Partida Rol por web

—¡Ah!— Dio un respingo al ver a la mercenaria salir directa a la refriega

—¡Se lo que pretendes humana!— Estaba claro que aquella máquina era una copia burda de un Slorvit y que, fuera como fuera, usarla solo implicaría poner en peligro al elegido por Kramor para esta batalla: Morkai. ¿Quien se lo iba a decir? ¡Un semiogro esclavo señalado por Kramor! Así eran los dioses en su esencia: tan poderosos como caprichosos.

—¡Quieres dejarme aquí y cobrarte ventaja en nuestra pequeña competición!— Así que Oten echó a correr detrás de Stela

—¡Te recuerdo… (jadeo) que te aventajo en uno! ¡Ja ja… (jadeo y tos) ja ja ja!— pero sus cortas piernas no daban abasto

Si algo ponía nervioso a Aren es que sus compañeros no siguieran los planes. Y estaba claro que ninguno estaba por la labor. No solo estaban abandonando la colina con el slorvït, sino que el semiogro había decidido adentrarse en las profundidades del hormiguero impidiendo que el resto siguiera disparando contra el mismo.

— Así es imposible —se lo escuchó murmurar malhumorado mientras tomaba una nueva flecha de su aljaba dispuesto a disparar contra uno de los hombres lagarto que iban en su dirección —Si no podemos organizar un plan, como vamos a acabar con esos dos grupos, o tres — se corrigió dándose cuenta que algunos de los lagartos habían optado por ir hacia el hormiguero —o más — agregó, corrigiéndose a si mismo al pensar en la cantidad de grupos de enemigos que podía haber bajo tierra, cerca de Morkai.

Finalmente, dándose cuenta que necesitaba concentrarse para ser útil, dejó de murmurar y apuntó con cuidado, mientras le informaba a Rakard — Acabemos con estos — Viendo que el clérigo de Kramor se encaraba con uno de los lagartos, apuntó a uno de los otros dos, dándose cuenta que, el tercero se encontraba justo detrás de su objetivo. Quizás si su flecha atravesaba al primero se clavaría en el segundo! Y siempre estaba el fiel Rakard para terminar de despanzurrar a cualquiera de los lagartos que  sobrevivieran a su disparo.

Ah, no. Estos bixos se multiplicaban (y, si todavía Morkai fuera capaz de multiplicar, al menos tendría el gusto de expresar semejante idea y, oye, qué guay, ¿no?) y la cosa prometía no ser saludable para él. Total, que cuatro metros hasta arriba... No, por ahí no. Qué aburrido. A Morkai le iba el peligro, joderrr.

Embistió a uno de los hormicosos para romper el cerco y poder correr cual jamelgo con chile en el ojete. A velocidad seguro que no le ganaban.

──¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRG!!!

Eso seguro que les dejaba patidifusos, joder. Si algo se aprendía en la arena era a pegar buenos berridos en plan machote.

Se fue por el primer túnel que pilló con el haber de un tiphormigo arrollado y pisoteado. Ahora bien: ¿cómo se saldría de este dédalo de túneles? Eso no lo había pensado Morkai, porque una vez había escuchado a un sabio muy reputado que en la vida había que dejar de pensar en el pasado o en el futuro, y que valía más la pena disfrutar del viaje. Así que, ale, a disfrutar del viaje.

—¡Quieres dejarme aquí y cobrarte ventaja en nuestra pequeña competición!— Así que Oten echó a correr detrás de Stela—¡Te recuerdo… (jadeo) que te aventajo en uno! ¡Ja ja… (jadeo y tos) ja ja ja!— pero sus cortas piernas no daban abasto

Para ser un servidor de un dios guerrero, aquel enano se vanagloriaba muchisimo de una unica pieza. No era igual de gallito cuando en la estampida de bichos peludos andaba dando voces con un monstruito mordiendole las sienes. Todavia se le veian las marcas.

-¿Es carniceria lo que quieres, sacerdote?-pregunto desenvainando la espada-iSigueme, entonces!

