Partida Rol por web

Aquellos escarabajos no hacían mucha gracia al bárbaro. Tenerse que enfrentar a otra de esas criaturas sería un problema para todos, especialmente para aquellos que no fuesen un bárbaro de grandes brazos y un fuerte deseo de destrucción hacia todos aquellos que habían acabado con su pueblo.

Mientras iba absorto en sus pensamientos, el bruto se fijó en el cuerpo que estaba ahí tirado. El cadáver estaba algo magullado y lleno de bichos, pero no parecía muy abotargado por la muerte. Igual le conocía, así que sin pensarlo mucho, Garlukan se aproximó a él.

Pero de pronto Valeria se dió cuenta de algo. ¡El chamán no estaba! ¡Y mira que era difícil no darse cuenta, porque él llevaba la antorcha!

Garlukan miró la antorcha que flotaba ante su cara. Claro que flotaba gracias a que un pequeño arnés la sujetaba a la pared. Uno de esos soportes que había en algunos puntos de la mina para que los mineros pudieran trabajar sin tener que depender de que alguien estuviera con una antorcha en la mano de forma improductiva. 

No era magia pero el bárbaro se quedó un rato mosqueado pensando en que motivo podría tener un chamán para dejar la antorcha allí y largarse sin decirles nada. ¡Después de todo aquel pueblo también era su pueblo! 

Y encima estaba el tema de los tambores, claro. Que resonaban funestamente. Aguzaron el oído y creyeron determinar que procedían del ramal de la izquierda que se internaba en lo profundo de la montaña.

- Pero... ¿cómo habéis perdido al viejo? - preguntó Rob cuando dijeron que se había ido el chamán. - ¡Hay que ver! Si no estoy yo atento desaparece todo el mundo... ¿Creéis que se habrá teleportado igual que Gangas? - Añadió con curiosidad y algo de envidia porque todos los miembros más pasivos de su improbable grupo acabasen esfumándose mientras que él seguía teniendo que caminar en sus cansadas piernecitas.

De repente, algo llamó la atención del mediano. - Espera... ¿eso es cobre? - dijo acercándose al suelo. - Perdone, señor bárbaro - dijo retirando con cuidado el cadaver mientras aprovechaba para comprobar sus bolsillos - pero igual aquí hay algo de va... que nos pueda ser de ayuda.

Mientras el mediano se adelantó a ver el cuerpo, el bueno de Garlukan se quedó mirando la antorcha embobado. No es que el bárbaro fuese mucho más listo que aquella antorcha (y cualquiera que hablase pirónico podría comprobarlo, pues aquella antorcha tenía una fantástica conversación y unos exquisitos modales, nada que ver con el bárbaro); no, era porque estaba flotando delante de él.

Y lo estaba no por arte de magia o brujería, sino porque el chamán la había dejado ahí. Tras rascarse la cabeza extrañado, el bruto llegó a la conclusión de que el chamán la había dejado ahí por algo, porque si hubiese desaparecido sin más, ésta habría caido al suelo.

¿Pero dónde estaba el carcamal ahora? ¿Y porque había dejado la antorcha si no era un enano que veía en la oscuridad? Eran muchas preguntas y todas muy difíciles para Garlukan. Así que hizo lo único que podía hacer. Echarse al suelo para buscar huellas.

Claro que, cuando empezó, se dio cuenta de que con la antorcha su trabajo sería mejor, así que la agarró y comenzó a buscar alguna pista que le indicase el paradero del viejo, como sus huellas en el polvo o algún ruido más allá de los tambores.

Nora se quedó perpleja tras conocer la desaparición del anciano. ¿Pero ha dónde habrá ido? se preguntaba una y otra vez mientras ella y Luna intentaban, en vano, averiguar su paradero.

—Chicos, daros prisa con eso. No podemos quedarnos aquí durante más tiempo. Debemos continuar. Quizá más adelante encontremos algún rincón seguro donde esclarecer el origen de esa cadencia y encontrar respuestas a lo sucedido—.

