Partida Rol por web

Hans se obligó a cerrar la boca, allí en medio del vestíbulo y gritando a pleno pulmón solo iba a conseguir que le volaran la cabeza alguno de aquellos malditos rusos. El sargento había muerto a sus manos por retenerlos vivos, había sido un error en el que el propio Hans había participado. Hacía unas horas le daban pena pero ahora... ahora todo había cambiado.

Hans necesitaba desesperadamente poner una cara y un enemigo tangible a todo lo que estaba ocurriendo. Era mucho más facil culpar de todo a los rusos que intentar encontrar explicación a las cosas que no la tenían.

Empezó a caminar hacia la majestuosa escalera lanzando un furtivo vistazo al cadaver enpalado en el obelisco, le pareció que ahora el rostro de aquel muerto era el de su propio hermano.
Cada vez que le venía a la cabeza el recuerdo de su hermano se obligaba a recordar a su joven y cariñosa esposa. Suplantar lo perdido con lo que aún le aguardaba.
Cuando la rabia por todo lo que había visto y sufrido resurgía en su corazón la encauzaba toda hacia los rusos. Hans quería convencerse de que si acababa con ellos todo eso terminaría
Instintivamente se había aferrado al fusil con tanta fuerza como lo haría un remero, cuando aquella música fantasmal daba alguna nota más alta apretaba más el fusil, como intentando contrarestrar algo que no debía existir con algo físico y cercano.

Subió las escaleras y se dirigió al lugar del que el creía que habían salido las voces de Octavius y Grüber.

-Nada tronco, parecías un poco ido -dijo Octavius al soltar sus brazos -estabas un poco pálido y pensé que te ibas a caer por las escaleras. De todas formas... -miró atrás -será mejor que nos quedemos abajo, aquí arriba huele raro. Yo también he estado a punto de marearme -volvió la mirada hacia delante esperando que su excusa no desconcertara más a Pieter y comenzó el descenso de las escaleras.

Miró al lado opuesto y vio a Dieter clavado a la pared como un cuadro y se preguntó si alguno de los dos correría la misma suerte al pisar los escalones de esta otra escalera que aún permanece seca. -¿Qué crees que pasa ahí abajo? ¿Qué ha sido ese ruido y por qué gritará Hans? -pisó con cuidado cada uno de los escalones esperando detectar una trampa si la hubiera, antes de que el "click" de su activación llegara a sus oídos.

Tan pronto como Octavius y Grüber comenzaron a bajar la escalera escucharon que Hans gritaba sus nombres llamándoles desde algún lugar del piso de abajo, luego los pasos de alguien subiendo por la escalera.

Por su parte, Hans comenzó a subir las escaleras y volvió a escuchar las voces de Octavius y de Grüber en la parte superior y cómo ambos bajaban con sumo cuidado.

Se encontraron en el rellano, junto al cadáver empalado de Dieter.

Hans abrió los ojos de par en par al ver a sus dos compañeros, tras la sorpresa inicial y antes de decir nada los observó para asegurarse de que realmente estaban ahí. Pese a no hacer ni diez minutos que se habían separado, el aspecto de Hans -sobretodo su rostro- había empeorado. Parecía mucho más viejo y sus ojos se asemblaban a los de alguien que no hubiera dormido en años. Tenía la cara súcia, como si se la hubiese intentado limpiar con agua de un charco y secar con un trapo andrajoso. Se aferraba a su fusil como un superviviente del hundimiento de un barco en alta mar se aferraría a un trozo de madera. Al final se decidió a hablar.

Yo y mi hermano estabamos inspecionando cuando... escuchamos un disparo. Entramos en la habitación para ver que los Rusos habían matado al sargento y luego... luego vimos que habían escapado por una ventana. Mi hermano asomó la- la cabeza. Hans se calló durante un momento, como si intentase hacerse a la idea de que aquello no le había ocurrido a su hermano para poder hablar con naturalidad, pero su voz surjió quebrada por la pena La ventana estaba rota y los cristales rotos le cayeron encima como una guillotina y...y le cortó la cabeza. Vamos a morir todos aquí si no salimos.
La certeza con que dijo estas palabras retumbó en el vestíbulo como un eco de lo que les iba a suceder.

Hace frío. Un frío extraño e intempestivo. Por algún sitio, le entra una corriente helada de aire, que está haciendo bajar rápidamente la temperatura mientras se encaminaban de nuevo hacia la casa encantada.
Y es extraño, porque nunca he sentido la sensación de desmayarse a causa del frío. Sin embargo y por suerte lo ve todo normal. Desde el horizonte, entra la tempestad,  observa como luce escasamente una figura humana. La temperatura interior es cada vez más baja. Está empezando a helarme de frío.
Me paso el dorso de la mano por la frente, tratando de averiguar si la fiebre es la causa de los constantes escalofríos que le sacuden el cuerpo. No nota nada irregular: está tan helada como la mano. Tiene la boca seca, está gélida como un témpano incluso advierto algunas finas láminas de hielo como estaban empezando a cristalizarse entre las grietas.

