Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Soldados al Frente - Escena Dos.

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12/05/2013, 19:43
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Izan aseguró que intentaría averiguar lo que pudiese, pero que tenía las manos bastante atadas. Básicamente le había tocado ser el pez pequeño de la cadena alimenticia, destinado a hacer el trabajo sucio si quería proteger de algún modo a Niki. Seguía siendo él, y lo demostró varias veces a lo largo de la mañana. Sin embargo, se preparaba bastante bien para encajar en su papel.

A mediodía aseguró que debería reunirse con sus compañeras en las afueras para contarles como había ido la reunión con Niki, y después tendría que presentarse en casa de El Gobernador como un diletante buscando dónde invertir. Si al final Niki no tenía relación alguna con todo aquello Izan tendría un serio problema, pero si el gobierno de los Estados Unidos le había dado luz verde a eso era porque ciertamente necesitaban que Niki tuviese a alguien de confianza cerca y porque estaban seguros de que se relacionaría con ellos.

Tras el mediodía Drike fue a buscar a la pelirroja y la llevó al piso de Maggie. La verdad es que parecía algo más animado tras una noche de descanso. Parecía haberse duchado hacía pocas horas, y el viento y la luz del sol parecían sentarle bien al cuerpo de fornido leñador. Incluso se permitió sonreír un par de veces, asegurando que su mañana probablemente hubiese sido más aburrida que la de Niki.

La avisó de que esa noche iban a asaltar el tren que mencionaron, para ver si podrían contar con ella o no. Todo el asunto del tráfico de armas y personas espinaba bastante a los Anarquistas, y no iban a retrasar más el asunto. Habían votado esa mañana y concluido en hacerlo al ponerse el sol. Sólo faltaba ver qué novatos irían.

Sea como fuere, el hombre llamó al telefonillo, al último piso, y replicó la femenina voz de la doctora. Abrió la puerta al Anarquista y su compañera, que subieron por el ascensor tras pulsar el botón número siete.

Un pequeño recibidor, con un cenicero y las llaves sobre el mismo. Un jarrón de porcelana, un espejo al fondo, y dos puertas, una a cada lateral. En mitad, Maggie Wassus, la Doctora de los Anarquistas que trabajaba en el hospital Boven según Drike. Un atuendo sencillo y fresco, a juego con una melena castaña y unos ojos claros. Cara en forma de manzana y mediana edad, de unos treinta años.

- ¿Niki?- preguntó la mujer mirando a la amnésica-. Encantada- dijo tendiéndole la mano en lugar de dándole dos besos por deformación profesional-, yo soy Maggie. Estaba buscando a alguien tranquilo y de confianza que pudiese ayudarme a pagar el alquiler, y supongo que no habrá nadie mejor que alguien de la casa.

Y por la casa se refería a los Anarquistas, claro, aunque por su aspecto era difícil adivinar que estaba vinculada de algún modo con esa organización. Le enseñó el piso. Balcón, cocina, un baño, habitación de matromio y dormitorio de invitados, recibidor y salón. Tenía veinte años, pero estaba relativamente nueva. El piso pasó a subasta hace unos meses por el "desahucio" del anterior propietario y fue adquirido por un Sargento del ejército Alemán. 

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13/05/2013, 15:21
Eugenius Novák

Eugenius escuchó atentamente todas las palabras de Fremont… tratando de analizarlas una a una, en todos sus matices y detalles… buscando a la vez en su cabeza infinitas combinaciones de posibles significados ocultos en ese u otros idiomas. Era un tipo interesante, un rival a su altura… o casi. Alguien digno de la atención del genio… algo para no aburrirse en los simples días que ocupaban su vida.

