Partida Rol por web

¿Cómo acabó Roark de rey de los Oscurandos?

¿Qué hizo Gromenauer para ganarse el título de general de sus tropas?

Sabemos que ambos habían llegado aquí con una expedición que buscaba la Roca Alma bajo los túneles de la Gran Calavera del Valle de los Sueños. Unos túneles antaño de enanos, luego infestados de goblins (con los que ya se habían enfrentado) pero que en sus laberintos inferiores, donde al parecer estaba su objetivo, vivían ahora los Oscurandos.

¿Y cómo eran los Oscurandos? ¿Por qué han aceptado como líderes a esta extraña pareja?

Por cierto por el camino perdieron al gnomo que sabía de los temas de Roca Alma, un tal Darniel, un inventor insportable que hablaba a la velocidad de un pitufo puesto de anfetas. Se separó del grupo hace ya una semana, cuando estaban todavía cruzando el bosque junto al río, y no dieron con él. Dándolo por muerto continuaron hasta la Gran Calavera en la Montaña.

Por cierto ¿qué había sido del resto de la expedición? ¿Quién la componía? ¿Siguen aquí o han desaparecido también?

Y ¿estáis haciendo algo para encontrar en el laberinto la Roca Alma?

Roark intentó calmarse el dolor de cabeza con una jarra helada de un brebaje de esos que bebían estos bichos -Por última vez Gromenauer, hago lo que puedo. Estos bichos no me dejan en paz ni para evacuar y así es muy difícil explorar las cuevas prohibidas. Que tienen trampas ¿sabes? No es que sean de las mejores que haya visto pero aún así... Ya llevo cuatro de las cuevas, me quedan tres y el tesoro tiene que estar en una de ellas...

El ladrón casi tiró la corona con la jarra y se la recolocó como pudo. Si al menos valiera algo, pero era bronce de mala calidad con cristales incrustados que seguro que formaban parte de un juego de vasos que se le habían caído a algún mercader hacía décadas... Suspiró y se acercó su "cetro mágico" que al menos se lo estaba pasando en grande. La llama mágica estaba disfrutando lo de ser el centro de atención y respondía inmediatamente a cualquier cosa que dijera Roark. Se hacía grande, se encogía, echaba chispas, crecía horizontal al suelo, hacía espirales, soltaba llamitas para encender otros fuegos...

Un oscurando se acercó a la antorcha mágica con un palo con algo de musgo en la punta. Los bichos aquellos eran aún más bajos que Gromenauer, le llegaban a la altura del cuello, y no eran especialmente musculosos pero aún así, eran fuertes. Tontos, pero tontos fuertes y con con garras perfectas para excavar cuevas y cortar gargantas. Y con pieles negras, perfectas para esconderse en la oscuridad de las cuevas (incluso a él le sorprendía su habilidad para pasar desapercibidos) y hacer emboscadas. Aquellos bichos vivían bajo tierra pero no estaban ciegos y necesitaban luz pero la humedad de los túneles hacía que no prendieran las antorchas con facilidad. La antorcha mágica era la excepción y Roark se pasaba el día encendiendo antorchas con la llama mágica, que las secaba y hacía que ardiesen con facilidad. El "rey" suspiró y con un elegante juego de muñeca le indicó a la llama mágica la dirección de la futura antorcha. La llama se prolongó y al cabo de unos instantes prendió fuego a la tea.

El bicho se alejó más contento que unas castañuelas tras saludar a su nuevo general enano con una medio reverencia...

-¿Ves lo que tengo que aguantar?

—¡Encima protestas! —gritó el enano con su tradicional todo de queja—. ¡Que fui yo el que tuvo que acabar con una docena de ellos mientras nos intentaban arrancar tu estúpida antorcha! ¡Sigo sin entender que te hagan rey solo por eso! —mientras decía esto, una de las pequeñas criaturas pasaba a su lado, con una bandeja de carne y otro manjares para el rey.

—¿No te das cuenta de que te están cebando para comerte? Cuando estés lo suficientemente horondo para que no puedas con ellos, se avalanzarán sobre ti, te quitarán la antorcha y se comerán tu corazón —dijo a la que agarró un trozo de carne de la bandeja que llevaba el sirviente. Demasiadas patas para un animal normal, pero esto eran las profundidades—. Y entoncés será cuando me pidas que te salve, y me negaré.

Mirando el troz de carne, se encogió de hombros y le dio un buen bocado. Un manjar en las profundidades—. ¡Así que lo que hay que hacer es dejar de hacer el pamplinas y encontrar esa estúpida piedra! ¡Aunque no sepamos dónde está el idiota del gnomo, seguro que está buscándola también! ¡Y prefiero que sea nuestra antes que suya!

