Partida Rol por web

Nuevamente se habían separado.

Deshaciendo el camino de vuelta hasta Gromenauer constató con verdadero pesar que la sala de las pociones había estallado, literalmente, por todos lados. No quedaba nada recuperable y, de hecho, el calor que despedía era todavía muy intenso. Mala suerte. 

El laboratorio del alquimista seguía igual que lo habían dejado: lleno de trozos de metal, de papeles y fórmulas. ¿Qué podrían encontrar allí?

'Asaltar una guarida es tentar a la suerte. No salir cuando ya tienes lo que buscabas es escupirle en la cara'. Roark recordaba aquellas palabras de Miki Lavena, un famoso ladrón retirado convertido en perista con el que compartía vino cuando pasaba por la ciudad de Porto Napolo. ¡Y eso es lo que estaban haciendo aquellos descerebrados! 

En el exterior atardecía y el tiempo estaba espléndido. Aire libre. Árboles. Un camino de vuelta a la civilización. ¿Cuántos días les había llevado llegar allí? Ahora sólo tendrían que deshacer el camino, cobrar la recompensa y disfrutar del oro ganado. La recompensa. ¡El cabeza hueca de Dworkin había vuelto para dentro con la caja! Roark se conformó pensando en las joyas. 

Por el rabillo del ojo veía al druida, quien parecía estar más cómodo también en el exterior. 

Rathikus no pudo evitar fijarse en un legajo que sobresalía de entre los pergaminos desperdigados en el laboratorio. Estaba en la estantería, entre los restos de una matriz de vidrio y un par de esquirlas de metal oxidado con glifos grabados por su superficie. Lo extrajo con cuidado y le quitó parcialmente la pátina de polvo soplándole suavemente. Estaba igual de entero que el libro, y presentaba símbolos similares. Reconoció algunos como el del fuego o el del hierro pero, una vez más, no fue capaz de descifrar los misteriosos dibujos. Sin embargo, estos tenían dibujados numerosos sellos que le recordaron a los heptagramas empleados durante algunas invocaciones. No era extraño que un alquimista juguetease con magia negra, había oído historias de inventores desquiciados que convocaban a través de portales a señores demoníacos para que les brindasen conocimientos antiguos y prohibidos[1]. En general presentaban esquemas que no había visto nunca, así como runas extrañas y de aspecto inquietante. Aquello solo sirvió para emocionar más al excitado mago.
Decidió guardarlos con sumo cuidado junto a los tomos que ya tenía tras ojearlo, pasando lentamente las páginas. No parecía demasiado viejo y estaba en buen estado. Era un pergamino igual de resistente que el de su libro de hechizos o el de alquimia que había robado. Se trataba de un material confeccionado a partir de piel de cría de toro albino alado, una rara especie procedente de las montañas flotantes de Al-Balum-tor (donde se presume que el Concilio tiene una sede). 
Siguió revisando los documentos hechos trizas del suelo y del resto de los estantes, pero la mayoría estaban ya ilegibles o eran anotaciones emborronadas. Con el pequeño fajo que había recogido anteriormente, el libro y aquel nuevo legajo, se daba por satisfecho. Mientras lo acomodaba todo en su bolsa sonrió maliciosamente, pues imaginaba que ni Gromenauer ni Roark reclamarían ninguno de aquellos documentos como parte del botín, a sus ojos no serían más que trazos de tinta sin sentido en piel de oveja.

—Así que esto es lo que me he pedido mientras machacaba al gólem —comentó el enano mientras recorría el laboratorio. Como siempre que acababa con algo serio, lo comentaria hasta la saciedad, o hasta que derrotase a otra cosa más grande y difícil de matar.

Pero volviendo al laboratorio, lo cierto es que todos esos cachivaches le suscitaban más bien poco o nulo interés. Tubitos de cristal, pipetas, frascos con un contenido seco... Cosas de poca utilidad para el enano. Una pena, porque estaba empezando a aburrirse.