Rob buscando cualquier cosa que pudiera parecer valiosa para él. Estaba claro que aquellos trozos de cobre no valdrían demasiado en su estado actual. Así que revisando el cuerpo del bárbaro fallecido encontró algo que le dejó sorprendido. ¿Cómo había llegado aquello a poder de un bárbaro de las montañas?¹

Garlukan, por su parte, miraba las huellas del suelo. Aunque no era un experto cazador ningún bárbaro llega a joven sin saber un poco de rastros y caza. Cuando a los ocho años te mandan a una montaña llena de lobos armado con una lanza tienes que espabilar rápido. La gente civilizada tendía a pensar que había que proteger a los niños. Los bárbaros eran más prácticos y habían aprendido a protegerse de los niños haciendo que crecieran más rápidos. Ocho años era buena edad. Algunas tribus habían probado a mandarlos antes pero habían descubierto por la vía de la extinción que un niño de menos de ocho años no tiene la suficiente habilidad para enfrentarse a una manada de lobos hambrientos.

En fin... el caso es que Garlukan había encontrado las huellas que mostraban que el viejo había llegado a la pared y, probablemente, había dejado la antorcha para examinar como ellos el lugar. Pero de pronto las huellas desaparecían. No retrocedían, no se iban a otro lado. Había un pie, otro y luego... nada. ¡Evaporado en el aire como el buen Gangas!² Olfateó el aire. ¿Huele la magia a algo? Es una discusión filosófica tan antigua como a qué saben las nubes. Pero el bárbaro tenía un sentido especial para eso: había magia de por medio. Magia poderosa que hacía que se le pusiera el bello de los brazos de punta³.

Entonces se dieron cuenta de que los tambores habían parado. Eso sólo podía significar algo malo. Porque si las cosas malas no están tocando tambores es que se están aproximando a ver quien ha irrumpido en su guarida⁴...

El mediano miró extrañado la flauta que había encontrado entre los ropajes del bárbaro. No se trataba de un instrumento burdamente tallado en un junco, como los que estaba acostumbrado a ver en su aldea y hubiera esperado que alguien de la tribu de Garlukan pudiera pensar utilizar, sino de una delicada flauta travesera metálica y cuidadosamente pulida. En vez de agujeros perforando el cuerpo del instrumento tenía unos curiosos pulsadores que hacían imposible que unos dedos torpes pudieran errar al tapar los huecos, evitando que el delicado instrumento emitiese una sola nota discordante por negligencia del músico que lo empuñase.

- ¡Oh! - exclamó mirándola. - Seguro que es de manufactura élfica... O tal vez del Imperio oriental, que dicen que esos humanos son tan refinados como si hubieran sido criados por los elfos de las Torres.

Sin embargo, tardó un momento más en darse cuenta de un detalle. ¡La flauta era más o menos para alguien de su tamaño! O bien había sido creada para un niño o su primera suposición era completamente erronea y se trataba de un artefacto gnomo, pues todo el mundo sabía que esa raza de medianos era muy ducha en desarrollos tecnológicos.

Quedaba en pie la pregunta de cómo había llegado ese instrumento musical a las manos de un bárbaro de las montañas que a todas luces a penas podría plantearse tocar nada más refinado que un silbato. Miró a Garlukan y no conseguía imaginárselo soplando nada que no fuera un cuerno de batalla o un barril de cerveza. "Tal vez lo encontró y se lo guardó pensando que algo brillante podía tener algo de valor. Si las urracas lo hacen, seguro que estos cabezotas también pueden llegar a pensar así", se planteó Rob. Sin embargo, de forma poco habitual en él, no dejó escapar por su boca esos pensamientos, seguramente porque ni siquiera a él le habían convencido. "Desde luego, esto no es plata, aunque lo pudiera parecer a simple vista", dijo rascando uno de los bordes de la flauta.

El siguiente movimiento del mediano debería haber sido obvio para cualquiera que lo conociese. - Dado que se han parado esos tambores, parece que hay que volver a poner un poco de música ambiental... - dijo justo antes de llevarse la flauta a los labios y empezar a soplar, improvisando una alegre tonadilla de su tierra que había cantado en su juventud.

Aligera la bolsa del mercader,
No dejes que cargue de más.
Pues si mucho lleva no puede correr,
!y del bandido no podrá escapar!

