Partida Rol por web

La fea visión de los Brulags hizo que los ojos de Hannah se abrieran desmesuradamente por un momento. Una mueca de horror se dibujó en su cara. Tenía que salir de aquello, costara lo que costara.
Hannah centró su atención en el orco que sangraba a su lado, y le asestó un segundo tajo esperando segar su vida lo más rápido posible. Se volvió presta, espoleada por el miedo, para parar el golpe que pudiera lanzarle el orco o su compañero, y puso el escudo por delante.

Su prioridad estaba hecha, pero el paso siguiente no lo tenía nada en claro. Por un segundo, más tarde quizás lo admitiría con lágrimas en los ojos, vaciló. Siyara se sintió abrumada por el peso de las percepciones enredadas en su mente y espíritu, por las voces de sus compañeros y los sonidos de sus enemigos. Había roto la concentración en sus sentidos, pero eso no había anulado su agudeza. Podía oler la adrenalina como si la estuviera tocando, sentir sus respiraciones, los latidos, las vibraciones de la tierra. La flecha que iba a dispararse hacia uno de los orcos no se despegó de la cuerda. Los ojos de Siyara reflejaron dos pupilas dilatadas y temblando, alarmadas por su indecisión. Sus compañeros se movian de forma rápida, los orcos eran caóticos, pero ella no podía parar de sentir a los brulags. Seguía sus movimientos con una certeza de muerte agitando de miedo su interior. El peso de sus pasos abriendo la tierra, la sangre de los inocentes aún goteando de sus dientes...

Enyi gritó desde las alturas, y Siyara reaccionó. Disparó. La flecha surcó el aire mientras espoleaba al caballo, a la noble criatura que la llevaba como volando, para alcanzar la brecha abierta de la fortificación. La flecha se dirigía al orco que se desangraba, al único enemigo que desde su posición podía aspirar a dañar. Ya todos los demás se encontraban traspasando el muro, ya casi no los veía, pero lo sabía perfectamente. Potenciada por la adrenalina, sentía sus posiciones. Los brugals asomaban la cabeza en un pacto explícito de matar. Siyara inhaló hondo para intentar centrarse, lo deseó con todas sus fuerzas, con todo su cuerpo. Si no lo hacía, tendría que apartarse a meditar, y sería uno menos en la lucha.

Marcus espoleó el caballo para que no perdiese el brío y extendiendo el brazo realizó un tajo a un orco mientras los guturales sonidos de los brulags seguían resonando en su mente. Ese momento de distracción causó que lo que debería haber sido un certero espadazo se convirtió en un golpe torpe y carente de la efectividad necesaria en estos momentos de apremio.

Maldición...

- Abatid a los orcos y alejáos del patio. Al exterior todos! No quiero heroicidades innecesarias!! - Gritó Marcus al resto de guardias.

Únicamente Marcus, centrada su atención como estaba en la llegada de los dos Brulag, erró el golpe. Se había distraido de lo fundamental, el enemigo más inmediato, al tratar de organizar a la patrulla y eso casi le costó caro. Detuvo el ataque el orco en el último instante, cuya espada le rozó el cabello, desviándolo con su propia arma. La mente del veterano soldado trazaba planes de ataque y huida, sus músculos entrenados tras años de luchar, lo mantuvieron con vida a duras penas.

Ulgmar y Kemdrael salieron al paso de los dos orcos que aún no habían atacado a sus hermanos, se interpusieron entre ellos y lograron herir a ambos en el pecho. Sangraban, pero no estaban fuera de combate aún.

Kurgan esgrimió su arma en cuanto sus pezuñas tocaron el suelo tras un portentoso salto, atacando al segundo de los enemigos que acosaban a Hannah. Un momento antes tenía cabeza. Así era, un segundo antes el orco tenía cabeza. Ya no. La había perdido en algún punto de su ataque, con el que consiguió sin embargo, de forma bastante inesperada, herir de cierta gravedad al Vi'gaar en el abdomen. Al principio creyó que se trataba de poco más que un corte, pero pronto se dio cuenta que no paraba de sangrar.

Hannah por su parte remató sin mayores problemas al orco al que ya había herido con anterioridad.

Fuera, en el muro que delimitaba la propiedad, Siyara acabó con el sufrimiento del orco que se desangraba con un disparo de su bayesta.

 Kemdrael intuyó el plan de su jefe ¿podrían contener a los burlags en el umbral formado por la muralla? Sin embargo la primera orden era clara: abatir a los orcos. Sin pensar en otra cosa el semielfo intentó llevarla a cabo mientras evitaba el contacto directo con los enormes brutos.

