de arriesgar la vida de tus amigos y tus seres queridos."

Entonces guarda silencio, esperando que calen en ti sus palabras. Sabes que por una parte tiene razón, pero por otra también sabes que su congregación tiene un interés especial en Lucetia, como lo tenían las dóminas. ¿Sacrificarías vuestra libertad a cambio del respaldo de los poderosos miembros de un culto que no te es ajeno? ¿Dejarías que Lucetia volviera al seno de una congregación a cambio de que Agatocles no corra peligro? Y lo más importante, ¿tienes elección si es cierto, tal como afirma Scylas, que las dóminas acabarán encontrándote por mucho que te escondas? Tu hija te mira, transmitiéndote una confianza plena; ella hará lo que tú digas.

Notas de juego

* Según te contó Vulso, así se denominan los teúrgos del culto a Minerva.

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26/08/2012, 16:36
Quinto Casio Dánico

No dudo de mis prioridades, y bastante he visto ya de esta gente como para saber lo que me conviene y lo que no. Aun arriesgándome a provocar un enfrentamiento en medio de la calle, me decanto por la opción que a mí me parece más segura.

"¿Para qué? ¿Para utilizarla como se os antoje como hicieron ellas? ¿Tanto la quieres y te importa? ¿Sabes quién soy yo? Soy SU padre, y me da igual lo que tenga que perder por protegerla y a quién se lleven de por medio. Pero no pienso volver a ponerla en manos de un culto así tengan que pasar por encima de mi cadáver." gruño igual que un perro rabioso mostrando los dientes, pero cauto y sin alzar demasiado la voz. No quiero que nos detecten estando tan cerca del barco.

Si hay una persona en el mundo de quien me fíe es de Agatocles, y nadie más. Él no me traicionaría y pelearía por lo que yo lucho del mismo modo en que lo haría con él. Así funcionaban las cosas siempre, y así seguirán funcionando. No sé qué quiere esta gente, aunque puedo hacerme una idea. Sin embargo, sé que mi camarada, incluso aunque yo muera, seguirá cuidando de Lucetia hasta el final.

"No malgastes tu saliva en intentar convencerme porque no hay nada en este mundo qe puedas ofrecerme para hacerme cambiar de opinión. Así que lárgate"

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26/08/2012, 22:14
Scylas

Scylas te mira con esa típica sonrisa suya. No se ha sorprendido cuando le has revelado el parentesco que te une a Lucetia; seguro que, de alguna manera, ya lo sabía.

"Lo lamentaréis" se limita a decir, y luego se echa a un lado y os deja continuar.

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26/08/2012, 22:15
Lucetia / Titiana

Antes de que os marchéis, Lucetia se separa de ti un momento y se acerca a él.

"Tú lo sabías todo" le dice, con rabia contenida. "Creía que eras nuestro amigo, y por eso confié en ti. Pero tú presentiste la muerte de mi madre y no hiciste nada por evitarlo; solo intentaste aprovechar la ocasión para atraerme a tu culto. Por eso le robaste a Crispia el recuerdo de aquella cueva. Vulso me lo dijo. Las dóminas son terribles, pero nunca me han escondido lo que son y lo que quieren; mi madre y yo las traicionamos, y por eso ahora me persiguen. Pero tú... tú has traicionado a todo el mundo, incluso a aquellos que confiaban en ti, por tal de conseguir lo que querías. Eres mucho peor que ellas."

Scylas no se inmuta; solo se queda allí de pie, aguantándole la mirada a Lucetia, hasta que al fin reanudáis la marcha. A pesar de su juventud, tu hija se ha portado como toda una mujer. Y no puedes evitar enorgullecerte por ello.

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26/08/2012, 22:16
Iniciador

El puerto de Ostia está tan ajetreado como siempre. Decenas de barcos amarrados en el muelle esperan zarpar, mientras se cargan y se descargan gran cantidad de mercancías de ellos y se almacenan en unos edificios destinados a ello, o bien se disponen en carros y carretas para su transporte a Roma.

Entre todas las naves, no te cuesta localizar la de Agatocles, con su peculiar espolón con forma de tridente, que usó en las pocas incursiones que hizo, cuando acababa de comprarse el barco; seguramente no saqueó más que dos o tres barcos antes de reunir el suficiente dinero como para incrementar su tripulación y poder dedicarse al transporte de mercancías. Él nunca te lo ha reconocido abiertamente, pero, ¿quién puede juzgarle? La mayoría, por no decir todos los políticos que conoces han hecho cosas incluso peores por mucho menos; tú mismo tuviste que deshacerte de los enemigos de Silio para que este te tomara en consideración y te nombrara cuestor. Por desgracia, para medrar en esta vida hay que aplastar a los demás; ni tú ni él habéis decidido que las cosas funcionen así, pero si de eso trata el juego, ambos sabéis cómo jugar.

Cuando llegáis al barco, temes haberte equivocado, ya que no conoces a ninguno de los marineros que andan trajinando por cubierta y descargando mercancías. Cuando le preguntas a uno de ellos por el capitán, te indica que se encuentra en su camarote, y se ofrece para acompañarte.

Viendo que todo te parece extraño, tu hija no se separa de ti, y los hombres que os protegen os acompañan. Después de todo lo que te ha ocurrido, no sería descabellado pensar que se te hayan adelantado, quitando de en medio a Agatocles. Pero cuando, tras ser avisado por el marino, lo ves subiendo las escaleras hacia cubierta, tus miedos se disipan: es él, por fin, tu amigo Agatocles.

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26/08/2012, 22:17
Agatocles el maltés

Agatocles tiene cara de no haber dormido en toda la noche; se le nota algo molesto y despistado, y cuando os mira, ni siquiera se da cuenta de quién eres.