Y acelero el paso hacia la refriega. Se iba a enterar aquel enano.

La flecha flecha de Aren detuvo en seco a uno de los hombres lagarto, que cayó hacia atrás con el virote clavado en un ojo. Sus dos compañeros siguieron avanzando sin amilanarse, quizás pensando que la cercanía al enano evitaría que siguiera disparando flechas. ¿Acaso no habían visto al enorme oso pardo que ahora mismo lanzaba un zarpazo que hería a otro de ellos?¹ El hombre lagarto intento clavar su lanza en Rakard mientras se defendía del ataque del animal y quizás eso le salvó la vida porque el tercero se topó de frente con zanjadisputas^, que lo detuvo en seco². Noren estaba satisfecho con su llegada: le daba cancha a Aren para que pudiera seguir disparando, cosa que iba necesitar porque otro hombre lagarto se había unido a los demás lanzando un machetazo que venía directo a su cabeza³.

Stela y Oten llegaron entonces bajando la loma. Puede que lo del slorvït no estuviera funcionando pero quizás Aren debería tener en cuenta que sus compañeros eran más de tener la sangre cerca. ¡Al menos la de los hombres lagarto no quemaba!⁴.

No era Aren el único que veía que sus planes no funcionaban como era debido. El hombre lagarto que había dado las órdenes parecía sorprendido por la presencia de aquella cuadrilla desconocida. ¡Y encima del hormiguero seguían saliendo hormigombres! ¡La cosa se estaba poniendo complicada para los sangre-fría! Ya había un primer choque entre criaturas del valle a las puertas del hormiguero⁵.

En lo alto Firfin, acompañado por Ronald y Tempest contemplaba la escena desde una vista privilegiada⁶.

¿Y Morkai? Pues el enorme guerrero se estaba intentando abrir camino hacia el exterior del hormiguero devastando a los hormigombres por detrás, abriéndose paso a espadazos mientras corría, preocupado quizás porque el techo del túnel por el que iba corriendo no parecía demasiado seguro. ¿Lograría alcanzar la salida antes de que se viniera abajo?⁷

Viendo que llegaban refuerzos, Noren interpuso su escudo levantándolo sobre su cabeza y le dio un empujón al lagarthombre con su hombro a la altura de la boca del estómago para aturdirlo.

-¡Voy a por el gnomo!- les gritó a los demás -Son de ustedes-

Y corrió hacia donde había desaparecido el pequeño ingeniero. Ya esos dos enemigos no eran desafío para Oten y Stela, pero el gnomo le preocupaba. ¿De dónde había salido? ¿Sería alguno de los ingenieros extranjeros contratados por el Consejo Enano? ¿Qué hacía allí tan lejos de sus tierras? Los enanos son celosos de sus secretos: el Slorvït, la cerveza negra de Mahäk... pero ese gnomo se había robado uno: y uno creado por un familiar; si le creía a su abuela, y ese era el caso.

El traidor o lo que fuera le llevaba ventaja, pero si alguien tenía piernas más pequeñas ese era un gnomo. Y un mediano. Al menos más flacas y poco resistentes.

Se metió en la floresta nuevamente, resoplando como un búfalo... si supiera qué era, y de pronto se encontró con el gnomo más adelante, como si se hubiera estado acercando más que alejando, pero algo le llamó la atención. Éste lo observó con una mirada que le hizo acordar a su hermana Grëta, cuando lo acusaba de algo y sólo faltaba que llegara su padre. Tendría que haberse imaginado que algo así sucedería.

De los costados del enano surgieron dos lagartombres siseantes que sólo fueron el preludio para un golpetazo que lo derribó al suelo y le hizo ver la costelación de la Cerveza Mayor. Le dolió la espalda al arquearse más de lo que hubiera creído posible y no soltó ni el escudo ni el hacha por puro instinto.

