Partida Rol por web

Alejarme del lugar en el que por fin había encontrado a mi hija resultaba doloroso, pero lo hice con el pleno convencimiento de que era lo mejor. No podía arriesgar su vida en una jugada suicida, ni tampoco la mía, Liss me necesitaba.

Retrocedí hasta alejarme de la explanada y no ser así vista por aquellos tres, y cogiendo carrerilla salté sobre las torres de palés para así poder trepar a las de almacenaje. Al lograr subirme a una de estas, pude ver cómo otra caía a lo lejos, al otro extremo del almacén; pareciendo ser el resultado de aquella explosión que había oído. Sin duda, quien fuera que se encontrara allí, jugaba fuerte; pero comenzaba a temer que se le fueran las cosas de las manos y terminara hiriendo a quien no debía.

¿Sabe el responsable de eso que mi hija está en alguna parte de esta nave?

Por suerte, aquel caos sucedía aún lo suficientemente lejos como para no resultar una amenaza, aunque también para pedir ayuda. Más cerca, encontré otro punto donde parecía estar dándose algún enfrentamiento, y es que escuché cómo algo caía contra el suelo aplastando a alguien.

Puede que incluso el último de los adversarios de quien se encuentra allí.

Quizás se tratara del encapuchado, que se aproximaba a la zona en la que había detectado a mi pequeña, pero no tenía forma de saberlo. En aquellos momentos, me daba igual de quién se tratara con tal de que fuera capaz de ayudarme y estuviera dispuesto a ello, y por lo que escuchaba, parecía muy capaz.

Vendería mi alma al diablo si hiciera falta.

Bajé de la torre y puse rumbo a aquella zona lo más rápido que pude, aunque sin dejar la cautela a un lado. Ser cuidadosa era algo fundamental si no quería ser descubierta, lo que podría complicar aún más las cosas.

Perfecto. Un disparo de mil y me sale a la primera...luego rezaré por la suerte que estoy teniendo y que Dios me la conserve para el resto de la noche. 

Tras sonreír por mi suerte o mi pericia decido entrar en acción ahora que miran para arriba. Cargo una flecha y ataco por la espalda al más cercano sin mediar palabra. No espero no a que le impacte la flecha sino que saco otra del carcaj y tiro contra el siguiente más cercano a mí. Luego esforzándome al máximo saco una tercera flecha y disparo contra otro más. Cuantos menos queden en pie tras esta acción menos tendré que matar luego.

En ocasiones, sólo en ocasiones, la velocidad es más importante que todo lo demás. Incluso que la precisión. Apuntar, asegurar el tiro, lleva su tiempo. Un único disparo certero no siempre vale, no siempre es tan efectivo como varios disparos seguidos. Puede que el riesgo sea mayor, pero también la recompensa. Porque quitarse de en medio a varios de esos tipos de un plumazo bien vale el riesgo.

Con eso en mente, abandonas la tranquilidad de tu discreta posición y avanzas raudo en dirección al peligro. Preparas tu primera flecha y disparas, sin permitirte el lujo de aguardar a comprobar el resultado antes de cargar otra y, tras dispararla, repetir la operación a vertiginosa velocidad. No es hasta que la tercera flecha alcanza su objetivo que logras fijarte en el resultado de las dos primeras. El matón que estaba de espaldas a ti ha tenido una suerte atroz, pues tu primer disparo ha pasado rozando su cuello sin causarle el menor daño. No han tenido tanta suerte los otros dos, uno de los cuales es acertado en pleno pecho por tu saeta, mientras que el tercero recibe el impacto en pleno ojo. Dos de tres, no está mal.

Sin embargo, no está todo ganado. El primero de ellos se ha librado, y reaccionando todo lo rápido que puede a pesar de la sorpresa, trata de preparar su arma para vengar a sus compañeros. Algo más lejos, otro matón que parecía estar tratando de ayudar al delincuente al que habías tirado todo aquel material, se aparta del montón de escombro para hacer lo propio. El hombre aplastado intenta con escaso éxito salir de debajo de todas esas piezas, parcialmente noqueado por sus torpes movimientos. No es un peligro... de momento.

En tu búsqueda de preciados aliados, desciendes de la torre a la que te habías encaramado. Sabes dónde encontrar ayuda, y ayuda es lo que necesitas si quieres tener alguna opción de rescatar a tu pequeña. Aún así, eres consciente de que seguramente antes de conseguir que te ayuden tú misma tendrás que colaborar, puesto que quien sea que vas a encontrar está metido en sus propios problemas.

