Partida Rol por web

John Stuart, conde de Dunville, también observó el obús, confiado en que no les alcanzaría. Sin embargo, había subestimado la capacidad explosiva del proyectil, como comprendió demasiado tarde cuando la explosión le alcanzó, dejando al médico gravemente herido e inconsciente, y a su ayudante, William Brinton, descuartizado por la explosión. 

De nuevo los proyectiles silbaron, tras casi otro minuto. ¿Es que los traidores tenían pensado acabar con ellos a base de un gasto endemoniado de munición? Sin embargo, para los oídos más afinados aquel ataque no sonaba igual. Los proyectiles eran distintos...

El proyectil falla, desviándose de manera extrema hacia un flanco. Sin embargo, resulta ser un proyectil de humo, aunque su localización no afecta a la trinchera en este momento. Rápidamente, una espesa nube sale del mismo, obstaculizando la visión en el radio en el que se extiende. 

Más allá, se puede apreciar como aparecen los primeros enemigos en la distancia, una avanzadilla de diez milicianos traidores, portando rifles láser marcados con símbolos abominables. 

-¡Acabad con ellos!-grita uno de ellos, mientras el resto gritan otra serie de obscenidades y gritos de batalla. 

Sin embargo, de algún modo, un sonido se impone por encima de esos gritos. Puede que haya quedado alguna comunicación abierta, o quizás es simplemente el poder de varios cientos de gargantas humanas gritando al unísono, pero se puede escuchar claramente a esos soldados recitar, soldados que solo pueden ser de Krieg a juzgar por lo que proclaman, la línea final de la Letanía del Sacrificio.

-¡EN VIDA, GUERRA. EN MUERTE, PAZ. EN VIDA, VERGÜENZA. EN MUERTE, EXPIACIÓN! 

- "¡Órdenes! ¿Cuáles son las órdenes? Diría que nos da tiempo a ir a por nuestras aves de monta y organizar una gloriosa carga de caballería contra esas odiosas bestias que algún día tal vez fueran humanas..." - Digo en voz alta para que mis compañeros me oigan y se envalentonen.

Nuestro enemigos aun seguían lanzando proyectiles contra nuestras posiciones pero el sonido había cambiado, ya no era tanto un ataque directo como una cortina de fuego y humo para ayudar a sus tropas a avanzar, con una alta probabilidad de acertar a sus tropas por un tiempo estaríamos a salvo de su artillería.

- Caiden tiene razón. ¿Cuales son las ordenes?

 Saco el revolver de la cartuchera y compruebo si esta cargado, nuestros enemigos habían salido a campo abierto y ahora podíamos ver sus feas caras.

- Solo eso tienen para mandarnos, menuda birria. No se como aun no hemos ganado la guerra...si no pueden ni avanzar ni en linea recta.

Reginald miró por encima del hombro buscando a su Sargento. Los hombres pedían a gritos órdenes como si fuese agua y es que no era para menos. En este momento se podría estar decidiendo el curso de la batalla, sin embargo el caos reinaba alrededor, sin orden ni rigor, algo impropio de la Guardia Real.

A su lado, su maldito primo no paraba de gritar improperios contra los atacantes y aquella voz aguda y chirriante estaba a punto de hacerle perder la cordura. 

¡SARGENTO FREELEN, SARGENTO FREELEN!-Gritó hacia donde estaba su superior-¿VAMOS A CARGAR?

Tal vez el sargento hubiera muerto por la metralla o tal vez se hubiera colapsado muerto de miedo, no era la primera vez que ocurría. Por desgracia en la Caballería Selicana había demasiados oficiales ascendidos por su linaje, no por sus méritos en campaña.

- ¡sí señor! ¡hay que matar a esa escoria! debemos borrarles de la faz de nuestro querido planeta. Esos perros mutantes... -levanta la cabeza para mirar en derredor y hacerse una idea de su situación -¡MUCHACHOS! ¡HAY QUE IR A POR ELLOS SABLE EN ALTO! -No pueden cargar si su sargento no lo ordena así que dice a todos -¡ A POR NUESTRAS MONTURAS Y A ELLOS! - corre todo lo rápido que puede hacia los corrales a por su montura.

¡EN MARCHA!

Con un dolor de cabeza como si hubiera masticado bombas nucleares, el molido soldado se incorpora llevándose una mano al costado. No sabe cuanto tiempo lleva inconsciente, puede ser un segundo o un día. Sin embargo la guerra sigue alrededor suya, que pena.

A su lado su destrozado compañero no parece que se vaya a levantar, sin duda su sangre estaba mezclada con el populacho y era menos vigorosa. Los genes son la clave y es su deber que su estirpe siga adelante. Con eso en la cabeza se termina de levantar y se peina los vigotes, escuchando las órdenes que se repiten a lo largo de la trinchera- A LAS MONTURAS-.

