Partida Rol por web

- Van a venir. No van a venir. Jajajajajaja. Los cazadores van a venir. Pero no vendrán, y cuando vengan todos haremos como si no hubieran venido. Entonces... -

J abrió los ojos, parpadeando durante unos segundos. Había escuchado un ruido extraño. Las voces en su cabeza continuaban discutiendo, día a día, sin descanso. Ya habría aprendido a convivir con ellas, como si familia. Pero... aquel no era el sonido que estaba escuchando.

Escuchó un murmullo ahogado y después un grito.

- ¿No lo ves? Los cazadores van a venir. ¡Jajajaja! Qué divertido es que no vengan los cazadores aún. Todos nos vamos a divertir, sí, no nos divertiremos cuando ellos lleguen... -

Sus ojos le llevaron a recorrer con la mirada aquella habitación que tan bien conocía. De cuero blanco, acolchada, sin absolutamente ninguna decoración que una puerta de metal que estaba siempre bloqueada y que por muchos golpes que había intentado descargar contra ella jamás había hecho intención de moverse del sitio.

Otro gemido y esta vez sintió como si sonara detrás de él. Sin embargo, no hubo nada al girarse más que aquella acolchada pared.

Llegaba el anochecer a la ciudad de Terrasanta y Héctor sólo pudo observar un solitario rayo de sol que cruzaba el ventanuco que tenía en su celda en el inalcanzable techo. Sentado en su celda y vestido únicamente con una túnica de arpillera, descalzo, el hombre suspiró por la nariz, maldiciendo otra vez más su suerte.

No sabía que en aquel momento era afortunado, en cierta manera, de encontrarse donde se encontraba. Estaba enfrascado en sus pensamientos y no pudo evitar sobresaltarse cuando escuchó la puerta de su celda al abrirse. Levantó la vista, extrañado y se encontró con un hombre unos años mayor que él vistiendo unas sencillas ropas de color blanco. También pudo divisar al otro lado de la celda, que ya había sido cerrada, a Tom, uno de los carceleros.

- Quédate donde estás, engendro. - así llamaba Tom a todos los presos bajo lo que él llamaba 'sus dominios. Su tono era siempre arrogante, pero... por primera vez desde que lo habían encarcelado, escuchó que su voz estaba algo tensa.- El doctor Timothy va a reconocerte. -

¿Reconocerle? ¿Qué mierda le importaba a ellos su salud? Aquello era la primera vez que ocurría. El doctor le miró, un poco temeroso de acercarse. O quizás temeroso por algo más... Héctor no era capaz de diferenciarlo.

Mira a su espalda. Se angustia. Mira de nuevo. Se levanta. Golpea las paredes. Nada. Vuelve a golpear. Nada. Comportamiento errático. Él lo sabe. Camina en círculos. Siguen hablando. Se sienta en el suelo. Se tapa los oídos. Grita. Grita más. No paran. Araña el suelo. Se abraza a sí mismo. Se balancea. Las uñas se clavan. La sangre corre. La ropa se mancha. Risas en su cabeza. Él llora. La garganta áspera. No entiende. No le dejan entender. Se levanta rápido. Corre a la pared. Golpe. Corre a la pared. Golpe. Corre a la pared. Golpe. Cae. Aún llora. Siguen riendo. Desesperación. Cansancio. Hastío. Dolor. Se convulsiona. Se muerde el labio. Prueba su sangre. Gime. Se ahoga. No lo soporta. No puede. No quiere. No cesa.

- Shhhh... No... Shhhhh...

Risas. Risas. Risas.

Dolor.

-¿Qué queréis de mí? - Aquello estaba resultando de lo más insoportable.- No he hecho nada, y ya me habéis quitado mis cosas; ¡lo único que quiero es irme de esta ciudad! Dejadme salir y no tendréis que preocuparos más por mí, ¡os lo prometo!

Dejo que el doctor se me aproxime, pero con cautela y atento a lo que quiera hacer, preparado para apartarme si hace algo que pueda considerar peligroso.

Las risas y las voces no cesaban. Con un impulso errático se dirigió hacia la puerta, dispuesto a golpearla... y se quedó a apenas cinco centímetros de ella, estupefacto.

Estaba abierta. Eran apenas unos centímetros, pero lo estaba. Sin ser capaz de asimilar aquella novedad abrió mucho los ojos y cogió la hoja para abrirla. La mitad de su cuerpo asomó por el pasillo. Desierto. Ni una voz. Ni siquiera estaban continuando las risas en su cabeza. Un silencio absoluto que le provocaba aún más angustia que las voces que siempre le habían acompañado. ¿Siempre?

Aquellos gemidos ahogados estaban aumentando, tanto de tamaño como de número. Pero el pasillo estaba totalmente vacío: todas las puertas estaban abiertas y sin embargo no parecía haber nadie más allí. Absolutamente nadie.

