Partida Rol por web

Aranault se echó para atrás, todavía sin apartar la vista del viejo camino. -La idea del anciano no parece del todo mala, sobre todo considerando que parece que vamos a tener compañía dentro de poco.- Entonces volvió la cara al grupo, con una sonrisa en la cara. -Aunque por supuesto podría ser otro grupo de honrados viajeros como nosotros, pero aun así no termino de fiarme. Recoged las cosas, yo os cubro.-

A medida que el druída se acercaba poco a poco, moviéndose con soltura entre la maleza y los árboles, escucharon un grito que parecía llegar desde la misma dirección que el ladrido: —¡Tarannis! ¡Aguarda, tovarishch! Parecía la voz de un hombre que compartía el acento norteño de Volk.

Una idea, o más bien una serie de ideas volcadas en verso para formar música para todo aquel que supiera leerlo, apareció en su mente. Las imágenes mentales siempre le venían en los momentos más extraños, y parecían proceder de profundidades insospechadas para el gnomo y, a su vez, parecían no ocuparle espacio ni tiempo.

Un libro con tapas de color negro azabache con romances y leyendas de Rhusiya. El recopilador no lo conocía, ni tampoco aparecía en el libro, pero realmente admiraba ese trabajo concienzudo que había logrado. Lo había conseguido en uno de sus viajes a la ciudad de Moskhonia de un anciano que ya no tenía ni para comer, y que seguramente ese era su bien más preciado. Aquel día, Kaleb le había prometido cuidarlo como ningún otro, y aún se encontraba en uno de los estantes que tenía en su habitación en la Casa del Patricio.

Noche helada, copos de nieve en su sombrero hasta el punto de que por momentos caían grandes cantidades de nieve al vencer la tensión del ala, las orejas, la nariz y las manos congeladas, no podía emitir ningún sonido de su garganta, ni tampoco de su flauta. Se había quedado afónico y aquel viejo lo había alojado ya que no podía demostrar sus dotes musicales para ganarse una noche en una buena, ni mala, taberna. Comieron de sus raciones porque el anciano, Vlatim se llamaba, no tenía ni para él mismo, y el fuego ayudó a que el gnomo recobrara la movilidad de sus manos y pudiera deleitar a su humilde público con melodías alegres y primaverales, que ayudaron a sobrellevar el creciente frío. A la mañana siguiente, Vlatim quiso regalarle el libro, pero Kaleb no lo aceptó hasta que éste no accediera a recibir sus últimas monedas. No podía aprovecharse de esa buena persona, no después de darle cobijo y un libro como ése.

Pero las palabras de Babbacar lo trajeron al presente y a aquel bosque. Pero con la sabiduría en su consciencia.

-¡Volk!- le llamó la atención a su compañero de más de una aventura -¿Conoces a los mastines de tundra? Son de tus tierras, ¿no será algo así?-

No estaba seguro de si tranquilizarse por algo así, o no. Los rhusiyanos eran particulares, por llamarlos de alguna forma, y así como en Volk había encontrado un aliado de fiar (o lo bastante), también se había encontrado con más de uno que le gustaba demasiado la bebida y la violencia.

Una vez escuchó ese acento entre la espesura, al acompañar al extraño druida, confirmó todas sus sospechas: eran rhusiyanos.

-Volk- dijo el gnomo haciéndole una seña -Tal vez tengas que ocuparte tú de esta situación...- finalizó haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la voz y los ladridos.

Tancredo salió del trance intentando incorporarse. Sin embargo, tan pronto como se ponía en pie, comenzó a notar como su estómago protestaba sonoramente. De forma excepcional, los árboles parecieron moverse al son de una música extraña que casi podía tocarse; los colores fluctuaban hasta lograr contrastes y saturaciones imposibles, y las voces de sus compañeros sonaban lejanas y distorsionadas. Por suerte, el espectáculo terminó en unos pocos segundos, pero el hechicero seguía sintiéndose bastante débil. Acababa de sufrir lo que los medianos llamaban "un mal viaje".

—Ay, me parece que me encuentro mal... Estoy muy mal muy mal, no sé si voy a morir, ¡Malditas setas, maldito cocinero! Qué mala suerte, hombre... ¡Muero, muero! El intento de llamar la atención del brujo fue un fracaso. La mitad de sus compañeros ya se había internado en la maleza. Salió corriendo detrás de ellos como pudo:

—¡Esperad, hay algo sobrenatural en la naturaleza de esos ladridos! ¡Tal vez un baghest o un gamusino!

Babaccar siguió el sonido de los ladridos pero tuvo buen cuidado de no mostrarse. Quería ser él el que decidiera cuando era el momento adecuado o incluso si ese momento era necesario. Cuando estuvieron cerca del camino, trató de prestar aún más atención, necesitaba tener claro qué era lo que les esperaba si salían al descubierto.

Volk siguió a sus compañeros, todavía al amparo de la oscuridad. Prefería contar con el factor sopresa si era necesario sacar provecho de él. Si no, siempre podía hacer una entrada teatral.

A medida que el druida se movía con sigilo entre la espesura, en dirección a los ladridos y las voces, procuró prestar mayor atención para ver qué podía descubrir.

—¿Lo ves, chico? Aquí no hay nadie— escuchó decir al hombre de acento rhusiyano. El animal sonaba ahora bastante más calmado.

