Partida Rol por web

Araevin se miró las uñas.

—Quiero una parte proporcional de la recompensa que os ofrezcan los Burgueses y del botín que encontremos en el Castillo de Halvan. Con un mínimo de ganancias de cuatro mil piezas de oro que correrán por vuestra cuenta de no alcanzarse con lo que rapiñemos por ahí. Una clásula estándar, ya sabes —levantó la vista—. También quiero una visita guiada a ese círculo tuyo.

Galatea ladeó la cabeza aun con los brazos cruzados y miró de reojo hacia arriba, como si estuviese calculando algo mentalmente.

—Bueno, no pretendíamos que lo fueras a hacer gratis—reconoció aún sin cambiar la expresión—. Es lo justo.

Lo que ya no tenía tan claro era exactamente qué podían encontrar en el castillo... cuatro mil piezas de oro eran muchas piezas de oro. A parte, no le había quedado muy clara su postura con respecto a cuánto tiempo permanecería con ellos. Por otra parte, a ella concretamente las cuestiones monetarias le daban un poco igual pero entendía que Araevin no compartiera aquel pensamiento.

—¿Cómo lo ves tú, Ossian?

Miró al bardo para pedirle su opinión. Precisamente porque Galatea no era una persona muy dada a andar con cuentas monetarias (ni ella ni ningún habitante del bosque, por norma general) quería la opinión de sus compañeros. Ya no sólo por si lo consideraban muy caro o no, si no porque, qué demonios... ella no decidía por todo el grupo.

El último añadido sin embargo la hizo parpadear algo incrédula. No sería la primera visita de la historia de Ramasvivas... pero sí la primera en mucho tiempo.

—He de confesar que eres el primer elfo que me pregunta algo así en años... —respondió, luego se rascó una mejilla pensativa—. Pero supongo que no tendría nada de malo.

Tratándose de un elfo, aunque fuese de ciudad, no veía por qué no podía llevarlo a visitar el Círculo... siempre y cuando mantuviera (ella) el camino en secreto. No obstante, el mero hecho de que Araevin quisiera visitarlo ya le resultaba una sorpresa.

—Nunca me han gustado los mercenarios —admitió Ossian—. Prefiero ir de aventuras siguiendo mis propias reglas. No creo en eso de vender nuestro talento. Pero creo que no tenemos más remedio.

—Oh, pero todos tenemos nuestro precio, mi barbado amigo. Sólo que no siempre se paga en oro —contestó el elfo y te tendió una mano, a una manera muy humana—. Entonces, ¿tenemos un trato?

"O no siempre se sabe quién es quien realmente lo paga" pensó Galatea mirando la mano extendida de su congénere.

Y también dependía de lo que considerase un "precio", claro.

Sacudió la cabeza apartando los pensamientos filosóficos de ella y asintió ante la conformidad de Ossian. Luego le dio la mano al elfo con una cautela casi graciosa (No de forma exagerada pero, tenía un ojo algo más entornado que otro) como si esperase que en cualquier momento fuese a soltarle un conjuro de chispas para hacer la gracia o algo así.

—Sí, supongo que sí. Gracias, Araevin—dijo. Luego hizo una pausa como si acabase de caer en la cuenta de algo tan obvio que hasta se le había olvidado—. Oh, por curiosidad... ¿a qué dios veneras?

—Ah, sí. Estaría bien saberlo, ¿verdad? Imagina ahora que venero a Lolth. Eso sería gracioso. Lo cierto es que... soy lo que parezco. Con esta cara tan bonita sólo puedo servir a Sune ¿verdad?

—¡Oh por el amor de los dioses!

—¡Precisamente! Hoy no he hecho mi acción de "amor" del día y... no os serviría de nada si perdiera mis poderes.

Galatea entornó un ojo con aire escéptico y respondió con algo que el propio Araevin había dicho antes.

—Tenía entendido que lo habitual era rezarle al Seldarine, no a una deidad... bueno, humana—sonrió de lado—. ¿Por qué te extrañó tanto que yo tenga un Símbolo de Selûne si eres clérigo de Sune?

Araevin esgrimió un dedo sin abandonar la sonrisa, pero no se le debieron ocurrir más gracietas.

—Está bien, me has pillado. Lo cierto es que no, no venero a Sune. Soy un azogue del bromista feérico.

Galatea abrió entonces mucho los ojos con sincera sorpresa. Luego soltó una risita ante el comentario del elfo. No pudo evitar que lo primero que se le viniera a la cabeza fuese la anécdota del tronco con las llamas falsas y el susto que se había llevado Ossian, o las botas parlantes, o... bueno, que alguien se lo iba a pasar pipa.

—¿No es maravilloso lo caprichoso que puede llegar a ser el destino a veces?—preguntó mirando al bardo y encogiéndose de hombros sin perder la media sonrisa. Luego añadió a modo de aclaración por si acaso:—. El bromista feérico es... Erevan Ilésere, el Seldarine de las bromas y las travesuras.

La interpretación fácil tal vez fuera que a Aidé iba a darle un patatús con Araevin si de por sí ya no soportaba los chistes de Ossian (el cual puede que simplemente se aterrorizara o se pusiera a dar saltos de alegría allí mismo con la perspectiva) Pero Galatea le daba vueltas también a otra cosa; puede que ese destino caprichoso simplemente les estuviesen diciendo "Arriba, ya valió de caras largas".

Volvió a mirar al clérigo.

—Bienvenido a bordo, Araevin. Nos hacía falta alguien como tú—apoyó las palmas en la mesa y se levantó, corriendo la silla ligeramente. Luego se dirigió a ambos—. Bueno... ¿vamos con los demás?