Ciertamente era un cambio refrescante. Cuando Fremont se ofreció a jugar una partida en condiciones, la mente de Eugenius ya imaginó los primeros movimientos sobre el tablero… Necesitaba desquitarse de aquella derrota frente a c0mrade, así como demostrar al mundo y a sí mismo que seguía siendo el número uno. Que Fremont no era más que alguien muy listo… pero sólo eso. Alguien con quien poder hablar pero que nunca podría igualar a Eugenius. Muy en el fondo, Novák albergaba ciertas dudas sobre sí mismo. Normalmente tenía mucha confianza pero estar en presencia, cara a cara, de Fremont le puso en guardia… Parecía un rival formidable. Pero cuanto más formidables… de más alto caían. Y a Eugenius le gustaban los retos, aunque no fuera habitual que se encontrara con uno.

- Será nuestro secreto. – comentó con una sonrisa en la cara sólo de imaginar a Goering rabiar cuando se enterara de que ambos genios habían aunado esfuerzos por una causa común que no era la alemana. – Para mí será un placer colaborar con usted… presiento que será un cambio agradable. – confirmó sin decir en voz alta que estaba hasta las narices de subalternos que no tenían dos dedos de frente.

Así que un agente de las Schutzstaffel… Eugenius se preguntó si Fremont respondería ante Eichmann, o si sería a la inversa. Al escuchar su compaginación de los estudios universitarios con su carrera militar, Eugenius prestó más atención… casi le pareció una excusa… Si Fremont no hubiera perdido el tiempo con su carrera militar quizá  hubiera estado a la verdadera altura de Eugenius… Pero no, como siempre la gente perdía el tiempo, tenía hobbies, se distraía… Por eso todos ellos eran inferiores y Eugenius no. Al menos se alegró de saber que Fremont no era un necio que comenzaba los estudios universitarios a la edad programada por la sociedad.

Al llegar al pasillo de la bifurcación, Novák no dudó… - Primero vayamos a revisar los incidentes… Urge más arreglar el problema que descubrir al culpable. -

Con seguridad, esperó a que Fremont iniciara de nuevo la marcha para seguirle hasta el primer punto donde se había producido la fuga… - Gracias por su atención. – respondió ante los comentarios de Fremont sobre los cuidados de la madre de Eugenius. – Hablaré con mi hermana y la convenceré de lo que es mejor para nuestra madre. – A medida que había ido progresando la conversación, Eugenius tenía cada vez más dudas sobre si dejar a su madre con Maggie… o si enviarla con Fremont. Sin duda el alemán tendría más posibilidades de sanar a su madre… pero con la doctora Wassus recibiría un trato más humano… Difícil decisión. Hasta que no hablara con Liselote no podría confirmar nada.

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14/05/2013, 13:25
Padre Jürguen

Al levantarse, Jürguen se había puesto una bata y sus pantuflas en los pies, dándole el aspecto de un tipo del siglo pasado.

Cuando escuchó los gritos, echó un vistazo por la mirilla y se encontró frente a él un uniforme alemán. Aunque no era un uniforme negro de las SS ni estaba repleto de galones, el miedo invadió su cuerpo: -¡¡Leches...!!-

- ¡Un momento, por Dios! ¡Me estoy adecentado! - Fué lo único que supo responder en ese momento sin abrir la puerta aún. A decir verdad, le habían cogido en pañales, nunca mejor dicho.

Estuvo tentado de coger los pantalones, salir por la ventana y desaparecer en la noche para no volver a aparecer nunca más. No es que fuera a ser la primera vez, ni mucho menos. Lo había hecho ya muchas veces en el pasado. Desaparecer ante los primeros visos de creer haber sido descubierto, dejando toda una vida atrás. Y puede que incluso aquellas huidas fueran todas infundadas, fruto de la paranoia y el temor. Tirar todo a la basura en un segundo, a las personas, los lugares, las cosas, por el asomo de la sospecha. Por el miedo de que esa vez fueran a por él.

Se tomó su tiempo para reflexionarlo. No era una decisión fácil de tomar. Empezar de nuevo desde el principio era siempre complicado, tanto a nivel emocional como a nivel de recursos. Y esta vez, escapar lo sería mucho más, con todos esos nazis por ahí fuera. Todos esos controles. Todas esas armas...