Mientras Rathikus y Dworkin seguían mirando fascinados aquel lugar (cosa que no entendía porque venían de ahí. O eso había ententedido él) a él le dio por mirar el techo. Sin duda, el alquimista era un guarro, no había limpiado nunca. Suerte que en las paredes y muros enanos no se ve la mierda a menos que seas un enano (o mi madre).

Y fue cuando el enano se fijó en la paredes, cuando vió algo que le sorprendió. Clavado en la pared había algo, como una piedra con una forma extraña. Intrigado, el enano intentó sacarla de la roca, pero estaba bien atascada. Parecía que hubiese salido disparada y se hubiese quedado ahí, y que el alquimista no hubiese podido sacarla.

Pero claro, el alquimista no era un enano conocedor de los muros enanos y su proceder. Así, con cuidado metió uno de los picos de su escabroso y contundente tranca cachiporrante (llamado por el resto de mortales martillo) e hizo palanca.

Por supuesto, hay una ley universal que dice que vale más maña que fuerza. Por supuesto, esa ley no está pensada para los enanos. Para los enanos hay una ley que dice "más vale maña que fuerza, pero porque la fuerza es insuficiente". Por eso, siguiendo los principios enanos, Gromenauer hizo fuerza con su martillo. La piedra no salía, pero siguió haciendo fuerza. Pero seguía sin salir.

Hasta que decidió que lo mejor era usar la cabeza. Así, sacó de su mochila parte de la cabeza del gólem. Tenía la forma perfecta para sacar la piedra y era lo suficientemente resistente para no doblarse. Encajó el trozo cóncavo de metal en la pared y le dió un martillazo.

¡VOILÁ!

La extraña piedra salió disparada de la pared, chocándose con fuerza contra el suelo. ¡Pero al chocar contra el suelo, salió disparada, provocando una pequeña explosión! ¡Y luego otra! ¡Y otra! ¡Y Gromenauer se empezaba a cansar de pequeñas explosiones!

Así, con sus cálculos de enano, salió corriendo a por la piedra saltarina, mientra sacaba una manta de la mochila. Si la piedra no chocaba contra nada duro, seguramente se parase. Por supuesto, todo esto mientras el mago guardaba ansiosamente unas vitelas en su mochila y el clérigo inspeccionaba la habitación, claro.

El caso es que en uno de los rebotes, Gromenauer se interpuso habilmente entre la trayectoria de la roca (o la roca le saltó a la manta directamente, tampoco quedó muy claro) consiguiente atrapar el guijarro explosivo.

Sin duda tenía un color fascinante, unas mezclas de cianes con amarillos y rosados, pasando por blancos y negros. Una maravilla para la vista. Pero lo mejor no era eso, era lo que esa piedra hacia. ¡Y es que explotaba y saltaba! ¿Podría ser, tal vez, la piedra de donde sale el contenido de los frascos?

Así, el enano olió la piedra. ¡Y olía como la sustancia de los frascos!

No contento con ello, el enano chupó la superficie de la roca. ¡Y sabía como la sustancia de los frascos!

Pero no contento con ello, el enano lanzó la piedra al suelo envuelta en la manta. Pero com la manta no explotaba como la sustancia de los frascos. Parecía que la manta era una buena protección, y que para sacar la sustancia de los frascos habría que refinar el proceso.

Pero Gromenauer no era alquimista, ni tenía tiempo de investigar. Aunque estaba seguro que si raspaba la piedra, pasarían cosas divertidas. Pero quizás en otro momento, por ahora era mejor dejar las explosiones...

—Explorar, explorar —farfulló Rudar acompañando al humano—. ¡Vais a conseguir echarlo todo a perder!

Una vez fuera estiró la espalda e inspiró el aire. ¡Qué agradable volver a estar fuera de esa maldita cueva!

