Partida Rol por web

Rathikus se concentró. Un cosquilleo en el dedo gordo del pie hizo que el mago mirase hacia la zona inferior de la mesa. Allí había, bajo un montón de papeles y un par de placas de hierro, una pequeña caja de madera cuadrada, del tamaño de un puño. ¿Era lo que venían a buscar? Se agachó. La caja emitía una vibración leve, una sintonía claramente mágica que se propagaba de forma indefinida por el aire.

Dworkin vio lo que Rathikus cogía del suelo. ¡Aquello era lo que estaban buscando! Sin duda era mágico y aunque el contratista les habló de una caja enjoyada era posible que la caja que buscaban estuviera dentro de aquella. Porque no tenía sentido que su objetivo no fuera un objeto mágico. Incluso el aventurero más obtuso sabía que el objetivo de las misiones bien pagadas y aparentemente sencillas era un objeto mágico que traía problemas consigo.

—¡Ajajá! Esto era, si no me equivoco, lo que estábamos buscando— exclamó radiante, dándole unos suaves toquecitos con los nudillos —. Creo que ahora ya podemos buscar a los demás y dejar este lugar de una vez. ¿Quieres que probemos por la otra puerta? Este sitio es tan laberíntico que igual hasta encontramos otra salida, o nos los topamos de bruces. 

Mientras terminaba de decir aquello, Rathikus empezó a coger algunos documentos, a enrrollarlos y a guardarlos en su bolsa [1]. De vez en cuando, echó un vistazo al elemental. Era su hijo, pero no dejaba de ser un incendio andante.

El elemental se mantenía en el túnel, quizás observando fascinado la puerta secreta o puede que durmiendo de pie. Al no tener cara era difícil saberlo.

- ummfmmmf- protestó el enano imitando el gesto de Rathikus segundos antes- estaría bien si no hubieran decidido ponerse a jugar a los exploradores en solitario. Démonos prisa, por un lado o por el otro. De todos modos, si esos botarates siguen vivos ya se habrán adentrado lo bastante en la mazmorra. Si les seguimos por la puerta principal siempre iremos por detrás. Creo que tenemos más opciones de ir más rápido por ahí.

El enano ya se encaminaba hacia la puerta de madera, dando por sentado que la posición del mago sería igual a la suya. No obstante, en un momento dado, echó la vista atrás dudando.

- ¿vamos?

Fue en ese momento cuando escucharon el pitido. Era el mismo ruido que hacían los vagones motorizados de los enanos y goblins. Al pitido le acompañó un fuerte golpe en el suelo, como la pisada de un golem. Y todo venía del otro lado de la puerta hacia la que se inclinaba la mano de Dworkin. No parecía que estuviera cerca pero, desde luego, sí en aquella dirección.

Cuando Rathikus estuvo satisfecho con el "botín" que había recolectado, se acercó a la puerta donde Dworkin le estaba esperando. Iba a abrir la boca para pedirle perdón por la tardanza cuando se escuchó el ruido.

—¡¿Qué diablos ha sido eso?!— exclamó, abalanzándose contra la puerta y echando la mano al pestillo para abrirla.
 

La mano de Dworkin se quedó paralizada a medio camino mientras Rathikus se movía con una agilidad impensable para adelantarse.

- Eso ha sonado a Golem- razonó- y quiere decir que no está muy lejos. Podemos intentar darle esquinazo por aquí- dijo señalando al pasillo que arrancaba ante sus ojos o volver sobre nuestros pasos y probar por el almacén. En cualquier caso, parece evidente que ambas salas, aún sin puerta secreta, están cerca. Tal vez podríamos crear una distracción en el almacén o en el laboratorio, para intentar movernos rápido por la otra vía.

En cuanto Dworkin pronunció las palabras "distracción en el almacén", su mano se detuvo en seco: había tenido una idea.
—¡Eso es!— exclamó, girándose hacia el enano.
Su rostro se arrugó en una sonrisa de malicia. Una distracción era lo que podrían ofrecer y, de paso, enfrentar al gólem con una criatura de su talla.
Los ojos de Rathikus se encontraron con el rostro llameante del elemental...

—Fggghhhssss... ¿Frrrrrsshhg gffsssh rcccc fshhhh? Rffffk fshhh dhhhj fhiii, ¡shgggggfffkkk rhiii! [1]

Sin esperar a la reacción del elemental, el mago se dirigió hacia el pasillo por el que habían entrado. Antes de salir y reencontrarse con su creación, se giró.
—Vamos, Dworkin, ya sé cómo preparar una distracción— dijo, guiñándole un ojo al probablemente confundido enano.

El enano miraba a Rathikus con unos ojos llenos de interrogantes. Aquel hombre era una amalgama de pensamientos extraños que nunca conseguía descifrar, y eso no acaba de convencerle. Era un hombre poderoso, lo había demostrado de sobra con su criatura de fuego, y le gustaba tenerle en su bando pero los enanos tienden a desconfiar de todo aquello que no entienden o no controlan y con Rathikus tenía exactamente esas dos sensaciones.

- Yo te sigo- le dijo sin convencimiento.

El elemental seguía a Rathikus entusiasmado. Dworkin no estaba seguro de si eso era bueno o malo y, siendo un enano, se inclinaba apesadumbrado por pensar lo segundo. 

El mago deshizo el camino en dirección a la sala de las cajas donde se habían refugiado por primera vez del golem. El elemental, saltando alegremente, observó la cantidad de frascos de colores que Gromenauer había dejado esparcidos cuando se dedicó a asaltar las cajas.