Un sudor helado, claro, le el cuerpo. Es el miedo... el pánico que empieza a invadirle por el camino hacia la puerta. -¡ALEXEVA! ¡¡ALEXEVA!!- Gritó con las escasas fuerzas que podía sentir en ese momento. Se quedó un tiempo esperando respusta, para al no obtenerla, decidió abrir la puerta que estaba a su lado.

-Si ese Teniente, me ha visto. Estoy muerto, si no, moriré congelado aquí fuera-

Con decisión al fin la abrió. Sus manos estaban tan congeladas, que casi ni podía girar el pomo. Pero con esfuerzo, tiene que consiguir abrirla.

Alexeva cerró la puerta tras de sí y tuvo que esperar un rato a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra del lugar para poder vislumbrar algo. Se encontraba en el inicio de un lúgubre y húmedo pasillo, el aire estaba cargado de olores nauseabundos que, a pesar del frío, lo hacían sofocante. El suelo y las paredes estaban totalmente exentos de la rica ornamentación que habían encontrado en la planta noble y mostraban una superficie lisa y gris.

El pasillo se extendía hacia el sur pero no tenía más iluminación que la que atravesaba el sucio cristal de la puerta trasera y la oscuridad era casi total unos metros más adelante. La tenue luz sólo alcanzaba para distinguir una puerta cerrada situada un par de pasos más adelante a su derecha. En esa zona más iluminada el musgo crecía a placer en las paredes y le sucedía una cubierta de líquenes que finalizaba bruscamente a la altura de la puerta para dar lugar a una superficie de cemento húmeda y chorreante. Más allá no parecía que nada fuera capaz de sobrevivir.

De repente Alexeva escuchó la voz de Grígori llamándola a gritos del exterior y el ruso accionó el picaporte que, gracias a que Alexeva había entrado antes, en esta ocasión cedió con mayor facilidad. De lo contrario las mermadas fuerzas del ruso probablemente no hubieran sido suficientes para abrir la puerta.

El hombre abrió la puerta y Alexeva casi creyó ver un fantasma. Estaba pálido hasta extremos cadavéricos, con los labios completamente amoratados y la ropa empapada. La nieve parecía hacerse colado por cada hueco de su ropa y se tambaleaba amenazando con desplomarse en cualquier momento.

La luz que entro al abrirse la puerta permitió distinguir la forma de otra puerta cerrada situada también a la derecha un poco más allá de la primera y la presencia de algún tipo de mecanismo a lo largo de toda la esquina superior pared izquierda del pasillo.

¡Grigori! suspiró la joven al ver al campesino ruso Menos mal que esás bien...temí que... bueno no importa. Sin embargo, en ese breve instante en que la luz había entrado por la puerta, pudo ver el verdadero etado del hombretón. Vamos, ¡tenemos que encontrar algo con lo que secarte o morirás de una pulmonía en vez de hacerlo fuera congelado!

Alexeva se giró hacia el oscuro pasillo que oradaba hacia el sur esa planta de la enorme Mansión. Un mal presentimiento surgía de lo más profundo de su ser, si bien en esta ocasión tenían otra opción.

Busquemos tras esa puerta, quizá haya algo útil... dijo mientras se encaminaba hacia ella y probaba el picaporte.

Alexeva accionó el picaporte que, raspando, se movió con cierta dificultad. La madera de la puerta estaba hinchada a causa de la humedad al principio sólo consiguió que se abriera unos milímetros, pero con un segundo empujón la puerta cedió. La hoja se abrió con un chirrido dejando el paso abierto a una habitación cuyo interior se mantenía seco.

Se trataba de un dormitorio comunitario. A la tenue luz que entraba por una pequeña y sucia ventana situada en la pared norte pudieron comprobar que el mobiliario era escaso. Tres literas sin colchones ni ropa de cama se alineaban en la pared oeste de tal forma que el cabezal quedaba contra la pared. Entre ellas apenas había espacio para que se introdujera una persona. A los pies de cada litera había dos cofres, sin duda destinados a guardar las escasa pertenencias de los moradores de aquel lugar. Encima de uno de los cofres de la litera central había una palmatoria. Alexeva examinó el utensilio y vio que aun tenía una vela y que el cabo de la misma se mantenía seco. Colgando de un hilo del asa de la palmatoria había un eslabón de cadena y una piedra oscura.