Por supuesto, Rob no podía cantar mientras tocaba la flauta, pero en su cabeza repetía una y otra vez el estribillo que su gente cantaba para indicar la mejor forma de ayudar a los mercaderes ambulantes. No era de extrañar que su aldea estuviera fuera de las rutas habituales de todos los buhoneros de la región, lo cual hacía que su gente tuviera que emprender viajes por sí mismos para poderse enterar de las noticias del resto del mundo.

Nora se había adentrado ligeramente en la oscuridad de la caverna, en completo silencio, con lentos pasos y controlando la respiración. Para ella era simple rutina de caza. Estaba poniendo toda su atención al sentido del oído para determinar la causa y el origen de aquel sonido cuando de repente éste cesó. 

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y el corazón se le aceleró. ¿Se habrían dado cuenta de su presencia? Se giró lentamente y, con la misma suavidad, se dispuso a volver con el resto del grupo cuando una infantil melodía proveniente de una especie de flauta rasgó aquel silencio y resonó por toda la caverna con tanta fuerza como si toda una bandada de aves chillonas del paraíso levantaran el vuelo a la vez por la amenaza de un crocolómodo del pantano.[1]

Aceleró el paso y vio al mediano tocando la flauta y danzado alegremente en círculos con los ojos cerrados. - ¡¿Pero qué demonios...?!- susurró, y su instinto la empujó a correr desesperadamente y a saltar sobre el insensato mediano para que dejara de hacer ruido de una vez por todas.

El gigantón miraba las huellas. Luego miraba la antorcha. Luego la pared. Luego su brazo... ¡Vaya, qué brazos más grandes tenía! Pero luego volvía a las huellas. Y volvía a la pared. Y a la antorcha. Y a su otro brazo, con los pelos erizados. ¡Sus brazos seguían igual de grandes que la última vez!

Pero algo le sacó de su ensimismamiento. Y no, desde luego no fue el hecho de lo que pudiese llamar la atención del viejo para que dejase la antorcha y desapareciese. Era el mediano, tocando una flauta sacada de solamente Crom sabe dónde. ¡Por algo Crom solo toleraba los instrumentos grandes y ruidosos! ¡O provocabas a tu enemigo para llamar su atención o para sentir miedo, o te estabas quieto! ¡Pero lo que no hacías era delatarte!

Así, Garlukan se acercó de dos zancadas al mediano, para al llegar a su altura, soltarle una colleja para que parase. Cuando éste se le quedó mirando el bárbaro, con mirada inquisitiva, se llevó un dedo a los labios y susurró—. SHHHHHHHhhhh. Rob hacer que malos venir más...

Nora le cayó encima y Rob se tuvo que revolver para no irse al suelo con la exploradora.

- ¡Eh! Vale, ya paro... - dijo, pensando que realmente no había desafinado en su cancioncilla. Guardó la flauta en su jubón mientras se volvía hacia Garlukan. - Pero... ¡para eso te tenemos a ti! ¿Desde cuándo te molesta enfrentarte a un malo más o menos? - Preguntó. Aunque, al recordar que el bárbaro había decidido darse la vuelta en la cueva de los ogros, se dio la vuelta para mirar por el túnel por el que habían llegado antes los sonidos de los tambores.

- Vale, vaaaale. ¿Qué tenéis pensado entonces? - preguntó. - Pero, ¡sois un desastre! Se supone que vienen por nosotros y sólo os preocupáis por mi tonadilla con la flauta en vez de planificar una defensa. ¡Tengo que hacerlo yo todo! A ver, Valeria tiene uno de esos cohetes, así que si se los lanza cuando aparezcan, fijo que se atontan. Luna y yo nos escondemos bien... ventajas de ser bajito - le dijo a Garlukan - así que puedo aparecer disparando con mi arco desde su grupa y saltar sobre ellos por la espalda. Nora nos cubre a distancia, así que... ¡te toca hacer de cebo, Garlukan! ¡Míralo por el lado bueno! ¡Más gloria para el Gran Guerrero Garlukan! - El que las iniciales fueran GGG no llegó a hacer que Rob se riese por lo bajo, aunque sí pensó en que sonaba como "jejeje".

Sin esperar respuesta, sacó su arco y se fue en dirección a Luna, a ver si había suerte y Nora consentía en el plan, pensado, evidentemente, más para que él montase en Luna que para preparar una defensa realista de su posición.

Habían silenciado al mediano.

Los tambores también se habían silenciado.

