Partida Rol por web

La descarga de proyectiles golpeó a los orcos con fuerza, como lo habría hecho el látigo de Gúlvanar, deshaciendo la formación defensiva que hasta aquellos instantes, de forma bastante sorprendente, se había mantenido firme. La lanza de Kurgan, a pesar de no alcanzar su objetivo, provocó que las bestias se desplazaran hacia la derecha, apiñándose unos contra otros. De aquella guisa los arqueros no podían fallar. Una tras otra las flechas fueron lacerando a sus enemigos con mayor o menor certeza. La saeta de Siyara atravesó limpiamente el cuello de un orco que cayó al suelo sujetándose la garganta con ambas manos. Las de Kemdrael y Ulgmar hirieron a otros dos brutos en la pierna y el brazo respectivamente.

Lo que inicialmente habían sido dos hileras defensivas, dignamente formadas, se convirtió en tan sólo unos segundos en un sálvese quien pueda que abrió enormes huecos en la hendidura de la muralla. Cada una de las criaturas se colocó como mejor pudo. Algunas levantaron sus armas para golpear, otras se afianzaron contra la carga, las menos simplemente huyeron.

El sonido de los cascos de los caballos acaparaba todo cuanto llegaba a sus oídos. La brisa, incrementada por la velocidad de la carga, les levantaba los cabellos y secaba el sudor de sus frentes casi en el mismo instante en el que se formaba. Los corazones bombeaban con fuerza. Aunque no se le podía llamar miedo, el nerviosismo del momento previo a la batalla les atenazaba los músculos y se enroscaba en su estómago como un dragón furioso tratando de escapar.

A mayor cercanía el humo comenzaba a provocar escozor en sus ojos y nublaba su visión. A ello se sumaba el movimiento delirante de la acometida, los reflejos del sol y el propio sudor. Así, no les resultaba sencillo percibir qué les esperaba más allá de la muralla, no obstante, pocos segundos antes del impacto identificaron sobre el suelo de hierba varios cuerpos humanos, los defensores. Igualmente tras ellos, entre los edificios, se movía un número superior de bestias que las que ahora les hacían frente.

Los orcos que se habían mantenido firmes gruñían de ira, miedo y satisfacción a partes iguales. Sus ojos inyectados en sangre irradiaban con claridad el odio que aquellas bestias profesaban hacia los Guardias Negros. La enemistad venía de antiguo, generaciones de lucha y muerte.

Al soltar las riendas para utilizar sus arcos, Kemdrael, Ulgmar y Siyara habían reducido levemente la velocidad de sus monturas, por lo que Kurgan, Hannah y Marcus les tomaron unos metros de delantera y llegaron en primer lugar hasta el muro. La desorganización de los orcos había dejado al descubierto espacios suficientes como para atravesar su formación y penetrar en el patio interior. Podían optar por el impacto, el ataque o atravesar el muro.

Andhor, Señor de la Batalla, ofrezco esta lucha en tu nombre, que mi brazo no flaquee y mi espada sea digna de tu bendición. Murmuraba Marcus para sí, décimas de segundo antes de llegar al muro.

- Kurgan! Arrásalos! Hannah, apoya desde el patio y luego conmigo! Yo buscaré a su lider. - Britó Marcus mientras se encogía un poco mas sobre su briosa montura y optaba por atravesar la formación orca por un hueco en busca del lider de los brutos que aún quedaban en la granja.

La estrategia era sencilla, pero no por eso fácil, el objetivo era la bestia que lideraba a los orcos, abatirlo rápidamente para hacer cundir aún mas el desánimo, la duda y el miedo entre los orcos para asi facilitar su exterminio. Kurgan, con su inmenso cuerpo y poderío físico se encargaría de arrollar a los Orcos de la brecha para abrir aún mas la brecha. Hanna cruzaría tras Marcus para apoyar desde el pario, al propio Marcos o a Kurgan si era necesario. Kemdrael y Ulgmar usarían sus arcos mientras seguían galopando hacia la brecha con Siyara junto a ellos para protegerla o acompañarla donde hiciese falta. Hannah, cuando llegasen los refuerzos se unirían a Marcus. Kurgan, si surgiese un peligro desconocido se encargaría de contenerlo para poder reorganizarse de nuevo y apoyarle.

- Dejad uno vivo si podéis!! - Gritó en el último momento antes de lanzarse por el hueco existente.

Sólo le bastó una orden para saber lo que tenía que hacer.

Sería complicado, pero veía delante el hueco por donde tenía que pasar y no querría por nada del mundo caerse y dar al traste con su misión.

Azuzó un poco más al caballo. Necesitaba potencia para el salto.

Atravesó limpiamente las defensas orcas por donde la lanza de Kurgan las había despejado. Ya llegaba al muro. Saltó tras Marcus y se preparó para actuar tras él.

Con sus poderosos pulmones, Kurgan no tenía inconvenient epara vociferar mientras mantenía la carga, por lo que indicó:

-No os confiéis; el patio podría ser una encerrona, como la última vez.- mientras sus pezuñas lo propulsaban, aferrando su espada bastarda con ambas manos, contra el orco más grande de la línea, moliendo piedras y demás escenografía.