—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó esperando la respuesta de Roark—. Supongo que esperar, ¿no?

El mediano dio una patada a una piedrecilla y valoró opciones.

—Puedo echar un vistazo a vista de pájaro para valorar el camino de vuelta. Hay mucho camino que andar y mejor estar prevenidos, ¿no crees?

Roark asintió a las palabras de su compañero. -Me parece buena idea, toda precaución es poca pero te sugiero que a ser posible sea un pájaro grande que no es plan de que un depredador se fije en ti. De todas maneras si tienes problemas ven hacia aquí que te cubriré con mi arco.- Roark se envainó la espada y descolgó el arco de su hombro mientras posaba la antorcha en unas piedras tiradas de lo que en su día había sido la torre del alquimista.

Al tiempo que preparaba una flecha en el arco, echó un vistazo alrededor con el ceño fruncido porque seguía teniendo esa sensación justo en el fondo de la mente de que deberían estar ya a medio camino del pueblo fortificado más cercano.

Convertido en un halcón peregrino Rudar sobrevoló el bosque cercano. Recordaba el camino que los había traído hasta aquí en medio de la densidad de los árboles, que sólo se había abierto al final, cerca de las ruinas. No era un sendero demasiado transitado pero era un sendero. El viaje de vuelta no sería un problema. O eso al menos esperaba. 

No podía forzar la altura porque por algún motivo su conjunción con los espíritus no había sido lo suficientemente buena^[1], pero aún desde los treinta metros su visión abarcaba todo el terreno circundante. Veía el lago al norte y las llanuras más allá del bosque hacia el sur. Y estaba la misteriosa torre que la gente llamaba 'la columna'. Con el ocaso veía ahora una luz en su zona más alta. ¿Una antorcha? ¿Una hoguera? Pese a que su vista de halcón era magnífica no podía abarcar tantas millas de distancia. 

Después descendió de vuelta hasta donde esperaba el impaciente Roark. Estaba seguro de que el ladrón querría irse cuanto antes pero se temía que esta noche deberían acampar cerca de las ruinas. Viajar por el bosque de noche le parecía un riesgo innecesario. 

Por su parte Roark observaba intranquilo los alrededores. Era cenizo por naturaleza y no dejaba de pensar en posibles emboscadas o sorpresas desagradables. Pero, la vedad, ahora el bosque parecía muy tranquilo.

No pudo evitar pensar: demasiado tranquilo. Como la calma que precede a una tormenta. Pero eso eran figuraciones suyas ¿no?

El gran halcón se posó cerca de la posición donde Roark vigilaba con el arco dispuesto. Después de un movimiento de alas la figura imponente de la rapaz se fue tornando poco a poco en la figura del conocido mediano.

—Todo parece extrañamente tranquilo —dijo después de un gritito que parecía emular el chillido característico del ave—. Espero que no tarden mucho en salir. De todas formas, creo que esta noche la deberíamos pasar aquí. ¿Vamos preparando el campamento?

Roark relajó la flecha y se rascó la nariz con la manga. -Buena idea, pronto anochecerá y además el fuego aleja a las fieras. Busquemos un lugar defendible y preparemos una hoguera mientras aún hay luz. Yo también creo que está todo demasiado tranquilo.

El ladrón se dedicó a recorrer con la mirada las ruinas buscando alguna estructura con muros aún en pie. Algo que obligara a los posibles atacantes a entrar por algunos pasos concretos, pero no uno solo, que siempre era mejor tener varias salidas aunque eso significase defender varias entradas.

A un lado había una antigua estructura (¿un establo quizás?) con lo que debieron haber sido dos o tres puertas pero que aún conservaba unos muros de algo menos de un metro en algunos puntos. Entre las ruinas y la linde del bosque había unos buenos 20 o 30 metros. Suficiente para ahorrarse sorpresas desagradables que vinieran de los árboles. Señaló hacia allí con el arco -¿Qué opinas de esos muros de ahí?

