Partida Rol por web

Busqué entre los objetos de valor algo que pudiera interesarme. Cogí el anzuelo y dejé el resto para los demás. Lo que faltaba no lo necesitaba o no me interesaba. Habría cogido aquel broche con gusto, pero prefería esperar a ver si alguien de los demás lo recogía. No quería que pensaran que era un ladrón, al fin y al cabo no lo era. Solo... Un oportunista. Sí, eso sonaba mejor.

-Te encuentras bien? Le pregunté a Coriander.

-Si hay algo de interés entre todo eso propongo que lo empeñemos por si hay que equiparse para hacer frente a algo más que cucarachas- Se acercó a Coriander dejando una distancia de seguridad prudente-. Espero que esteis bien, mi señora.

-¡Guapa, si!- gritó Sir Alas Negras. El tiflin dio un manotazo fallido, el cuervo revoloteó, graznando- Perdonadle, todo acercamiento entre sexos opuestos le parece un cortejo de apareamiento. Si precisáis de ungüentos o pociones podemos, si salimos de aquí, ir a la posada de mis padres donde seguro habrá algo.

Coriander no hizo caso. Les miró confusa como si de golpe todo el mundo hablase demasiado.

-ஶாநாசிஒங்... -murmuró tras dejarse caer en el saco, acercando ambas manos las manos a la herida.

El feo desgarro que tenía en la carne del gemelo se regeneró hasta que lo único que quedó fue la sangre que aún le resbalaba hasta el tobillo.

-Estoy bien -dijo y esperó un momento antes de levantarse. Solo sentía un eco del dolor que había padecido, y la pierna respondía perfectamente-. No ha sido nada.

La mujer miró a la cucaracha con repugnancia y se apartó. Hasta entonces no había podido verla bien debido a la sorpresa, al dolor y a lo rápido que había pasado todo.

-No las había visto cuando he entrado. No pensé que fuera a pasar nada por adelantarme dos pasos.

Igual que los otros, Ioseph se acercó a la mujer para ver si estaba bien. Apenas había tenido tiempo de mirar la herida cuando se sanó mágicamente. Era un don maravilloso y muy útil, el de Coriander, y le sonrió con amabilidad mientras se levantaban.

-A partir de ahora lo mejor es que no nos separemos. -Les animó a volver con los demás con un gesto del brazo, y mientras empezaba a andar le pasó a Coriander el broche que acababa de recoger-. ¿Es de tu niña?

-No -contestó devolviéndoselo. 

Quiso añadir que tampoco era su hija, pero lo más probable es que eso solo llevase a más preguntas que no le apetecía responder.

-Pero de alguien es, eso seguro. De los que acamparon aquí antes de llegar nosotros. No veo signos de que se hayan encontrado con las cucarachas así que igual todavía están vivos. ¿Cuanto tiempo hemos estado inconscientes? Al menos yo tengo el recuerdo de haber perdido la consciencia... 

Ya junto a los demás Ioseph dejó caer el broche dentro de la mochila que Cage había abandonado. La cerró y se la dio a Horgus para que cargase con ella.

-No eran más que unos bichos. ¿Estáis listos para seguir? 

-Sí, tampoco recuerdo nada desde que caímos por la grieta. Me encogí de hombros. Observé un momento la escena y continué hablando. Esto no me da muy buena espina. Mira como han dejado todo. ¿Quien dejaría un saco de dormir aquí abajo? Quien sea que estuviera aquí debió salir con mucha prisa o planea volver... Y ninguna de las dos opciones me gusta demasiado. Creo haber oído algo de mestizos mutantes que no me da muy buena espina. Lo mejor será continuar.

Miré con desgana como el paladín le daba el broche al viejo. ¿En serio? ¿De entre todos nosotros tiene que quedárselo ese cabrón? Tal vez revise su bolsa antes de separarnos...