Todos observaban el túnel del que ya no venía sonido alguno.

Y todos podrían jurar que el tunel les devolvía la mirada.

Y entonces se oyó un ruido todavía más extraño. El ruído que provoca mucha gente al hablar. Pero no gente que venga en plan 'voy a matarte un poco' o cosas así, que es lo que uno podía esperarse de un túnel que conduce a una mina siniestra de la que venían tambores. No. Era el ruido que provoca mucha gente hablando alegremente en un mercado o en un zoco de una gran ciudad.

Pero estaba claro que allí no podía haber un zoco ¿no? Porque nadie espera muchos clientes en lo más profundo de una mina.

Así que aquel túnel empezaba a resultar más extraño que siniestro. O quizás ambas cosas.

Random contemplaba aquella escena desde la Montaña de los Dioses, por encima del Cielo de los Mortales.

- No puede ser.

- Lo es.- dijo Asindara, la diosa de la Magia, mirando el mismo punto - Hay tanta Magia en ese sitio que la mitad de los magos del Norte deberían tener problemas hasta para hacer pequeños trucos. La Fuente no puede resistir eso...

- Salvo que se haya abierto la otra Fuente.

La diosa miró al Señor de los Aventureros. Random solía ser un dios alegre, extrovertido y un poco alocado. Pero ahora tenía el mismo gesto que un jugador de ajedrez concentrado. Tener un dios de los aventureros que se piensa las cosas y un dios de la oscuridad que quiere ayudar a la humanidad era una combinación muy extravagante incluso para los dioses de Zork.

- No puede ser. Lo habría sabido. ¡Yo soy la Diosa de la Magia!

Una voz susurró en la oscuridad. Era desagradable, como lo que se siente cuando muerdes un trozo de hielo con una muela cariada:

- Querida... a estas alturas ya deberías saber que ellos no creían en dioses. No juegan con nuestras reglas. Por eso hicimos lo que hicimos.

- Pero si se hubieran liberado lo habríamos sabido.

- ¿Alguien ha ido a mirar los Sellos?

Asindara y Random intercambiaron una mirada. Aunque en la oscuridad no se le podía ver Zwagonard sonrió.

- Nadie se ha atrevido ¿verdad? A ir al lugar Donde Todo Se Acaba. Porque aún recordamos los gritos de Morkowad.

Todos recordaban a Morkowad, el Dios de las Tormentas, siempre tan valiente. Siempre tan audaz. Siempre tan estúpido. El único que se ofreció para cerrar el último Sello.

- Habría que hablar con Pinxopas. Después de todo la paladín es de su Orden.- dijo Random argumentando lo único que tenía sentido - Que se le aparezca y...

- Pinxopas ya sabe lo que pasa y lo ha intentado. Pero no es tan fácil.- susurró la voz en la oscuridad - ¿No lo habéis notado? Ya no tenemos tanto poder en Zork. Y la cosa empeorará... otra vez. Hay que poner en marcha el Gran Plan de Contingencia.

Random se frotó las sienes. Aquello era lo que nadie se atrevía a decir. Pero Zwagonard nunca fue de los de callarse las cosas malas. Y lo peor es que tenía razón. Había que activar el Gran Plan y luego dejar la cosa en manos de los humanos. Y aquello sí que daba verdadero miedo.

- Oooo... - El suspiro de decepción del mediano fue evidente. Ahora que había ideado el plan perfecto para cabalgar sobre Luna mientras se enfrentaba a más de esos voraces de la oscuridad, resulta que en vez de una partida de ataque se encontraba con los siete enanitos que cantaban saliendo de la mina, tal y como decía el cuento que su tío le había leido una vez cuando era pequeño. Frustrado, le dio una patada a una piedra, pensando que jamás conseguiría montar la grupa de la preciosa pantera negra que acompañaba a la exploradora.

Volvió a guardar su pequeño arco y se volvió hacia los demás. - ¡Para una vez que me molesto en exponer un gran plan! - Dijo negando con la cabeza. Estaba claro que era mucho más práctico improvisar siguiendo sus instintos. - Y resulta que parece que nos hemos encontrado con unos mineros en un mercadillo... ¡Espera! Si hay un mercado, seguro que el Señor Gangas estará por aquí cerca. ¡Ese gordinflón no va a dejar pasar la oportunidad de hacer dinero, aunque sea en el fondo de una mina! - Dijo recuperando su sonrisa. Nadie podría decir nunca que los medianos de su aldea no tuvieran un caracter optimista.