Se dio vuelta para no dar la espalda a su nuevo enemigo, y vio a un guerrero lagarto musculoso como pocos, montando un lagarto aún mayor, con un martillo de piedra atado con lianas o algo así a un palo muy robusto. Ahora entendía el dolor. Algo le hizo acordar a Morkai, probablemente su mirada bobalicona, o los músculos, o el siseo de la lengua... no, el semiogro tenía una lengua más normal y negra.

-Al fin algo que vale la pena...- dijo entre dientes, escupiendo al piso y levantándose apretando con fuerza a Zanjadisputas.

Se dice entre los clanes enanos que un guerrero enano, en algún momento de su vida, Kramor le pone un desafío marcial que demuestre su valía para el Reino: algunos son combate singulares, otros son grupales, y hasta los hay tácticos. Este parecía una buena mixtura.

ZAS ZAS últimas dos zancadas y había llegado donde la refriega. Noren salía corriendo tras una sombra. Dijo que iba detrás del gnomo. ¡No había sido un espejismo lo que vio antes! ¡Un gnomo bastardo estaba metido en el ajo! ¡Ja! Eso le dejaba dos lagartos. Uno para Stela, otro para él. Echó la vista atrás preguntandose dónde estabría la humana pero no la vio y lo que si vio fue a Aren apostado con su arco y supo que debía darse prisa antes que Aren abatiera a los lagartos desde la distancia así que aprovechó la carrera y cargó contra el que estaba mas cerca. El sacerdote hizo girar su martillo en el aire. El aire zumbó con el movimiento. UMMMZUM y luego ZAS y un CRACKK. El golpe impactó en su enemigo en el típico chasquido de un hueso roto.

Aren dudó por un momento. Cada vez que en su cabeza se comenzaban a organizar las acciones de los presentes en forma de plan, alguno de sus compañeros decidía cambiar sus propias acciones y actuar de forma distinta a la que venía actuando, impidiendo que ese posible plan tuviera alguna posibilidad de éxito

Aunque sabía que de eso se trataba el combate, una locura desorganizada, no podía impedir que, para sus adentros la impotencia lo desbordase. Lo más triste, para el explorador, es que si bien ellos no tenían un plan, y probablemente las hormigombres tampoco, después de todo habían sido sorprendidos, los hombres lagarto parecían saber que estaban haciendo. Ellos si tenían su propio plan, Y eso hería el orgullo del enano más que cualquier herida.

— Rakard, ayuda a Oten — se lo escuchó ordenar a su oso antes de tensar su arco y elevar el mismo hacia el cielo, obviando a los lagartos que estaban más cerca para apuntar a la distancia, hacia donde estaban el jefe lagarto y sus secuaces — Si nosotros no tenemos un plan, Uds, tampoco — se lo escuchó murmurar mientras la saeta salía disparada de su arco y se elevaba sobre el campo de batalla hasta caer sobre el objetivo que Aren había escogido — Perfecto, ahora estarán tan desorganizados como nosotros — no puedo menos que exclamar al notar la precisión de su disparo — Ahora veamos cuantos planes puedes intentar — insistió orgulloso de su pericia con el arco.

Firfin no tenía idea de cual era el plan de sus compañeros, ¿simplemente pelear?, ¿morir?, ¿matar?; y es que todo aquello nada tenía que ver con alcanzar la meta que se habían planteado, habían pasado de intentar rodear el hormiguero a ir directo a por la reina hormiga, que con el tamaño de esas hormigas, seguro era más grande aún que Morkai. Bien, pensó para si el ladrón, de nuevo solo con aquellos dos, bien si se morían en la batalla nadie se preguntaría que había pasado, pero era pronto para eso, como bien habían apuntado con mucha razón, no podría cargar el con todo, e incluso, era importante descubrir en que estaban metidos los enanos.

Así, Firfin procuró hacer lo que mejor sabía hacer, generar más caos. Por ello, ya con otro inmenso proyectil cargado, procuró ahora lanzarlas contra un punto vital del hormiguero; Firfin intentaría hacerle colapsar. – Estad atentos a los costados, no vayan a sorprenderlos por la espalda, y si tienen aceite, prededle fuego a la siguiente piedra – ordenó.

