Partida Rol por web

La mosca cayó al suelo como hacían sus homónimas más pequeñas con un certero manotazo. Aún con estertores en las patas, dejó de ser una molestia en cuanto Cage y Ioseph le clavaron el arma entre los ojos múltiples.

La puerta precisó de algo de fuerza bruta para abrirse, pero al otro lado encontraron una antecámara con una puerta al norte con el símbolo del dios, un banco de piedra cercano y una pila de agua bendita en el otro extremo. Anevia, que había recuperado la muleta mientras remataban al insecto, se dejó caer sobre el banco de piedra con una exclamación dolorida.

Aunque por un instante se miró la pierna entablillada apretando los dientes y suspirando, la fuerte tristeza que se veía en el rostro de Anevia no tenía mucho que ver con su dolor, al menos no con el físico.

-Dejad que descanse un ratito sólo. Estaré bien enseguida -aclaró.

Vio la cara de dolor de Anevia y se acercó -Nos vendrá bien tomar un descanso ¿Queréis algo de comer? Precisamente antes de todo este embrollo me dirigía a la posada de mis padres a llevarles el almuerzo... Ahora mismo no creo que les importe que lo comparta.

-Eres muy amable, Kevveon -dijo Anevia aceptando lo que le ofrecía. Esbozó una sonrisa triste-. Si no te importa, voy a llamarte Kevveon y espero que tú me llames sólo Anevia. Estamos aquí abajo y la cortesía sobra cuando nos necesitamos tanto para sobrevivir. Ya nos preocuparemos de ser corteses arriba.

-No es cortesía por el mero hecho de la misma, mi se... Anevia. Mis padres me enseñaron a tratar al prójimo como nos gustaría que nos tratasen a nosotros mismos y bueno, soy un tiflin así que lo intento cada día a ver si funciona.

No sabía si había construido la broma adecuadamente, así que añadió una leve sonrisa para matizar el efecto. Sir Alas Negras le echó un cable graznando desde su hombro.

-¡Enanos corteses! ¡Grraaacccc!

Aravashnial intentó ubicarse por sí solo y rechazó ayuda mientras golpeaba el suelo con el báculo buscando un asiento o algo parecido. Al no encontrarlo (y tropezarse con la pila de agua bendita en el intento), soltó una maldición en élfico y le devolvió el golpe a la pila, frustrado.

Miré alrededor y una mueca de disgusto apareció en mi rostro al ver que no había nada de valor en la estancia. Miré el agua bendita durante un segundo, pero descarté la idea en seguida. Quien sabe lo que habría podido crecer ahí en tanto tiempo.

Me senté cerca de Anevia y Kevveon, los dos que mejor me caían, pero con la suficiente distancia como para que pudieran hablar entre ellos con tranquilidad. No quería interferir y tampoco tenía nada que decir. Me puse a ordenar mi nueva mochila, intentando descubrir la colocación más práctica para cosa.

No pude evitar mirar al hombre que portaba mi anterior mochila y exhalé un sonoro suspiro, lamentando el destino de mi anterior compañera de viaje. Te merecías algo más...

Ioseph, que gracias a su tía estaba familiarizado con el idioma élfico, se sobresaltó al escuchar semejantes barbaridades. Pero le habían educado en la creencia de que no había un ceño que unas cuantas palabras amables no pudieran desfruncir, y acababa de demostrarlo con Horgus. Se sentó en el suelo, frente al hueco que aún quedaba libre en el banco, y sacó de la mochila unos triángulos de queso envueltos en un paño.

-¿Queréis algo de comer? ¿Aravashnial, Coriander? -preguntó, sosteniendo el queso en alto.

-No tengo hambre, gracias -contestó Coriander.

Se había sentado en el banco junto a Anevia y se miraba la tela destrozada de la túnica. Suspiró y sacó la escama, sería un buen regalo para Anay cuando la encontrase. Al pensar en ella varios escenarios desalentadores se agolparon en su mente y tuvo que cerrar los ojos para apartarlos de su pensamiento.

