Partida Rol por web

La hora del té:

Tras una breve despedida, Tancredo desapareció bajo la estrecha arcada que había entre dos casas. Daba a uno de esos callejones oscuros y poco transitados que evitaría cualquier hombre de bien, por lo que resultaba extraño que tuviese una entrada con un arco en piedra tan elaborado.

Aquella red de caminos era habitualmente utilizado por brujas y nigromantes que deseaban desplazarse por la ciudad sin ser molestados. Era una buena forma de burlar a la guardia y a la Inquisición, pero sobretodo un lugar idóneo para el contrabando. Desde buhoneros sospechosos hasta bazares, atestados de amuletos y grimorios de todo tipo, que desaparecían en cuanto te dabas la vuelta. 

Cuando a Tancredo no le quedaba mucho para llegar al característico letrero del salón de té de la Tía Myrtle, alguien le detuvo agarrándole bruscamente del brazo.

—Así que mi gorrión favorito ha decidido hacerme una visita —dijo una voz fría como un puñal —. ¿Y qué tiene que cantarme este gorrión?

Se trataba de una mujer tan alta como Orrghk, pero de piel enfermizamente blanca. Pese a lo juguetona o inocente que podría haber resultado la frase en boca de cualquier otra persona, saliendo de sus labios parecía una sentencia de muerte. Tancredo no tardó en reconocerla como uno de sus "contactos" de la Inquisición: la Hermana Beatriz.

[UN TEMA DE HOGUERAS]

Tancredo se giró sobresaltado. Aunque conocía sobradamente a aquella gente y su manera chulesca y amenazante de actuar y estaba ciertamente acostumbrado, aquello no dejaba de molestarlo. Conocía a faunos, silenos y demás demonios silvanos mucho más educados y menos bruscos, cuya compañía le era infinitamente más grata, aunque esa historia no acabó bien para los silvanos, y fue tal vez el momento en el que el buen Tancredo vio los pelos de su barba más cerca de la pira.

Se soltó de la presa, y examinó su brazo con disgusto. Casi esperaba que lo hubieran marcado de alguna manera. Le hubiera gustado frotárselo, pero no se atrevía siquiera a tocarlo allí donde ella lo había hecho. Después levantó un poco la mirada, sin atreverse tampoco a cruzarle con la de la Hermana Beatriz.

—Eh... —se secó el sudor, nervioso, y enredó los dedos en el cordón de su túnica —Bienhayada, Hermana. De momento me temo que no tengo más que algún graznido, y no estoy seguro de lo que significa. Por ahora las aves no han abandonado sus nidos. Los pájaros no cagan donde comen, si me disculpa la expresión.
Nuestra comitiva se encontró con la de una aristócrata, la viuda de Avellaneda, que viaja con un tal Salvatore. No me fío de ellos, fueron poco amables y sospecho que ambos se dedican a lo oculto. La parte más inquietante fue que nos topamos con un engendro al que hubo que abatir y que que resulto ser un jóven estudiante metamorfoseado por una energía extraña y corrupta que no pude reconocer, y esta vez juro que lo que cuento es verdad, por fantástico que parezca.

Tancredo pensaba si contar o no el resto. Sabía que no convenía mentir a la inquisición y que si descubrían que se les ocultó información no se lo iban a tomar precisamente bien, pero tampoco había que contarlo todo, por lo que decidió omitir deliberadamente como se puso en contacto con el espíritu del finado.

—Este joven nos contó antes de fenecer que estaba en tratos con un tal Marcel, que es otro estudiante de la Universidad y vive en el edificio 14, habitación 9. No sé que diablos ha hecho con algo llamado la boca del pozo, pero es lo que causó esa transformación y de dónde provenía esa energía alienígena. Y ahora os rogaría, por favor permitidme seguir con mis asuntos, no me conviene que me vean con vos, y menos aquí. No deseo haceros perder más tiempo y no tengo nada más que contaros.

La inquisidora escudriñó a Tancredo unos segundos después de que este terminase de hablar. Parecía estar tomando nota mentalmente, al mismo tiempo que permanecía al acecho de cualquier rastro de mentira en los ojos del brujo.

—Me alegra ver que mi gorrión preferido no ha olvidado como cantar —dijo la Hermana Beatriz con el tono maternal de un témpano de hielo —. Pero antes de que te marches, hay dos cosas que necesito saber. Tengo entendido que el patricio ha enviado a un "cronista" con vuestra comitiva. Bien, ¿qué sabes de ese tal Kaleb?

