Partida Rol por web

Como en muchas otras ocasiones, Amaris había cruzado el largo puente cubierto en dirección al Círculo de Piedra, pero en esta oportunidad no era su intención detener su paseo en aquel lugar para apreciar la despojada belleza del reloj de sol. No. Amaris tenía en mente otro destino. 

Después de una breve y singular conversación con el excéntrico profesor Kettleburn (otro antiguo integrante de Ravenclaw),  Amaris decidió que era hora de visitar al guardián de las llaves y terrenos del colegio: Rubeus Hagrid. 

La pequeña bruja ya había conocido al enorme y afable guardabosques el mismo día de su ingreso a Hogwarts, pero no lo había vuelto a ver desde entonces. Tiempo después había escuchado muchas cosas sobre él, muchas buenas y otras... inquietantes. Como fuera, aquello no iba a detener a Amaris.

La niña se arrebujó en su abrigo y exhaló una bocanada de aire que flotó frente a sus ojos como una nubecilla. Hacía frío. Y aquel frío le recordó que muy pronto regresaría con sus padres para Navidad. 

Amaris apretó los labios. Aún estaba algo enfadada con ellos. Sacudió la cabeza como si con aquel sencillo gesto pudiera auyentar sus preocupaciones y apretó el paso rumbo a la cabaña.

Aún le restaba un buen trecho...

Estaba sentado mirando al infinito. Había, incluso, dejado el libro que estaba leyendo y miraba hacia los lejanos árboles donde, había escuchado, estaba, vivía, el mítico gigante de Hogwarts. Pero la verdad es que no era capaz de pensar siquiera en eso. El regalo de sus padres era, era... Sonrió. Estaban orgullosos de él. Debía ser eso. Pero había nerviosismo en su sonrisa. Dudas.

Y no era para menos, aun cuando Jonh no se diera cuenta de hasta qué punto el regalo era no solo un premio sino también una forma de compensar muchas deficiencias en la educación del niño, pero claro...

Y fue entonces cuando vio como Amaris avanzaba cruzando el puente de piedra, en dirección al Círculo de Piedra.

- ¡Hola Amaris!- le saludó de un grito- ¿Dónde vas?

Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que, cuando el pequeño Hufflepuff la saludó con un grito, Amaris dio un respingo y miró en todas las direcciones como a la espera de algún nuevo desastre. ¡Por las barbas de Merlín!, ¿y ahora qué?, pensó. Entonces vio a Jonh...

—Ah... ¡Hola! —respondió y alzó la mano. —Voy hacia allá. —señaló en dirección al Bosque Prohibido. —A ver a Rubeus Hagrid, el guardián. ¿Y tú?

Jonh enarcó una ceja.

- ¿No estaba prohibido ir al Bosque Prohibido?-  preguntó para, acto seguido, mirar hacia el bosque con algo parecido a anhelo en la mirada y guardar silencio unos segundos- ¿Conoces a Hagrid? ¿crees que nos podría enseñar a algún ser mágico?

Amaris frunció el ceño y, tras una brevísima pausa, respondió:

—Ehm, sí, creo que sí... Está prohibido. Pero yo no me dirijo al bosque, sino hacia la cabaña del guardián que está a la vera del bosque, y no dentro del mismo bosque —explicó. —Conozco a Hagrid igual que tú, ¿no lo recuerdas de cuando llegamos? Era el hombretón enorme que nos escoltó a los estudiantes del primer año en los botes hasta el castillo. 

Tras tantas preguntas que no podía responder, la pequeña bruja se impacientó un poco:

—Es el guardabosque, seguro que puede mostrarnos algunas criaturas mágicas, pero si quiere hacerlo o no... solo lo averiguaremos golpeando a su puerta. ¿Quieres venir o no? —inquirió Amaris, y echó a andar ladera arriba.

La verdad es que no tenía muy claro eso que la cabaña de Hagrid sí estuviera permitida. Jonh guardó un instante de silencio mientras reflexionaba. Para ser completamente sinceros, se había explicado mal. Por conocer se refería a algo más intenso que haberlo visto solo una vez y...