- ¡Vamos, vamos! - les dijo a los demás, haciéndoles un gesto con la mano para que les siguieran por el túnel. Sin embargo, previendo que Nora podía intentar placarlo una vez más, esperó a que la chica se pusiera en marcha, no fuera a ser que se acabase haciendo daño al caer al suelo mientras saltaba sobre él.

Valeria se había sumergido en un trance de oración, tratando de encontrar la ayuda de su diosa para dilucidar qué era el mal que se había apoderado de la aldea de Garlukan y el pobre Gangas. Por un instante, creyó sentir que alguien nombraba a su deidad, pero no con sus sentidos físicos, si no, como una especie de susurro directo al alma. La conexión se rompió cuando Nora acalló al mediano por la fuerza y la paladín no pudo saber qué era lo que se estaba gestando en el panteón de Zork.

Cerca... estuve muy cerca...

Al volver a "poner los pies sobre la tierra" se dio cuenta que el sonido de tambores había dejado paso a voces. Muchas voces superpuestas, con tono de jarana, alguna discusión de esas que se oyen en las tabernas luego de que la medianoche se ha ido, berridos de niños queriendo llamar la atención de sus padres, risas juveniles...

-¿Qué ca***os está pasando al final del túnel? -aunque suene inverosímil, el vocabulario soez de la paladín quedó tapado por un curioso "piiiiiiiii". Pinxopa no toleraba que sus siervos se comportaran como bárbaros.

Con la cara roja de vergüenza por lo que había dicho en un arrebato de desconcierto, Valeria comenzó a dar grandes zancadas para internarse en el túnel y luego volverse, ya que a 10 o 12 pasos la luz de la antorcha se perdía y no podía ver el camino.

-Dame eso -dijo enfurruñada al bárbaro y le quitó la tea de las manos para volver a abrir la marcha.

-¿Vamos? O quieren esperar a ver si les funciona el truco del chamán para desaparecer también?

En verdad Rob era una criatura de lo más pintoresca. Nora se quedó mirándole un rato e intentó regañarle pero por más que lo intentó, no pudo. Por suerte el optimismo del mediano era contagioso y no tuvo más remedio que olvidar lo ocurrido.

Pero lo realmente extraño eran las voces aparentemente sosegadas provenientes del interior de la caverna. Esas criaturas a las que se acababan de enfrentar eran verdaderos enemigos, ¿cómo podrían convivir con humanos sin comérselos? se preguntó. ¿Acaso estarían en peligro sin saberlo?.

—Vamos, Luna— y juntas se reunieron con Rob y Valeria a explorar el misterio oculto más allá de las sombras.

Garlukan estaba algo consternado. No entendía nada. Pero claro, eso era algo habitual, por eso su costernación no era muy grande. En cualquier caso, el bárbaro solo tenía un camino que podía tomar. Ir a ver qué pasaba y aniquilar lo que fuese que no funcionaba bien.

Por un momento estuvo tentado de gritar a Crom y salir corriendo a ver qué ocurria. Luego recordó que gritar a Crom no le supondría mucho, porque Crom normalmente no escucha, a menos que estuviese por allí. Crom no era de esos dioses que estaba en el lugar donde se supone que estuviesen los dioses, no haciendo nada.

No, Crom era uno de esos dioses que en su momento no cruzaron el Velo, y quedaron atrapados en el mundo de los mortales. No son muchos, pero algunos permanieron en Zork. Unos, por voluntad propia, otros por alguna maldición de un dios rival, algunos porque la vida contemplativa les resultaba aburrida y otros simplemente porque habían olvidado que eran dioses. ¿Cómo puede alguien olvidar que es un dios?

En cualquier caso, Crom vagaba por la tierra, siempre buscando una buena pelea. Ya fuese una para deleitar la vista, o, si el Dios Bárbaro lo considera, unirse a ella. Por eso los bárbaros suelen gritar a Crom al principio de una pelea. Porque si está por allí, podría echarles una mano. Y si no está escuchándoles... ¡Que se vaya al infierno!