—¿Kaleb? Es solo un gnomo que viste bastante pomposo y no sabe hacer gran cosa más allá de escribir o rimar. Sí, sé que trabaja para el Patricio, todo el mundo lo sabe y él no se molesta en ocultarlo tan siquiera, así que entiendo que obviamente está aquí en representación suya, o al menos como informador. No entiendo el motivo de vuestra pregunta, y si estáis sugiriendo que lo vigile... no... dijo tímidamente, hasta subir el tono, rotundamente no. Mi trabajo no es informar acerca de la gente del Patricio ni nunca lo fue, nuestro acuerdo solo incluye la herejía y la brujería. Y ahora, si me disculpais...

Tancredo, haciendo acopio de valor, echó a caminar tembloroso, dando la espalda a aquella pajarraca inquietante. Aquello era un poco estúpido por su parte, todos sabían que no era inteligente dar la espalda a una serpiente, y mucho menos a una de aquella clase, pero el buen peregrino no sabía como salir de aquella situación incómoda y no estaba dispuesto a soportarla más. Si la individua no le decía nada más seguiría caminando y trataría de perderse en la siguiente esquina.

La tensión estaba destrozando a Tancredo. Al final se giró en seco y dijo —¡Está bien! ¡Le echaré un ojo! Luego apresuró el paso.

—Yo que tú tendría cuidado con ese tono, Tancredo. Cuando los gorriones vuelan demasiado alto pueden chamuscarse con el sol —dijo en un tono sombrío y calmado —. Te preguntaría por qué no estás con el resto de la comitiva reuniendo información sobre el exorcista, pero intuyo que me contestarás que todo forma parte de "tus métodos". En tal caso, espero que me facilites algo más que simples graznidos la próxima vez.

Antes de que Tancredo pudiese siquiera protestar, la Hermana Beatriz desapareció entre un par de callejones, tan bruscamente como había aparecido.

* * *

Todavía echo un manojo de nervios, no tardó en encontrar el letrero de madera que indicaba la entrada al Salón de té. Tenía un diseño bastante recargado hasta para el escaso gusto estético de un mago, con volutas y colores chillones.

Tancredo entró a grandes zancadas, visiblemente malhumorado y rosmando "renard" y otras lindezas en su idioma materno. Siguió hasta el fondo del local, todavía refunfuñando y soltado barbaridades entre dientes. Ocasionalmente se tocaba apresuradamente el ala del sombrero saludando a algún conocido, pero sin pararse en ningún momento.

Entró en la trastienda ya más calmado y subió unas escaleras hasta una sala de costura. Allí estaban las tres hermanas ancianas, bebiendo te, despachando animadamente entre ellas mientras iban tejiendo un gran tapiz que las representaba a ellas mismas cuando eran jóvenes y no necesitaban esconderse. Era sin duda una imagen gloriosa y digna de ver.

El peregrino se sacó el sombrero como signo de respeto y se encorvó en una reverencia adelantando su pierna derecha cortesmente, como si estuviese ante alguien tan importante como un patricio.

—Mis Señoras llaman y yo acudo como de costumbre, por propia voluntad como un siervo leal. Desgraciado de mi, que esta vez solo traigo malas nuevas; los Cuervos rondan el salón, topeme con esa raposa de Beatrice casi en la entrada misma. Antes, en el viaje de vuelta topamos con la comitiva de una de las tres de Avellaneda, creo que la más joven, y su siervo, ese tal Salvatore. Hasta ahí todo bien, pero después hubimos de abatir a un muchacho transmutado en engendro por una energía de más allá de estos mundos, e hice hablar a su fantasma sirviéndome del arte. Confesó que llegó a tal estado a casa de un tal Marcel, otro joven que los hizo hablar con algo llamado la boca del pozo. ¿Puedo preguntar de que se trata? Tampoco sé mucho de las de Avellaneda. Son tres hermanas como vuesas mercedes, ¿tienen algo que ver con el arte?

Una de las hermanas, la más alta y flacucha, se acercó al mago. Caminaba lentamente, apoyándose con una mano en un viejo bastón mientras sujetaba una tetera con la otra. Él la reconoció inmediatamente como la pequeña Gretel.

—Oh, Tancredo, muchacho. ¿Por qué no te sientas? —dijo mientras le hacía gestos a una muchacha más joven para que le preparase una mesa —Nos acaba de llegar una caja de deliciosas hojas de té de saúco emplumado. Ah, y Murcha ha preparado magdalenas de frambuesa.

Como siempre que entraba allí, parecía que le ignoraban completamente. No tuvo más remedio que asentir y esperar a que Gretel le sirviese el té y se sentase con él mientras la muchacha invocaba un diminuto demonio del polvo para limpiar la suciedad que había llegado con Tancredo. Notó cómo la criatura le pasaba también por las ropas, mordisqueando aquí y allá. Para cualquiera no versado en el arte, habría parecido que la chica estaba sacudiéndole nerviosamente como si fuese alguna clase de maniática de la limpieza. Cuando terminó, el demonio regresó al medallón de la joven, de donde salir una especie de eructo.