Pero entonces pensó en Erika, que podía recaer en cualquier momento. También en ese eslabón con su pasado llamada Marleen, en manos de lo que posiblemente sería un gobernador neonazi sin alma. En la promesa que le había hecho a Caellum y Margaret de ayudarlos. Y sobre todo, en la imágen de aquella jóven prostituta con el síndrome y embarazada, Irina. Irina no, Natasha, se dijo a sí mismo. Natasha mirando melancólicamente a la calle a través de una ventana.

-Joder, vaya mierda.-

Rezó a su dios por que no fuese nada reálmente importante. Se atusó el pelo lo mejor que pudo, y entreabrió la puerta, asomando el rostro a través. Intentaba no parecer demasiado cabreado o asustado. Pero seguramente el gesto de incertdumbre sería imposible de borrar de su cara.

-Buenas noches agente. ¿Ocurre algo? Un poco tarde para venir a estas horas ¿No cree? ¿Qué es tan importante que  no pueda esperar a mañana por la mañana?- Mientras hablaba, miraba por encima del hombro del tipo hacia Erika, intentando vislumbrar si ella estaba bien. Antes de que el agente pudiera responder, le gritó a la mujer, con grandes aspavientos y dramatismo: - Señorita Taglioni. ¡Deje de meterse de una puñetera vez en los que no son sus asuntos y retírese a su apartamento! ¡Esto no es de su incumbencia!- Intentó dirigirse a posta a ella en un tono seco, frío y distante. No quería que los alemanes la relacionaran con él, o que pensaran que había ninguna intimidad entre ellos. Sobre todo si iban a por él y si sabían quíen reálmente era el Padre Jürguen.

Rezó a Dios deseando que no.

Mientras hablaba, intentaba interponer la puerta entre el hombre y él, pero si el otro intentaba abrirla a la fuerza, tampoco iba a impedírselo.

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16/05/2013, 13:25
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

-Vaaale... te ayudaré, pero porque eres tú, eh? Te debo demasiado como para no ayudarte...

En menudo lío se está metiendo, lo nota en cada fibra de su ser y eso significa que aun no ha bebido lo suficiente o que no tiene la distracción necesaria para poder olvidarse todo lo que está pasando. Al final la fiesta ha acabado siendo poco más que negocios, en los que ella no gana nada y si le pillan con las manos en la masa seguramente acaba siendo peor para ella. Ahora solo queda saber como acercarse a ese hombre misterioso.

-Ya te vas? No vas a disfrutar un poco del ambiente? Al fin y al cabo, acabas de terminar un duro día de trabajo.

Se alborota un poco el pelo mientras cierra los ojos. 

-Me parece que al final no disfrutaré de la fiesta... tendré que meterme como 3 litros más de alcohol. Te apuntas?

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17/05/2013, 00:57
Zelig

- Haga caso a su vecino, Taglioni- apuntó el agente con marcado tono dictatorial y ejecutivo, dirigiéndose a la prostituta-. La insto amablemente a ello- añadió con un suave balanceo sobre los talones, ordenándolo con las cejas.

La joven dedicó una mirada famélica a Jürguen, pero comprendió su punto de vista y asintió con gravedad e indecisión, aceptando aquello con labios apretados y fruncidos. Se metió en casa y cerró la puerta con un último vistazo de preocupación. Probablemente estuviese tras la mirilla acechando.

El hombre que le había despertado lucía ahora un aire de civil militar. Vestido de calle con un abrigo de invierno, y con él probablemente pudiese soportar un sitio en pleno invierno de moscú. Llevaba a su vez el cuello levantado, protegiendo el cuello. Uno delgado y surcado de arrugas, ligeramente moreno pero cetrino. Era un hombre viejo y curtido, delgado y de constitución frágil, que llevaba esa ropa probablemente por ser friolero y de tiritona fácil.