Kurgan miró con una sonrisa satisfecha cómo la cabeza salía volando. Pero su gesto se trocó en otro de sorpresa cuando sintió cómo algo cálido corría por su estómago. Bajó la mirada, confuso, y vio la sangre que brotaba. Ni siquiera había sentido el golpe en el fragor de la pelea. Se puso una mano sobre la herida, intentando inútilmente contener la hemorragia. No le importaba demasiado la misma. Su cuerpo estaba surcado de demasiadas cicatrices, un libro abierto que hablaba de heridas peores. Pero en la batalla, de su fuerza, de su brazo, dependían los demás. Él estaba allí para ayudarles, para salvarles si hacía falta, no para ser una carga. Una oleada de furia, fruto de su frustración y rabia lo sacudió de arriba abajo.

Con los ojos inyectados en sangre, su espada trazó un arco buscando un cuerpo en el que enterrar su vergüenza.

- UARGHHHHHHHHHHHHHHH - se le oyó aullar.

Las apestosas moles estaban cada vez más cerca, ahora el alazán de Ulgmar sí estaba asustado, aunque como excelente animal de batalla no dejó que el pánico lo dominara, y aguantó firme en su posición, a la espera de una orden transmitida por las piernas o las manos de su dueño. Una orden que podía significar un galope salvador lejos de allí.

Pero no llegó, no aún. En vez de ello, la espada del albino volvió a alzarse, y a abatirse.

Los cascos del caballo la acercaron hasta el muro externo y su falla, la grieta por donde habían penetrado sus compañeros y fuera de la cual el orco había caído de forma definitiva. Siyara había cogido una nueva flecha mientras avanzaba, dispuesta a rematar al orco si la primera fallaba, pero no fue necesario. Había azuzado a su montura para que galopara y entrara limpiamente hacia el pato exterior, pero la voz de Marcus evitó su acción. Detuvo en seco al animal, cuyos cascos levantaron tierra, polvo y cenizas, y quedó del lado de afuera. Observó la situación desde su sitio, y apuntó hacia lo que más seguro tenía en su línea, lo que seguro no dañaría a ninguno de sus compañeros: un brulag.

Fue un disparo casi rudimentario, pero, ¿a quién le importaba la técnica, la belleza, frente al rostro mismo de la muerte? No a Siyara, a pesar de la sangre que corría por sus venas. No, mientras que Kurgan sangraba como lo hacía, y ella podía sentir el estremecimiento de la tierra recibiendo las gotas, el río, la vida. Adrenalina, horror, todos se movían impulsados por sus instintos más que por sus mentes. Sobre todo ellos, pues su posición les ponía a mered de todo. Pero Siyara estaba casi aislada, estaba lejos, ella era la que tenía que pensar para ofrecerles posibilidades. Tenía que pensar algo, mientras cargaba otra flecha, darles un margen para que pudieran escapar.

Pero, ¿qué...?

-¡Kurgaaaaaan! -gritó Hannah horrorizada cuando vio la sangre manar del estómago de su amigo. Desde que le conocía, nunca había visto que nadie consiguiera infligirle una herida de ese calibre.

La imperiosa orden de Marcus llegó en un momento clave. ¿Qué debía hacer, quedarse con su mejor amigo u obedecer a su líder? La razón y la obligación se imponía levemente, y mientras hacía dar la vuelta a su caballo, gritaba al gigante para que la siguiera. Se paró un segundo a ver como gotas de sangre, casi pequeños regueros, rodaban sobre la kurganita y caían resbalando hacia el suelo. Se estremeció.

-¡Kurgan, por los Dioses, vámonos! -volvió a gritar.

La balanza se inclinó y sus sentimientos se sobrepusieron a todo lo demás. Hasta que el grandullón no la siguiera, no se iría.

- ¡Por la sonrisa de Betray que vosotros dos váis a lamentar esto! - Gritó Marcus a Hannah y Kurgan antes de desmontar y alejar a su querido corcel de un golpe con la palma en la grupa.

La amenaza de los Brulags era una completa realidad y la posibilidad de retirada quedaba truncada por el arranque furioso de Kurgan y la testarudez de la pelirroja. Descargó su furia contra el orco que amenazaba a Kurgan ya que este último se había vuelto hacia los brulags y, además, cuanto antes quedase limpio el campo de batalla para los verdaderos enemigos, mejor.

Por un momento se había quedado paralizada, perdiendo unos instantes valiosos, deseando que Kurgan se diera la vuelta y huyera con ella. Sin embargo, al vi'gaar no era fácil convencerle sobre las ventajas de una retirada a tiempo. La amenaza de castigo de Marcus la despertó y se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Sus compañeros desmontaban apresuradamente y se lanzaban al ataque; las flechas de Siyara surcaban el cielo. Por un momento, sólo por un momento, se sintió fuera de su cuerpo y pudo observar la situación desde fuera. Y lo que vio de ella misma desde esa nueva posición no le gustó.

Bajó del caballo con la espada y el escudo y corrió junto a Kurgan, intentando enmendar su falta.