En su prisa por meterse en la refriega, el sacerdote enano había descuidado por completo su guardia. Maldita sea, se trataba de apoyar a los compañeros, no de jugarse el cuello estúpidamente. 

Oten estaba tan obcecado golpeando a su rival que no vio venir la lanza de piedra de su otra mano. 

-¡Cuidado, cabeza hueca!

Stela bloqueó el ataque del hombre lagarto con su escudo. Iba preparada y su brazo apenas se resintió. Su refulgente espada brilló un instante después abriendo un surco ensangrentado en el pecho del monstruo. 

-¡Dos contra dos ya es más igualado!-exclamó entre risotadas. 

Notó un brillo de pánico en las pupilas reptilianas de sus adversarios. Reparó entonces en la enorme sombra de algo a sus espaldas que tapaba el sol.

Rakard.

Aquello se había convertido en un mero empujar: entre tierra, piedrecillas, cositas de las que los hormihumanos se traían de por ahí, aromas florales y caquita campestre.

Y es que ese piedro lanzado con toda la mala baba de los bajos fondos por Fir... Kraken había hecho que las capas superiores del homigombrero colapsaran sobre Morkai.

Y venga con el tema del viaje del héroe. Morkai había tenido su viaje a los infiernos, y ahora tenía que resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix, eh. Todo en su peculiar estilo: se había dejado la espada atrás, una bota y los pantalones. Sensación de vivir, mientras culebreas por entre las piedras y notas que aquello se desliza hacia abajo conforme tú subes.

Asomó la cabeza por entre la tierra y miró al exterior, recién nacido. ¿Qué le depararían los dioses ahora? Y es que la libertad era como un banquete para él. A cada momento, algo nuevo y abracadabrante que experimentar.

El impacto del proyectil del arma enana reventó uno de los túneles principales del hormiguero gigante. Probablemente para todos sería una buena noticia porque al colapsarse la estructura los hormigombres de los niveles inferiores iban a tener un problema serio para salir de allí. Pero para Morkai la cosa no pintaba tan bien. Resulta que cuando ya estaba a punto de salir al exterior la tierra cedió bajo sus pies —literalmente— y todo parecía indicar que acabaría enterrado con sus enemigos. El semiogro, a la desesperada, soltó su enorme espada y se aferró a la raíz de un árbol cercano. Sintió como el aire y la arena golpeaban su culo desnudo cuando un hormigombre se aferró a la desesperada a su escasa vestimenta, llevándosela con él al ser arrastrado por la arena. ¡Pero Morkai había salido! Se alzaba cubierto de tierra y barro, desnudo, en medio de aquel desastre como una especie de fénix renacido.

Echó un vistazo alrededor intentando hacerse una composición de lugar.

Vio como una flecha surcaba el aire certera para clavarse en la cabeza de un hombre lagarto que parecía estar dando órdenes. El efecto le pareció gracioso al semiogro. El cacique estaba señalando hacia varios lugares y hablando en su lengua de lagarto y al momento siguiente estaba tirado en el suelo como si hubiera fulminado la ira divina, mientras sus sorprendidos guardaespaldas se arremolinaban a su alrededor para intentar sacarlo del campo de batalla.

El origen de la flecha era donde estaba el enano llamado Aren, que no disimulaba una sonrisa de triunfo. Morkai no entendía mucho de posturas heróicas o de cuadros de batalla, pero estaba seguro de que una escena en la que un enano impasible disfruta de la caída de un enemigo mientras a escasos centímetros a su derecha sus compañeros lo defienden del ataque de los hombres lagarto daba para un buen lienzo.

El crujido de rotura de huesos no había bastado para que el hombre lagarto cejase en su ataque. Buscaba con su lanza el cuello de Oten pero se encontró repentinamente con el escudo de Stela. El otro se aproximó para ayudar a sus compañeros pero de pronto la imponente sombra de Rakard los cubrió por completo. Era evidente que los hombres lagarto no estaban acostumbrados a luchar contra osos porque en sus reptilianos rostros se podía descubrir muestras de pánico¹.

