Partida Rol por web

Highland, 14:00 horas. Un día después del brote

Randall despierta sudoroso y sobresaltado a causa de alguna pesadilla que no logra recordar. En cuanto nota el cuero del asiento de copiloto del Humvee, se relaja. Entonces, su primer pensamiento consciente es de carácter paternal: dirige la mirada al asiento trasero, donde Emily continúa sentada en la misma posición desde que salieron de la base de DynCorp, apoyada en la ventanilla y con los ojos abiertos. Juraría que la niña no ha dormido un minuto en todo el trayecto.

El joven mira ahora a la zona del cuentakilómetros, que marca  15 millas por hora. Un Holloback somnoliento y ojeroso agarra el volante con fuerza, como si temiese que en algún momento se le fuese a escapar de las manos. Por fin, aparece el dichoso cartel de "Highland, a 1 milla".

Mientras Waterhouse dormía, el exmilitar ha conducido los 50 kilómetros que les separaban de su destino. Lo que se suponía que debía ser un viaje de un par de horas, le ha llevado más de 10. Ha tenido que darse la vuelta varias veces en los puntos en los que las carreteras estaban bloqueadas por cientos coches abandonados, para tomar carreteras secundarias y comarcales. También ha esquivado dos grandes oleadas de zombies al pasar por los suburbios de dos poblaciones importantes, recurriendo a pistas de montaña más pensadas para tractores que para automóviles. Lo que más sorprende al mercenario, es que apenas se ha cruzado con dos docenas de automóviles en esas 15 largas horas. O todo el mundo ha obedecido a pies juntillas el mensaje del Gobierno de quedarse en casa, o la población no infectada está cerca de extinguirse. En cualquier caso, la cosa está infinítamente peor de lo que quiere hacer ver el Gobierno. 

Justo a la entrada de la localidad, pero fuera del desierto casco urbano, Holloback ve una gasolinera pequeña, de pueblo. Es un edificio de menos de 100 metros cuadrados donde con toda probabilidad habrá una tienda de carretera. Justo al lado, debajo de una precaria tejavana de plástico, descansan dos surtidores. Una de las mangueras está tirada de cualquier forma en el suelo, y parece haber soltado decenas de litros de combustible en una camioneta roja, estilo ranchera, antes de caerse al suelo. El vehículo, un Chevrolet anticuado de los 60, tiene los intermitentes dados y las cuatro puertas abiertas, pero no parece haber nadie en su interior.

Tras analizar el escenario, Holloback echa una ojeada rápida al indicador del depósito. El puñetero Humvee traga carburante a espuertas. Debido a las vueltas que se ha visto obligado a dar, el vehículo ya marca la reserva y apenas le resta combustible para recorrer 30 o 40 kilómetros. ¿Pararía ahí, o sería mejor buscar una casa segura y solitaria, alejada de todo?

Hay que mirar en esa gasolinera. Entrar con el humvee y quedarnos sin combustible no es una opcion- además, si encontraban algo de comer vendría de lujo. Llevaban bastante tiempo sin pegar bocado a nada sólido. Lo de las provisiones era un elemento qie también deberían solucionar.

Supongo que sí - Holloback mira con disgusto el indicador de combustible del Humvee, como si esperase que la aguja subiera de pronto - Pero más nos vale hacerlo rápido.

El exmilitar detiene suavemente el coche al lado de la gasolinera, se baja y, por primera vez en horas, estira todo su cuerpo. La verdad es que lo necesitaba. Parar, dejar de mirar la carretera. Coge el fusil de asalto, se lo cuelga del hombro y cierra la puerta del vehículo. Se agacha para estar a la altura de la ventanilla, mira a Randall y le dice:

Coge tu bate, o lo que quiera que lleves ahora, y vamos - echa una ojeada al asiento trasero y, con una mueca burlona, añade -  Y no te preocupes por la dichosa niña. A menos que los infectados de esta zona puedan masticar placas blindadas y cristal a prueba de balas, creo que sobrevivirá dentro del Humvee.

Holloback se alza de nuevo y examina la gasolinera. ¿Sería mucho pedir que no hubiera nadie... nada?

Creo que lo primero es comprobar si aún queda combustible en el tanque de la gasolinera - comenta - Y llenar el depósito de esta bestia. Después, la comida.

Cuidado con qué gasolina le echas, chaval - le dice Holloback a Randall con una sonrisilla - Esto no es la camioneta desvencijada de tu padre, tenlo en cuenta.

Dicho esto, el mercenario se da la vuelta, rifle al hombro, y se dirige hacia la tienda de la gasolinera.