De hecho, los problemas acuden a su encuentro, por lo que puedes comprobar. En un corredor contiguo a aquel al que te diriges, oyes pasos con el suficiente adelanto como para esconderte a tiempo entre dos cajas de grandes dimensiones. Logras ver a no menos de tres pandilleros enmascarados, dirigiéndose al lugar de los ruidos seguramente en apoyo de sus compañeros. Si logran llegar, quien esté allí y pueda ayudarte se las verá con mucho más de lo que seguramente pueda manejar. Montaraz, si es que es ese estrafalario justiciero quien se encuentra en los aledaños, parece un tipo capaz, pero quizás no tanto.

Me dirigía hacia la zona más cercana en la que había advertido actividad cuando me percaté de que no era la única que avanzaba en esa dirección. Pude esconderme al escuchar los pasos, lo cual hice entre dos grandes cajas. Desde mi escondrijo pude ver pasar a varios enmascarados, no menos de tres, lo cual podría complicar mucho las cosas a quien pretendía pedir ayuda si aún había otros matones con él.

Aguardé a que rebasaran mi posición y salí de entre aquellas cajas, avanzando de manera sigilosa pero con premura hacia los matones, dispuesta a atacarles por la espalda. Haciendo uso de mis bastones, trataría de golpear al que fuera a la zaga con ellos, arremetiendo con fuerza contra su costado con uno de mis brazos; mientras que el otro se dirigiría a golpearle en el otro lateral, por encima de los hombros.

Esperaba poder al menos quitarme a uno de en medio, siendo así un obstáculo menos a superar en el camino hacia mi pequeña.

La adrenalina recorre mi cuerpo y dicta mis movimientos. Actúo antes incluso que mi cerebro dicte las órdenes de atacar, es como si entrara en modo automático...

Hoy no saldréis con vida ninguno de vosotros...hoy moriréis todos...

Cargo el arco y disparo al cabrón que se me escapó en primer lugar, luego avanzo un par de pasos y disparo contra el que ayudaba al otro bandido. El que está bajo los escombros de momento no es mi objetivo, aunque el filo de mi espada querrá probar su sangre...no dejaré a ninguno con vida.

Varios delincuentes se ven sorprendidos por el vertiginoso asalto del moderno Robin Hood. Una flecha se clava en el pecho de uno de ellos, el más cercano a su posición, mientras el justiciero avanza apenas un par de pasos hasta alcanzar una mejor posición. El segundo delincuente, que trata denodadamente de rescatar de debajo de los escombros a su compañero, se da cuenta demasiado tarde de lo que se cierne sobre él. Suelta el brazo de su compañero caído y trata de tomar su arma para defenderse, pero antes de hacerlo una flecha se inserta en su hombro, tan profundamente que la punta llega a asomar por su espalda. El impacto es tal, que el matón se ve arrastrado hacia atrás y cae al suelo rodando, permaneciendo en el suelo sin apenas moverse por culpa del dolor.

En los escombros desprendidos de lo alto de la torre de almacenaje, el matón caído hace un amago de intentar levantarse, pero finalmente termina cayendo de nuevo, aparentemente inconsciente.

Sin embargo, el arquero se ve sorprendido por una nueva llegada al lugar. Se gira precipitadamente, descubriendo a dos nuevos delincuentes apareciendo de uno de los corredores, con sus armas listas para actuar contra él. Disparar o esquivar, combatir o huir para combatir más tarde, es la decisión que se refleja en la mirada de Montaraz. Una decisión que no llega a tener que tomar, pues por sorpresa aparece una sombra pelirroja tras ambos delincuentes, golpeando a uno de ellos con la punta de su bastón en un costado, con tanta fuerza que cabría pensar que varias costillas podrían haber terminado fracturadas. El grito ahogado del tipo y su forma de caer al suelo sujetándose el torso dan cuenta de ello. El segundo matón apenas tiene tiempo de reaccionar, antes de recibir un fuerte y seco bastonazo en la cabeza, dando apenas un par de pasos tambaleantes hacia atrás antes de caer al suelo inconsciente.

Realizo una ligera reverencia tras ver como la pelirroja me salva de unos balazos casi seguros.

- Gracias madame... - le agradezco su aparición.

Me dedico a sacar las flechas de los que pueda para reponerlas en el carcaj y así poder cargarme cuantos más mejor. Alguna no podré recuperar pero intento sacar sin romper las de los caídos. Si no tocará tirar de espada y cuerpo a cuerpo.

