Partida Rol por web

Devuelvo la mirada a Luis con preocupación y aprensión, preguntándome interiormente al igual que la mayoría de presentes porque alguien haría algo así, recordando el asesinato del esposo de Míriam en Barcelona a pesar de no ser ni mucho menos lo mismo. En aquel caso fue por su posición, ¿podría ser algo similar...?
Observo de reojo la actitud de Alonso algo perpleja, pero la verdad es que me importa poco, me limito a santiguarme y entrelazar las manos, cerrando los ojos para rezar una oración por el alma del párroco, después me mezclo entre el gentío para acercarme a la iglesia, esperando a que se dispersen para intentar entrar.

Miro a Alonso con cierta desconfianza y luego recorro el pueblo con mis ojos, atónito ante los amargos vaivenes del destino que parecen acompañarnos. Sin decir nada, hago como Patricia, siguiéndola además mientras se disuelve entre el gentío en busca de la iglesia.

Nadie os detiene cuando os cercais a la iglesia. Entrais en la nave principal y veis poca cosa, un humilde templo cristiano con muchisimos años apenas iluminado con la escasa luz que se filtra por las pequeñas ventanas en forma de cruz y un sinfin de velas que se consumen lentamente. Los retablos parecen especialmente rústicos y antiguos. Los bancos se acumulan uno detras de otro, ordenados pero al mismo tiempo dando aspecto de caos, todo demasiado concentrado en la estrecha sala. No hay nadie exceptuando un par de feligresas llorosas que rezan enfrente del altar.

Hay dos entradas, una a cada lado del altar.

Alonso un tanto atónito observa como Patricia se marcha, y como Kamal la sigue inmediatamente. Una mueca de preocupación aparece unos instantes en su rostro, que se refleja en la forma de apretar un poco la comisura de los labios.

Podía ver la inquietud de aquella, justificada o no, y no tardarían mucho en señalar al culpable. Ya lo había visto por doquier en sus viajes, siempre se señalaba al extraño, normalmente él, pero en esta ocasión había un blanco mucho más fácil para sus iras.

¿Creerían qué había sido un conciudadano suyo? No, era mucho más cómodo señalar a otros de fuera y quemarlos en la hoguera.

Barrió con la mirada la multitud que había, fijándose en quien se fijaba en él y Regina. Aquella mujer los miraba y parecía tener la intención de acercarse, pero probablemente su propia presencia la espantaba. Sin pensarlo dos veces se acercó allí llevando a Regina, acompañándola con las manos en los hombros.

- Buenos días, buena mujer – con una sonrisa encantadora – por cómo nos mirabais creo que debéis preocuparos por la buena Regina. Está mal y necesita compañía. Está muy afectada por la noticia. Estoy seguro que se sentirá mucho mejor con usted que conmigo.

La mujer parecía no reaccionar ante la naturalidad y espontaneidad de Alonso. De hecho para cuando quiso contestarle este ya había desaparecido entre la multitud y a ella empezaba a costarle algo recordar las facciones del hombre. Hombre, ella estaba segura de que era un hombre, sí, seguro.

Luis parecía haber desaparecido también. Lo más probable es que fuera a seguir a sus compañeros, aunque él no estaba seguro de sí sería lo más prudente en aquel momento o no, pero aún así eran sus amigos.

Mientras andaba deprisa entre el gentío murmuraba una oración. Nada extraño para quienes le rodeaban, pero empezaba a notar los efectos de su plegaria. Unas personas se movían en apariencia sin motivo alguno, uno o dos pasos hacia un lado, o de pronto veían a alguien conocido y decidían acercarse a comentar el hecho con ellos. Al menos cumplió su cometido y le dio la oportunidad de cruzar un instante junto a Luis antes de que este llegara a la iglesia.

Agarró, un instante, a Luis por el brazo, con suavidad pero firmeza, en un gesto que quería decir escúchame, pero también no te quiero hacer nada. Le susurro al hacerlo.

- Pronto Kamal estará en peligro. Nosotros también. Las miradas siempre se fijan primero en los extraños en estos casos. Tened cuidado.