Así que sale de la trinchera y va cojeando lo más rápido que puede hacia el establo.

Le doy una palmada en el hombro a mi camarada Bujold, señal de que debe levantarse y correr para seguirme. A continuación corremos hacia los corrales.

Blanca y Rojita deben de estar listas y ensilladas en menos de un minuto, listas para salir a la carga contra la basura mutante que ensucia nuestro bello planeta.

¡Por fin, ahora se van a enterar esos traidores!- palmeó el hombro de Defille para que se pusiese en movimiento hacia los corrales- vamos primo, es hora de una carga heroica.

Corrió agachado para que su cabeza no sobresaliese por encima de la trinchera chapoteando en el barro con sus botas altas de monta. A estas alturas tratar de conservar el uniforme imputo era una utopía, pero aún así le molestó que el agua sucia oxidase sus espuelas.

En los  corrales los mozos se afanaban por ensillar y preparar a las grandiosas aves, estas percibían la tensión y emitían graznidos agudos, amenazando con perder el control. Reginald llegó ante Siroco, su enorme ave de guerra que estaba dando bastantes problemas para ser ensillada y le dijo algunas palabras tranquilizadoras hasta que se dejó hacer.

A su alrededor pudo reconocer a sus hermanos de armas y a sus monturas, tan familiares ya como la palma de su mano. La adrenalina corría libre por sus arterias y notaba ese nudo en el estómago previo a cada combate. Se subió a Siroco y presentó la lanza sobre el estribo.

¡Por el rey Constantine, abajo el traidor Cristhope!

Los traidores de vanguardia se lanzan a la carrera, mientras en la distancia puede apreciarse como un contingente de fuerzas bastante más notable, agrupadas por algún tipo de escuadras o grupos de combate o lo que sea que tengan esos traidores, aparece avanzando. 

Mientras tanto, prácticamente todos los lanceros en la trinchera corren a los establos, donde montan frenéticamente en sus monturas y se colocan en posición, listos para cargar. 

El odio que había sentido hacia las artimañas que el enemigo había usado contra nosotros me hacía pensar una y otra vez la manera en que descargaría una y otra vez mi arma contra ellos. Eso me había mantenido mi posición mientras los enemigos se acercaban y tanto había sido así que no había escuchado las palabras de mis superiores exigiendo una carga rápida sobre nuestras bestias.

- Maldición Bocazas, para una vez que podías hacer honor a tu nombre y tú aquí tan callado. Vamos por nuestras monturas y a por la gloria.

Dejo la posición no sin antes mirar con odio hacia la llanura y salgo lo más rápidamente posible a unirme a mis honorables compañeros.

Una vez está sobre su montura, dirige hábilmente el animal hasta colocarlo justo frente a las alambradas que quedan a lo lejos tras las cuales se hallan algunos de los "tocados" por los Poderes Oscuros y desenfundando su revólver lo coloca en alto mientras suelta la perorata  -¡caballeros! acaba de llegar nuestro momento. El curso de esta guerra va a cambiar aquí y ahora -dice mientras mira la lanza que va anclada al costado de la montura, lista para ser usada en el momento idóneo -dos disparos y cargamos. ¡ ADELANTE! -espera un momento hasta que todos se encuentran ya en posición -¡AVANZAD!- se lanza espoleando su montura mientras hace el primer disparo.

Los lanceros, todos montados menos Mallear y su camarada que llegaban a los establos a la carrera, seguían dejando la iniciativa a las hordas traidoras. Por suerte o por desgracia, no habían abierto fuego aún, pero ya casi les tenían encima. Los soldados echaron mano de sus armas cuerpo a cuerpo, mientras que el sargento Roger disparó, con tan mala pata que su arma se encasquilló. 

Por otro lado, desde la zona trasera de las trincheras, aparecieron algunos camilleros para retirar a los heridos y llevarlos al hospital de campaña. 

En ese momento, el aparato de radio que llevaba consigo Alfonso Capecci chasquea, aunque en esta ocasión no se trata del Lord General, si no que es una voz de mujer.

-Aquí la capitana Sylvia Coteaz, a todos los oficiales y suboficiales en el frente. Les comunico que tenemos a punto la artillería, lista para disparar a los objetivos cuyas coordenadas nos indiquen. Sin embargo, dado que debemos cubrir mucho terreno y no tenemos tantas armas ni artilleros, y que nuestra munición es muy limitada en estos momentos, les ruego que se lo piensen dos veces antes de solicitar un ataque, y que escojan bien sus objetivos.