Tras su retaila, el guerrero sacó de su bolsillo el trozo de piedra que dejó caer el No-Muere. Sin duda, eso también era una roca alma, pero más pequeña. Una esquirla. Una que se suponía, según el gnomo, que reaccionaría cuando se acercasen a la roca alma. Pero de momento, aquello seguía exactamente igual que cuando lo había tirado aquel ser vil —el elfo no, el que lo tiró fue el no-muere— en la Torre del Nigromante.

—Esta noche... —Gromenauer miró con severidad a Roak, que estaba a punto de abrir la boca para replicar— ¡Y no vuelvas a preguntarme que cómo sé que es de noche si llevamos días sin ver el sol, para algo soy enano! —carraspeando, prosiguió—. Esta noche volveremos a explorar otra de esas estúpidas cámaras. ¡A ver si lo encontramos de una vez, que cada vez odio más a estos mequetrefes!

Roark apretó la jarra helada contra su sien. No sabía de una buena cura para el dolor de cabeza, pero sí sabía de una forma eficiente de agravarlo: un enano chillando.- Oye que alguno que otro me cargué yo a flechazos, no me dediqué a mirar ¿sabes? ¿Y qué te crees que hago a cada rato que me dejan libre más que investigar las malditas cuevas prohibidas?

Lo de la noche y el día le tenía despistado de veras, no entendía como el enano y los bichos esos lo tenían tan claro. Lo de la comida por el contrario era un tanto ridículo. Podía ser que Gromenauer no tuviera reparos a comer bichos de, mínimo, seis patas pero él lo llevaba regular, le pegó un trago al brebaje, por otro lado el alcohol de aquellos bichos era realmente bueno. aunque no quería saber de donde lo sacaban... Suspiró echando de menos un buen rosbeef y una jarra de Coates.

-Y por mi parte al gnomo que le den. Maldita la hora en la que me liaste para venir en esta expedición, si es que los nigromantes no traen nada bueno, que lo tengo dicho... ¡Pero no me hacéis caso nunca!- Apuró el brebaje y lanzó la jarra contra la pared de roca, dos oscurandos se lanzaron a recogerla antes de que chocara contra la pared, uno la cogió en el aire se la enseñó al otro, emitieron sus balbuceos ininteligibles y salieron muy contentos a toda pastilla por un túnel lateral.

El ladrón pegó un respingo consciente de repente de que había al menos dos docenas que aquellos bichos con excelentes reflejos y garras afiladas en la cueva en ese preciso momento. -Seguimos estando seguros de que no entienden ni palabra de lo que decimos, ¿verdad?

Gromenauer arrugó el gesto, para añadir—. Me da igual que nos entiendan. Ninguno se atreve a mirarme a la cara. Por eso soy su general. ¿No has visto lo nerviosos que se ponen cuando les ordeno algo? —terminó diciendo mientras miraba a los dos sirvientes que habían cogido la jarra, que encuanto se dieron cuenta de la mirada del enano, se chocaron entre ellos para salir disparados de la sala.

Con una sonrisa, el enano continuó—. Esta noche yo iré contigo. Creo que no sabes buscar bien. Y a mí el gnomo me da igual, ahora que sabemos lo que es esto —dijo mientras volvía a mirar la esquirla blanca—. Pero necesitamos la piedra para acabar con lo que puede venir encima al mundo... ¡Aparte de que todo estará lleno de tesoros! ¡Nadie dejaría una roca de alma en un rincón sin haber construido a su alrededor un altar de, como mínimo, oro!

Buscando un asiento donde recostarse en la sala, el guerrero preguntó, pensando en voz alta—. ¿Qué crees que el lo más descabellado que estas criaturas nos podrán traer? Seguro que hay algo que puede hacernos falta para esta noche. ¡Mucho más que una cuadrilla de idiotas para que te lleven sobre un escudo!

Roark resopló -Francamente, lo dudo mucho. En las cuevas que he explorado no había nada excepto las trampas. Ni una joya, ni una mala pepita de oro. Y lo más caro de lo que tienen estos bichos es hierro y bronce. Seguro que esa maldita piedra les da miedo y no tiene ni una mala gema de acompañamiento... Lo que me preocupa es que el miedo esté justificado por algún tipo de hechizo o defensa mágica...

Miró al techo de la cueva -Lo del escudo parecía buena idea al principio pero con los techos tan bajos que tienen estas cuevas la verdad es que es doloroso, ya les dije que no lo hicieran más. Además creí que la idea era que no nos pillaran entrando en sus cuevas prohibidas bajo pena de muerte...