¿Y los demás hombres lagarto? Morkai vio como el resto de la tropa parecía replegarse alrededor del líder caído, retrocediendo hacia el río. Después de todo se habían quedado también sin hormigombres que atacar.

Y mientras todo esto sucedía en el hormiguero un poco más lejos, entre la foresta, Noren daba una nueva voltereta esquivando la zarpa del lagarto gigante y otra vez la enorme maza que pasaba por encima de su cabeza. Había logrado dar un par de pasos hacia atrás y levantarse pero la cosa no pintaba muy bien: el jinete lagarto tenía velocidad de sobra para cazarlo y como enemigo era un problema ya que su montura también parecía dispuesta a atacar y dañar².

Una sonrisa se dibujó en el rostro del explorador. Su plan, o mejor dicho, "sus planes", habían funcionado. No solo el hormiguero estaba semi-destruido gracias a la acción del Slorvït sino que el jefe de los lagartos estaba caído y su ejercito en franca retirada. Solo quedaban un par de lagartos a su lado y, lamentablemente un lagarto jinete de lagartos que buscaba acabar con Noren.

Meneando la cabeza no pudo menos que murmurar - Lagartos de dos patas montando lagartos de cuatro patas. Solo falta un lagarto volador - Sin embargo más allá de sus palabras era consciente que su compañero estaba en peligro, por lo que desechando la posibilidad de que los lagartos que estaban a su lado le intentaran hacer daño, decidió ayudar al clérigo a la distancia con un nuevo plan... Si, Aren le encantaban los planes. Solo esperaba que los mismos se siguieran cumpliendo.

Con calma tomo otra flecha de su aljaba y volvió a elevar el arco, buscando que la saeta, en su caída, se clavase en una de las patas delanteras del lagarto que oficiaba de montura - Si! - exclamó sonriente al ver como su flecha caía exactamente donde había apuntado. Quizás no le había hecho demasiado daño al lagarto, pero al ver como el jinete comenzaba a perder el equilibrio se felicitó a si mismo por la exactitud de su disparo y por la feliz ejecución de un nuevo "plan".

-¡Atrás, monstruo escamoso!

Las palabras de Stela sonaban muchísimo más convincentes debido al enorme Rakard que rugía a su lado. Aunque el oso no luchaba ni la mitad de ferozmente que cuando lo hacía al lado de Aren, su presencia no podía ser ignorada por los hombres lagarto.

El reptiliano herido trató de mantener a Rakard a raya con su lanza. Cometió el error de ignorar a su otra adversaria. Lo pagó con su propia cabeza cuando un rápido mandoble cortó su cuello limpiamente.

-¡Eso hace empate a uno, sacerdote!-Stela apartó un lanzazo del otro hombre lagarto con un golpe de su escudo-¡Intenta no dejarte matar por anotarte otra pieza!

Stela dio un sablazo al lagarto herido, la cabeza del reptil salió despedida por los aires girando sobre si misma y salpicando de sangre el rostro de Oten

—¡Ese cuenta como medio!— El sacerdote blandió su martillo hacia atrás para luego empujarlo con las dos manos hacia delante describiendo una parábola ascendente, como un gancho en el boxeo. El golpe fue a impactar al costillar del lagarto que quedaba en pie… y entonces… Lo vio:  Allí, a lo lejos,  Morkai, en pelota viva, alzado victorioso sobre los restos del hormiguero, ¡El elegido de Kramor!

Crujido de huesos, lagarto combándose por el dolor. Una escena que ya era conocida por todos. También lo fue la reacción el reptiliano clavando su lanza en el costado de Oten. El clérigo enano no pudo obviar el dolor punzante, pero resistió el embite como una prueba de su fortaleza ante su dios¹.

Aren volvía a hacer de las suyas, esta vez haciendo que el gran lagarto se combase hacia adelante al recibir el certero aguijonazo de su flecha, lo cual provocó que su jinete saliese disparado por encima de Noren. Los enanos no pudieron más que reconocer el buen entrenamiento del mismo cuando rodó por el suelo para rápidamente alzarse armado con su hacha. No parecía tan bien enseñada la montura que, confundida, siseó con fiereza y volvió su vista alrededor buscando el origen de aquel dardo².