Todos se lanzaban al ataque: pero a último momento, Siyara hizo que su caballo redujera la velocidad. Ulgmar y Kemdrael pasaron a su lado como dos saetas más, sacando los filos de las vainas, dejándola sola. Desde el sitio donde su caballo había quedado, a una cierta distancia del muro y el impacto, Siyara podía ver la escena sucediéndose con aceleración. No podía decirles que no contaba con ningún arma cuerpo a cuerpo: y menos todavía que, aún contando con ella, no tendría ninguna utilidad en su movimiento. Era cierto que no la habían llamado a ese grupo para que oficiara de fuerza de choque, y que se sabía que no iba a ser una espada más al servicio de la carga: aún así, envuelta en la adrenalina de lo que sus ojos llegaban a ver, Siyara se lamentó no poder formar parte de aquello. A la distancia, mientras los cuerpos entraban en batalla y los otros caballos saltaban bajo órdenes de los guerreros, la montura de la druida retrocedió unos pasos por instinto, alejándola, mientras la elfa llevaba el arco y la otra mano vacía cruzadas contra su pecho.

Los orcos estaban demasiado distraídos con la carga de los demás, por lo que en principio ninguno reparó en Siyara. Los nudillos se apretaron más, y un poco más todavía, mientras las corrientes de la tierra le hablaban y las hojas a su alrededor se movían en su dirección, buscándola. El viento empezó a susurrarle, mientras el grito de guerra de Enyi se dejó oír entre los galopes, sobre los choques, buscando a las víctimas y a la bestia responsable de aquel ataque. El halcón planeó, intentando ser sus ojos, y buscar aquello que su compañera deseaba tanto encontrar. Alejada de una lucha a la que no podía contribuir aún, Siyara buscaba. Buscaba...

Ralentizados los movimientos en su mente, Ulgmar se vio a sí mismo lanzado a un galope minucioso, espada en mano, el cabello albino del semielfo flotando a su alrededor. También el sonido pareció amortiguarse, y ya nada contó más que la lucha. La muerte, matar o morir, la carga ávida, aunque no ciega. No, no ciega, cada pequeño cambio era preciso, su caballo notaba sus impulsos medidos, y su espada, adaptada a su mano, obedecía en su inercia a las intenciones de su cerebro... por lo menos, mientras los imaginaba.

Cuando llegó el momento de la verdad, cuando el vuelo de su montura le llevó hasta el primero de sus enemigos, Ulgmar deseó que todo sucediera en la realidad tal y como lo había visto en su imaginación.

Y ya no pensó, ni imaginó. Simplemente, cargó.

Había conseguido herir al orco, que se revolvió para devolverle el golpe, pero sin fuerzas, sin llegar a tocarle. A su lado otro enorme y rabioso ejemplar alzó su arma para embestir a Ulgmar, pero éste, mucho más hábil y ágil, taconeó ligeramente a su montura, que respondió al instante.

Un arabesco de crines y un remolino de aceros entrechocando, y el filo de la espada del orco se deslizó sobre el del semielfo, errando su destino.

Apenas por el rabillo del ojo vio a Kurgan deshacerse de otro orco, partiéndolo como un brote fresco de yerba. La sangre negra se esparció por el aire, salpicando a su alrededor. El grito de ambos se entrelazó en un único alarido, que heló la sangre del que lo escuchó.

Demasiado obcecado en su sangría, el gigante no sinió el agijonazo del orco que se le echaba encima, mientras partía a uno de sus compañeros en dos mitades.

Ulgmar no tuvo problemas para desviar el ataque del orco con su propia espada, convirtiéndolo en una estocada inofensiva. Kuran en cambio no fue capaz de hacer lo propio y la hoja del atacante se hundió en su pierna derecha. El daño no fue excesivo y el Vi'gaar no estaba ni mucho menos incapacitado por ello pero un reguero de sangre comenzó a cubrir el pelo y la piel de su pierna, resbalando por encima de la costra de kurganita.

Varios orcos avanzaban hacia ellos, una vez que ambos, Hannah y Marcus, habían dejado atrás la empalizada. Los bramidos de Asolación dejaban muy claro que estaba mostrando a los orcos su descomunal poderío.

- Hannah! Movimiento, que no te cerquen. - Dijo instantes antes de enzarzarse en combate contra uno de los orcos cercanos azuzando el caballo. La movilidad era su ventaja y el viejo mercenario no estaba dispuesto a dejarse privar de ella tan rápido.

La larga espada se movía con soltura, como una extensión natural de su cuerpo. Descargó un golpe en diagonal al bruto desde el caballo.

El albino se giró en su silla de montar, la espada goteando de sangre, de sangre oscura de orco. Aunque en su mente aún pugnaban por mostrarse imágenes de otro tiempo y lugar, su voluntad prevaleció. A su lado otro de los bestiales atacantes de la tranquila granja y sus gentes rugía con fiereza, y Ulgmar no vaciló.

Alzó otra vez la hoja de brillante acero, y se dispuso a descargarla de nuevo, sin piedad, sin vacilación. No se dio cuenta, pero el medio elfo rugía también...

- URGHHHHH - el rugido de Kurgan al sentir que su pierna era atravesada por el orco, resonó con fuerza. Un rugido de rabia más que de dolor. Pasó un dedo por la sangre que manaba y se lo llevó a la boca y una sonrisa sin labios se abrió en su rostro -. No deberías haberlo hecho - dijo al tiempo que dejaba descargar su espadón sobre él.