Pero mientras pensaba Amaris ya se había puesto en marcha. No sabía muy bien lo que hacer con lo que, finalmente, se impusieron, frente a su deseo de obedecer las órdenes y de no ser expulsado, dos motivaciones: ver seres míticos y evitar que le pudiera pasar algo malo a su compañera.

Rezongó entre dientes algo indistinguible y acompañó a Amaris.

- Voy, voy. A mi también me apetece verlo.

Amaris avanzaba tan rápido que casi parecía correr. (¿Apremiada ante el hecho de estar haciendo algo prohibido? ¿Estaba prohibido en realidad? ¿O solo corría impulsada por su propio deseo?) Fuera cual fuera la razón, la niña no se detuvo hasta tener frente a sus ojos la cabaña y el bonito huerto de calabazas (no tan bonito sin sus gigantescas calabazas). Pero  desde allí no podía observar el jardín donde, decían, crecían un montón de cosas extrañas, como los arbustos de semillas de fuego. También había de aquellas plantas en uno de los invernaderos de herbología, pero la profesora Sprout aún no les permitía acceder a ellos. ¿Y cómo iba Amaris a estudiar el antídoto para venenos poco comunes si no conocía los ingredientes? 

Miró en derredor y no halló rastro alguno del guardián, así que decidió continuar avanzando hasta la cabaña, aunque sin el envión inicial. 

Volteó la mirada hacia Jonh y le susurró:

—Avanza con cuidado y con los ojos y oídos muy abiertos, no sabemos que nos espera allí — y se acercó a la cabaña.

Prohibido o no, Amaris empezaba a comportarse como si lo fuera... o como si temiera que algo les saltara encima. 

Y así fue.

—¡Por las barbas de...! 

Ya junto a la cabaña, Amaris tropezó y cayó al suelo abrumada por el peso de dos enormes patas que se apoyaron sobre sus hombros seguido de los lambetazos y las babas de un enorme perro.

—¡Fang, detente perro tonto! —atronó una voz a lo lejos.

Jonh miraba a todos lados. Constantemente. Tanto que, en un primer momento hubiera parecido, por el número e intensidad de las miradas, que estaba asustado. Sin embargo bastaba mirarlo un poco más de tiempo para darse cuenta que no era miedo lo que le hacía observar cada rama, vigilar cada trozo de hierba, escudriñar cada sombra.

No, no era el miedo lo que movía sus ojos, casi frenéticamente, cuando la más leve pisada se adivinaba en esa mañana invernal. Era la ansiedad del descubrimiento, de la revelación. Cual si fuera un niño tras el mayor regalo de golosinas de la tierra. Tras un tesoro de onzas de chocolate.

Ver. Ver a alguno de esos seres, a algunos. A todos. A los que fuera.

Y es que si bien Jonh era un niño de familia mágica sus padres siempre habían sido muy... funcionarios en su relación con la magia, con el misterio. Y era en esas historias sobre seres mágicos, sobre razas distintas, en donde el niño había volcado toda la imaginación y efervescencia de una infancia en la que los libros habían sido, tantas veces, su mejor y única compañía.

Y fue entonces cuando escuchó el ruido, y se movió a tiempo como para ver como Amaris caía al suelo, casi sepultada no por el peso sino por las babas de aquel maravilloso animal.

- ¡Es un perro jabalinero! ¡no te asustes! Debe ser el de Hagrid-  dijo mientras se acercaba a ambos y empezaba a acariciar el lomo del animal con mucha fuerza puesto que sabía que, si no, ni se iba a enterar. Fue entonces cuando escuchó el vozarrón de Hagrid lo que le hizo sonreír aun más- Fang, ¿te llamas Fang entonces? ¡Vaya nombre más genial eh?

Y mientras tanto ofrecía la otra mano a Amaris para ayudarla a incorporarse.

—Sí, sí, muy genial, ¡pero es un perro sin modales! —protestó Amaris.