—Veo que has estado ocupado por ahí con tus cosiñas. Te aconsejo que no vayas anunciando a los cuatro vientos que conoces a los Avellaneda, no sabes qué pájaros pueden estar escuchando. Pero me sorprende que no sepas que Lorena, la hermana mediana, es profesora en la Universidad de Montnoir. Es una petarda, te lo aseguro, cualquiera de las tres hermanas. Pero bueno, ya sabes lo que opino de la magia académica y los pomposos del Concilio, meniño. Sin embargo, he oído que la menor también ha coqueteado con artes prohibidas. Espero que no sea por ese engreído de Salvatore.
»¿Con que La Boca del pozo, eh? Hace mucho tiempo que no oía ese nombre. Es un asunto muy feo que hayas sabido de él en circunstancias como las que narras. Tiene bastante sentido teniendo en cuenta lo que está sucediendo ahora mismo en la ciudad, me temo… 

El de Bergerac casi se ruborizó al oír las palabras de la anciana. Era evidente que las tenía en alta estima y que le importaba mucho la opinión que estas pudieran tener de él. Tancredo solo era mentiroso y charlatán de cara al escaparate y los legos, ante quienes fingía ser un estafador que solo sabía un par de trucos útiles para impresionar, y que no poseía conocimientos reales. Había asumido ese papel como parte de su personalidad; no podía negar que le había cogido gusto y era ya en verdad un timador y un fullero, pero tenía también una vida secreta, lo que Tancredo llamaba su vida real; él era ante todo, o más bien por debajo de toda su fachada, un aprendiz de brujo, y se tomaba muy en serio su aprendizaje bajo la tutela de las tres hermanas, a quienes él creía haber encontrado en muchos lugares y bajo distintas formas, y aunque en realidad fueran mujeres diferentes eran siempre tres, y a la vez eran siempre la misma, la Única, la Primera. Como buen aprendiz de lo oculto valoraba la discreción y la palabra dada, igual que cualquier hechicero respetable con aspiración al verdadero conocimiento del arte.

—Yo no la conozco (a la de Avellaneda), mi señora, ni nunca presumiría de ello. Solo viajó con nosotros, o más bien nosotros con ella, pero no se dignó a dirigirnos la palabra, ni tampoco su peculiar cancanier. Y en cuanto a esa boca del pozo, ¿qué es exactamente? Parece algo sumamente antiguo y peligroso. No puedo entender como unos simples estudiantes pudieron aprender acerca de algo así. Creo que hago bien en asumir como cierto que alguien de más poder los está usando para algo.

Cuando Gretel estuvo a punto de contestar, un extraño silencio se hizo en el local. Tal vez fuese producto de la imaginación de Tancredo o realmente se tratase de una quietud antinatural.

Finalmente, la anciana sonrió:

—La Boca del pozo es solo uno de los muchos nombres que le dan a la criatura, meniño. Su sola presencia es capaz de herir el tejido mismo de las cosas. Le llaman La Boca porque es uno de los que moran más cerca del Umbral del Velo, siempre esperando a que alguien ose pronunciar su nombre. El es uno de los flotan, laten y se retuercen en las tinieblas donde fueron confinados. Aquel que antiguamente fue llamado Rimbrodogg. Más que poderoso, quien lo esté llamando es un necio y un insensato. 
»Por ahora es todo cuanto puedo contarte. Debes desvelar el secreto de la Boca del pozo y la esencia de los seres del caos. Vuestros destinos se han entrelazado y debes escoger la senda correcta, pero es un camino que deberás seguir sin nosotras. Confía en el joven Belmonte. Esconde mucho más poder del que aparenta, Tancredo.

—Esperad, entonces no es buena idea ir a ese pozo y decir "Rimbrodogg", ¿verdad?

—Muy pronto comprenderás lo que significa Rimbrodogg. Qué es y por qué mora en el Umbral. Pero antes deberás conocer a aquellos que ocultan como uno solo…

Gretel hizo una pausa para deslizar una carta hacia la callosa mano del brujo. Parecía mostrar un enorme sol radiante y a dos gemelos delante de una muralla:

—Los gemelos han llegado a Montnoir, Tancredo. Tú ya has conocido a una de sus mitades y un amigo tuyo ha escuchado parte de sus nombres. Debes hablar con él y ayudarle. Después, y solo después, vendrás a vernos. Muéstrales esta carta cuando estés seguro de su identidad y diles que eres un amigo.

Una de las hermanas salió de la cocina e intervino en la conversación como si siempre hubiese estado allí, escuchando:

—Aunque no hayas dado los pasos correctos ni encuentres la respuesta, puedes acudir al salón de té siempre que quieras; para pedir consejo o reposo. A partir de ahora te atenderé yo personalmente.

