Partida Rol por web

Roark estuvo a punto de disparar un flechazo, pero si por la tontería le daba a Gromenauer y se cabreaba, prefirió cerciorarse antes así que dio un paso atrás y entornó los ojos.

Mejor que el enano se cabreara con los enemigos y no con él...

— Y yo que dije que este sitio era seguro —  atinó a murmurar Aren mientras observaba el tronco que se le venía encima. su cuerpo reaccionó antes de las palabras terminaran de salir de su boca y rodó por el suelo esquivando no solo a la mole que se le venía encima sino que obligando a Rakard a hacer lo propio.

— Que se supone que está pasando aquí! — exclamó mientras sus ojos recorrían el piso el lugar — Desde cuando los bosques atacan a los enanos? — preguntó en voz alta — O a los osos — agregó pensando en su fiel compañero — O a los humanos? — añadió — O incluso a los semiogros — finalizó orgulloso de haber citado a todos los presentes pero sin tener en claro que es lo que estaba pasando.

— Esto nunca me había pasado antes. Los bosques no suelen ser tan agresivos — aseguró mientras trataba de recordar algo que alguien le hubiera contado sobre alguna situación similar.

La espada de Stela ya estaba en su mano apenas las plantas empezaron a moverse. Con el escudo en la otra mano detuvo un tocón seco que había salido disparado hacia Firfin. 

-¡De nada!-exclamó segando dos lianas que descendían sobre ellos-¡No te muevas! Maldición, haz lo que mejor sabes y dale un disgusto al que está detrás de todo esto. 

Una nube de hojarasca oscureció el claro. Ahora sólo podía tener una vaga idea de dónde estaban los demás. 

—¡Malditos elfos! —gritó el enano cuando vio como unas raíces lo alzaban—. ¡Encima de los peores, de los comeflores y follardillas!

Pero la magia élfica era una tontería para un fuerte y recio enano como Gromenauer. Con fuerza, rompió las raices que lo ataban, al tiempo que sacaba su martillo.

Si ese elfo, estuviese donde estuviese, quería guerra, la tendría—. ¡Sal, estúpido elfo! ¡Deja tu magia si tienes valor y da la cara, que te lo voy a explicar muy amablemente!

Alguien tenía que pagar que hubiese perdido su escudo...

──GRRRRRRAAAAAAAAAARRRRRG, ──Morkai destrozaba ramas y troncos y to lo que amenazaba con caer encima de él. Tras algunos proyectiles de menor entidad, un arbolote entero se le vino encima. ¡Pero el semiogro ni siquiera pensó en esquivar! En lugar de eso, apoyó las manos en él sin dejar de rugir, y a puro huevo desvió su trayectoria, de modo que estuvo a punto de matar a todos los demás.

Se subió encima del tronco y lo escupió, y se golpeó el pecho con los puños en gorilesco y ruidoso desafío hacia el alimento que estaba causando tantos problemas. ¡Cada uno debía estar en su lugar!

──¡Eh, carne de espetón! ¡Malahierba! ¡Paliducho! ¡INDIVIDUO!

Morkai no sabía que dirigía sus invectivas a un viejo tocón lleno de hormigas que él estaba confundiendo con una silueta reveladora de la posición del enemigo. Justo tras él, sin embargo, y completamente fuera de su línea de visión, se pusiera como se pusiera, a apenas media cuarta de su cogote, el felfo Nerdanel, llamado El Artífice, observaba con toda tranquilidad a su enemigo. Si: podemos afirmar que la táctica de Morkai de atraer el ataque sobre si mismo tuvo éxito, mas no por ofensivo (aunque llamar individuo es todo un insulto para cualquiera si no sabes muy bien lo que significa la palabra), sino porque se había puesto tan a huevo para recibir que era imposible que el enemigo no cayera en la tentación de elegirle a él para dar un verdadero escarmiento de los gordos.

Noren sabía que eso no era normal, y no porque anduviera canturreando por los bosques, pero sí porque eso no había forma de que fuera normal. Tal vez era sólo testarudez, pero algo así era la especialidad de los enanos.

Lanzó hachazos a diestra y siniestra, cortando fácilmente por su afilada hoja, pero también era tan rápida la aparición de éstas que parecía nunca acabar y comenzaban a cortajearlo en las zonas donde la armadura no lo protegía con eficacia.

-¿Qué está sucediendo?- le pregunta al explorador, mientras sigue cortando zarzas, y buscando acercarse a los demás, para protegerse mejor entre escudos y armas.