Sin darle tiempo a más, se volvió a fundir con la multitud. Sería interesante ir a la iglesia a ver los hechos, pero entonces lo podrían relacionar a él con el grupo de cómicos y tampoco les importaban como para arriesgarse.

También era interesante ver las reacciones del pueblo y tener la oreja atenta a los susurros que recorrían la zona. Iría más tarde a la iglesia. Al fin y al cabo los muertos no se mueven.

Aguardo pacientemente y sin prisa entre el alborotado gentío, Kamal no tarda demasiado en hacerme compañía cerca por si algo pasara, pero todos parecen demasiado alarmados y preocupados para fijarse demasiado en mí, aunque debo admitir que mi compañero llama terriblemente la atención en un contexto como éste.
Finalmente el público empieza a dispersarse y volver a sus hogares o quehaceres tras varios minutos, momento en el cuál decido entrar en el santo edificio sin demasiadas miradas acusadoras o curiosas sobre nosotros.

-Creo que será mejor que esperes aquí- le digo a Kamal una vez atravesada la puerta, dejando que se mantenga en algún rincón ensombrecido en el que pasar suficientemente desapercibido.
Una vez hecho esto giro en redondo, santiguándome para atravesar el edificio por el pasillo central que componen los múltiples bancos casi vacíos y extrañamente distribuidos.

Me sitúo junto a una de las consternadas feligresas, algo sorprendida pro el hecho de que ya no se encuentre rastro del presunto asesinato en la sala.
Me posiciono de rodillas con las manso entrelazadas para efectuar otra plegaria silenciosa, como tantas otras veces he hecho, después miro de reojo a la mujer componiendo una expresión de preocupación.
-He oído que ha ocurrido un desastre en la casa del Señor, ¿es cierto...?- pregunto con el tono inocente de alguien que no acaba de creerse semejante pecado.

Imagino que de momento volvemos a ir por dos líneas diferentes. Dime si Alonso escucha algo interesante fuera entre la multitud. Si no escucha nada interesante al cabo de diez minutos irá por su cuenta hacia la iglesia, a ver que se encuentra allí.

-¿¡Que que pasa!? ¡Eres nueva en el pueblo y un poco lerda, sino verias claramante que desgracia ha sucedido!- Dice con violencia una dama con los ojos enrojecidos. Su compañera la coge del hombro, la aparta suavemente y intenta excusarsala, esta no se resiste:
-No le tengais esto en cuenta forastera. Ha sido vilmente asesinado no solo el sacerdote del pueblo, sino un hombre bueno y muy conocido en todo el condado por su apacible personalidad. ¡Sin embargo ahora no podemos enterrarlo hasta que nos llegue un nuevo párroco y oficio el funeral y ahora el bueno del Mosen Pau yace donde lo asesinaron cubierto apenas por una sabana esperándolo!-

La gente habla entre ellos en gemidos y murmullos, se dan unos a otros las condolencias. Parece que el sacerdote, llamado Pau, era un hombre anciano y muy querido en el pueblo por su apacibilidad y su sabiduría a la hora de dar consejos. Los supersticiosos temen que esto les de mala suerte, sea obra del Diablo o que la ira divina caiga sobre el pueblo pesquero. Incluso los más razonables están preocupados, no en vano un asesino anda suelto por el pueblo.

Y un rumor empieza a tomar fuerza, siendo repetido cada vez más:
-Seguro que tienen algo que ver los Del Piero.-

Alonso niega levemente, casi imperceptiblemente, al escuchar el rumor. Como el temía, los primeros en ser señalados los diferentes, aunque esta vez por suerte no era él, y parece que sus nuevos conocidos tampoco levantaban sospechas. Probablemente el pueblo lleve tiempo acumulando odio hacia esos pobres desgraciados, los Del Piero, y está haya sido la excusa perfecta. Dios y los espíritus los cojan confesados, pero está no es una lucha para Alonso.

Espera otros diez minutos a la espectativa. Poco debe faltar para que la gente empiece a hablar de ir a por antorchas, hoces y demás labores del campo para ir en tumulto a por los Del Piero.

Mejor esperar un poco a ver como evolucionan los chismorreos.