Lucía una Cruz de Hierro sencilla colgando del cuello del abrigo, entre el símbolo que se repetía en ambos lados y le identificaba, ahora si, como un Brigadeführer, o un General de Brigada. Aquel viejo era un hombre, contra todo pronóstico dada su recatada primera visual, de gran renombre y posición en el ejército. Había tenido toda la vida para ello, y ahora debía de estar a punto de jubilarse, si es que no podía haberlo hecho ya. Si bien sus conocimientos aprendidos en la vida todavía debieran pesar, su cuerpo ya no era el que otrora. La medalla a la valentía y buena conducción de las tropas lo aseveraba todavía más.

- Con permiso, Padre- dijo mientras ponía el pie sobre la puerta, separándola ligeramente con algo de brusquedad y pocas contemplaciones. Pasó dentro, retirándose a la par los guantes mientras observaba con aire crítico el piso, altivo.

Su cabello, corto de modo militar, le hacía una frente despejada que conducía a unos ojos hundidos bajo su rostro huesudo. Lucía ojeras crónicas y tenía un tono alrededor ligeramente enrojecido. Aquel hombre tenía poco apetito, pero comía de forma saludable dentro de su parquedad. Dormía poco y mal, si bien no tenía sueño. Mientras estuviese presentable le daba igual resultar o no atractivo.

- Disculpe que invada su domicilio en arriendas de una forma tan brusca. Aunque haya hablado con su casero antes sigue siendo una falta de educación, y le pido un tanto de comprensión- dijo mientras se giraba, animándole con la mano a cerrar la puerta de su propia casa. Era frío, sin sonrisa, alegría o atisbo de emoción.

Hablaba por pura educación, sin pretender convencer a Jürguen de que sentía sus palabras como ciertas. Ningún casero podía decirle nada a un militar retirado de tal cargo a las bravas, y podía irrumpir donde quisiese. Si se le dirigía así quizás fuese por la edad, apariencia o por simple costumbre. Su Cruz de Hierro parecía patente en cada palabra y acto.

- Conozco a mucha gente que enferma cuando ve un símbolo de ejército que ahora controla esta ciudad- comenzó mientras pedía de forma muda permiso con la mano para pasar al salón, si bien lo hizo antes de esperar a que Jürguen se lo concediese, dándole la espalda-. En otras circunstancias hubiese mandado aquí a mi hijo- que probablemente hubiese seguido la estela de su padre- para que le destrozase los muebles- que no eran suyos, sino del casero que le había dado "permiso"- en busca de algo esclarecedor, pero yo soy Calvinista, y he sido sacerdote durante muchos años.

Se sentó en el sofá tras pasar la mano por la superficie del mismo, arrastrando para limpiar lo que fuese que pudiese quedar allí. Dejó las piernas juntas y se estiró, con una mano sobre cada pierna. Rictus tenso y mirada cuadrada directa a los ojos del falso sacerdote. Era ciertamente un hombre imponente, severo y regio, que bien podía recordarle a su propio abuelo en la infancia.

- Hay una investigación en curso acerca de su persona- comenzó a explicar-. El Prior Martín D`Courvisier ha sido informado debidamente, así que no se altere demasiado si le ha notado tenso con su persona ultimamente- añadió justificando la actitud del buen hombre, que ciertamente tenía enfilado a Jürguen-. Sin embargo, aún no hay nada esclarecido. Si se trata de un malentendido no tiene nada que temer, pero si no lo es, sepa usted que su Tapadera será desmantelada tarde o temprano, y que será usted interrogado y juzgado debidamente.

Calló unos segundos, dejando que la tensión comenzase a brotar en el aire que les separaba. Cuando Jürguen fue a abrir la boca, el hombre volvió a comenzar cortándole de forma seca con un alzamiento de la voz.