—¡Ahora soy yo el que decide las penas de muerte! De todas maneras, tampoco entendemos mucho más de lo que esta gente dice. Igual no les molesta que exploremos sus cámaras —reflexionó Gromenauer mientras veía pasar a las criaturas.

Lo cierto es que eran bajitos, menudos y su idoma no decía mucho. Tenía algunas palabras que el enano sí entendía porque procedían del enano, pero también tenían elfo, mediano, común... Hasta algo de gnómico. También había palabras que parecían inventadas...

Era una pena que no tuviesen un mago. O igual a algún gnomo que pudiese descifrar su idioma con algún aparato mágico. Porque conseguir en una cueva unas raciones de pez de babel iba a estar complicado. ¡Maldito gnomo, seguro que él podría encontrar una solución al idioma de estas cosas! ¡Total, era igual de altos que ellos, solo que pálido en lugar de negruzco!

El ladrón hizo una mueca -Si nos pillan colándonos en sus cuevas a lo mejor te quitan ese poder, ¿no crees? Depsués de todo el chamán no es que parezca muy contento con ninguno de nosotros dos...- Suspiró y sacó un trozo de tela en el que Roark había dibujado un plano de las cuevas. Los túneles tenían anotaciones como "cocina", "almacén", "barracones", etc. También había marcas que indicaban trampas. Había 7 túneles marcados con una calavera, cuatro de ellas estaban tachadas. Los otros tres tan solo tenían dibujado el principio del túnel y sus calaveras estaban sin tachar -Bueno, al negocio. El experto en túneles y cuevas eres tú: ¿por cual de los tres vamos esta vez?

El enano miró el mapa. Desde luego, no era un experto en hablar con las piedras, pero sí que sabía de cuevas, grutas y cavernas. Además, estaba claro que esto algún día perteneció a algún clan enano, aunque no muy relevante. Si el guerrero se esforzase podría recordar qué clan era, pero había pasado mucho tiempo, quizás siglos. Ahora tocaba centrarse en el mapa.

—Vale, veamos el mapa —dijo el enano con semblante serio. Mesándose la parte del bigote, dudó por unos instantes, para decir—. Vale, tiene que ser seguramente este —dijo señalando una de las entradas del tunel—. Si lo ocultaron siguiendo las disposición que tendrías estas cuevas cuando pertenecían a los enanos, la entrada a la sala principal debería ser esa.

—Creo que las otras dos nos llevaría a un estercolero gigante, donde podríamos encontrar un buen criadero de esas criaturas que te dan tanto asco. Cosa que no entiendo porque son deliciosas —tras relamerse, añadió—. El otro solo llevará a una grieta que conectará casi con el centro de la tierra. O hasta donde llegasen cavando los enanos de aquí.

Roark frunció el ceño -¿Y por qué demonios prohíben el acceso bajo pena de muerte a un estercolero? A la grieta esa tampoco le veo mucho sentido, pero a saber. Ahora, ¿a un estercolero?- Desde luego la gente que vivía bajo tierra acababa mal de la azotea, sería mejor largarse de allí lo antes posible...

El ladrón repasó el mapa. Él no veía nada claro todo lo que allí veía Gromenauer, pero claro: él no era enano. Se encogió de hombros. -Bueno, pues por ese. En cuanto los bichos éstos nos dejen tranquilos... Yo me puedo escabullir fácilmente, ¿tú crees que podrás? Porque si nos cazan tendremos un problema...

El problema del mapa era que estaba incompleto. Alguien había arrancado justo la zona que estaba más allá del estercolero. Y la que llevaba al centro de Zork tenía un túnel que parecía unir con ese área desaparecida. ¿Sería mucha casualidad que justo el trozo faltante llevase a lo que ellos buscaban? Y ya puestos ¿dónde estaba ese trozo?

Los oscurandos estaban fascinados por el fuego eterno (chizzpp pif pif, como lo llamaban ellos) pero hasta que Roark lo sacó no parecían igual de impresionados por la presencia de los aventureros. Así que era muy probable que el trozo que faltaba se lo hubiera llevado algún grupo que hubiera pasado antes por allí. Pero si así había sido ¿dónde estaban los restos? ¿qué habían hecho los oscurandos con las armas, armaduras o tesoros que trajesen sus predecesores?

No. Allí había algo más oculto aparte de las cavernas prohibidas. O no prohibidas, porque era complicado averiguar que significaba exactamente achili uaka man pun, que era lo que decían mientras movían sus cabezas en círculos cuando se les preguntaba por ella a los oscurandos.