Kramor le dio una patada a la enorme fuente donde se reflejaba todo lo que sucedía en los Planos, concretamente en Zork. El agua, que había permanecido inmóvil un rato largo, vibró un momento y la imagen que mostraba el bosque cercano al pantano cobró vida de nuevo.

—Maldito Destino...

—Siempre se las arregla para dejar las cosas colgadas sin avisar.— afirmo Asindara con fastidio.

—Ya, bueno... ya sabes lo que pasa con estas Fuerzas Mayores. A veces se lían y...

—Sssh... mirad... ya lo han visto.

Efectivamente aunque parte del grupo seguía peleándose con el bosque Morkai había lanzado un grito desafiante para atraer la atención de quien quiera que les estuviera atacando. Y no fue Firfin quien detectó al individuo oculto, sino Roark que se fijó en que había una única zona del bosque donde no estaban pasando cosas chungas. Por lo tanto allí tenía que estar el origen del ataque.

Aren había escuchado hablar de los Ausentes. Era una orden de elfos magos que habían decidido retirarse a los lugares más alejados de la civilización para vivir en comunión con la naturaleza. Quizás los exabruptos de Gromenauer no estuvieran tan fuera de lugar para describirlos. El caso es que los Ausentes parecían creer que eran los únicos dignos de vivir en sus bosques y hacían cosas como aquella: atacar sin motivo a los viajeros.

Pero ellos eran demasiados para que aquel elfo —pues ahora que Roark lo había señalado todos lo veían —pudiera encargarse de todos.

El caso es que aún siendo superado en número y siendo ahora visible el tipo derrochaba arrogancia.

—¡No sois bienvenidos en mi bosque! ¡Marchaos por donde habéis venido!

Dijo esto permaneciendo allí de pie, como si su sola presencia pudiera amedrentar al grupo. ¿Estaba el grupo amedrentado? Por las imprecaciones de Morkai no lo parecía...

──¡OUAAAAAAAAAAARH! ──Gritó Morkai, pero en un tono no tan marcial. Había pegado un brinco en cuanto el otro susurró en su oreja nosequé de abandonar el bosque o algo así, y casi se mata tras abandonar el árbol caído por la vía rápida. ──¡Joder! ──dijo, con la boca llena de barro y palitos: ──¡Tú casi matar de susto a Morkai!

Roark armó el brazo y apuntó su flecha justo entre las cejas del elfo. -¿Como que su bosque? ¿Acaso es usted el propietario? En ese caso permítame que le sugiera un concepto: carteles de prohibido el paso. Ahora, si tuviera a bien dejar de jugar con la hojarasca para que podamos hablar civilizadamente, porque se me está cansando el brazo, ¿sabe?

Posándose grácilmente en el suelo, martillo en mano, el enano sonrió... Hasta que hizo el gesto de recuperar su escudo y este no volvió a su mano, lógicamente—. Estúpido Roark...

Y lo peor no era eso. Era que encima iba a hacerse amigo del elfo. Lo que faltaba. Pues no iba a permitir que eso sucediese. Tomando posición y poniendose a su altura, enarbolando la maza, espetó al elfo—. ¿Tu bosque? Amigo, a menos que tengas estos papeles de propiedad, que certifiquen que es tu bosque, como tengo yo de este puente cedido amablemente por unos trolls, me temo que es tanto tuyo como nuestro.

—Así que hazte a un lado y sigue comiendo flores y abrazando árboles, antes de que nos enfademos de verdad —terminó diciendo el enano. Lo que ese elfo desconocía, es que en realidad el puente ya no existía. Había sido casi engullido por completo por un vórtice creado por un estúpido nigromante. Pero al menos tenía los papeles de propiedad, no como él.

— Lo único que nos faltaba, encontrarnos con uno de los "ausentes" — comentó Aren, malhumorado mientras sacaba su arco, empulgaba una flecha y optaba por, por el momento, no apuntarle al elfo que ahora estaba claramente visible.

— Como mis compañeros amablemente os han explicado... — el explorador se asombró de la fluidez con que empezó su monólogo — ... debemos atravesar "vuestro" bosque — La forma en que el enano resaltó el "vuestro" fue claramente sarcástica —  Y es lo que que pensamos hacer. Ahora, hay dos posibilidades. Lo hacemos por las buenas o de otra manera — terminó olvidándose de las florituras verbales y apretando sus nudillos en torno a la empuñadura de su arco mientras se encogía de hombros.

