Partida Rol por web

Le Maison asintió a Hugo. - Claro, una capilla siempre es un lugar de paz agradable al que ir tras la dureza del camino. dijo en voz alta, más para oídos curiosos que para el grupo, pues posiblemente poca paz iban a encontrar adonde se dirigían.

Tras ello se puso tras Hugo para seguirlo cuando estuviera preparado. Su cara era una máscara de piedra, impertérrito al cansancio e inmune al desánimo hasta que hubiera acabado su gesta sagrada, lo único que tenía importancia para él en esos momentos.

La gran hembra de buho había seguido a la caravana, posándose en los aleros de las casas. Trató de posarse en el palanquín en una ocasión, pero fue alejada de allí por los guardias de la caravana, a los que pareció malhumorar bastante con su intentona.

Desconcertada, se dirigió ululando a la persona por la que sentía más afinidad; Babaccar, olía casi tan mal como Tancredo, y vestía gruesos pellejos donde podía percharse con comodidad y sin peligro. Confiaba en que aquel humano extraño y salvaje pudiera hacerse cargo de ella por el momento.

Ivan se despidió de Alek, Kaleb y los demás antes de que la compañía partiese hacia la Plaza Regia. Nuño le dedicó un breve pero sentido gesto de saludo al bardo mientras se alejaban.

El guía y su fiel mastín Tarannis decidieron unirse a Orrghk, quien parecía tener sus propios planes al margen del resto del grupo. Le Maison y Kaleb acompañaron a Hugo, rumbo de la Universidad de Montnoir. Y, finalmente, Babaccar, Arnault y Volk se quedaron a poca distancia de la puerta oeste, decidiendo que hacer.

- No me gusta este sitio- rumió Babaccar- hay algun antinatural en el ambiente algo... oscuro.

El druida se removía incómodo sin acabar de encontrar un lugar adecuado para calmar sus nervios.

- Si hay que aguardar en algún sitio- continuó inquieto- propongo El Roble y el Arbusto. No lo conozco personalmente pero algunos compañeros de los caminos me han dicho que el dueño es un viejo amigo de los bosques y que es un rincón agradable... bueno, todo lo agradable que puede ser en un lugar como este.

-Por supuesto, amigo- le respondió a Babaccar -Si estarías más cómodo, entonces nos encontremos allí-

Kaleb entendía la incomodidad del druida, pero no la compartía. Es más, difería diametralmente. Él disfrutaba de la gente, de las voces, de los trinos y cacareos. Hasta disfrutaba de los azores. Pero comprendía también que para el viejo esto era como una cárcel para él.

-Nos encontremos allí mañana a la mañana, ¿de acuerdo?- miró a todos y por último a Hécate, en quien se detuvo un momento -¿Todos saben como llegar?-

Volk, que había permanecido callado durante largo tiempo, intervino, hablando a sus amigos.

- Da, Babbacar. Lo más prudente es permanecer juntos y establecer un lugar de reunión. Si me permitís la osadía, cuando lleguemos a "el Roble y el Arbusto", me gustaría tratar de obtener información acerca de posibles... actividades ilícitas. Toda información es poca, y si existe un gremio de ladrones en este lugar... bueno, digamos que cuando llego a un nuevo lugar, me guardo mucho de abrir la despensa de alguien sin pedirle permiso antes.

Hizo una breve pausa, para encender su pipa y empezar a fumar, tras lo cual concluyó, mirando a sus amigos.

- Cuando lleguemos, nos conviene no llamar la atención; tanto por la naturaleza de nuestra misión, como por el asunto que os acabo de comentar. Permanezcamos juntos, y así seremos fuertes.

Aquella enorme hembra de búho astuta era muy... astuta. Su entendimiento era prácticamente humano, y en cuanto escuchó que Babaccar no acompañaría a Hugo, se separó de él como si supiese a la perfección con quien quería su maestro que fuera.

Buscó brevemente a un nuevo acompañante, pero Le Maison era un caballero enlatado en una armadura con poca curiosidad hacia las aves, y Kaleb era demasiado pequeño para perchar un buho tan gordo como ella, así que se contentó con volar de tejado en tejado cerca de la comitiva. Las palomas huían aterrorizadas, provocando mucho revuelo y revoloteo.

Había llegado la hora de partir. Hugo le agradeció a Le Maison y a Kaleb la compañía, pero su mirada decía algo más que un simple "gracias".

—Nuestra misión es muy importante, no lo olvidéis —le dijo a todo el grupo, bajando el tono para que no llegase a oídos indiscretos —. En la carta que recibí, me pedían que tuviese mucho cuidado con los cuervos. Intentad evitar a los inquisidores… y procurad manteneros serenos —añadió echando una ojeada a Orrghk —. Ah, y recordad que todos los gastos corren de mi cuenta, pero tampoco os paséis.