Entretanto la pequeña bruja se deshacía de aquellas superlativas muestras de amistad y se aferraba a la mano de Jonh para usarla como punto de apoyo para incorporarse. 

Por suerte para ella, aquel enorme perro se dedicó a retribuir las caricias del pequeño Hufflepuff "limpiando" su cara a base de lengüeteadas y babas, dejando así que la niña adecentara su túnica después de aquel tropiezo. Y al escuchar el vozarrón del guardián, lejos de amedrentarse, se encaminó directo a él y le increpó:

—¿Pero qué modales son esos? ¡Como guardián de las llaves y los terrenos de Hogwarts deberías educar a ese perro! ¡No sabe distinguir entre alumnos e intrusos! —reclamó, agitando el dedo índice por todo lo alto como si fuera una varita.

Con el ceño fruncido, el semigigante de Hogwarts bajó la vista hacia la niña y la observó detenidamente, tras una larga pausa, se echó a reír con sonoras carcajadas que parecían hacer eco en el Bosque Prohibido, y tanta era su risa que le saltaban las lágrimas. 

Y mientras así se reía, Hagrid volteó la mirada hacia Jonh y, señalando a la niña, estalló en más carcajadas.

Amaris, entre desconcertada y enfadada, miró a Jonh. ¿Acaso él sabía de qué se reía el semigigante?

Jueves interacción

Eduardo y yo fuimos a ver a Hagrid para preguntarle sobre los Murtlaps. Yo nunca había venido antes, pero durante todo el año había oído como aquél gigantón que nos llevó a Hogwarts era el guardián de llaves y de los bosques de hogwarts. Además que se rumoreaba que tenía mascotas, como los perros que nos atacaron una vez, y que entendía de criaturas.

Cuando llegamos a su cabaña... era mucho más pequeña de lo que imaginaba. 

-¿Ese hombre tan grande vive aquí? ¿Tiene otra casa más grande en el bosque? - le sususrré a Eduardo. quizás eso fuera sólo una casa de las herramientas.

Tras dudar un poco me acerqué para llamar a la puerta. Toc Toc Toc. - Hola buenas tardes! Señor Hagrid?, se encuentra usted en casa? Somos dos alumnos de primero y queríamos preguntarle algo! - y esperé.

Semana 8, Jueves, mañana, interacción

En un momento de descanso, Murphy le recordó que habían quedado para visitar a Hagrid a su morada para que le enseñaran no se qué de los murtlaps a cambio de la bebida de Neville. Eduardo todavía guardaba el frasquito en su bolsillo de la túnica. Estaba bien cerrado y con el nombre bien etiquetado para que no se confundiera con otro. Era un frasco especial y lo guardaba con mucho cuidado.

—Creo que es la caseta de Fang o creo que es el cuarto de baño de los terrenos —Eduardo hizo el gesto de que olía rancio por aquél lugar. Al lado tenía un huerto recién abonado—. Me pregunto por qué es fan de las calabazas gigantes.

Tras la puerta, Eduardo escuchó el crepitar de las ascuas que sonaban como si estuvieran cociendo algo a fuego muy lento durante mucho tiempo. Se preguntó qué sería. Creía que el guardabosques no tenía permitida la magia.

—¿Crees que se estará haciendo el aperitivo? En la mesa del comedor siempre le veo terminar él solo con toda la bandeja de patatas asadas. ¡Su estómago no tiene fondo!

La puerta se abre, el guardabosques se sorprende al veros allí

-No esperaba visitas, por favor, pasad -os comenta haciéndose a un lado para que podáis entrar

Al entrar veis que el lugar es bastante más grande de lo que parece en el exterior, la chimenea está encendida y el crepitar que se escuchaba desde el exterior son los troncos de la chimenea, encima de estos, hay un caldero, pero no hay una poción cociéndose a fuego medio, sino lo que parece una olla, ¡Hagrid usa los calderos como ollas!