Dworkin rebuscó entre el destrozo del laboratorio con sus dos compañeros. Levantaba sillas volcadas, examinaba pergaminos y ojeaba viejos libros llenos de polvo. No parecía haber nada de interés.

En un momento dado nuevas explosiones parecieron llenar la habitación y Dworkin se lanzó tras un solido baúl tratando de ponerse a cubierto.

Enfadado, descubrió que era algún tipo de juguete nuevo con el que Gromenauer estaba experimentando.

- Por las barbas de Hammarragh, Gromenauer, ten más cuidado con lo que tocas- rugió- vas a hacer que acabemos todos enterrados vivos.

Más tranquilo, el clérigo se dio cuenta de que el baúl continuaba cerrado pero no parecía haber ningún tipo de candado que lo protegiese.

Levantó la tapa con cuidado, temiendo cualquier tipo de trampa inesperada. No obstante, el baúl se abrió con un rechinar que revelaba sus oxidadas bisagras pero sin explosiones, lo que ya era un avance.

Entre otro montón de papeles y algún que otro tipo de extraño material, Dworkin divisó un extraño...aparato. Parecía una especie de figura geométrica con decenas de lados triangulares que se acoplaban los unos a los otros.

Dworkin jugueteó con el aparato tratando de encontrar una forma de abrirlo. Probablemente fuera una especie de caja. Finalmente, dio con una combinación de triángulos que parecían incrustarse un poco más. Al presionarlos, los triángulos se desplegaron como los pétalos de una flor, dejando ver en su interior una especie de gema que refulgía iluminando toda la estancia.

- Wow- exclamó- esto parece una especie de... lámpara- siguió echándole un ojo- pero no parece necesitar fuego para iluminar. Me pregunto cuánto tiempo será capaz de permanecer encendida.

Contento con su descubrimiento, que prometía ser muy útil en el futuro, Dworkin volvió a cerrar la cápsula encerrando el fulgor en su interior y lo dejó caer en su bolsa con una sonrisa.

- Bueno- dijo- creo que esta vez sí es hora de irnos.

—Adecuado —afirmó Rudar examinando el lugar.

Al mediano se le daba muy bien preparar un campamento... era muy metódico. Colocó unas piedras en donde iba a disponer la hoguera y se sentó junto a ella. Durante unos instantes Rudar parecía como hablar solo. Tenía los ojos entrecerrados mientras murmuraba algo. Roark ya le había visto alguna vez hablar con sus espíritus. Al rato un pequeño fuego apareció dentro del circulo de piedras^[1]

—Bueno, ya está. Siéntate hombre, que desde aquí puedes verlo todo y estar alerta. ¿Me dejas ver una de esas gemas que le birlaste al enano?

Roark se acercó al fuego y sonrió con fastidio a las palabras de Rudar mientras dejaba el arco a un lado. -¿La verdad? No he birlado ninguna gema, y no por falta de ganas, te lo aseguro.- sacó una bolsita de cuero y se la lanzó a Rudar -Compruébalo tú mismo. Cuando el gólem ese me atrapó le eché mano a lo que parecía una gema, que es lo que hay en la bolsa, pero no es más que uno de los cristales que hay incrustados en las paredes de esa maldita mazmorra. Cuando saqué las otras gemas le eché un ojo a toda la zona, para quedármela no te voy a engañar, que casi me cuesta la vida, pero ni rastro. Hay cinco gemas y las tiene Gromenauer. Yo el cristal me lo llevo de recuerdo, como la antorcha... Además, a lo mejor se lo puedo endosar a algún incauto a cambio de unas monedas.

De repente el ladrón cayó en la cuenta de algo. -Oye, tú de magia entiendes algo, ¿No?- Le pasó la antorcha -La antorcha no se consume, da igual el tiempo que esté encendida: sigue exactamente igual que cuando la encontré. Eso es algún tipo de magia, ¿verdad?