- Vamos a por la niña...no deben quedar muchos ya...

Finalmente fueron sólo dos matones a los que me tuve que enfrentar, esperando que aquel o aquellos que se hubieran adelantado no supusieran un excesivo reto para quien se encontrara allí combatiendo contra ellos.

Era un alivio comprobar cómo los duros entrenamientos daban sus frutos, haciendo caer a aquellos dos enmascarados sin gran dificultad, habiendo golpeado en el punto necesario y con la fuerza suficiente como para que no dieran problemas.

Al caer aquellos pesos muertos, pude ver mientras saltaba entre ellos quién se encontraba allí. No era otro que el encapuchado, quien parecía haber estado bastante entretenido a juzgar por cómo había quedado aquel lugar y los enemigos derribados.

- Me alegra ver que estás bien. - le dije seria, pero con sinceridad, tras darme las gracias por lo que había hecho.

Antes de que tuviera tiempo de informarle de cómo estaban las cosas, mencionó el ir a por la niña, dedicándose mientras tanto a recoger flechas.

- Por eso estoy aquí. La he localizado, pero yo sola no puedo sacarla de allí. La tienen en una explanada, aparentemente una zona de carga y descarga. Ni siquiera la tienen atada, está sentada en una silla en medio de ese lugar, pero hay tres tipos peligrosos allí; nada de simples matones... - comencé a explicarle con presteza, tratando de ocultar mi preocupación. - El cabecilla del grupo, con varias armas y un traje que parece ofrecer una gran protección, incluida la máscara. Una mujer, que lleva una máscara rígida que muestra parte de su rostro, que porta dos espadas a su espalda, y es la chica del jefe. Y otro tipo que aparenta ser un matón más, pero que parece tener mucha más fuerza que el resto. En teoría él se encarga de vigilar a la niña. - me detuve unos segundos para pensar y proseguí. - Imagino que podremos accionar la persiana que hay en el muro para que se abra, pero hay que conseguir entretener a esos tres lo suficiente como para poder sacar a la pequeña por allí. Quizás podamos hacer que alguno abandone la explanada antes de aventurarnos a rescatar a la niña, eso facilitaría las cosas. ¿Alguna idea? - le pregunté, mientras yo también trataba de hallar una manera de reducir riesgos, tenía que lograr que mi hija corriera el menor peligro posible. - ¿Has visto a alguien más por ahí, se ha montado un buen jaleo...

Al fin los dos justicieros, que por azares del destino se han conocido al llegar a esos muelles, vuelven a reunirse. Es tan sólo una pausa en medio del campo de batalla, pero les da tiempo a ponerse al día. Misery ha localizado a la niña, explicando a su ya aparentemente compañero la situación. El arquero no tarda en identificar el lugar como ese punto que ha visto anteriormente desde las alturas. Sin embargo, la justiciera deja claro cual es el problema: tres sujetos lo bastante peligrosos como para tomárselos en serio, nada parecido a los matones de medio pelo que yacen en el suelo a su alrededor.

La toma de decisiones debe ser rápida, puesto que no hay demasiado tiempo. En cualquier instante podrían aparecer más matones, y es que se siguen oyendo ruidos, disparos y explosiones por la nave. Hay más fuerzas implicadas en todo el asunto, lo que puede resultar beneficioso si alguien entretiene a los matones de las máscaras amarillas y negras. Ni Misery ni Montaraz han visto a nadie más, aunque recuerdan haber visto... algo. Lo que entró por la cristalera, que ninguno de los dos ha logrado identificar. Pero lo importante ahora es esa niña, y buscar el modo de librarse de quienes la custodian...

- Yo me encargaré de crear la distracción...tú coge a la niña y sácala de aquí. - digo con firmeza, aunque en mi interior sé que las cosas no serán tan fáciles. - Puedo volar la persiana con una de mis flechas, eso creará suficiente distracción o eso espero... - repaso lo de ver a alguien más - Sí, he visto a otro de los nuestros creo...pero sólo un segundo, me salvó el pellejo bajando las escaleras. El resto que me encontré son dos caras como los que nos hemos cargado...si pudiéramos contactar con el otro podría echarnos un cable pero no tengo ni idea de cómo hacerlo...y debemos movernos para evitar ser descubiertos. Intentaré buscar un punto desde el que pueda disparar y volar la persiana. Luego llamaré su atención yendo a por la chica del jefe. Así vendrán a por mí e intentaré darles esquinazo subiendo al techo y escapando por allí.