-Así me gusta, muchacho. Yo ya soy demasiado rico como para preocuparme por unas migajas, y a diferencia de varios de los presentes -dijo mirando a Cage y a Anevia-, jamás tocaría nada que no fuese mío.

Al ritmo que marcaba la pierna de Anevia y los inseguros pasos de Aravashnial, tardaron veinticinco minutos en llegar a la siguiente bifurcación. Un nuevo corredor se abría al norte. Allí, iluminado por un suave resplandor verde que procedía de hongos adheridos a las paredes, distinguieron lo que podía ser un templo. Por el símbolo (un martillo) y los motivos representados, Ioseph no tuvo ninguna duda de que se trataba de un templo dedicado a Torag, dios enano de la Forja y la Creación, lo que tenía sentido viendo el lugar en el que había sido construido. La puerta parecía entreabierta.

Enarqué una ceja tras las palabras y la mirada de aquel repugnante hombre. Bueno, tampoco te hiciste asquerosamente rico dando cosas, eso podría asegurarlo. Yo solo cojo lo que no es de nadie antes de que otro lo haga y le de un peor uso.

El comentario del pícaro hizo que Horgus levantara la barbilla con suficiencia, pero en silencio. Y así se mantuvo hasta llegar al templo.

-¿Queréis también echar un vistazo dentro, por si hubiera tesoros que saquear?

-Mas bien por si hubiese gente refugiada ahí dentro, mi señor- Añadió el tiflin al comentario hiriente del noble.

-Dudo que ese sea el caso -dijo el elfo.

Miré al hombre y le dediqué una afilada sonrisa. ¿Qué pasa? ¿A caso no te atreves a ir primero?

Vi los hongos y decidí que era mejor prevenir que curar. Me tapé la nariz y la boca con la bufanda roja que llevaba al cuello y avancé hacia la puerta con la intención de abrirla y ver lo que había dentro.

-Pero yo quisiera... ah... descansar. Y prefiero hacerlo en tierra consagrada que en una cueva mugrienta rodeada de alimañas.

Ioseph cogió aire lentamente, armándose de paciencia. Procuraba ser siempre amable y evitar que proliferaran los conflictos, y aquella vez no iba a ser menos. Pero nadie le había avisado de la existencia de gente tan molesta. 

-Insultarnos y discutir no nos lleva a ninguna parte -intervino, mirando primero al tiflin, muy brevemente, y después a Horgus-. Estamos en esto juntos, y cuanto menos energía malgastemos en pelearnos, más podremos dedicar en ayudarnos los unos a los otros a sobrevivir. Anevia tiene razón. Un templo es un refugio sagrado, mejor que lo aprovechemos. Y si dentro hay algo que nos ayude a sobrevivir, es un regalo de Torag, no un robo.

Con sus palabras, Ioseph logró que Horgus cerrase la boca y pareciera algo avergonzado por lo que había dicho hasta el momento.

Has conseguido que Horgus se vuelva Amistoso

El paso del félido, sin embargo, desencadenó un zumbido poderoso en el interior del templo. A través de la puerta entreabierta surgió una mosca gigante, probablemente en lo que se habrían convertido los gusanos carroñeros que habían aniquilado al inicio de su aventura. La mosca se lanzó hostil a por su primera presa: Cage. El pícaro eludió su mordisco con gracia felina (¡y nunca mejor dicho!) y se preparó para contraatacar.

Anevia dejó caer la muleta y tensó el arco tras cargar una flecha. A pesar de su falta de equilibrio, el disparo fue certero y se incrustó entre las placas de piel dura de la mosca, provocando un chorro de sangre marrón.

-¿Que demonios...?- La salida de la enorme mosca hizo reaccionar al mago, que echó mano de la ballesta y la descargó sobre el bicho.

El virote salió zumbando silbando en el aire. Impacto a la mosca y se hundió muy adentro en su abotargado cuerpo. El liquido espeso salió a chorros por el agujero de la herida.