Tras revisar minuciosamente lo que quedaba de las ruinas los aventureros decidieron que no había nada más en lo que escarbar, así que retomaron el camino de vuelta a la salida.

Psshhh se había portado de forma ejemplar manteniéndose a una distancia prudencial de los cacho-carnes, que parecían ser muy frágiles con lo que respecta al fuego, y sólo se había emocionado un poco al ver como daba tumbos la gromenauerfal. Pero la emoción duró lo que tardó el enano en guardarla en la saca.

Cuando salieron de las ruinas vieron que el atardecer estaba a punto de dejar paso a la noche. A un lado de las ruinas, entre los restos de unas paredes derruidas, habían acampado sus compañeros. Incluso tenían ya un fuego encendido. Era un buen sitio, resguardado pero con visibilidad. Y a una prudente distancia del bosque que los rodeaba, de forma que podían ver si algo o alguien se acercaba.

Dworkin, Rathikus, Gromenauer y Psshh salieron de las ruinas para encaminarse hacia donde se encontraban Rudar y Roark. 

Ya faltaba poco para la caída completa de la noche y quizás era un buen momento para acampar y decidir como se repartían las guardias.

Gromenauer estaba encantado con su piedra Gromenaueral™. Estaba fascinado mirándola. Tanto, que cuando se quiso dar cuenta estaba ya fuera de las ruinas. Rápidamente, guardó la piedra Gromenaueral™ en su mochila, para comprobar que ya estaba todo preparado para acampar en la salida.

Así, soltó la mochila, para comentar— Parece que no hemos encontrado más problemas ahí dentro. Una pena, sin duda. El gólem me ha sabido a poco —diciendo esto, el enano se acomodó junto a la chasca para añadir—. Con todo, no seré yo quien niegue que nos vendrá bien un descanso.

—¿Alguien ha mirado lo que hay dentro de la caja que hemos venido a buscar? —preguntó mientras estiraba los pies y buscaba algo que beber en su mochila—. Que nos han pedido solo la caja, no su contenido.

—¿Qué tenéis pensado comer? ¿Cazamos algo?

Rathikus se sentó pesadamente sobre una roca cerca de la hoguera que habían preparado. Agradecía poder resguardarse del frío de la noche y no tener que haber ido a buscar madera seca por el bosque adelante, como había hecho en ocasiones anteriores; al fin y al cabo, no era demasiado bueno cazando y Dworkin solía encargarse de purificar el agua.

Cuando el enano mencionó la caja se quedó mirándolo fijamente, interesado.
—No sería mala idea echarle un vistazo, ¿verdad? Quizá, si Roark tasa lo que hay en su interior, descubramos que vale más que el precio que nos ofrece ese "veterano". Pero mejor en otro momento, creo que lo mejor será descansar por ahora, nos lo hemos ganado— dijo—. Si os parece bien, yo haré la primera guardia... ¿porque haremos guardias, no?

Antes de sacar su libro, pensó en el elemental. Quizá, a una criatura como aquella debía resultarle redundante que otra persona preparase un fuego para calentarse. Y ya que Gromenauer mencionaba la comida, ¿de qué diablos se alimenta un elemental?[1]

Cuando se hubieron establecido turnos y tareas, Rathikus se recostó todo lo cómodamente que podía encima de aquel terreno pedregoso y empezó a leer tranquilamente su libro de hechizos [2], estudiándolo con detenimiento.

Cuando todos salieron Rudar tenía en la mano la antorcha de Roark.

—La verdad es que yo de magia no se mucho. Yo hablo con los espíritus y el resto lo hacen ellos. Algunos lo podéis considerar magia pero... —dijo encogiéndose de hombros.

De pronto vio al resto del grupo.

—Seguramente Rathikus o Dworkin te puedan ayudar mejor que yo —dijo a la vez que le devolvía la antorcha al ladrón.