Bjaron las escaleras. Grüber primero. Tras su episodio de absentismo espiritual volvió decidido a bajar las escaleras y encontrarse con sus compañeros. Detrás, Octavius bajó con el arma preparada por si algún desgraciado osaba tenderles algún tipo de emboscada allí abajo. Miró por donde pisaba una y dos veces, aunque bajando con urgencia tampoco podía pararse a mirar muy detenidamente, solo se aseguraba de que sus pies se apoyaban firmemente y no sonara nada raro bajo ellos.

Al ver a Hans me quedo algo parado en el rellano. -Bien, no te preocupes, saldremos de aquí vivos. ¿Dices que los rusos han escapado? ¿Como han podido escapar? ¡SERÉIS GILIPOLLAS! -el tono de voz se elevó hasta las alturas y retumbó por la amplia estancia. Si había dudas de si sobreviviríamos en aquel lugar estaba claro que cada vez se reducían más nuestras posibilidades. Un médico medio chiflado, un soldado desprovisto de vida y Octavius era todo lo que quedaba allí con vida.

-Vamos a ver por donde han escapado. Si seguimos las huellas podremos alcanzarles antes de que avisen a cualquier patrulla enemiga y tengamos a todos los jodidos pingüinos sobre nosotros. -Eso si la casa nos dejaba salir. Trampas o no, brujería o supersticiones aparte, Octavius temía lo peor. Sus manos seguían ardiendo como no han dejado de arder desde que divisaron la casa y no podía ser bueno. Quizás debía seguir tentando a la suerte de su inmortalidad y salir de allí en busca de aquellos que mataron al sargento -debí matarlos con el cuchillo en el bosque.

Cuando acaba de escuchar hablar a su compañero parece que todo lo que tenía guardado en su interior estalla, cogiendo a Octavius por la solapa y casi levantandolo en volandas.

¿Y YO QUE COÑO SE COMO HAN ESCAPADO?? Se calla de repente dándose cuenta de que acaba de perder el control... suelta a Octavius y deja de habla un instante hasta que consigue calmarse Mi hermano y yo estabamos inspeccionando las habitaciones de la biblioteca cuando escuchamos el disparo y llegamos aqui... la puerta estaba cerrada y la forzamos. Para entonces solo encontramos al Sargento muerto y la ventana rota. Vuelve a mirar a Octavius y, aunque Hans ya no está fuera de control su mirada dista mucho de ser la del hombre tranquilo que todos conocían. Su mirada estaba llena de odio, fúria y determinación.

Mi mujer me está esperando en casa y pienso volver con ella. Podemos salir por la ventana arriesgandonos a que uno de los dos esté esperando eso mismo o intentar salir por la puerta... si optamos por eso segundo y no se abre le lanzaré la maldita granada. No pienso morir aquí como mi hermano.

Octavius aguanta estoicamente el arrebato de su compañero. No se resiste y no hace nada por detenerle. No merece la pena. Cuando Hans se calma un poco y empieza a divagar sobre su mujer piensa que el pobre infeliz aún no sabe que no saldrá de este país aunque consiga salir de la casa. -Tu hermano no ha muerto aquí, ha muerto "medio aquí" "medio fuera".

-Cálmate, mueve el culo y deja de llorisquear. Salgamos de aquí y metámosle un tiro en el hígado a esos hijos de puta -mira a un lado y a otro como buscando algo -¿Tienes unos putos calcetines secos? se me van a pudrir los pies en estas botas con tanta agua -lo más preciado en una guerra, incluso antes que tu fusil, eran unas botas y unos calcetines secos. Sin ellos ya podías tener toda la munición del mundo que morirías antes de que los enemigos te metieran una bala en el cráneo.

Cuando abre la puerta, siente como una ligera corriente de aire golpea su rostro, congelandole y agrietandole esos labios aún mas si cabe. Pero no se da por vencido, con pasos cansados sigue por la penumbra hasta que sus ojos se acostumbran a la estancia. Entonces es cuando vi una silueta entre la oscuridad. "Seguro que es el maldito Teniente" Decidió mejor pensar las palabras, así se ahorraba fuerzas en no decirlas abiertamente. Pero cuando esa silueta tenía voz de mujer y encima era Alexeva, todas esas fuerzas ahorradas se liberaron. ¡ALEXEVA!-

Falto alzar los brazos y hacer un brindis con vodka como era tan característico en su País.

Tanto solo pudo afirmar a su idea de buscar tras la sala que ocultaba la puerta. Esperó detras de la mujer, deseando que la puerta cediera y que en su interior hubiera algo de ropa caliente. -¿Ve..ves algo que nos pueda servir?- Dice como puede nada mas notar el nuevo ambiente que traía consigo la sala.