La situación sin duda era límite, pero me reconfortó la decisión que percibí en el encapuchado. No podía evitar sentirme algo culpable ante el ofrecimiento de ser él quien se ocupara de distraer a aquellos matones. Había altas probabilidades de que eso no saliera nada bien para él, algo que me daba la sensación que él también sabía, pero aun así estaba dispuesto a correr el riesgo.

Esta es la clase de gente que necesita Metro City.

- Hay maneras de contactar con el otro, pero no hay tiempo para ello. - afirmé en voz baja con convicción cuando al relatarme su plan hizo mención a la posible ayuda de un tercero. - Confiemos en que la explosión de la persiana le atraiga hasta este punto.

Escuché el resto de sus explicaciones con atención. El plan del arquero era tratar de abrir a distancia una salida en aquella persiana, y después entretener a aquellos tres yendo a por la mujer, mientras yo me ocupaba de sacaba a mi hija de allí.

- Creo que es muy difícil que los tres permanezcan juntos, pero si consigues que al menos el jefazo vaya a ayudar a su chica, ya será mucho. - el arma del otro tipo, quien estaba precisamente encargado de cuidar a mi pequeña, era su fuerza; una fuerza que claramente no podía igualar, pero aquel era un obstáculo que podía superar con otras cualidades. - Buena suerte. Y gracias. - le dije de corazón, tratando de no mostrarme afectada. Él no era consciente de lo que estaba haciendo por mí, pero yo difícilmente olvidaría aquello. - Por cierto, puedes llamarme Misery. - añadí antes de girarme y comenzar a moverme, buscando un lugar en el que aguardar a que aquella persiana volara, uno desde donde pudiera llegar hasta mi hija lo más rápidamente posible sin correr el riesgo de ser descubierta.

Mientras los dos justicieros tratan de elaborar un plan de acción, el otro extremo del almacén estalla en lo que parece ser una traca final en toda regla. Varias explosiones consecutivas, disparos, derrumbamiento de varias torres de almacenaje, y el techo atravesado por lo que parece algún tipo de haz de luz de pura energía, que genera entre todo un gran estruendo y el alzamiento de una auténtica nube de polvo y humo, antes de quedar todo en silencio.

O no del todo. Desde donde Montaraz y Misery se encuentran, pueden oír cómo múltiples hombres corren en esa dirección, apresurándose a comprobar lo que ha sucedido. Eso puede ser bueno, porque se alejan de la explanada donde está retenida la niña. Menos obstáculos que atravesar.

El plan es relativamente sencillo. Cuando ambos justicieros se separan, Montaraz busca una posición privilegiada desde donde poder disparar a la persiana de salida del almacén. La encuentra en el último piso de una de las torres de almacenaje más cercanas, desde donde tiene una vista perfecta de la explanada.

Hay tres de los secuestradores en la zona, pero tal como ha dicho Misery no son unos matones cualquiera. El primero que llama tu atención es el más corpulento de los tres, cargado de armas y con un traje táctico aparentemente pesado. Su máscara, en lugar de parecer hecha de goma, es rígida como un casco protector. Parece ser el que manda.

A su lado está un matón con la misma máscara que los demás, pero éste la lleva en la mano, mostrando un rostro anodino con un fino vello facial y el pelo excesivamente corto. No obstante, el tipo es de amplias espaldas y se ve su fortaleza física.

A su espalda, en el centro de esa explanada, una niña está sentada en una desvencijada silla de oficina y sujetándose los brazos como si tuviera frío. Una niña pequeña, de piel clara y pecosa, con el cabello pelirrojo. Ni siquiera está atada, sencillamente la habrán amenazado con lo que le pasará si intenta huir. ¿Huir a dónde? Debe estar aterrada...

El caso es que Montaraz no logra ver a la chica de la que Misery le ha hablado. Allí no hay ninguna mujer, al menos hasta donde el arquero logra ver. Lo que sí puede ver y muy bien es la persiana, su objetivo...

...y algo más. Puede ver a Misery tomando posición entre grandes cajas de madera, esperando su oportunidad para acudir al rescate de la niña. La verdadera esperanza es que, cuando la persiana explote, esos dos hombres acudan a comprobar lo sucedido y le den vía libre. Sin embargo, las cosas no van a ser tan sencillas.