El exorcista sacó un gran saco tintineante de su bolsa, que había ocultado entre sus pergaminos, y le dio a cada uno un puñado de monedas de oro.

—Esto debería cubrir todas vuestras necesidades. Es una pequeña parte de lo que os toca por este trabajo, pero hasta que no hayamos terminado no puedo daros el resto. En fin, esto ha sido todo por ahora. Nos reuniremos mañana por la mañana en la Plaza Regia.

Una vez terminó de hablar, les hizo un gesto a modo de despedida y se alejó por la calle principal junto al bardo y al caballero del Santo Pendiente.

[ELIPSIS: ENTRANDO EN EL ROBLE Y EL ARBUSTO]

[Hilo musical]

Volk, Babaccar y Arnault siguieron su camino una vez que Hugo se perdió por la calle principal. Alek y el semiorco también se habían despedido de ellos para entrar en una taberna cercana que no inspiraba demasiada confianza. Ellos, por su parte, decidieron recorrer las calles de la ciudad hasta dar con la posada llamada El roble y el arbusto. Tanto el ladrón como Arnault conocían bien los recovecos y lugares más emblemáticos de la ciudad, por lo que no tuvieron problema para orientar al pobre Babaccar, que parecía sentirse más confuso y mareado a cada paso.

Tras cruzar el río Fable, procurando tomar un puente viejo y desangelado de piedra para evitar el siempre bullicioso Paso del mercader, llegaron a una pequeña plazoleta dominada por un olivo de hojas plateadas y tronco retorcido. Haciendo esquina con el taller de un taller de un ebanista, se alzaba un edificio bastante rústico pero, de alguna forma, acorde con la arquitectura de la ciudad. De un poste colgaba el letrero. En la madera, alguien había tallado con mimo la silueta de un roble y el nombre del establecimiento:

Posada El Roble y el Arbusto

Babaccar suspiró aliviado cuando vio entre las sucias callejuelas un precioso trozo de madera de roble colgando de dos trozos de cadena. La vista no le decepcionó.

Nada más atravesar la pesada puerta del local, el propio ambiente parecía transformarse como por arte de magia. Un agradable olor a carne asada y sopa especiada inundaba toda la estancia y las ventanas aparecían cubiertas de un agradable vaho que ocultaba la enfermedad de la enferma ciudad. Cada mueble, cada mesa y cada silla parecían haber sido fabricadas por un virtuoso artesano, amante de lo suyo, y aunque se veían gastadas por el uso, también era evidente el lustre y el mimo con el que eran tratadas por su dueño.

Los compañeros descendieron los dos pequeños escalones que bajaban desde la entrada y sintieron como el calor de un fuego amable les daba la bienvenida. Babaccar sonrió al ver como, con suma habilidad, el constructor había simulado con las vigas y soportes las formas irregulares de verdaderos troncos de árbol. Incluso en el centro, lo que parecía un verdadero tronco de roble desplegaba algunas de sus ramas hasta perderse en el techo. Una gran mesa circular rodeaba el tronco en lo que sin duda debía estar reservado para grandes celebraciones.

Algunos parroquianos intercambiaron miradas aquí y allá, al ver entrar a los desconocidos. No era extraño ver gente nueva por Montnoir pero eso no evitaba los corrillos curiosos de los habituales.

Un hombre fornido y de rostro amable cruzó las puertas de la cocina. Tenía una barba imponente y un pelo cuidado y desde luego no era la forma en la que alguien hubiera pensado al hablar de un tabernero. Aquel era un hombre fuerte y seguro de sus movimientos, movimientos ligeros y precisos.

Un hombre del bosque- pensó Babaccar.

- Buen día, señores- les saludó aún desde el otro lado de la barra- ¿van a quedarse a comer?

- Buen día- contestó Babaccar- vos debéis de ser Eduard, ¿no es así? He oído hablar de vos por los caminos.

Efectivamente, hacía unas semanas que el druida había coincidido con un par de cazadores con los que compartió fuego y comida y que le hablaron de aquel lugar y de su dueño. Eduard era un hombre conocido por su pericia en los bosques, capaz de orientarse en mitad de la espesura como quien lo hace con un mapa en los caminos, de ojo certero y flecha letal y conocedor de los secretos más recónditos de los bosques de montnoir. Algunos decían que había sido criado por criaturas salvajes en las profundidades de la floresta aunque parecía ser que la realidad era mucho más mundana. El padre de Eduard había sido cazador y su madre curandera. Es por eso que las habilidades aprendidas de ambos le habían convertido de manera natural en un conocedor de los bosques.

El hombretón abrió su rostro en una cálida sonrisa. Parecía ser como una extensión del propio bosque: capaz tanto de proporcionar un agradable claro donde reposar como de defenderse con zarzas y espinos. Tal vez intuía que Babaccar, dado su apariencia de druida y hombre de los bosques, era de fiar.