-¿Y qué pretendes matar pegando como mi hermana pequeña?...

Instintivamente, su mirada siguió la del enano hasta detenerse en el semiogro. Muy duro para las damas, pensó tragando saliva. Durísimo.

-... ¿Mosquitos...? ¡Cuidado!

El enano veía que tenía un contrincante de verdad, por primera vez en toda la travesía. De todas formas, le preocupaba que, montado como estaba, tenía mucho alcance y movilidad, algo que un enano suele carecer. Pero no por eso se amedrentaría.

Preparado con su escudo para desviar el golpe de la maza, cargó con el hacha por detrás, y cuando estaba por lanzar su golpe, una flecha cayó del cielo milagrosamente haciendo que el jinete cayera a su espalda. Con un giro, rodó y se levantó presto para asestar un hachazo o defenderse de la montura, pero ésta parecía más molesta con el arquero misterioso que con el enano que tenía cerca.

Pero el campeón no era un pelele, y cuando Noren se lanzó hacia él con un hachazo descendente, interpuso su maza desviando el golpe y recibiendo apenas un rasguño en una mano gracias al filo del hacha enana.

-Esto va a ser bueno...- murmuró el enano con una leve sonrisa en su rostro.

Morkai levantó la mirada hacia el horizonte, como a veces hacen los héroes. Y si no me crees, pues te aguantas y te buscas un héroe y te quedas mirándole a ver si lo hace o no. Y cuando lo hagas, me pagas tres cañas, por cenutrio.

Decíamos que en lontananza (qué bonica palabra, qué ganas tenía de largarla, jojo) Morkai vio a sus nuevos amigüitos.

──¡Amigoooooooooos!── Morkai parecía haber estado toda una eternidad fuera del alcance de sus amigos. Sin darse cuenta de que estaba en deshabillé... bueno, sin pantalones y sin una bota, encontró reconfortante emerger de entre los hormigosos y verles ahí tan campantes, y divirtiéndose sin él. Tanto fue así, y tanto les había echado de menos, en la oscuridad, siendo lanzado por un ingenio del demonio por los aires y todo, que abrió los brazos y no pensó sino en ir y apretujarles a todos contra su pecho.

Total que, dicho y hecho, se lanzó apartando a un lado y a otro primero hormicosas y luego lagartoides sorprendidos por su desfachatez y se lanzó en dirección a sus camaradas con lágrimas en los ojos producidas por la honda emoción que le embargaba.

──¡Morkai echar taaanto de menos!

—¿El semiogro está abrazando a los que están en combate?

Como dios de los aventureros Random había visto muchas cosas en su vida pero aquello era distinto.

—Y diría que está aprovechando para arrimar la cebolleta a la mercenaria en el abrazo.— apuntó Lyriam sonriendo pícaramente mientras miraba de reojo a Kramor —¿Crees que...?

Pero Kramor estaba más interesado en la zona donde el otro enano se enfrentaba al enorme hombre lagarto que había caído de su montura. La diosa de la Magia lanzó un bufido de insatisfacción.

—Pues el hombre lagarto que ha empujado por el camino parece que aprovecha la oportunidad para escaquearse con los otros por el río.— Astinus, dios de los ladrones, solía estar siempre atento a los que usan el subterfugio para esquivar las batallas —Míralo como corre.

—No lo culpo.— dijo Random —No pierde nada enfrentándose a ese grupo y total ya se han encargado ellos del hormiguero.

—¿Pero por qué lo han hecho?

—Ya sabes como suelen decir los mortales: es que nos quedaba de camino.

—Lo que me sorprende es que no lo hayan quemado.

—No les ha dado tiempo.

—¡Os estáis perdiendo una pelea magnífica!— dijo Kramor.

Y todos se volcaron a mirar el punto donde todavía había gente con ganas de matarse a la vieja usanza.