Vaya, vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? -Oye la justiciera a su espalda, girándose bruscamente. Tanto ella como Montaraz pueden ver cómo desde detrás de unos contenedores aparece un matón cuya máscara parece rígida como la del jefe, aunque al contrario que éste deja al descubierto su nariz y su boca. Se trata de una mujer, algo que se hace evidente porque sus ropas, también tácticas, se pegan a su fina figura. Además, una larga cabellera castaña brota de la parte trasera de su máscara, justo en el centro de las empuñaduras de dos espadas cruzadas a su espalda, una de las cuales desenfunda con un gesto premeditadamente lento- ¿Se puede saber qué haces aquí, encanto? No pretenderás quitarme lo que tanto me ha costado conseguir, ¿verdad? No me ha resultado fácil capturar a esa puta criaja, como para que vengas tú ahora con esas ridículas gafitas y un par de palos a tocarme los ovarios...

Teníamos un plan, con fisuras, pero un plan.

Terminábamos de definirlo cuando escuchamos aquel gran estruendo al otro lado del almacén. O mejor dicho, estruendos. Explosiones, disparos, derrumbamientos... Una serie de ruidos que se tornaron en silencio, dando la impresión de que el combate había terminado para algunos. Sin embargo, pronto escuchamos a gente corriendo en aquella dirección; algo que probablemente jugara en nuestro beneficio.

No tardé en tomar posición, teniendo que aguardar a que el encapuchado hiciera su parte. Pero lamentablemente, las cosas no salían como más nos convenía que salieran. Las fisuras...

Y la maldita Ley de Murphy.

Alguien me hablaba a mi espalda, y por un segundo sentí que el mundo se detenía. Esa voz, esa maldita voz que me había resultado familiar...

Hija de la gran puta...

Me giré de inmediato, fijándome en la parte de su rostro que no estaba cubierto por aquella máscara, sin duda era ella. No había logrado ubicar aquella voz en un principio, pero el escucharla lejos de aquella máscara me había ayudado a ello.

Me hervía la sangre escuchándole hablar de aquella forma de mi hija, no sólo por el modo en el que se refería a ella, insultándola y tratándola como si fuera un mero trofeo o elemento que necesitaba utilizar, sino también por creerse con algún derecho sobre mi pequeña.

Me hubiera gustado lanzarme contra ella de inmediato, pero no era tan sencillo. No podía pensar sólo en mi, así era desde hacía mucho tiempo, pero más ahora que me hija se encontraba corriendo peligro a escasos metros. Valoré la situación con rapidez, terminando por descartar cualquier tipo de acción que evitara el enfrentamiento. Cualquier cosa que no fuera directamente tratar de detener a aquella mujer, seguramente acabara con ella acudiendo en busca de mi hija, había dejado muy claro que no estaba dispuesta a permitir que nadie se la arrebatara.

- Tendrás suerte si sólo te los toco. - terminé por espetar, desenfundando los bastones en un rápido movimiento.

Cargo la flecha explosiva, mi única oportunidad para hacer una salida decente para todos. Apunto con calma tras posicionarme bien y disparo tras pensármelo un par de segundos.

En ese momento nos descubren...pero la flecha vuela hacia su objetivo. En unos segundos explotará y empezará el lío...veo que mi compañera de armas se va a enfrentar a alguien a quién no logro ver pero es la que nos acaba de descubrir.

Dejaré que lo haga mientras limpio un poco el patio para jugar más tranquilos. Quedan otros dos así que cargo otra flecha y disparo contra el del traje táctico.

- Pelirroja...ya sabes lo que tienes que hacer...empieza la fiesta...

Mi flecha no va muy acertada, bueno tendré que mejorar en mi tercer disparo. Aunque debo tener cuidado de no acertar a la niña, si no creo que me matará la pelirroja.

Las palabras llenas de provocación de Misery logran su objetivo. Basta un rápido vistazo a la delincuente, a la expresión de sus ojos enmarcados en su peculiar máscara, a la expresión de sus labios mientras muestra los dientes con fiereza.