Los aventureros se adentraron en la montaña a través del túnel. A medida que se aproximaban al origen del ruido éste, cosa curiosa, decrecía. Hasta que en un determinado momento cesó y fue sustituído por el ruido de agua corriendo con fuerza. Como si un río avanzase inexorable hacia ellos. Era tan intenso ese sonido que los aventureros tomaron aire de forma instintiva cuando alcanzaron el final del túnel y desembocaron en una sala un poco más amplia.

Pero no había allí ningún río. Ni tampoco un zoco.

Había una caverna excavada en la roca de la que destacaba un enorme hueco al final. Porque a través de ese hueco, con el aspecto de ser un túnel de continuación, se veía una pared de ladrillo nada natural. Y esa pared había sido derribada. No era una puerta secreta. Las puertas secretas suelen funcionar de forma más o menos elegante, con un mecanismo que las abre. Aquello simplemente había sido destruido a golpe de picos para crear una puerta en una pared. Pero ¿a dónde conducía aquello? ¿y a quien pertenecía una construcción que estaba en el interior de una montaña? Porque los bárbaros habían llegado hasta esa pared - y la habían agujereado con natural y bárbara curiosidad - horadando varios centenares de metros en la montaña.

Quizás quien estuviera gimiendo al otro lado de la pared, en la oscuridad, pudiera darles alguna pista. Claro que desde donde estaba el grupo no veían de quien - o qué - se trataba.

El bábaro entró a la caverna con su espadón en ristre, esperando cargar contra lo que encontrase allí. Por suerte para lo que se encontrase allí... Bueno, es que allí no se encontraba nada. Todo el gentío, todo lo que pasaba, todo lo que sonaba... No estaba. Era mentira.

Lo único que quedaba de todo el ruido era un gimoteo al otro lado de la sala, oculto a los ojos del bárbaro. Pero eso iba a cambiar rápido, porque Garlukan se dirigió hacia allí, buscando qué era lo que hacía ese ruido.

-Pero... ¿donde están todos?-tras soltar el aire que había tomado, esperando ser arrastrada por una corriente fuerte de agua, Valeria intentaba congeniar lo que sus oídos le habían dicho con lo que sus ojos estaban viendo en aquel momento. Ni tambores, ni gente, ni río, ni... ¿una pared de ladrillo? Aquello sí que era extraño, sobre todo porque las paredes de ladrillo no hacen ruido, por lo que era imposible que ellos hubieran podido anticipar su presencia. ¿Y por qué habían escuchado sonidos de cosas que no estaban pero que parecía que sí estaban? Su cabeza no dejaba de dar vueltas, nunca había sido buena para la filosofía ni se llevaba bien con la lógica deductiva. Aquello la estaba superando con creces. Tanto que tardó en reaccionar cuando el bárbaro se puso en acción y no llegó a frenarlo.

-¡Garlukan no! ten cuidado... -su voz se fue apagando al ver que nada lo detendría. Resignada, se encogió de hombros y desenfundó su espada. No podría evitar que Garlukan hiciera locuras, pero al menos podía cubrirle las espaldas.

El mediano se había quedado mirando la pared de piedra picada por los bárbaros.

- Desde luego, Garlukan, tu gente a veces hace honor a su nombre - dijo, justo antes de darse cuenta de que su amigo ya se había adelantado. - ¡Eh! Espera... - dijo por motivos completamente opuestos a los de Valeria. - ¡No vayas a meterte en problemas sin mí!

Las piernas de Rob eran más cortas que las de los humanos, pero lo compensaba moviéndolas mucho más deprisa. De hecho, alguna vez alguien se había molestado en tabularlo para calcular la velocidad media de las razas*, aunque había olvidado por completo considerar que los enanos no se fatigan caminando por mucha carga que lleven (ni bebiendo cerveza, al menos hasta donde Rob había conseguido comprobar) y que la curiosidad innata de los medianos les permitía ir corriendo casi todo el tiempo sin cansarse más que cualquier humano caminando. Sea como fuere, esquivó a Valeria, pasando bajo su espada y dando un nuevo significado a la expresión de "colarse entre las piernas" para ponerse a la altura del bárbaro, o más bien a su lado, porque el enorme hombretón fácilmente duplicaba la altura del pequeño Rob.