En la parte exterior de la tienda hay varios carteles de propaganda metálicos y rectangulares. En ellos, se pueden leer distintos mensajes, como "Hay prensa", "Pan diario" y algunas ofertas de nulo atractivo. Algunos de los carteles están llenos de óxido y renegridos por la tierra y la porquería de los tubos de escape. Llevan ahí una eternidad. "Una gasolinera propia de paletos, piensa Holloback" mientras se aleja del vehículo.

Da unos pasos más y se sitúa frente a la entrada de la tienda, que es una cristalera mugrienta y con chorretes de polvo y arena que los dueños no se han molestado en limpiar durante varias semanas, como mínimo.

La puerta, también de cristal, está abierta de par en par, y sujeta con un taco de madera para evitar que se cierre. A través de la misma, el mercenario puede ver con facilidad cuatro pasillos a la derecha de la entrada, y el mostrador y la caja registradora a la izquierda, casi en contacto con la puerta.

Dirige su mirada de nuevo a los pasillos, que solo cuentan con la luz del exterior. Un vistazo rápido le permite comprobar que en efecto, ahí están los comestibles -bollería y productos típicos de la zona-. De repente, cae en la cuenta de que hay un bulto sospechoso en el pasillo central. Da unos pasos sigilosos más hacia la entrada, y comprueba que se trata de un cuerpo tendido en el suelo, sobre el que apenas se puede ver nada desde fuera, ya que la cabeza apunta en la dirección contraria a la entrada.

Randall toma el surtidor que se encuentra en el suelo, al lado de la camioneta abandonada. La arrastra hacia el Humvee, aprieta el gatillo y... mierda, está seca. Ni una gota. Se acerca inmediatamente al otro surtidor. Nada, tampoco sale combustible. Por un momento, piensa que podría haberse agotado, pero eso es imposible. Cree recordar que en la gasolinera que frecuentaba su padre, un autoservicio, el empleado tenía que pulsar un botón de seguridad en la entrada para autorizar la salida de combustible, y evitar robos. Justo cuando Randall se gira para avisar a Tom de que necesitan accionar algún mecanismo dentro de la tienda, se ve atraído por un destello metálico que procede del asiento de la camioneta. ¡¡Son dos latas de gasolina!! 20 litros en total, lo suficiente para recorrer una buena cantidad de kilómetros.

Genial... - susurra Holloback al fijarse en el bulto. El exmilitar, cuyo estómago lleva también varias horas protestando, ya se estaba haciendo ilusiones de que esto tal vez podría ser entrar, coger la comida y salir. Pero ese dichoso cuerpo le devuelve al mundo real.

Me pregunto de qué irá esta película... - piensa, sin dejar de mirar el cuerpo - ... ¿una tragedia o una de acción?

En otras palabras: ¿es un cadáver u otro infectado con ganas de hincarle el diente?

Holloback se lleva una mano al cinturón, buscando el cuchillo, pero... nada. Claro, lo tiene el niñato universitario. El hombre aprieta los dientes, irritado. Seguramente es mejor evitar los tiroteos, pero ni por todo el oro del mundo se quiere meter ahí con sus manos como única arma.

Así que el mercenario, que no se ha movido ni un milímetro desde que ha visto el cuerpo, mira alrededor en busca de inspiración.

Tom mira a su alrededor, pero no hay nada que utilizar como arma que ofrezca un mínimo de seguridad en un enfrentamiento con un zombie. Tiene que conformarse con sus armas de fuego (llegado el caso, podía emplear la culata del fusil de asalto... como en Vietnam), o pedir el cuchillo al joven.

Nada de nada... bueno, habrá que hacerlo a la antigua usanza - piensa, mientras acaricia la culata de su rifle de asalto. Le trae no pocos recuerdos... no todos ellos buenos, pero...

Sacude la cabeza y vuelve a lo que tiene enfrente. Actuando con decisión, pero también con cuidado, evitando tocar nada y caminando sigilosamente -el entrenamiento ayuda-, Holloback consigue situarse junto al cuerpo sin haber hecho ningún ruido.

Tom pasa la primera pierna a través de la entrada mirando a ambos lados constantemente, sintiéndose amenazado por la presencia del cuerpo. Además, su instinto le dice que está pasando algo por alto... Eso es, la puta alarma de la entrada. Mira hacia arriba y allí está, el clásico sensor de movimiento que despide una señal sonora para alertar al dependiente de que alguien entra en la tienda. Por suerte es un modelo muy básico y lo inutiliza con facilidad, tirando del cable.

También comprueba que detrás del mostrador donde descansa la caja registradora hay una portezuela bien camuflada, del mismo color crema que la pared. Desde fuera era fácil pasarla por alto. Posiblemente sea algún tipo de almacén.