Por más que se tratase de un mago era solo un elfo — Es vuestra decisión —

En ese momento tan delicado, el estómago de Morkai hizo uno de esos sonidos guturales con gogrorito final que denuncian la protesta de dicho órgano por falta de alimento. O porque el poseedor de dicho estómago acaba de avistar algo especialmente jugoso y delicioso.

Las plantas no habían cesado en su acoso. La espada de Stela segaba ramas a su alrededor como una guadaña pero las plantas no mostraban dolor ni se amedrentaban.

-¡No es momento para charlas, joder!-gritó a duras penas con la boca llena de hojas y una liana en torno al cuello-¡Haced algo y hacedlo ya!

Observó desde donde estaba al elfo. Era pálido y escuchimizado. Por alguna razón, pensaba que el bosque era suyo. Ya se sabe que los elfos son dados a estas cosas. Se creen protectores de bosques, animales y eso. Eso no le sorprendió a Oten. Lo malo era que este elfo en particular parecía estar dispuesto a defender lo que creía suyo a base de magia. Una poderosa magia. Nada de truquitos baratos ni luces de advertencia flotando en el aire. Aquel elfo parecía ser un extraordinario mago.

—Señor— Oten pensó que era mejor seguirle el juego

—Como os ha dicho nuestro explorador debemos atravesar este bosque. No se trata de un asunto baladí. Tenemos una importante misión que cumplir.—

—Si sois el dueño, os pedimos vuestro permiso para atravesarlo. Lo haremos rápido y en silencio.— Oten pensó que su mejor baza era la de jugar con los propios intereses del elfo. Si de verdad era el protector o dueño del bosque, seguramente preferiría que el grupo de incursores desaparecieran lo antes posible de sus dominios que verse envuelto en una batalla que podría acarrear daños en sus propiedades.

-¡Si quieren hablar detengan todo esto!- gritó el guerrero, mientras cortaba más zarzas, intentando acercarse a Stela, que aún luchaba con una liana que se creía ahogadora. Cortó la liana en el aire, pero a él se le enroscaron dos en las botas...

Confiaba que una vez resaltado el tema delicado de la flora agresiva, el mago decidiría darle un fin a ese espectáculo de jardinería animada, sólo digno de druidas y otros elfos, pero por supuesto no para enanos y sus acompañantes.

– ¡Calla enano, que este bosque es mío! – exclamó Firfin con pasión y arrojo a sonora voz haciendo alusión a Oten, hacia mucho que no le molestaba y eso no era bueno; los dioses estarían tristes ante tal cosa, río para sí.

Firfin conocía el bosque, había leído sobre el en una gran biblioteca en Gaënor. Era el bosque susurrante, famoso por que se decía que aquel bosque enloquecía a las personas, quienes aseguraban escuchar voces y cantos en el viento, en los arboles e incluso en las hojas.  Firfin había leído que había una pequeña aldea habitada en el centro del bosque, pero no sabía habitada por quienes, solo sabía que estos seres dormían con el sol y deambulaban por las noches, o bien a la oscuridad que les proporcionaba el bosque mismo.

– Soy “el Kraken”, señor de este bosque y terror del inframundo. He regresado junto a esos campeones a mi servicio tras derrotar a un ser oscuro y primigenio de otra dimensión. “O quizá le hemos salvado” – bromeó sarcásticamente – aunque eso no te incumbe. Lo que, si debes considerar mago elfo, es que he regresado a este lugar que me pertenece, habré paso o serás destruido en un instante. Ewandor nos espera – resaltó, esperando que el mago picará en algo de todo lo que había lanzado, y si no, pues como gran señor que era, tendría que apeárselas para matarlo con su honda o rajarle la garganta por la espalda. Probablemente ambas.

Nerdael no parecía amedrentado por las amenazas de las flechas apuntándole, y se dibujó en su rostro el arrastre de una sonrisa autosuficiente cuando argumentaron que el bosque era de todos¹. Fue entonces cuando Oten cambió la perspectiva de la conversación hacia algo más apacible pero, justo entonces, empezó Firfin a soltar su movida de que ¡él era el dueño del bosque! Todos se dieron cuenta de que aquellas palabras habían enfurecido al elfo de sobremanera. Quizás por eso las zarzas y ramas se habían vuelto más virulentas y ni Noren ni Stela parecían dar abasto para mantenerlas a raya.

Pero entonces el ladrón mencionó el nombre de Ewandor y todo pareció congelarse.

El rostro del elfo mudó de iracundo a sorprendido.

—¿Sois aquellos a los que Ewandor espera?— su mirada recorrió la amplia comitiva —Me habían dicho tres enanos, no cuatro.