"¿Qué queréis?" os pregunta casi sin voz y apestando a licor. Sabes que le cuesta dormir, y para remediarlo se emborracha. Con la resaca que debe tener ahora mismo y la luz del día hiriendo sus ojos azules, es normal que no te haya reconocido; máxime cuando vas vestido de una manera que él nunca esperaría. Pero en cuanto se fija en ti, reacciona. "¡Por las barbas de Neptuno! ¿Eres tú, Casio? Pero, ¿qué es esto? ¿Acaso han adelantado las Saturnalia*? ¡Ven acá, cabrón!"

Y entonces te estruja entre sus musculosos brazos. Estás acostumbrado a su tosquedad, e incluso te gusta esa desenfadada familiaridad; la cual detestarías en cualquier otra persona. Pero Agatocles es especial: se sorprende de verte vestido como un esclavo, pero no tanto como para no darte un abrazo antes de que puedas darle una explicación.

Notas de juego

* Las Saturnalia son unas fiestas que se celebraban en diciembre, y según dicen de ellas viene nuestro carnaval; durante estas fiestas, por un día, los papeles se intercambiaban, y los esclavos daban órdenes a sus señores.

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27/08/2012, 22:08
Quinto Casio Dánico

Testaruda y con carácter, aunque no tanto como yo, creo. No puedo evitar una sonrisa complaciente al comprobar que comparte gran parte de mis opiniones respecto a lo que a Scylas y los cultos se refiere. Es madura y lista para su edad, aunque de eso ya me había percatado. Ella no impide que se aleje y yo tampoco, de modo que emprendemos la búsqueda de Agatocles y nuestra seguridad antes de que un nuevo altercado nos lo impida. Me siento más ansioso que antes, y divisar el tridente que identifica el barco de mi camarada resulta no ser tan aliviador como esperaba. Mi única mano se pasa por el hombro de Lucetia. La atraigo hacia mí en un acto protector mientras pasamos entre los hombres desconocidos. Nueva tripulación. No sé si eso es bueno o malo, pero sea como fuere es con lo que debemos lidiar.

Los instantes antes de ver a Agatocles se vuelven un infierno y, a pesar de su estupefacción momentánea su abrazo resulta el más reconfortante de todos. Por fin a salvo, en compañía de fiar. Casi me entran ganas de llorar, de soltar de golpe toda la angustia que me ha acosado estos días: la preocupación, la incertidumbre, el miedo... Pero logro serenarme, separarme y sonreír, llenando mi rostro de arrugas por la edad.

"No te haces una idea de lo que me alegro de verte, amigo" balbuceo de forma bastante estúpida. No había pensado que el reencuetro sería así, pero útlimamente nada es como planeo. "Tengo mucho que contarte, y poco tiempo."

Tras asegurarme de la privacidad de nuestra conversación, le hago un gesto a Lucetia para que se acerque. Mi rostro muestra una sonrisa serena y tranquila, algo inusitado en mí tras los últimos sucesos.

"Agatocles, quiero presentarte a alguien muy importante para mí. Se llama Lucetia* y... Bueno, es mi hija."

Dejo que las palabras caigan con el peso que se merecen: la estupefacción. No sé si en un primer momento se lo tomará como una broma, o quizá de forma reacia. Tal vez piense que le he mentido todos estos años, pero considero que este asunto ha de tratarse poco a poco y con delicadeza, y soltar demasiada información de golpe no sería bueno. Además, he matizado lo importante que es para mí; creo que él sabrá entenderlo. Puede que haya secretos entre nosotros. Todo el mundo tiene secretos, pero no de este tipo. Eso, desde luego, habría sido una traición total.

Por otra parte me pregunto qué pensará Lucetia, qué opinión estará cruzando por sus pupilas al ver por pirmera vez a este desconocido del que tanto le he hablado y que posee mi total y absoluta confianza. ¿Le creerá digno de ella? ¿Será capaz de confiar en él tanto como lo hago yo? No le queda otra, es casi una obligación pero... en el fondo anhelo que ambos lleguen a comprender y compartir el profundo afecto que siento por ellos.

Notas de juego

Imagino que habré hablado con ella para saber cómo quiere llamarse. Si prefiere Lucetia o Titiana. Lo que ella prefiera, de modo que si prefiere Titiana, la presentaré así.

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29/08/2012, 12:57
Agatocles el maltés

Agatocles se queda con la boca abierta, mirando a Lucetia como si tus palabras hubieran arrojado sobre ella un poderoso haz de luz y la viera ahora por primera vez.

"Eso sí que es una sorpresa, amigo" reacciona por fin. "Es una muchachita muy guapa. Pero si es tu hija, me temo que será tan cabezota como tú."

Lucetia sonríe. Parece que Agatocles le ha caído bien. Temías que le desagradara su rudeza, pero en realidad, aunque hubiera sido así, a la larga, es un detalle que carece de importancia cuando los corazones son puros; tanto Lucetia como Agatocles son buenas personas, y siendo tú su punto de unión, sabes que, si algún día faltaras, llegarían a confiar el uno en el otro.

Los hombres que os han acompañado se despiden, diciendo que aún tienen trabajo que hacer, ya que deben cargar el carro y volver a Roma par no levantar sospechas. El propio Agatocles, tras enterarse a grandes rasgos de por qué os han escoltado, les ofrece unas cuantas tinajas de las que está descargando para que puedan ahorrarse el dinero que debían emplear en comprar la mercancía que deben llevar de regreso, ya que esta es indiferente.

"Pasad a mi camarote; tenemos que contarnos muchas cosas" os dice Agatocles, una vez que los hombres se han marchado, y baja por las escaleras detrás de ti y de Lucetia, echándote el brazo por encima.

Notas de juego

Reservaba la cuestión del nombre para el último mensaje ;)