Partida Rol por web

Las emociones en el gremio de Loudwater se encontraban atrapadas en un caótico torbellino sin control. Empezando por el supino aburrimiento de la monotonía, se había pasado al jubilo cuando Otto anunció el regreso de un grupo.
Después de la expectativa, vino la sorpresa. Pues aunque parecía que todos regresaban, algunos no volverían a ser los mismos. La mujer chamán había perdido los ojos. En su lugar solo quedaban dos feas heridas y un par de cuencas vacías. El monje, por su parte, mantenía su visión intacta, pero no podía decir lo mismo de su mano derecha. El resto, si bien no tenían heridas permanentes, se podía sentir el cansancio y el agotamiento pesando en sus hombros.
Rápidamente se pasó al consuelo. Los miembros del gremio no tardaron en hacer piña junto sus homónimos. Lo que no te mata te hace mas fuerte, decía Casco una y otra vez. Golpes en la espalda de felicitación intentaban eclipsar el pesar que empeñaba el ambiente.
Pero lejos de ser esto el final, después vino la confusión. La activación del escudo. Un campo de fuerza casi invisible encerró el gremio bajo una gran bóveda arcana. Sin lugar a dudas se trataba de una desesperada medida de protección que Lord Kennegan solo reservaba para casos tan especiales, que aun no había sido usada nunca con anterioridad. Fue el propio Casco el primero en ser consciente de la gravedad del asunto.

La primera carcajada se pudo oír en todos los rincones. Atravesando roca, paredes y carne llego hasta todos los corazones. Era una risa casi desquiciada, al mismo tiempo que serena y segura de si misma. Y es que alguien mas, a parte del grupo de aventureros, había llegado por el portal. Alguien quienes los recíen llegados reconocían fácilmente.

Precedido por una potente llamarada, el que se hacia llamar Lividius se dejo ver en medio del patio del gremio. Con un porte orgulloso, emanando la seguridad y la autosuficiencia que le otorga tener la certeza de que nadie de los presentes puede ser rival para el.
Sin prisas mira a su alrededor, intentando reconocer donde se encuentra. Se toma la osadía de dar algunos pasos y comentar - Que hermoso lugar ... - Dice en un tono sobrecargado de sarcasmo. Acto seguido desaparece como engullido por la tierra, dejando tras de su un nuevo estallido de fuego. Vuelve a reaparecer, esta vez encima del tejado. - ... veamos que tiene este mundo para mi. - Finaliza antes de volver a desaparecer rodeado de fuego.

Un potente chasquido eléctrico se propaga por el cielo a la par que Lividius maldice en un idioma que hiela la sangre solo de ser escuchado.

El campo lo contendrá, pero no para siempre. - Informa el forjado, dando por una vez mas emoción en sus palabras de la que acostumbra a usar. - No dejéis que se marche. Debo asegurarme que El Lord esté bien.

Sin dar mas opciones a réplica, se marcha dejandos solos.

- Protege a Lord Kennegan. Nosotros nos encargaremos de Lividus! - le grito a Casco cuando se está alejando. Aferro con fuerza mi totem con forma de oso y me preparo para la batalla. Ethys, cuento contigo.

Norte plantó su enorme Mordenkrad en el suelo y se frotó las manos.

-No te va a resultar tan fácil demonio.-

La energía sale de mi cuerpo en forma de ráfagas de viente al ritmo de mis latidos cardíacos. El lugar se llena de estática a medida que sobre mi piel se manifiesta una gran cantidad de pequeñas chispas eléctricas, formando una capa de brillo sobre mí, a la espera de reunirse para formar relámpagos de furia implacable.

 - "Esta vez no te irás de aquí. ¡Esta vez morirás, demonio!"

Aprieto mis puños, preparado para canalizar la tormenta en mi interior y desatarla sobre Lividius El Bedel, enemigo nuestro e invasor del Gremio, a quien no perdonaré por su ofensa.

Storm con una velocidad sobrehumana se preparó para realizar un potente ataque, reuniendo una gran energía a su alrededor para intentar dar la oportunidad a sus camaradas de poder noquearlo, debían ser mortíferos con ese demonio y las medias tintas no valían. Utilizaría su mayor poder. Solo de recordar como dejó fuera de combate a sus hermanos en aquel vil ataque, se afianzó mas aun esa teoría en su mente. 

Uriel no tenía muy claro los sucesos pero tras ver regresar a viejos conocidos con semejantes heridas y después la aparición de aquello, no tenía dudas de que hacer.

Sonriendo a Norte, la última compañera con la que había participado en misión, se dispuso con el arma en su mano y la magia canalizándose a sus manos.

La voz de Lividius se propagaba por el gremio como si estuviese en todas partes, al mismo tiempo que en ninguna. Potentes chispazos arcanos recorren el campo de fuerza sobre vuestras cabezas, seguidos de grotescas maldiciendo. Ahora que su libertad estaba ya a la punta de sus dedos. - Desgraciados... - Farfulla desde algún lugar en lo alto de los tejados. - Si tengo que mataros a todos, que así sea.

Otto es el primero en delatar la posición del infame visitante. En la torre donde el viejo ciego pasa su horas, surge un desgarrador grito y el revuelo del escaso mobiliario que siempre acompaña al vigía durante sus guardias. Docenas de pájaros salen volando por las ventanas y entre ellos, un anciano cuerpo incapaz de vencer la gravedad.
Cuando su espalda golpea el suelo se pueden escuchar varios huesos partirse en pedazos. Afortunadamente por el, el brutal impacto le deja sumido en la semi-inconsciencia, moribundo en el suelo, pero incapaz de sentir dolor.

