Agrandó Felipe la sonrisa, enteramente complacido, y acompañó a Inés hasta las cercanías de su carruaje, sólo turbando el gesto cuando vio que gentes lo custodiaban. Parecía que fuera a decir algo, pero decidió callarse y no salir de la afabilidad en la que se encontraba.
- Ha sido un inmenso placer, su grandeza.
-El placer es compartido. Tendrá noticias de mi persona muy pronto -aseguró, pues bien segura estaba que de un modo u otro acabaría por escuchar cientos de rumores sobre ella. Y ella era la Toledana, aunque todavía desconociese el mote.
Tuvo aquella extraña sensación de que si todos los generales fuesen tan camperos como aquel varón, y todas las mujeres tan despiertas como ella, otro destino tendría España y no atinaba a saber si mejor o peor. Pero desde luego diferente.
Llegó Inés a su carruaje, custodiado por sus guardias de charla tranquila apoyados en el mismo, con su dueña un poco alejada mirando la belleza y fingiendo que no tenía curiosidad ni inquietud alguna. La Grande de España pudo notar como Felipe García estaba haciendo sinceros esfuerzos para reprimir una carcajada. El inglés una mirada burlona a Inés.
Su dueña en cambio, la lanzo esperanzada.
-No sé qué gracia le hace a su merced el asunto, pero le recuerdo que aquí nos jugamos todos el futuro a una mano, García. Y esa mano es la mía.
Quedó Inés junto a la puerta, esperando a que alguien cumpliese la función por la que se les pagaba y la abriesen.
Asintió Felipe, realizando un saludo y abriendo la puerta con lentitud, más por la sorpresa que por algo más. Vive Dios, que carácter.