Mientras la tripa le ruge fruto del nerviosismo y del hambre, Tom se aproxima al cuerpo. No es consciente, pero tiene las manos sudorosas, y los dedos blancos por la presión con la que está agarrando el arma. Consigue acercarse al cadáver sin generar ningún tipo de ruido. El cuerpo, que se encuentra tendido boca abajo, es el de un varón de unos 40 años muy musculoso, probablemente cerca de la vigorexia. Va vestido con ropa deportiva cómoda, de marcas conocidas. El pantalón presenta manchas marrones amarillentas en la parte de las nalgas (posiblemente el cuerpo haya expulsado las heces y el orín al morir).

Pero lo realmente significativo de este cadáver, es que lleva una máscara antigas de estilo militar. ¿Sería el típico zumbado con un bunker en su jardín, que se preparaba a diario para este tipo de eventualidades? Tom conoce bastantes casos de gente así. De hecho, sabe de un programa de tele sobre esos frikis que se preparan - ellos mismos y sus familias - para ataques nucleares, incendios, terremotos... . Al parecer, ese gilipollas pensaba que la infección se transmitía por aire.

Dos latas. Eso sería de ayuda, al menos lo suficiente para que el humvee pudiera entrar y salir de la ciudad en caso de problemas. Mira al vehículo y tras comprobar que Emily no se mueve de allí se dirige hacia la camioneta.

Ahora bien, se mueve hacia allí con cuidado y con los sentidos alerta. Al fin y al cabo que no hayan visto por la zona ningu caminante no significa que no los haya...

Tras la pequeña odisea que le lleva junto al cadáver del tipo musculoso -a Holloback le entra un escalofrío solo de pensar en una alarma sonando a toda potencia en esas circunstancias-, el veterano casi se siente decepcionado al comprobar que allí no hay ni infectado ni superviviente... Solo un payaso musculado demasiado idiota para mantenerse con vida.

- Gilipollas... - susurra al tiempo que le propina una suave (por no hacer ruido, no por compasión) patada en la cabeza. Por un momento se siente tentado de quitarle la máscara, pero pronto decide que, por si las moscas, ese tipo está mejor con la cara tapada. Sobre todo con los dientes tapados. Lo que sí hace Holloback, no sin antes darle una segunda patada sin ningún motivo concreto, es registrar sus bolsillos.

Randall se acerca a la camioneta sigilosamente, pero no hay ningún peligro. Está vacia, salvo por las dos latas de gasolina que se sitúan en el asiento trasero. El joven puede cogerlas y guardarlas, o volcar su contenido en el depósito del Humvee. Va pensando que hacer con ellas mientras las agarra y se encamina al blindado. Randall observa a Tom dentro de la tienda, a través de la cristalera. El exmilitar está mirando un bulto que hay en el suelo, parece un cuerpo. Tras observarlo unos segundos, Holloback da unas patadas al cuerpo para asegurarse de que está muerto.

Tom registra el cuerpo del hombre. Solo lleva una cartera vacía, en la que encuentra el documento de identidad y una placa de identificación de bombero con su foto. No tiene un solo centavo, probablemente le hayan robado, o quizás se dejó la cartera en el vehículo. En uno de los bolsillos del pantalón encuentra dos filtros de recambio para la máscara antigás (en ese modelo de máscara, algo desfasado por lo que Tom puede apreciar, los filtros deben ser sustituidos cada cierto tiempo para asegurar la protección frente a agentes contaminantes).

Holloback se hace con un par de bolsas de papel y las llena de comida (sanwiches envasados, bollería, cajas de galletas, embutido...) y bebida (agua y toda clase de refrescos), sin pararse a discriminar mucho entre lo que entra y lo que no. Algunas estanterías están bastante vacías, pero al parecer la tienda no ha sido objeto de un saqueo importante en las 24 horas anteriores.

Deja las bolsas al lado de la caja registradora, y se acerca a la curiosa puerta que se encuentra tras el mostrador. Está cerrada con llave. Mientras intenta girar la manilla sin éxito, ve a Randall fuera arrastrar dos latas de combustible de la camioneta vacía hacia el Humvee.

Randall escucha claramente varias motocicletas acercarse. Parecen de motocross o de trial, porque hacen un ruido muy característico. Con tan poco tráfico, es fácil percibir el sonido, que se sitúa más o menos a medio kilómetro. 

Randall apresura el paso hacia donde se encuentra el humvee. Va hacia la parte de atrás y abre el maletero para dejar los bidones. Ya rellenaría el depósito más tarde. Ahora las prioridades eran otras. Tom, sal rápido. Vamos a tener compañía en breves. - tras gritar a su "compañero" subió al humvee. Emily, tumbate en el asiento y no te muevas- le dijo a la niña mientras subía a la torreta d vehículo. No sabía si los que se acercaban tenían buenas intenciones o no, pero lo mejor era ser precavidos. Si eran gente decente cuanto más compañía mejor para sobrevivir. De lo contrario lo mejor era usar la "disuasión" para evitar conflictos. Y la torreta podia ser efectiva para ello.