—Imagino que las cosas que habréis oído han sido buenas, pues de otro modo no os habríais tomado la molestia de adentraros en este deprimente laberinto solo para venir a hablarme —hizo una pausa para posar su mano, en un gesto de sincera camaradería, sobre el hombro de Babaccar —. Efectivamente, soy Eduard, y regento esta humilde posada. ¿Con quién tengo el placer de tratar?

- Mi nombre es Babaccar Er'baal, adepto del Círculo Negro^[1] y estos son mis compañeros Volk de Rhusiya y Arnault, al que tal vez conoceréis por ser oriundo de estas tierras.

Como hombre de los bosques, era seguro que Eduard estaría familiarizado con los círculos druídicos, tal vez no hasta el punto de conocer al suyo propio pero ese no era un dato importante en este momento.

El hombretón asintió con respeto ante las palabras de Babaccar. Algo había cambiado en su mirada, como si ahora estuviese tratando con un padre o un viejo maestro al que tuviese un gran aprecio.

—Es todo un honor poder servir a un druida. No conozco vuestro Círculo, pero sí recuerdo a un buen amigo mío, un mediano llamado Bagbi "Barbamusgo". Siempre andaba con otro miembro de su culto… un tal Rudar "Buscahierbas" o algo así. Me pregunto qué habrá sido de esos dos —dijo perdiéndose unos segundos en las dulces brumas de la nostalgia, segundos antes de retomar el hilo de la conversación —. Por supuesto, tanto usted como sus compañeros sois bienvenidos. ¿En qué puedo atenderles?

- Privet, Eduard. Soy Volk, es un placer conocerte.

Estrechó la mano del hombretón. Un apretón firme y una mando dura, dignos de un hombre hecho a sí mismo. Volk había oído que Eduard había tenido dificultades al establecerse entre "hombres más civilizados", que le despreciaban por su procedencia. Su carácter se endureció y donde otros habrían fracaso, Eduard siguió adelante, con una fuerza de voluntad inquebrantable.

Pensó, con tristeza, que no eran tan diferentes. Si tan solo él mismo hubiera optado por un camino más legal, en vez de abrazar las sombras y el latrocinio...

Pero no era momento de pensar en el pasado ni de arrepentirse. Se sentía cómodo siendo quien era. Un vor, por decisión propia, y un guardián de sus amigos que actúa desde las sombras.

En aquel lugar vio a más de los que eran como él. No pasaron desapercibidos para sus sentidos entrenados, lugareños que se dedicaban a desvalijar a los demás; todavía estaba por determinar la presencia y actuación del Gremio de Ladrones en quel lugar, y era algo que le gustaría averiguar.

Esas mismas personas estaban estudiandoles, seguramente juzgando si eran una posible presa o campesinos a quienes ignorar. Decidió mostrar sus colores, y asegurarse de que tanto él como sus compañeros estuviesen a salvo, así como presentar sus respetos al Maestre local.

- Me gustaría tomar una taza de agua hirviendo para preparar mi té, maese Eduard. Que alguien me la sirva en esa mesa - dijo, al tiempo que señalaba el lugar donde se encontraban las personas que no les sacaban los ojos de encima -. Babbacar, Arnault, si me disculpais, me reuniré con vosotros en seguida. Tengo que presentar mis respetos al pakhan.

Sin más y con cierto aire de alegría y teatralidad, se dirigió hacia la mesa.

Eduard asintió a la petición de Volk e hizo un gesto con la mano para indicar que aceptaba sus disculpas. Al parecer, no parecía demasiado consternado por tener a delincuentes bajo su techo. De hecho, el grupo de parroquianos reunidos en aquella posada era de lo más variopinto y ecléctico.

El ladrón se acercó a una mesa en la que una mujer con un curioso sombrero picoteaba sin ganas los frutos secos de un cuenco de madera. Llevaba su largo cabello cobrizo recogido en una trenza, y sus ojos de fría esmeralda escrutaban indiscretamente al recién llegado.

La flanqueaban dos corpulentos hombres que, pese a su elegante indumentaria, tenían rostros afilados y pérfidos como los de un par de comadrejas. No mostraban ningún reparo en exigir sus dagas y espadas. Su uniforme era gris oscuro, con la hebilla y los botones en plata. Uno de ellos, con una cicatriz que le llegaba desde el ojo izquierdo hasta la altura del labio inferior y un poblado mostacho negro, se adelantó unos pasos:

—Creíamos que te habías perdido en este laberinto, rhusiyano. ¿Qué te trae por aquí?

La pregunta, lejos de ser amistosa, había sido ladrada secamente. La mujer alzó la mano antes de que su matón pudiese subrayar su cordialidad desenvainando la daga.

—Calma, Wesley. Déjale hablar. ¿Deseas sentarte con nosotros? ¿Una copa de vino, quizá? —preguntó con una voz agradable y cantarina.