—Y yo pregunto... los oscurandos ¿quién los creo?— Random observaba con curiosidad aquellas criaturas que se debatían entre lo patético y lo horroroso.

—Creo que fue Set en un día de borrachera.— contestó Asindara.

—¿Set no era el dios de la Mentira? Hace tiempo que no le veo.

—Está de paseo por los planos. Lo último que escuché de él es que había inspirado a un mago de un mundo acuático para crear una raza de hombres-cangrejo o algo así. ¿Y sabes lo mejor? Se le olvidó hacer que respirasen bajo el agua.

Los dioses se echaron a reír ante tamaña ocurrencia.

—Eh... que también hay cangrejos de tierra.

Y las risas fueron en aumento.

Roark se aburría.

Cuando la mayoría de los bichos hubieron desaparecido hacia sus respectivos camastros, así que el ladrón supuso que era de noche, se escabulló de sus aposentos sin que la guardia se enterase y se dirigió al tercer tunel esperando que Gromenauer hubiera hecho lo propio.

Pero no. Ya llevaba un rato allí esperando, justo en medio de una sombra, en la encrucijada elegida y el enano no había llegado...

—¿Os habéis fijado? El plano lo ha dibujado el ladrón y aún así ¡le falta un trozo que ha sido robado!

Los dioses se quedaron un momento pensativos. Fue Zwagonard quien refunfuñó entre las sombras con aquella voz que sonaba como el ruido de calaveras rodando por la escalera de piedra de una cripta oscura:

—¿Sois idiotas o qué? Eso simplemente quiere decir que esos dos no están solos ahí abajo con los oscurandos.

—Pero la voz en off dijo que...

—La voz en off, la voz en off... ahora me vais a contar que escucháis voces en off y hay cuatro paredes y una se rompe. ¿Qué será lo siguiente? ¿Poner en entredicho la continuidad del universo? ¡Os digo que ahí abajo hay alguien más!

Tras un rato de espera, Gromenauer apareció por fin en el corredor. Parecía que se iba ocultando de algo, pero claro... Eso era difícil de saber en un enano, que precisamente no eran expertos en ocultación.

Cuando llegó a la altura de Roark, y antes de que este le increpase por llegar tarde, le dijo—. ¿Eres el que se supone que vigila cosas y no te has dado cuenta? ¡Te falta un trozo de mapa, idiota! ¡Eso significa que hay alguien más! ¡Y que se ha hecho con él!

Tras mirar hacia los lados y comprobar que no había nadie, continuó—. Seguro que fue ese gnomo trafullero. ¡Seguro que alguno de sus abuelos era un goblin! —exclamó mientras sacaba su maza y preparaba su escudo. Además, eso explicaría esa mancha verdosa en su mano y no una estúpida enfermedad llamada "La Muerte Verde"—. Si de verdad es él, tenemos que ser rápidos. ¡Puede que esté en el pasadizo y consiga la Roca Alma antes que nosotros!

—¡Así que venga, en marcha! —terminó diciendo mientras se encaminaba hacia dentro del pasadizo que no estaba registrado en el mapa...

Roark levantó el dedo al ver venir al enano, aunque le había oído hacía un rato, pero se quedó con la boca abierta sin poder decir lo que pretendía ante la perorata que le estaba soltando Gromenauer. Frunció el ceño y sacó el mapa para echarle otro vistazo. Ciertamente, allí faltaba un trozo. Lo interesante era que él no había dibujado ningún túnel en ese trozo porque, evidentemente, no había estado en esa parte de los túneles... Volvió a levantar el dedo pero el enano seguía con el discurso mientras pasaba de largo del ladrón y se adentraba en uno de los túneles.

Y no hablaba en voz baja precisamente.

Así que Roark hizo lo único sensato que podía hacer. Se quedó mirando hacia la pared de enfrente mientras envainaba el dedo y luego se quedó mirando al túnel por el que Gromenauer había llegado porque, evidentemente, había metido ruido suficiente como para que le oyeran cuatro túneles más allá. Su mirada paseó luego hacia el túnel por el que el enano seguía rezongando...

Suspiró y salió corriendo para adelantar al enano. Mejor que se ocupara él de las trampas de delante y Gromenauer de posibles oscurandos de detrás.

Mientras tanto se preguntaba para qué demonios querría nadie un trozo de tela en blanco y no el plano propiamente dicho. Y en por qué Gromenauer estaba tan alterado si, evidentemente, el trozo que faltaba no era más que un fragmento de una antigua camisa que Roark había reconvertido en plano. Sin nada escrito en él.