- He considero oportuno advertirle dado su servicio a la comunidad, Jürguen, y porque a su edad ya no está para muchos trotes. Le doy la oportunidad para dormir intranquilo y meterse en un agujero a rezar, porque en última instancia será usted quien se condene si ha pecado de algo- amenazó con una sonrisa velada, a sabiendas de que sus referencias religiosas eran incorrectas-. Sepa que he venido aquí con buena fe, y que yo no gano nada advirtiéndole, aunque tampoco tengo nada que perder- inmunidad ante una pequeña transgresión menor de la confidencial-. Lo digo porque meterme en su salón y hablarle como si no tuviese usted setenta años- que en realidad aparentaba menos, pero eso era muy relativo- debiera parecerle algo ciertamente poco educado, pero coincidirá conmigo en que eso no es algo que deba reprocharme ahora mismo.

Zelig era un problema. Porque así se llamaría de pila si Jürguen se lo preguntaba, pues él no lo había dicho. No era un problema en si mismo, pero si por lo que implicaba. Y sin embargo, un hombre así debiera haber visto al Gobernador, aunque ya no estuviese en activo con una bayoneta en la mano y un tambor de balas en la cadera.

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18/05/2013, 01:56
Administrador

Era un pasillo con halógenos en el techo. Estaba conectado directamente puertas con puertas a zonas de acceso reservado. De cuando en cuando se escuchaba alguna, sellada herméticamente, y salía de ellas alguien con un traje de aislamiento, con lo que comúnmente solían maldenominar "escafandra y traje de astronauta". Algunas eran simples zonas de elevado nivel radioactivo, con gestión de residuos o partículas, pero otras verdaderos pasajes a las quimeras que se sabían ocultas bajo el cañón emplumado de las Waffen-SS. Algunas destinadas destinadas a dar caza a individuos como Novák.

Sintió un escalofrío, y no supo o quiso saber exactamente por qué. Muy en el fondo lo sabía, y era que verdaderamente estaba en mitad del infierno. Hacía frío bajo las rendijas de ventilación, con los focos en la nuca y la luminosidad de azulada y cetrina asepsia. Un aire mortecino que podía hacer estallar todo en un gigantesco hongo nuclear, reduciéndoles a menos que el polvo predicado por la religión.

Conforme sus pasos resonaban sobre el pavimento liso que reflejaba su propia silueta, el hombre no podía sino reflexionar sobre la opción que había escogido. La garita de seguridad hubiese sido pacífica, serena, anodina, llena de registros. Aquel trabajo de campo, en cambio, le conducía sin retorno al epicentro de aquello que podía tornar el cielo negro y el calentamiento global una broma en comparación con la realidad de una tormenta eterna y mutaciones físicas que obligasen a la población a vivir tosiendo bajo las entrañas de la tierra.

Vio varios uniformes de las águilas a lo largo del pasillo, pero los ignoró. La mayoría de aquellos individuos no llevaban pistolas ni señales de rangos militares, sino bata blanca con la insignia del imperio colgando del bolsillo sobre el pecho.

Pero recapitulemos. Hasta llegar allí Novák tuvo que pasar por algo. Brandeis Lenz fue la administrativa encargada del papeleo. Un documento de confidencial más, como si la cantidad fuese relevante, un pequeño consentimiento informado para exclusión de responsabilidades, y una acreditación temporal que obligó a la mujer a sacar de la máquina una tarjeta para que el hombre se colgase del hombro.

Adentrarse en determinadas zonas de la central no era tarea fácil, y la mujer desde su despacho se encargó de darle a Novák por unas horas los medios para traspasar las puertas blindadas, los guardias de seguridad y las cámaras de vigilancia. Mientras tanto Fremont atendió a algunos de sus hombres, preocupados y atareados a partes iguales en las pesquisas del complejo.

Mientras Brandeis acababa de tramitar todo y se encargaba de que un par de hombres estuviesen disponibles para acompañar a Novák y obviar los protocolos de seguridad y los sistemas de alarma correspondientes, cosa que llevó un tiempo, el hombre dispuso de media hora para sus asuntos.

Había que llamar a un súbdito de El Gobernador cada vez que alguien recibía ciertas acreditaciones, y hasta que este no daba el visto bueno con un cabeceo nadie movía un dedo sin permiso expreso. 