Asomando por la ventana, veis de nuevo a vuestro oponente.  Quien a pesar de la máscara ocultando sus facciones, parece estar sonriendo. - Matadlos ... a todos. - Murmura mientras su ojo se ilumina.
En ese instante parece como si el tejido de la realidad se resquebrajara como un pedazo de tela demasiado viejo, abriendo grietas en el aire. Fisuras en la nada que unen mundos dispares. Por ellas surgen distintas criaturas, nacidas en el las profundidades del averno. - ¡Matadlos a todos! - Repite Lividius, desapareciendo de la torre para reaparecer en el patio.
 

William sabe que no van a poder evitar la lucha con el demonio, a si que escupió sobre sus manos, las sacudió y desenvaina su espada bastarda.

- ¡MALDITO DEMONIO! - Grita William cuando ve caer al anciano al suelo. - Pagarás por esto.

Obedeciendo a las ordenes de Lividius, las criaturas empiezan a moverse.

Uno de los canes se mueve a gran velocidad para perderse hacia dentro las salas del gremio, dejando tras de si lo que parece ser una risa frenética y desquiciada. Poco después el grito de pavor del joven Búho no tarda en hacerse sentir. Y es que a lo mejor esas criaturas no son oponente para vosotros, pero bien poco puede hacer un chiquillo cuyo mayor logro es mantener el jardín limpio de malas hierbas.

Por otro lado uno de los demonios armados se mueve abriendo la formación hacia su izquierda. Por un momento parece que anticiparse en un ataque solitario. Que suicida por su parte ... hasta que de repente se desvanece en la nada, como si nunca hubiese estado aquí. 

El combate va a empezar y soy el primero en moverme. Rápidamente me acerco a los enemigos hasta tener a la vista a mi enemigo, el jefe de todos estos demonios.

Concentro toda la estática en mis brazos y la llevo a mi daga. Me concentro en el poder y cargo un relámpago que envuelve sonido entre sus descargas, el cual lanzo contra Lividius directamente. El rayo atraviesa las filas de demonios dirigiéndose a su objetivo pero falla por mucho.

"Maldición, debo concentrarme más."

Siento que la ira y los truenos de tormenta estallan dentro de mi alma, por lo que les canalizo y suelto un atronador rugido a quienes están frente a mí, causando grandes vibraciones y reventando pequeños guijarros del suelo.

Avanzo unos pasos hacia el centro del patio para tener mejor visión del campo de batalla. Ericus había sido el primero en avanzar contra la legión de enemigos que Lividus nos tiraba a la cara y parecía estar muy expuesto a ellos. - Ethys protege a Ericus! - de un rápido movimiento apunto con el tótem hacia Ericus y frente al hechicero surge un estallido de brumas que toman la forma de un oso. Ethys aparece rugiendole al demonio más cercano a Ericus y trata de golpearlo con su garra espectral.

Storm se desplaza hacia el centro de la plaza, allí donde mas daño pueda causar, no siente temor por esas criaturas, ni sabe a que se enfrenta, solo ve que la mejor defensa es un buen ataque y Ericus ya se encuentra en el campo de batalla.

Los héroes de gremio empiezan con su ataque. Lanzándose uno detrás de otro intentan abrirse camino hacia Lividius, quien parece que ha traído consigo oponentes mas duros de lo que parecía. Rayos, zarpazos y patadas acaban encontrando siempre una dura coraza de metal que reduce el daño en nada.

Uriel veía la terrible amenaza, y la suerte no les acompañaba. La situación de defender el gremio recaía sobre sus hombros y viendo la distancia sabia que no podría asestar un golpe.

Decidido a provocar que aquellos enemigos sudaran gotas de sangre, se desplazo hasta una posición en la cual todos sus compañeros pudieran verlo y desde allí lanzo un grito para inspirarles a aguantar las leches que habrían de llegar.

Los héroes empiezan moviéndose primero. - ¡Kčeketi ...! - Exclama uno de los capitanes con un trono de voz imperativa que no dejaba lugar a debates. Obedientemente todos plantan sus pies en el suelo y aguantan el embite sin retroceder. Rayos y patadas golpean una y otra vez contra sus filas pero no se mueven.

Pryprekio, prymprekio ....... ¡ Zadath ! - El capitán levanta su alabarda al aire con un grito y de inmediato todos a su alrededor se mueven al unisono, ejecutando a la perfección una maniobra ensañada. Hacen piña entre si, formando una media luna. Algo que en un principio no parece tener mucho sentido, hasta que el mismo capitán se lanza sobre el hechicero.
Aprovechando la longitud de su arma, lanza una estocada a su vientre. Sin muchos problemas abre un trajo que no es muy profundo, sin embargo antes de retirar el arma retuerce el mango para apresar sus ropas. Acto seguido tira con fuerza y Ericus se ve lanzado al aire hasta caer en medio de la trampa.
De repente rodeado por todos lados Ericus recibe ataques desde todas direcciones. Mordiscos y golpes le zarandean sin que pueda hacer nada por evitarlo.

Lividius también entra en acción. Con una llamarada desaparece en la nada y un parpadeo después una explosión emerge a la espalda del monje. El demonio se mueve por el campo de batalla usando tan solo su voluntad. Envuelto en llamas da dos vueltas sobre si mismo creando un torbellino de llamas que hieren levemente al monje y desintegran al espíritu oso de la mujer chaman.

Por su parte un par de demonios menores se lanzan al ataque intentando abrir un segundo frente de combate. Juntos y mostrando una envidiable compenetración, cargan hacia el guerrero, que se ve sorprendido y superado sin poder reaccionar. Sus heridas no son graves pero empiezan a dejar claro quien manda en el campo de batalla.