Le empezaba a doler la cabeza. Otra vez. Se encogió de hombros desechando el misterio del no-plano robado mientras sacaba su antorcha y avanzaba atento a posibles trampas. Después de todo, en Zork pasaban cosas como aquella todos los días...

Zwagonard se rió con esa risita siniestra que evocaba los gritos de las moscas cuando le arrancabas las alas¹:

—Esos dos son incorregibles. Van de cabeza hacia la Vieja Escuraverme.

Los demás dioses se miraron preocupados entre sí.

—Pensé que en este tema estábamos todos juntos.— le reprochó Random —¿Qué tiene de gracioso que esos dos vayan a despertar a la Escuraverme? Si mueren...

—Son aventureros. ¿No presumes siempre de tener cientos de repuestos?

—Bueno... estos han llegado bastante lejos para el cálculo de las crónicas... Y ya tienen un fragmento del Cristal del Alma. Además yo no tengo tantos pícaros que sobrevivan a líos como Roark.— dijo Arsenius.

—Una de las primeras reglas que hay que seguir con los mortales— replicó el Dios de la Oscuridad —es que son mortales. Se mueren. Kaput. Y luego viene Gwanzagar y se lleva su alma a donde piensen ellos que deben estar: a sufrir o a disfrutar. Hasta que los vuelven a meter en otro berreante mortal otra vez y vuelta a empezar con la experiencia²...

—Además están los otros ¿no? ¿O todo lo de Ewandor es para pasar el rato?— intervino Asindara, la diosa de la Magia.

—No, no es para pasar el rato. Pero cada uno tiene su cometido. Como piezas en una cerradura intrincada.— explicó Astinius mientras hacía aparecer la imagen de un mecanismo en el aire —Si una pieza se quiebra...

El mecanismo ficticio se rompió en pedazos.

—Pues se busca un repuesto.— dijo resignado Random —Porque esos dos van de cabeza hacia la Escuraverme.

—Míralo por el lado bueno. Si sobreviven encontrarán el Cristal del Alma.

Y como solía pasar en estos casos los dioses se pusieron a mirar mientras alguien iba a por palomitas.

El túnel se iba ancheando mientras Roark rebuscaba trampas. Eso le hacía perder más tiempo. Alzó la antorcha y comprobó que a partir de aquel punto el túnel se había convertido en roca pura. Gromenauer también se percató de eso: estaban abandonando la construcción enana porque iban a desembocar en unas cavernas natural.

El pícaro, sin embargo, se fijaba más en los pictogramas que había en las paredes. Los primeros eran enanos. Luego había algunos más brutos que sin duda pertenecían a goblins. Y por último unos que parecían garabatos hechos por un bebé con serios problemas visuales y de psicomotricidad, que probablemente serían de los oscurandos.

Pero todos ellos, hasta los de los oscurandos, transmitían una indudable ansiedad por evitar que quien quiera que anduviese por ese túnel de piedra dejase de hacerlo y diera media vuelta. De hecho llegado a ese punto hasta los propios pictogramas parecían estar dando media vuelta.

Igual los oscurandos no les estaban diciendo que esos túneles estaban prohibidos.

Igual les estaban diciendo que eran peligrosos.

Pero claro ¿quién gana experiencia sin arriesgarse un poco?

Roark fue ralentizando el paso a medida que los pictogramas se volvían más amenazadores. De hecho había unos que estaba casi seguro de que decían "Si estás leyendo esto es que eres gilipollas, mira yo ya paso de avisarte. Que te den." -Eeeeeh Gromenauer. El experto en cuevas eres tú pero... ¿Seguro que vamos bien por aquí?- dijo señalando el pictograma de "que te den" que, clarisimamente, era un pene¹.

El ladrón estiró el cuello atento a la oscuridad de delante mientras Gromenauer contestaba, que aquella cueva empezaba a ponerle los pelos de punta...

De hecho tenía la espada en la mano. Por si acaso...

—¡Bah! ¡No hagas caso a esas estúpidas pintadas! ¿No ves lo que pretenden? ¡Quieren alejarnos de la Roca del Alma! ¿O acaso tú no pondrías mensajes disuasorios para que nadie se acerque a tus tesoros? —dijo a la que pasaban por la pintada del pene—. ¿Ves? ¿Si alguna clase de criatura malvada te persiguiese, te entretendrías en pintar un pollón en una pared? ¡Pues claro que no, a menos que seas un loco o un genio!

Lo cierto es que el enano tenía parte de razón. Pero también era posible que la criatura que les acechaba también fuese aficionada a la pintura, lo cual explicaría el dibujo—. Venga, no seas haragán ahora. Nunca te he oído protestar por muy peligroso que fuese conseguir un tesoro.