Pudo consultar su ordenador, revisando así ciertas similitudes de los proyectos que Vanderveer había realizado para los nazis con la central nuclear. El parecido con los planos que había consultado con Fremont era peligroso.

- Eugenius- dijo la voz de Maggie al otro lado cuando le llamó desde su número-. Han venido unos agentes del gobierno al hospital. Han hecho un duplicado de la historia clínica confidencial de su madre- explicó con cierto tono molesto, pues estaban atropellando cierta ética inherente a la privacidad de médico y paciente, cual sacerdote y feligrés-. Pensé que querría saberlo. Siendo quien es, supuse que no quieren esa información por amor a la ciencia. O si, pero no en un sentido agradable.

Parecía contener su ira, pero se tomaba la confianza de mostrarse ligeramente crispada.

No sé si están grabando esto, pero como si no le hubiese dicho nada. Apostaría un turno de cuarenta y ocho horas a que le chantajearán con eso- esperó a que el hombre respondiese, y tras ello se excusó, asegurando que debía volver al trabajo. Se despidió, dejando como postdata la aseveración de que Ria seguía en forma y preparada para todo.

De vuelta al pasillo, tras descender las escaleras del fondo y adentrarse en el segundo nivel de los subterráneos pudo ver la gran sala que revelaba la verdadera naturaleza de aquella central nuclear. Había vehículos militares en un lateral, armados hasta los dientes. En el otro había contenedores o tanques de gas comprimido, dispuestos para dispensar. Habían Cajas Negras en el suelo, a los lados, con hombres que portaban el uniforme a medio vestir. Alguno, completamente uniformado, estaba cuadrado con el contenedor a su espalda.

Aquello eran armas biológicas, probablemente más cruentas como el gas sarín o mostaza. No hacía falta un generador nuclear para aire compromido, bombonas de oxígeno o gas lacrimógeno. Tampoco hacía falta edificar un subterráneo bajo la sede de Greenpeace, emplazando la bandera en el lugar más sardónico posible.

Al fondo unas escaleras en mitad de una plataforma cilíndrica conducían de vuelta al primer nivel. Según Fremont allí se perdía el mayor porcentaje de energía, para ir a parar a vete a saber donde. Y aquella zona era también un pequeño panel de control que regulaba los niveles de toxicidad, calentamiento, presión y sellado, todo conectado con los niveles de maquinaria. Justo debajo debía de estar el reactor.

Pudo ver allí, frente a las a escaleras, de nuevo al hombre que le había espiado bajo el OVNI del Boven, hablando nuevamente con la rubia. Nuevamente, él lucía el temido uniforme negro de las Waffen-SS, a juego con la esvástica del brazo. Ella, en cambio, nada. Al fondo, tras ellos y la escalera, mero material fungible para el mantenimiento.

Hablando entre ellos, no se percataron de Eugenius. Nadie lo hizo. Vestido de oscuro en un lugar tremebundo, tras la seguridad, allí no había patrullas. Era territorio seguro. Ahora era libre, y dependía del científico entrar directamente al foco del problema, establecer conversación con quien poco le importaba pero que estaría allí por disponer de acreditación y un motivo, o dedicarse a investigar particularmente algo más sobre qué tecnología disponían de por ahí. No en vano, si quería el hombre tenía todas las llaves en su mano, mientras el sistema de acceso fuese una huella dactilar, un reconocimiento de voz, un examen ocultar, una tarjeta de código o una contraseña de dígitos. Y a su espalda tenía zonas de seguridad con proyectos de los nazis, pero ante él otros tantos esperpentos de la maquinaria bélica nacionalsocialista.

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18/05/2013, 02:59
Administrador

Linker compuso una sonrisa de compromiso, tensa pero conciliadora, y negó con la cabeza mientras se metía las manos en los bolsillos, con la carpeta pegada a un lateral del torso, atrapada bajo el brazo.