Alonso sonríe de medio lado. Tenía que haber caido el mismo en ese detalle desde el principio. Claro, ahora todo encajaba. Malditos italianos, daba igual fueras donde fueras, siempre traían la desgracia a donde iban. Asesinar al párroco. Tan típico de ellos que no tenían el menor aprecio a la vida, que no sabían valor ese preciado regalo de Dios.

No quedaba entonces otra cosa que ir a ver al pobre párroco, buscar si había alguna prueba más de la implicación de esos arteros Del Piero, y darle santa sepultura al pobre hombre.

Alonso se dirige decidido a la iglesia, pero caminando en zig zag entre la gente, sin llamar la atención. Cuando entro voy a la puerta que esté abierta (imagino que los cómicos ya habrán entrado), si están las dos cerradas, les pregunto amablemente a las buenas feligresas.

- Señoras, ¿donde está el cuerpo del buen párroco?. No podemos dejarlo tal cual, hay que prepararlo para su santo entierro como él habría deseado.

Alonso irrumpe en la vetusta nave principal, cuya hechur debe tener varios siglos a sus espaldas, y dice a viva voz, multiplicada por el eco del silencio sacro y compungido de dentro del templo:

- Señoras, ¿donde está el cuerpo del buen párroco?. No podemos dejarlo tal cual, hay que prepararlo para su santo entierro como él habría deseado.-

Me mantengo en silencio hasta que aquella mujer casi salta encima de Patricia, gesto ante el que me tenso, dispuesto a apartar a la mujer si fuese necesario. Al ver, sin embargo, que la otra mujer la detiene antes de que pierda por completo los estribos y se disculpa por la falta de respeto a mi protegida, dejo que mis músculos se relajen, tratando de no llamar demasiado la atención, teniendo en cuenta la natural tendencia de los cristianos a culpar a cualquiera que no lo sea de las desgracias que puedan ocurrir; el entorno perfecto para los supuestos cristianos que no respetan los mandamientos de Dios.

No puedo evitar un respingo ante la actitud desmesurada de la mujer, ofensiva y de una mala educación que incluso a mí me llama la atención, quedándome por unos segundos sin habla antes de santiguarme.
-Perdónala padre, está afectada y no sabe lo que dice...- murmuro por lo bajo pero con toda la intención de que lo oiga. Hablar de tal modo en la casa del Señor puede considerarse sacrilegio y ni siquiera he preguntado lo que ella menciona así que me centro en la mujer que todavía parece cuerda.

-Es terrible... Pero el culpable arderá en el infierno por toda la eternidad- digo con expresión severa -¿Murió aquí...?- apenas he acabado de formular las preguntas cuando Alonso decide irrumpir también en el santo edificio de forma directa y contundente.

-El muerto está en su sala personal de rezo. Lo hemos cubierto con una sabana.- Dice la mujer que parece más razonable señalando la puerta izquierda al tiempo que su compañera se sume en sollozos incontrolables.

Alonso se da cuenta de su ordinariez y del lugar sagrado donde está, en el que se debe mostrar el respeto debido, sobre todo si no quiere acabar apaleado por la multitud que hay fuera.

Inclina levemente la cabeza a la aldeana, en señal de respeto, y con voz suave (tono adecuado al lugar), respetuosa y afable, le da las gracias.

- Muchas gracias, buena mujer. Si esto ya está hecho, tan solo puedo ser de más ayuda con mi oración, si no les inoportuna que las acompañe en tal menester.

(Imagino que a la señora ni le va ni le viene que él se quede a rezar por lo que...) Alonso se dirige con paso decidido, pero suave procurando no hacer ruido en su andar para no perturbar la paz de la casa de dios, a un banco, santiguandose y haciendo la reverencia pertinente a la cruz al pasar por delante de ella.

En el banco se queda arrodillado, con las manos entrelazadas delante de su rostro, rezando, en un murmullo suave, una oración por los difuntos.

Al ver que Alonso va a rezar, miro a Patricia y le hago un gesto con la cabeza, pidiendo que me disculpe un momento, para dar un par de pasos, en silencio hacia de Luna, al que me quedo observando con los ojos entornados, con bastante desconfianza aún, mientras uno de mis dedos toca, como de manera distraída, el mango de mi alfanje.