 La espada de Kemdrael trazó un arco buscando nuevamente el cuello del orco. De soslayo veía como los brulags estaban ya encima de ellos. ¡Aquello se complicaba de sobremanera! El caballo no le iba a dar ninguna ventaja contra aquellas enormes moles de carne encolerizada... Maldijo por lo bajo la desobediencia de Kurgan y Hannah pero ahora todos tenían que actuar en conjunto ¡ya se encargaría luego el Lobo de echar las broncas a los supervivientes, si es que los había! Tras golpear al orco con su espada saltó ágilmente del caballo para ofrecer un blanco más pequeño a los brulags. 

Aquel era el instante decisivo, el momento clave en una batalla que hace que la balanza se decante por uno u otro bando. Los Brulags arremetieron con fuerza.

Ulgmar saltó a tierra y atravesó a su rival con un golpe directo. Extrajo la espada cubierta de la negruzca sangre del orco. Éste observó durante unos segundos el pecho atravesado para luego caer de frente sin vida. Tras alejar a su caballo del campo de batalla Marcus hizo lo propio con el segundo de los enemigos. Su espada acabó con la vida que quedaba en el cuerpo de una bestia ya herida. El ataque de Kemdrael volvió a herir a su rival, que se tambaleaba al borde de la muerte, mas demostrando una testarudez digna de la raza a la que pertenecía se mantuvo en pie.

Sin embargo, casi todas las miradas estaban puestas un par de cuerpos más adelante, donde los Brulags cayeron sobre Kurgan y Hannah.

El primero de ellos recibió a su enemigo con un impacto brutal que abrió en canal el cuerpo de la criatura. El arma del Vi'gaar desgarró la correosa piel del Brulag como si se tratase de una fina seda Kublei, pero lo que mostró tras ella fue, con mucho, bastante menos agradable que el deseado cuerpo de una de las bailarinas del imperio. Las entrañas de la bestia se mostraron en todo su esplendor a través de la herida abierta, de orientación vertical, que le cruzaba el abdomen.

Hannah no tuvo tanta suerte. A pesar de que logró hacer sangre con su ataque, hiriendo a su enemigo en la pierna derecha, también recibió un impacto del garrote del Brulag que la envió hacia atrás a una distancia más que considerable. No obstante, la armadura de escamas que vestía hizo su trabajo a la perfección, absorbiendo la mayor parte de los daños y dejando lo que podría haber sido un golpe bastante grave únicamente en algunos cardenales y contusiones. Eso sí, quedó algo desorientada. Ademas, provocado quizás por la desgarradora herida infligida por Kurgan, el otro Brulag hizo un movimiento estúpido, aunque no inesperado, y giró sobre sí mismo, golpeando con su garrote la cabeza de su compañero. Éste, congraciado consigo mismo por el vuelo que había proporcionado a la mujer de la Guardia Negra, se lo tomó como una ofensa y borró la sonrisa de su rostro. No fue lo único que hizo, desde luego, pues a continuación, olvidando la presencia de enemigos ante ellos, estampó un puñetazo en la narizota de su agresor. En respuesta recibió una flecha de Siyara que se le clavó en el brazo izquierdo.

Apenas vio el garrote hasta que estuvo demasiado cerca como para esquivarlo. Sintió un golpe brutal en el pecho que le dejó sin respiración y una ingravidez anormal. El fondo borroso de cielo, muro y árboles que cambió a su alrededor le hizo entender que surcaba el aire a gran velocidad, aunque pareciera imposible. El tiempo, que se ensanchaba mientras volaba por los aires, se aceleró al detenerse la fuerza que la impulsaba, dejándola caer al suelo. Al tocarlo, el choque la hizo rodar sobre un hombro, quedando tirada sobre el costado izquierdo. Hannah boqueó, intentando recuperar el aliento. Notaba la armadura apretándole el pecho, probablemente estuviera abollada tras el mazazo, lo cual dificultaba su respiración. Intentó levantarse rápidamente, pero al tratar de hacerlo se dio cuenta de que se mareaba ligeramente, así que se quedó quieta sobre sus rodillas y sus manos, buscando con la mirada un punto que no viera doble. Así su vista se posó en la dantesca escena de un Brulag asaeteado que golpeaba a otro Brulag al que se le salían las tripas por una raja enorme que le recorría el vientre. Creo que me he perdido algo, pensó.

Ya a pie Kemdrael no iba a perder el tiempo. Lanzó un nuevo tajo sobre el orco intentando con ello librarse de él para ir a por los Brulags... Cualquier intento de estrategia quedaba ya roto por las acciones de sus compañeros. 

Cuando el albino vio a la pequeña Hannah volar por los aires tras el impresionante golpe de la bestia, la rabia que ya pugnaba por reventar en su pecho estalló con un aullido.