-¿En qué puedo ayudaros? No me digáis que el señor Willstone ha vuelto a perderse en el Bosque Prohibido

Nos abrió la puerta y Hagrid todavía me pareció más enorme, ahí, comparado con su caseta. -Eh? ah, no... no... William está bien.  - Parecía más grande el interior que el exterior. Se estaba bien calentito y estaba haciendo una poción... o eso creía hasta que me di cuenta que era comida. Abrí los ojos como platos al darme cuenta. Aunque claro, quizás tenía sentido... con el tamaño de Hagrid.

-En realidad... queríamos preguntarle sobre los Murtlaps. La enfermera Pomfrey nos ha dicho que su esencia se usa con fines curativos... - lo de "esencia" no acababa de entenderlo - ¿Cómo funciona eso, bastaría con unos pelos suyos? ¿Sabe si hay Murtlaps entorno a Hogwarts? oímos que a usted se le dan bien las criaturas del bosque... por eso pensamos que venir a preguntarle sería una buena idea.

Al entrar, lo que se estaba cociendo en la chimenea dejaba un rico olor a cocina. Aunque fuese un caldero como los que había en la clase de pociones, no podía ser una poción. El olfato no engaña. Las pociones solían oler a rancio, ácido, apestoso o sin olor, a menos que se usara complementos.

—¡Qué rico! ¿Qué estás cocinando? ¿El tentempie?

Murphy le habló sobre los murtlaps con mucho entusiasmo y Eduardo recordó lo que traía en el bolsillo.

—¡Ah sí! Traje este frasquito como regalo, es una bebida como de chuche que a mí no me gusta. De honeydukes. Como ya veo que tu tienes la comida hecha, puedo dárselo a Murphy, no habría ningún problema.

Eduardo sonrió con unas mejillas que hacían hoyuelos.

-Los tentáculos del murtlap sirven para hacer una poción llamada esencia de murtlap, que efectivamente son buenos para los cortes. Aunque no conviene usarlo muy a menudo, ya que hacen crecer pelos en las orejas de color púrpura. Hay algunos murtlap por Hogwarts, si se busca es posible encontrarlos

Hagrid se acercó a remover el caldero

-¿Queréis un poco de sopa? Está deliciosa, no tan buena como las que sirven en Hogwarts, pero está buena -dice Hagrid, cuando Eduardo le dice lo del frasco Hagrid niega con la cabeza-. Estoy intentando adelgazar un poco, dáselo a Murphy

Eduardo se asomó al caldero que tenía en el fuego y de repente se sintió con el estómago lleno.

—No, muchas gracias. Esperaré a la comida que sino luego no me entrará nada. Será mejor si buscamos el murtlap por Hogwarts. ¿No, Murphy? —al preguntarle, le entregó la bebida porque Hagrid no la quería.

Eduardo siguió con su sonrisa hasta salir por la puerta del guardabusques.

—¡Muchas gracias, Hagrid! ¡Hasta otra!

-Oh! - dije contento cando dijo que eran buenos para los cortes y que sólo hacia falta usar sus tentáculos. - Oh... - solté menos animado cuando dijo que hacían crecer pelos en las orejas de color púrpura. Pero me volví animar cuando dijo que algunos rondaban por Hogwarts. - ¿Algún sitio en particular por donde  creas que podamos empezar a buscarlos? - le pregunté mientras removía el caldero. - Me gustaría poder encontrar un remedio eficaz y sencillo para superar los estragos de las clases de DCAO... casi siempre acabamos hechos polvo. Me sabe mal cada vez que uno de mis amigos acaba en la enfermería... o yo... - Me acercaba asomándome al caldero-olla que estaba removiendo. Era sopa. Y nos la estaba ofreciendo. De paso, Eduardo me dio su frasquito antes de alejarse a toda pastilla por la puerta.

Pero no quería irme aún. - Mhm... de qué es la sopa? - intentaba olerla, no olía mal... y nos la estaba ofreciendo...

-Es sopa de calabaza -dice Hagrid aunque el color de la sopa es más verdosa que anaranjada, su olor no es que sea muy apetecible-. No hay un lugar exacto por donde debas buscarlo, suelen corretear mucho, pero sin duda por los terrenos de Hogwarts, pocas veces van donde hay personas