Sí, creo que esta vela aún podría usarse  contestó la muchacha al campesino pero no veo ninguna cerilla. Habrá que buscar.

Alexeva depositó  la palmatoria y su extraño añadido sobre el suelo, con cuidado de que no cayera accidentalmente, y se dispuso a inspeccionar ambos cofres en busca de fósforos o incluso un simple pedernal. Con algo debían encender los antiguos moradores de la Casa los cabos.

Cuando estaba a punto de abrir el primero de los cofres, un pensamiento le llegó desde lo más profundo de su mente, un miedo irracional a abrir aquellos cofres, a que sus dueños muertos tanto tiempo atrás la considerasen una intrusa y una ladrona.

Pero qué tonta soy

Aún así, las manos le temblaron cuando abrió la primera de las tapas, y en su cabeza pidió disculpas por la intromisión, como si algún espíritu pudiera leer su mente.

Sólo queremos sobrevivir, no robar nada...

Reconociendo la piedra que colgaba de la palmatoria como pedernal, Alexeva empleó el eslabón para intentar encender la mecha. No era tarea fácil y en más de una ocasión la mujer estuvo a punto de perder la paciencia, más finalmente una chispa afortunada cayó sobre el cabo de la vela prendiéndolo. En comparación con la penumbra a la que habían estado acostumbrados los ojos de los rusos, la tenue luz de la vela alumbraba como el mismo sol y ambos tuvieron que apartar la mirada momentáneamente de la palmatoria hasta acostumbrarse a la iluminación.

Después, asistida por el foco de luz, la mujer dio inicio a la inspección de los cofres. En su interior no había más que ropas polvorientas y agujereadas en algunos lugares, pero que aun podían utilizarse. Eran ropas sencillas, tanto masculinas como femeninas, adecuadas para realizar tareas de servidumbre y mantenimiento de la mansión y de sus jardines.

Cuando Octavius y Hans comenzaron a bajar por las escaleras se dieron cuenta de que Grüber no los seguía y salía corriendo hacia la planta superior. Subía los peldaños de dos en dos y con una expresión angustiada en el rostro mientras repetía para sí: - Quieren separarme de ella, pero no lo conseguirán. -

Reconfortada por la suerte de haber encenido al fin el cabo, y frotándose las manos junto a su llama, Alexeva suspiró de alivio. Por fin un golpe de suerte. Una vez recuperada la sensibilidad en sus ateridos dedos, la pareja comenzó a inspeccionar los arcones. De nuevo la suerte les sonrió, y pudieron ponerse un par de prendas secas cada uno, que, aunque austeras, les hacían sentirse como si fueran la familia del mismísimo zar.

Una vez secos y cambiados, Alexeva dispuso los objetos que habían arrebatado al alemán en el suelo. el fúsil y sus pocas balas serían sin duda útiles, lo mismo que la bayoneta, que dejó montada en el largo cañón del arma, y el cuchillo que portaba Grigori. La pistola, por el momento, serviría de poco, aunque quizá pudieran hacerse con balas más adelante.

Pero lo que más intrigaba ahora a la mujer era el diario del teniente. No recordaba que lo hubieran tomado del cadáver en la verja, pero eso debía haber hecho el difunto soldado alemán. Alexeva comenzó a leerloa la tenue luz de la vela, para disponer de toda la información enemiga posible. Ese era su deber, por si lograba escapar de aquella extraña mansión y regresar al frente...

Hans observó la extraña reacción de Grüber y inmediatamente miró a Octavius.

Por mi que se pudra, no pienso ponerme a correr detras de él en esta casa. las palabras sonaron tan duras en sus propios oidos que casi le extrañó haberlas dicho el mismo.
¿Por donde intentamos salir de este lugar?. Yo optaría por la puerta.

Cuando menos se lo esperaban Grüber empujó a un lado a Octavius y echó a correr hacia arriba. Este no pudo hacer nada por detenerle y en un momento ya corría por la planta superior. Hans por su parte se negaba a ir detrás de él y el rubio hizo lo mismo. El médico les venía bien, sus habilidades bien valían la pena el esfuerzo de ir tras de él y bajarle de nuevo, sin embargo, aunque Octavius no sabía mucho de medicina, podía apostar a que en ese estado de poco les iba a servir, así que allí lo dejó.

-Ehmmm, si, será mejor que salgamos -dijo volviendo a mirar al único compañero vivo y medianamente cuerdo que le quedaba. -Intentemos la puerta, pero hay que tener cuidado, podría haber más trampas. -Empezó nuevamente a bajar los escalones mientras pensaba en los calcetines de Grüber, ¿estarían secos? -vamos.