-AAAAAAAGH!!

Corrió hasta el brulag, plantó sus pies firmes en el suelo, y visualizó en un segundo un giro, volteando su espada, en el que ésta atravesaba la carne del animal. Si en su mente lo vio, poco tardó en reproducirlo su cuerpo, aunque el resultado de su acción fuera otro. No le importaba. En su mente vió un golpe perfecto, una herida mortal, la mole cayendo, y a él mismo esquivando su reacción brutal en el estertor de la muerte.

La realidad fue la que fue.

El tajo de Kurgan abrió las tripas del Brulag, pero la satisfacción que podría haber sentido desapareció al ver volar a Hannah por los aires tras el golpe recibido. Su boca se abrió para gritar pero no salió ningún sonido. Una violenta vergüenza le asaltó. Él era el culpable de aquello. Él y solo él. Hannah había intentado ayudarle porque él, cegado por la furia, había desobedecido.

Kurgan hizo el gesto de retroceder por fin, pero, entonces, Ulgmar apareció a su lado. No podía dejarle allí solo. No podía abandonarle. No podía ser otra víctima.

Descargó su espada contra el brulag herido por él, pero sus propias heridas, la del estómago y la pierna, le empezaron a pasar factura y sintió que su golpe era débil. Al igual que su intento de esquiva.

- Siyara!! Con Hannah! YA!! - Gritó Marcus. Necesitaba saber que Hannah se encontraba bien.

Una vez el orco se desplomó a sus pies, avanzó hacia Kurgan y Ulgmar con un trote característico fruto de los años de mercenario. Rodeó el centro del combate para situarse como un lobo, parte de la manada, rodeando la presa.

La mano que sujetaba la espada mantenía la presión justa, aunque empezaba a sudar dentro del guante de cuero. Notaba los labios resecos y pudo dedicar unas décimas de segundo a pasar la lengua por ellos para intentar humedecerlos.

Acercándose a las bestias por un flanco descubierto lanzo un rápido ataque contra el que tenía las entrañas derramándose por el suelo. Demasiado rápido y superficial para contrarrestar correctamente el duro pellejo de la bestia. Pero el mayor peligro era su posición, aún flanqueando, ya que quedaba demasiado expuesto a un golpe circular que, sin duda alguna, le mandaría varios metros por el aire si no le dejaba en el sitio.

Siyara escuchó perfectamente el grito de Marcus. Pero estaba muy lejos: demasiado lejos para llegar junto a Hannah. Estaban demasiado dentro del patio como para que, a pesar del caballo y todo, les alcanzara de un salto con la suficiente rapidez. Tembló por el fallo anticipado del pedido del gran jefe. ¿Acaso se había olvidado de cómo eran las cosas, acaso no recordaba que las armas de Siyara no podían hacer frente a lo que estaba sucediendo? Trató de calcular cuánto las separaba mientras tensaba la cuerda. Se había mantenido fuera del muro de la fortificación por si eso servía de algo, por si tener un apoyo fuera de la línea de los Brulags les daba alguna ventaja. Siyara no tenía la capacidad de combatir a pie con nada ni nadie, y su utilidad allí dentro era nula, realmente nula. ¿Querría que la curara...?

Y de todas formas...

- ¡HANNAH, CORRE! - gritó Siyara mientras disparaba la flecha al Brulag que la había atacado - ¡ENYI, CÚBRELA!

La situación se había mostrado demasiado ventajosa como para desaprovecharla. Con uno de sus principales enemigos mortalmente herido, y de paso confundido, Kurgan y Marcus no perdieron tiempo y entre ambos dieron muerte a la bestia. Las hojas de ambos penetraron la gruesa piel de la criatura y acabaron con su vida.

Mientras tanto Ulgmar había ocupado la posición de Hannah y se enfrentaba en solitario al otro Brulag. Lanzó un buen golpe que hizo sangrar a su enemigo, pero necesitaría muchos como aquel para hacerlo caer. El ataque de la bestia por su parte no encontró más que aire... esta vez. Posiblemente la pasada a baja altura de Enyi ayudó a distraer al Brulag.

Un poco más atrás Kemdrael mantenía su propia pugna con el único orco superviviente. El cansancio comenzaba a hacer mella en los músculos, su golpe resultó corto y lento, muy fácil de detener incluso para un orco herido. No obstante éste hizo lo propio, su espada pasó sin peligro a gran distancia del elfo.

Siyara alcanzó sin mayores dificultades la posición de Hannah y, descabalgando a su vez, la ayudó a incorporarse. La pelirroja no mostraba heridas evidentes, gracias a su magnífica armadura únicamente se resentía por la potencia del golpe recibido. A ver quién le negaba ahora que el dinero puede comprar una vida. Eso sí, el orgullo le dolía como mil demonios.