-No. -Pasaron varios segundos en los que parecía que el elfo intentase buscar las palabras adecuadas-. Gracias.

Y tras este intercambio, apoyó la cabeza en la pared y se deslizó hasta el suelo sosteniendo el báculo entre las piernas.

Horgus miró al paladín y luego al pícaro. Dirigiéndose a ellos dijo:

-Parece que este es un lugar seguro. Quizá lo mejor sería que Anevia se quedase aquí a descansar; lo cierto es que nos está retrasando mucho y podríamos haber llegado a la salida ya a estas alturas si no la tuviéramos que llevar con nosotros. No tendría por qué pasarle nada, y volveríamos a por ella cuando...

Para sorpresa de todos, Anevia estalló, furiosa:

-¡No me extraña nada que alguien que tiene miedo a admitir en público su propia fe es incapaz de conmoverse en el terreno sagrado de un templo! Debería darte vergüenza, Horgus. ¡Renegar de la propia fe es igual de malo que adorar demonios!

Horgus parece tomado por sorpresa por la explosión de Anevia, pero dijo, irónico:

-Qué curioso que una ladrona se atreva a darme lecciones de moral. Ni siquiera casándote con una paladina has logrado enderezarte, y todos los sermones que me eches no son más que una imitación de los de tu esposa. Ninguna de las dos tenéis derecho a exigirme nada, no después de que intentárais recuperar la espada por medios criminales.

Anevia apretó los dientes, su rabia enfriándose:

-No sé de qué espada me estás hablando.

Me disponía a responder a Horgus sin respetar demasiado las formas por su propuesta de dejar a Anevia abandonada, pero ésta se me adelantó y una discusión empezó entre ambos. Mis puntiagudas orejas escucharon divertidas la trifulca entre ambos.

No tenía la menos intención de intervenir. Cuanta más mierda se echasen entre ellos más información tendría y de ellos. De momento parecía que la discusión iba empatada.

Pensaba que habían acordado dejar de tirarse los trastos a la cabeza. Guardó el queso otra vez y se levantó apoyándose en el banco de piedra. Una vez más dejó inspiró profundamente y reunió toda la paciencia de la que fue capaz.

-Creo que ya es suficiente. No es el momento de discutir ni de reavivar viejas rencillas. Vamos a concentrarnos en recuperar fuerzas y en salir de aquí.

Cuando empezaron a discutir, Coriander se levantó del banco y se alejó hasta que las voces le llegaron rebotadas por las paredes.  Bastante tenía con sus problemas como para además aprenderse los de otros. Además llevaba tiempo esperando poder alejarse un poco sin peligro para hacer una consulta. Desde que tenía uso de razón había podido intuir cosas sobre el futuro que habían permitido que siguiera viva, y quizás, solo quizás, si se concentraba lo suficiente podría escuchar el eco de la vida de Anay.

Coriander apoyó las manos en la húmeda pared y agachó la cabeza pensando en su acompañante. Si la respuesta era negativa no sabría que hacer.

La respuesta no se hizo esperar: sí.

El tiflin observaba la discusión al fondo de la estancia, apoyado en la pared de piedra, cerca del altar. Acariciaba a su compañero alado mientras le daba de comer galletas de trigo, que el animal engullía como si fueran las últimas. 

-Aún en peligro, los seres humanos siempre tienen tiempo de volverse contra si mismos en cuanto tienen ocasión- le comentó a su familiar. El cuervo hizo caso omiso y siguió con las galletas.

-Me pregunto que habrá sido de nuestros padres Sir... espero que estén bien y a salvo.

-¡Bien, si, están bien!- Graznó el cuervo.

-Eso espero, de corazón...

-Tal vez deberíamos dejar que Horgus se fuera solo... De esa forma no se vería ralentizado por nadie y podría salir de aquí mucho más rápido. Propuse en tono de broma. Todos saldríamos ganando.