La mujer enarbola la espada en su mano y la hace girar mientras empieza a correr hacia la justiciera, provocando un brillo peligroso al hacer relucir la hoja con la luz del almacén. Misery apenas tiene tiempo para reaccionar antes de tener a la delincuente encima. Es buena, sin duda. La justiciera apenas tiene tiempo de esquivar el primer envite de la espada, cuya hoja pasa peligrosamente cerca de su cabeza. Posiblemente algún mechón del cobrizo cabello de la luchadora por la justicie de Metro City haya sucumbido en el camino. Sin embargo, la delincuente se mueve veloz, sin desfallecer, dispuesta a llegar hasta el final, y la hoja traza una segunda curva, en esta ocasión ascendente. Misery puede sentir cómo la espada impacta contra el costado de su traje reforzado, deslizándose peligrosamente. No le cabe duda de que, si hubiera sido ropa normal, ahora contaría con una muy fea herida abierta en el costado.

Pero no puede confiarse y dejar su seguridad en manos de la protección que le brinde su traje. Esa mujer está dispuesta a todo, y no parará hasta que una lluvia de cortes acabe con su víctima. Es hora de responder.

La flecha de Montaraz surca el aire desde su posición elevada, directa a su objetivo. El arquero es lo suficientemente experto en su oficio, en su afición, o en lo que sea para él esa actividad, como para ser consciente de lo que va a suceder en el preciso instante en que el proyectil abandona su arco. La flecha impacta justo en el centro mismo de la persiana, causando una gran deflagración.

Los dos matones que aún permanecen en la explanada, el que parece ser el líder y ese otro que le acompaña, se agachan sorprendidos por la explosión, girándose a comprobar qué sucede. A su espalda se oye el grito de horror que la pequeña rehén, quien se tira al suelo cubriéndose los oídos presa del pánico.

Cuando el humo de la deflagración se empieza a disipar, puede verse una enorme apertura en la persiana destrozada. Sin embargo, se ve también movimiento al otro lado. Varios tipos con ropas paramilitares y armas en las manos aparecen al otro lado, alguno de ellos adentrándose en el almacén a través del agujero. Todos con máscaras negras y amarillas.

¡BUSCAD A QUIEN HA HECHO ÉSTO! -Grita el que parece el líder, con una voz cavernosa y distorsionada por su casco. Su mano señala las torres de almacenaje, donde Montaraz se encuentra aún. No parece haberle visto todavía, aunque no tardarán en hacerlo.

Lo que el arquero puede ver desde su posición es cómo al menos tres matones, incluido el que estaba junto al líder, y que comienza a ponerse su máscara, corren hacia la base de la torre donde se encuentra apostado, alzando la mirada en su busca. Mientras tanto, el líder también se se desplaza en su dirección, pero más despacio, apenas caminando.

Mi particular declaración de guerra tuvo el efecto esperado, encontrándome con aquella mujer corriendo hacia mí de inmediato. Me preparé para el embiste, dándome cuenta pronto de que la enmascarada era realmente buena peleando. Esquivar su primer ataque no me resultó muy costoso, pero su segundo espadazo logró alcanzarme. Por suerte el traje protegió completamente mi costado, haciendo que saliera de aquella sin rasguño alguno.

Aunque esto sólo acaba de empezar.

Traté entonces de atacarle con los bastones, moviéndome con rapidez para intentar darle más de un golpe antes de que le diera tiempo a reaccionar. Mientras me enfrentaba a aquella malnacida, pude escuchar una explosión, que esperaba que fuera la que el encapuchado debía provocar; y algo que me puso los pelos de punta: el grito de mi hija.

Aguanta cariño...

Cojo otra flecha y disparo contra uno de los subordinados. Luego iré a por el líder, no tardarán en verme y lo peor es que puede que vean a mi compañera de armas y entonces la ataquen por la espalda. Vamos a intentar liberar a la niña y luego veremos si salimos ilesos de esta situación que empiezo a pensar que no.

Tras disparar me muevo rápido buscando una nueva posición más cercana al suelo por si tengo que combatir cuerpo a cuerpo, mi espada curva puede ayudarme en eso. Está bien afilada y se desenvaina rápido en un espacio reducido. Intento atraer su atención y distraerlos gritando una frase, volviendo interpretar al personaje que ellos esperan encontrar. Un loco sin sentido común, un disfraz que utilizo para infundir respecto ya que al fin y al cabo soy un tipo normal y corriente que sale a cazar.

- A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro...así que decidme hombres enmascarados...¿qué sois por dentro? - grito con cierto acento británico copiado de las viejas películas de Errol Flynn que veía con mi madre.

Si logro una posición donde pueda disparar, lanzaré flechas contra ellos. Al menos cargarme a uno o dos si tengo suerte. El líder seguramente sea más precavido pero intentaré matarlo como pueda.