—¿Entonces debo de reunir a los gemelos, de los que ya conozco a uno? Bueno, eso... es bastante más claro de lo que me esperaba, a decir verdad. Muchas gracias, mis señoras. Voy a marcharme ahora para reunirme con mis compañeros, Tancredo recogió apresuradamente sus bártulos , se puso su sombrero y partió hacia la salida. —Puede que todavía los encuentre en la Plaza Recia. Regia. Recia... bah, da lo mismo. ¡Buenas tardes!

Tancredo abandonó el establecimiento. Era habitual que, después de hablar con las brujas, uno saliese con más preguntas que las que traía consigo. Aquella no era una excepción. Las extrañas palabras de Gretel todavía resonaban en su cabeza:

Antes deberás conocer a aquellos que se ocultan como uno solo…

¿De quienes podían estar hablando? El brujo ya había oído hablar de gemelos antes, pero ninguna pareja era tan insólita como para merecer una mención de las brujas.

LA PLAZA REGIA

Es una plaza de forma cuadrangular y alargada, dividida en dos (Champ des Vivants y Champ des Morts) por unas escaleras. La parte de arriba es el Champ des Vivants y da a la puerta lateral de la catedral (la principal está clausurada y solo se abre en ocasiones especiales) y al Ayuntamiento, un palacete con un torreón bastante ornamentado que antes fue el palacio arzobispal, pero que se le quedó pequeño, o dejó de ser discreto tiempo ha.

La parte de abajo de las escaleras es el Champ des Morts, donde está la casa de comercio, numerosas azabacherías gnomas y varias sedes de cofradías locales, que ignoran que se alzan sobre lo que fue un antiguo camposanto, por lo que es tierra consagrada y no puede ser pisada por los perversos. Tal vez por eso todos los personajes de alta alcurnia de Montnoir van en palanquín, no vaya a ser que por accidente o descuido pongan un pie en el suelo y peguen a arder. Sin embargo eso no impide que los días de mercado muchos vendedores deshonestos hagan negocio a cuenta de los incautos con pesos trucados.

El ganado que por aquí frecuenta es numeroso y variopinto. Va desde funcionarios del consorcio municipal, miembros del cabildo catedralicio, patricios y cofrades hasta los habituales campesinos, peregrinos, buhoneros, predicadores y todo un surtido de chusma variada, como cómicos errantes, tragafuegos y forzudos, gitanos con osos bailarines, adivinos y curanderos, y como no, mujerzuelas para todos los gustos y edades.

Dado el actual ambiente de la ciudad, Tancredo esperaba encontrar a pocos lugareños, pero el lugar estaba bastante concurrido, aunque no tanto como en sus buenos tiempos. Pronto descubrió por qué: En el Campo de Vivos estaban levantando patíbulos de madera. Seguramente iban a colgar a cuatro o cinco desgraciados, como chivo expiatorio para contentar al populacho ante los recientes problemas. El brujo meneó la cabeza de lado a lado y escupió al suelo malhumorado. Aquel ambiente no le gustaba un pelo, eran malos tiempos para el arte.

Tancredo se quedó observando la famosa plaza, sorprendido ante el inesperado bullicio que reinaba en ella a pesar de la quietud general de la ciudad. Antes de que pudiese dar un solo paso hacia el centro, alguien lo agarró de la pernera.

—Ayúdeme señor, se lo ruego.

Un vagabundo se le había acercado y ahora estaba postrado a sus pies. No era extraño encontrar pordioseros por aquella zona, y menos cerca de la entrada de la Catedral, pero aquel hombre tenía varias cosas que le llamaban la atención. La primera era que su acento era muy similar al de Volk y Alek, lo que indicaba que podría tratarse de un rhusiyano. Parecía muy demacrado, más de lo que había visto nunca a un sin techo. Su mirada era vacía, como si mirase a través de él, y su cuerpo temblaba violentamente.

—Por favor, señor… —suplicó una vez más. Esta vez, Tancredo sintió un escalofrío desagradablemente familiar.

Tancredo miró a aquel hombre, y por un momento creyó reconocerlo como un gigante rushiano llamado Golyav. Había sido bastante famoso, o más bien infame por haber matado al Rey de los Khazar -un pueblo de la estepa- de una pedrada. Tancredo tuvo la ocasión de conocer a su banda en un riña de taberna hace muchos años, y no hubiera salido muy bien parado de no ser por ellos.

—¡Qué demo... Vos sois Golyav el matacaballos? ¿Qué os ha pasado? No daba crédito, aquel hombre había sido una torre de fuerza, un guerrero formidable, y ahora estaba allí, postrado en un estado lamentable.