Una vez estuvieron todos reunidos alrededor de la hoguera Gromenauer preguntó por la comida. Natural, era un enano. Rudar no necesitaba probar bocado y a menudo se olvidaba que los demás tenían que hacerlo. Ignoró la pregunta del enano y se volvió a Rathikus.

—Yo haré la segunda guardia y, si queréis, le puedo echar un vistazo a esa caja. De todas formas Rathikus, ¿no deberías descansar? —preguntó mientras observaba el aspecto chamuscado del mago—. No es necesario que todos hagamos guardia. Propondría que los que estáis más cansados durmáis y os avisaremos si hace falta.

Roark se encogió de hombros y conrió al mediano -Gracias de todas maneras.- Luego le pasó la antorcha a Rathikus, total si le había dado vida a un fuego, algo sabría de antorchas... -¿Podrías echarle un ojo a la antorcha? No se ha consumido nada desde que la cogí. Yo de magia no tengo ni idea, pero diría que muy natural no es. Y si queréis le echo un ojo a la caja antes de acostarme- se echó mano a la mandíbula. -La verdad es que esto se me empieza a inflamar pero por lo demás estoy entero. De hecho si queréis que me encargue de alguna guardia no hay problema.

Rathikus pensó en el elemental. Los elementales no se alimentaban de nada conocido. Un error muy común entre la gente de a pie era pensar que las entidades de otros planos tenían nuestras mismas necesidades. Y no era así. Claro que habría algo que lo haría más fuerte o que restableciese sus heridas, pero eso era desconocido para el mago.

Por su parte Roark examinó la caja. Era un cubo de madera del tamaño de un puño, pulida de forma basta, con unas bisagras oxidadas y una cerradura de metal barato. Así, poniéndose finos, uno podría decir que el coste en el mercado de aquello podría ser... una mierda. De verdad. Había visto cajas para que jugasen los niños pequeños mejor acabadas que aquella. Así que por narices lo que tendría más valor tendría que se lo que había dentro.

Y la abrió, claro. Porque llamarle cerradura a aquello era un insulto a las cuerdas con las que los campesinos se atan sus calzones.

En ese momento el claro se iluminó con el brillo del contenido. Todos dejaron lo que estaban haciendo para acercarse a mirar. Incluso Psshhh acercó su llameante cabeza con curiosidad. Miraron al interior ensimismados. Aquello era valioso, muy valioso. Tan valioso que todavía no alcanzaban a comprender cómo podía estar allí tirado en medio de las ruinas, como si nada. Porque poner a un golem protegiendo aquello era como poner a un perrito faldero custodiando el tesoro de un dragón.

Roark cerró la caja y todos se miraron moviendo la cabeza afirmativamente. Era valioso, muy valioso.

Pero entonces se dieron cuenta de que no recordaban que era lo que habían visto en el interior. 

En lo el Monte de los Dioses Zwagonard sonreía. Era una visión horrible porque la cabeza de Zwagonard era una mezcla entre un insecto, un ogro y una cabra a la que le habían puesto media docena de ojos negros como la noche y una boca enorme, babeante y llena de dientes afilados. 

Arsenius lo observaba desde su escondite. ¿Qué le podía hacer gracia a un deidad de la oscuridad? Sí, él también había sentido esa pequeña perturbación de la Fuente de la Magia pero no le había parecido especialmente graciosa. Daba cosquillas pero no tantas. Y ahora, después de ver a Zwagonard sonriendo, cualquier gracia que tuviera se habría disipado.

***

En un mundo más terrenal Roark le daba vueltas a la caja. ¿Y las esmeraldas? Después se fijó en aquellos tajos que había tomado inicialmente por golpes en la tapa. En realidad eran un patrón dibujado. Esmeraldas. Esmeraldas dibujadas por un gnomo con evidente falta de visión artística. ¿Una caja decorada con esmeraldas? ¡Vaya tomadura de pelo!