Era precisamente la voz de Gromenauer la que se oía ahora en el pasillo: 

- ¡Ja! ¡Acaso crees que vas a poder con nosotros! ¡No me durarías ni un asalto! ¡Porque algún tipo de brujería está haciendo que mis pasos vayan en dirección contraria, si no ya estarías mordiendo el polvo!

La bravata se perdió bajo el ruido que provocaba el paso acelerado de un golem a la carga acompañado de un nuevo pitido. 

- ¡Gromenauer!- reconoció Dworkin- ¡Y el golem!- añadió seguidamente- maldita sea, estos botarates se han metido en la boca del lobo.

Dworkin se lanzó hacia adelante, con la mano ya en su Martillo de Guerra, cuando pareció recordar algo de golpe, a medio camino, y miró a Rathikus con mirada interrogante.

La llama viviente se movía intranquila a su lado y, por un momento, Dworkin tuvo la sensación de que el elemental se sentía casi tan confundido como el propio clérigo.

Rathikus caminó despacio hasta donde se había detenido Dworkin [1]. Lo hizo con calma, con las manos tras la espalda, y con una sonrisa siniestramente sádica dibujada en su rostro. Cuando llegó hasta él, le puso una mano en el hombro.
—Tranquilo, la ayuda va en camino— dijo.
Luego, usó sus manos para amplificar su voz y gritó a la habitación:
—¡Gromenauer, Roark, Rudar! ¡Alejaos [2] de la habitación de las cajas si no queréis estallar en pedazos!

Aguardó unos segundos, esperando que lo hubiesen oído a pesar de las pisadas del gólem, y miró a su elemental como un padre que está apunto de darle una golosina a su retoño.
—¡Fgshhhhj! ¡Ghhffsh, mjkkkgh brshhh! Fgh sghrrrrj mjr shppppjr ghrrrryipshj, Pjjjjjjjjrjjjjjjshj tjkkhrp.

Una vez el elemental hubiese entrado en la habitación, miró al enano e, intentando aparentar toda la calma que pudo, le dijo:
—Será mejor que nos apartemos un poco si no queremos acabar chamuscados, Dworkin.

Varias cosas sucedieron al ritmo de caída de fichas de un dominó gigante.

El pequeño elemental entró en la sala de las cajas mientras Dworkin retrocedía unos pasos alertado por Rathikus. Procedente del pasillo donde supuestamente estaba Gromenauer llegó el estruendo de una explosión seguido del habitual tembleque que se produce en un sitio subterráneo. Sobre la cabeza del mago y el clérigo cayeron algunos trozos de tierra del techo. Los elementales no son físicos en el puro sentido de la palabra, por lo que Llamita no se movió de su sitio. Por desgracia no puede decirse lo mismo de las cajas ni de las botellas, que con el bamboleo se vieron desplazadas... hacia el elemental.

En ese momento Rathikus tiró del brazo de su compañero para meterse todavía más hacia el túnel. Era evidente que el mago no había calibrado del todo bien la cantidad y calidad de las explosiones que estaban a punto de suceder.

Pero sucedieron...

Rathikus corrió por el pasillo, tirando de un asustado (y probablemente enfadado) Dworkin. No tardaron demasiado en llegar a la encrucijada; fue ahí donde se paró en seco. Se miró la mano con la runa, esa maldita runa roja que simbolizaba su vínculo con Rudar. En el fondo se sentiría mal si los dejaba allí tirados, sepultados por su culpa.
No tardó en tomar una decisión.
—Sube tú, Dworkin— dijo —, sálvate. Yo iré a por Rudar y los demás.
Dicho esto, corrió hasta el laboratorio secreto; entre cascotes cayendo. Si no se equivocaba, la puerta del fondo le conduciría al paradero de sus compañeros y podría guiarlos a la salida. Sabía que funcionaría. Sabía que Gromenauer se salvaría para poder cumplir el destino que había visto en sus visiones... ¿No?

- ¿Subir?- rugió el enano.

Dworkin salió corriendo por el pasadizo mientras las explosiones empezaban a inundarlo todo tras de sí y la arenilla del techo caía sobre su persona anunciando el peligro de desprendimiento.

- Si crees que voy a dejaros solos aquí abajo es que no me conoces- sus pequeñas piernas trataban de alcanzar al mago camino al laboratorio.

Los dioses estaban tomando unas cañas aprovechando que invitaba Zwagonard, el dios de la Oscuridad. Era raro que Zwagonard invitase a una ronda y eso debería hacerles sospechar. Pero todos se mostraban despreocupados cuando alguien se ofrecía a pagar esa cerveza celestial tan cara que sirven en el Monte de los Dioses.

De hecho la jarana prometía hasta que Random, el dios de los Aventureros dijo: 

- Oye Hammaragh... ¿tú no tenías un clérigo enano por ahí de aventuras que se había metido en las ruinas de un alquimista? 

Hammaragh, que en ese momento iba terriblemente borracho mientras le intentaba meter mano a Asindara, la diosa la paz, se giró molesto:

- ¿Y qué si lo tengo? 

- Oh, nada, es por si le tienes cariño. Es que todo está explotando.

Los dioses pararon su juerga y se quedaron mirando aquella parte del multiverso. No es que los dioses vayan prestando atención a cada idiota que vaya de aventuras en cada uno de los mundos de las dimensiones conocidas. Es que cuando alguien como Random se fijaba en algo así todos sabían, que tarde o temprano, una ficha del dominó celestial iba a caer. Random parecía tener un especial sentido para saber que aventureros mortales podían provocar cambios en el devenir del futuro del multiverso. 

Y mientras todos observaban esas explosiones a nadie se le ocurrió pensar en que Zwagonard se había largado un rato antes...