- Te lo agradezco, pero creo que paso- comenzó-. Llevo aquí demasiado- alzó un hombro, levantando ligeramente la carpeta con los documentos- como para arriesgarme a perderlo por una borrachera mal llevada o un despiste todo. Y ya ves cómo me las gasto cuando estoy cabreado.

Se despidió con la mano, deseándole a la oriental que disfrutase de la noche, y se marchó por donde fue. No parecía ciertamente interesado en Sawako ni en lo que aquel sitio ofrecía. Su carácter solía fingir simpatía y agrado, pero era un hombre ligeramente amargo que no gustaba de muchos disfrutes que ofrecía la vida. Estaba claro que el dinero no daba la felicidad.

Ahora sólo quedaba ver cómo procedía la japonesa con aquello. Tenía que salir de la ciudad, eso era un hecho. Si no lo hacían tarde o temprano algún oficial de tres al cuarto terminaría descubriéndola, y no es que una ciudadana con un permiso de residencia temporal caducado fuese a ser tratada con muchas contemplaciones. La población ya eran cierto modo rehenes que vagamente evitaban desatar sobre la zona una solución biológica, nuclear o en forma de ejército, con sus respectivos aviones de barrida.

Linker la estaba ofreciendo un modo relativamente simple de conseguirlo, pero para ello ciertamente debía de pasar por determinados aros. No es que la joven estuviese del todo centrada, pero a todas luces se encontraba envuelta por un claro reflejo de cómo la sociedad postmoderna se volvía tan cosmopolita como extravagante y desnaturalizada. Sólo había que ver la forma en que unos se relacionaban con otros y que tipo de comportamiento y presencia revestían.

Trevor, que probablemente no se llamase así, era un ejemplo de ello. Estaba recogiendo sus cartas para sacar otra baraja, sentándose alrededor de una pequeña hoguera en un bidón para jugar lo que bien podía estar resultando una timba con apuestas. Al otro lado Anki hablaba con un chico, más o menos de su edad. Ambos ignoraban ligeramente la música del reproductor a su lado, aunque ella seguía meciendo las piernas inconscientemente a su compás.

La otra chica, aquella de pelo rosa que había estado con el anarquista, no estaba. Ciertamente se había marchado por otro lado, y pese a su aire de muñeca rota con asuntos pendientes y problemas para detener un furgón del ejército de tierra seguía siendo solo una mujer más violando el toque de queda.

Estaba en manos de Sawako decidir cómo iba a abordar sus propias quimeras.

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18/05/2013, 19:23
Ambroos Janssen

- No creo que debamos destruir la torre de comunicaciones. Al menos no antes de solucionar las demás cosas...reflexionó Ambroos. Aunque la verdad, desde que los nazis pisaron este puto país no le encuentro sentido a nada. Admitió a regañadientes ante Arjen. Debe ser que me hago viejoNo, es que esa puta cría estaba como una regadera. Pero le había hecho una promesa a Stille, que al parecer moriría si no hacían algo.

Podía fingir que no se creía lo que le decía Gretchen, pero...¿como sabía entonces lo del Verdugo? ¿Como sabía que efectivamente Jurgen era inmortal? ¿La explicación a por que estaban los mercenarios rociando el paisaje con cámaras de gas? Hacer como que las cosas tenían que ser normales después de Jasenovac era como fingir que la espuma de afeitar era nata montada.

Difícil, asqueroso y contraproducente.

Gretchen, cálmate. ordenó a la cría, sin acercarse. Ya estaba demasiado histérica como para sentir la sombra del enorme proxeneta sobre ella. Pero no iba a quedarse quieto. No podía. Necesitaba saber de que demonios le estaba hablando la cría. La palabra Totenkopft se clavó en sus huesos y se deslizó lentamente hacía su tuétano con un frío desagradable y el olor a hierro y sal. A cuerpos cremados. ¿Quién es el Ario?. 