Unos pasos apresurados sonaron por detrás del extraño, a juzgar por su ritmo parecían de alguien bastante pequeño y pesado. ¿Sería un enano?

—¡A ver si haces callar a ese chucho tuyo, Alek!— increpó enfurruñada una nueva voz —A este paso todos los bandidos de esta condenada región sabrán que estamos aquí, y te lo advierto: como le ocurra algo a doña Avellaneda o a su consejero, nos colgarán a ambos por los cojones.

El tal Alek rió alegremente. Sonó un golpe seco, quizá una palmada.
—No te apures, moy drug. Tarannis solo ladra cuando encuentra a alguien perdido, seguro que no será más que un monje de Vorspiel que ha salido a dar un paseo vespertino.

Babaccar estudió detenidamente la situación mientras fijaba la cabeza en el suelo, moviendo las orejas. Sus compañeros aguardaban unos pasos más atrás. Finalmente, el instinto pudo a la prudencia y el druida abandonó la espesura para mostrarse a los hombres del camino, no sin antes hacer una seña para que los demás aguardasen tras los arbustos.

- Deberíais prestar más atención a las advertencias de los animales- saludó desenfadado- la próxima vez podría no ser un amigo el que os aborde. Saludos viajeros, ¿no empieza a hacerse un poco tarde para moverse por los caminos?

Yo voy. No serán rushianos lobo, ¿verdad?

Kaleb había seguido a Babaccar pero a medida que los sonidos se iban acercando, se fue quedando cada vez más atrás. Dejó pasar a Volk, que fue en ese momento cuando le dijo aquellas palabras de aliento para que intercediera con sus coterráneos, y finalmente se fue quedando con Tancredo.

-¿Estás bien?- preguntó acercándose para ayudarlo con su corta estatura -¿Qué fue lo que comiste?- continuó preguntando al tiempo que su mirada iba del peregrino a donde estaba el druida.

Ese viejo sí que era corajudo. Él hubiera esperado a saber quiénes estaban por allí, pero parecía que, o ya lo sabía, o tenía coraje de sobra.

La vejez da sabiduría
Aunque también poco tacto.
No confundir la primera con el segundo,
O la muerte vendrá con alegría.

¿Por qué se le ocurrían versos tan poco gratos en un momento así? Y podría esforzarse un poco más en la métrica y la rima... aunque pensándolo mejor, los ladridos de mastines en medio de la espesura no es una buena fuente de inspiración para estrofas aprobadas por el Círculo de Literatos Unidos de Elenia.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando el druida salió de su escondite y se presentó ante los extraños. Intentó mirar hacia donde miraba el viejo, pero sin alejarse demasiado de Tancredo, que no parecía estar en el mejor de sus momentos. Sabía que tendría que interceder si Babaccar no demostraba tacto en su habla.

—Esto, mi querido amigo, es un hongo que expande la consciencia y permite ver el mundo invisible fugazmente. Es un arte que me enseñó un viejo músico ciego, pero que podía ver más que ningún otro hombre ¿Queréis probarlo? Como mucho os producirá retortijones, pero las visiones serán reveladoras, dijo Tancredo entre susurros mientras observaban al druída. Se llevo otro pedazo de seta seta a la boca, pues era la clase de persona capaz de tropezar con la piedra cada vez que la encontrase. Allí había magia, eso ya lo había notado sin siquiera verlos. A ver que revelaban estos extranjeros ahora que estaban dentro del alcance de su escopia mística. Comenzó a recitar una cancioncilla en voz baja a medida que el hongo hacía su efecto y se concentraba en el grupo de hombres...

Feliz esto es mientras al estío las aves cantan
Ahora, cercano ya, el viento sopla y el clima es bravo
Oh, oh, exclamo yo, esta noche es larga 
Y también yo llevo ya hecho mucho daño 
Dolor y pena y partir sin comida en la barriga.

Le Maison estaba más acostumbrado a las desoladas llanuras de las tierras fronterizas que a los húmedos bosques de Montnoir. Aquí no se veía a unos pocos metros de distancia así que pensó que lo mejor era ponerse hombro con hombro con Arnault para frenar cualquier ataque o emboscada en vez de dispersarse en el bosque.

Hizo una seña a los aventureros que quedaban que se resguardaran tras ambos guerreros y se plantó para aguantar un posible ataque mientras recitaba en voz baja una pequeña oración a su diosa.

La escopia mística comenzó a hacer efecto de nuevo en Tancredo, abriendo cada capa de su mente como si de un nenúfar se tratase. Cada vez que respiraba, la vibración se volvía más y más clara. Sin embargo, no precedía de las personas que tenía en frente, como había imaginado en un principio, sino de algo que parecía acercarse con parsimonia por el oeste. Se trataba de algo latente, como de un hechizo mantenido, un objeto o una runa.

Cuando Le Maison susurró un pequeño salmo, la diosa no tardó en responderle. No lo hizo con palabras, pero el dulce calor que reconfortó su corazón fue suficiente para que el paladín entendiese. Cuando abrió los ojos, se fijó en las dos figuras que tenía delante, junto al mastín. El hombre rhusiyano parecía honrado y sin mácula, pero el alma del gnomo[1] que lo acompañaba estaba manchada por la ambición, el orgullo y la ira. No obstante, no parecía mezquino.