Timothy se acercó un poco más mientras Tom reía. - Saldrás cuando cumplas tu condena. - pero jamás le habían dicho cuánto sería eso. El doctor se inclinó un poco más a su lado, observándole la cara y los ojos atentamente. Héctor podía sentir el miedo en sus ojos y algo le decía que no era por él. O al menos por sus capacidades.

- Diría que... está... bien... - murmuró el doctor, pero Tom se giró para mirarles.

- ¿¡Dirías!? ¡Asegúrate, vejestorio! ¡No quiero a otra de esas cosas en una de mis celdas! - exclamó el carcelero, furioso.

-¿Cosas? ¿A qué te refieres con "cosas"?

Viendo el miedo en los ojos del doctor, Héctor relaja un poco el cuerpo para dejarle hacer su trabajo. - "No me digas que ahora tienen una plaga de Dios sabe qué en este nido de cochambre" - piensa para sus adentros; sabe que esos dos tipos no son rival para él, y que si quisiera podría quebrarlos como si fueran ramitas para escapar y estar muy lejos antes de que reunieran hombres suficientes para hacerle frente. Él no era así, y tenía muy claro que el hecho de ser más fuerte no le daba derecho a actuar según sus propias reglas.

- Le aseguro, doctor, que no me ha picado ningún bicho ni he estado en ningún sitio raro. Acababa de llegar cuando me metieron aquí, y yo me encuentro perfectamente - dice Héctor tratando de sonar lo más pacificador posible; aquello le daba mala espina, y los doctores suelen ser personas inteligentes.

Acabó. Ríe nervioso. Ya no hablaban. Estaba solo. Por fin solo. Caminó fuera. Buscó los gemidos.

- Graciasgraciasgracias... - murmuraba. Letanía.

J salió de allí por la izquierda aún abrazado a si mismo, se sentía muy extraño. Alivio. Nervios. Ansiedad. Duda. Angustia. Claustrofobia. Todo a la vez. Aquello parecía irreal, pero estaba ocurriendo. ¿Estaba ocurriendo? Ocurría.

Al acabar el pasillo se encontró con el hueco de una escalera. Escaleras hacia arriba. Escaleras hacia abajo. Un grito rompió el silencio del sanatorio. Venía de arriba. Los gemidos seguían rondando a J. Venían de abajo.

- Algun... algunos de sus... 'compañeros'... han caído enfermos. Debemos asegurarn... - se calló al escuchar un grito. Tanto él como Tom se giraron y miraron, pero no vieron nada. Clac, y el sonido la piedra golpeando el suelo. Entonces la imagen dejó totalmente impactado a Héctor. Unos brazos de un color morado salieron de la pared por el hueco que se había formado y Timothy fue agarrado por ellos. De un fuerte tirón y antes de que el paladín pudiera hacer nada el médico desapareció por el hueco.

Tom abrió mucho los ojos, paralizado. No reaccionó: parecía no saber qué hacer. Por otra parte, en el hueco oscuro había un absoluto silencio y si Héctor se asomaba vería que apenas era capaz de ver nada en aquella casi completa oscuridad.

Los gritos todavía se oían cerca, pero parecían alejarse poco a poco. Tom, aterrado, salió corriendo hacia la parte superior. Se escuchó un 'clin clin clin' de algo metálico golpear el suelo fuera de la celda cuando huyó.

-¡Cristo bendito! ¡¿Qué ha sido eso?! ¡¡TOM!!- Héctor lanzó una maldición en ailish mientras veía al carcelero escapar escaleras arriba. Sin perder un instante, y confiando en que el pobre doctor estuviera todavía vivo, se lanzó a la oscuridad atento a cualquier ruido que pudiera haber.

-"Aguanta doctor, si alguien puede decirme lo que está pasando eres tú."-

Observa. Escucha. No se decide. Gritos arriba. Gemidos abajo. Gemidos. Baja la escalera. Miedo.

Bajó las escaleras a paso ligero, aún abrazado a si mismo y vestido únicamente con una especie de bata llegó hasta otro pasillo con 3 salidas. No recordaba a dónde se dirigía ninguna. Pero hubo algo que sí vió. Una especie de humanoide con la piel de un tono violáceo con las cuencas de los ojos vacías, sin expresión, de aproxidamente su altura y con varias placas de metal y hueso por todo el cuerpo. Olía a putrefacto pero en aquel momento estaba quieto y muy rígido... hasta que se inclinó hacia delante y... ¿era su columna vertebral? salió disparada hacia él extendiéndose de una manera totalmente antinatural intentando inmovilizarlo.

J lo vió venir y simplemente se movió a un lado.

Arruga el ceño. Sus instintos despiertan. Se mueve rápido. Patada al costado. Gancho a la barbilla.

Aquel engendro humanoide hizo crecer el hueso de uno de sus brazos convirtiéndolo en un afiliada arma y con él atacó al tao, que esquivó grácilmente el golpe preparándose para acabar con la existencia de aquel monstruo.

Aprieta los dientes. No entiende. Pero le ataca. Se defiende. Esquiva y ataca. Patada en el costado. Puñetazo en el estómago.