Dudo por unos segundos, un gesto poco habitual en él. No entendía nada, pero eso no era lo grave. Se había acostumbrado a actuar sin la necesidad de entender las cosas, guiado por un instinto visceral. La ley del más fuerte. Pero ahí estaba la niña asustadiza, delgaducha en un traje de puta que le venía grande, gritando a dos hombres amenazadores lo que tenían que hacer. Lo hacía con miedo, pero su determinación era suficiente para que Janssen recordase.

Un cuerpo delgado, con las clavículas y las articulaciones marcadas, vestido con un sencillo traje que le venía grande. El olor a pólvora y la sangre avanzando lenta pero inexorablemente en la arena. Un gesto de pura rebeldía acompañado de una posición antinatural de su cuerpo.

El suicidio es el gesto del héroe de la modernidad.

Janssen estaba de acuerdo. Quizás era por que el no entendía el sucidio como un bote de pastillas o un corte en las venas. Era un poco inútil pensar así cuando puedes sobrevivir a ello...

- Dile a...Alice, que me diga su nombre. El del Ario. acabó ordenando. Vamos a solucionar esto, pero huir no valdrá de nada. miró a Arjen con determinación, antes de mirar a la pequeña y acuclillarse, cuando grande era. Sus ojos oscuros se fijaron en los de la cría. Gretchen no podía entenderlo: una niña que quiere escapar de su padre. Le había salido bien, protegida por dos mostrencos sádicos.

Pero Ambroos lo había vivido. Huyes y sobrevives solo para ver como tu pasado se repite, sardónico, y vuelve a buscarte. Los nazis eran su oportunidad de redención. 

- Llegarán y destruirán igual. Si nos vamos y Stille sigue aquí, ocurrirá. Soltó airé por la nariz, cerrando los ojos con pesadumbre por unos breves momentos. Tenemos que averiguar que está ocurriendo. Salvar a Dyrk, acabar con Taylor y con el Verdugo. Y después...

Ambroos volvió a erguirse con lentitud, cuando largo era. Miró hacía atrás, buscando a Arjen. El hombre había llegado justo a tiempo para ver como la mierda le explotaba en la cara, pero importaba poco ahora. Amsterdam importaba poco. Importaban ellos.

Importaba que Natasha iba a ponerse en la mesa de operaciones de un asesino sádico. Importaba que Gretchen acabaría empotrada contra la cama, gimiendo bajo su propio padre. Importaba que su burdel acabaría rociado de napalm, mientras su traje ardía oculto en su refugio secreto.

Salvo que...

- Y después le prenderemos fuego a todo.

Salvo que ardieran los nazis antes, cadáveres calcinados en una gigantesca fosa común que serían las calles y callejas de la ciudad. Justicia poética. 

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18/05/2013, 22:04
Gretchen

Gretchen se tranquilizó, más o menos. Estaban de su lado. Les tenía miedo, pánico, pero estaban de su lado y pensaban ayudarla. Por Stille. Respiró hondo dos veces. No funcionó. Respiró hondo tres, cuatro veces... dos minutos de largas inspiraciones. Recordaba las clases de su instructor. Tranquilidad. Deja los nervios fuera. Y ahora sal ahí y patina.

Habló con más calma. Primero, miró a Arjen.

- Alice me habló de tu hijo. De que existía. De que estaba con los nazis. Es lo que necesito saber para que me creas. No me dijo más. No me dijo si está con ellos por voluntad, engañado o a la fuerza. 

Le dedicó una extraña mirada de envidia y lástima.

- Te preocupas por tu hijo -sintió una punzada en el pecho. Diéter sólo se preocupaba por lo que podía sacar de ella-. Le quieres -no eran preguntas.

Suspiró de nuevo, una vez más. Estaba más tranquila, es cierto, pero seguía siendo Gretchen. Su discurso no ganaría el Premio Planeta -salvo que hubiera un Premio Planeta a estar como una cabra-, ni su cerebro era el más lógico del mundo.

Ordenó sus ideas, varios segundos en silencio, cuando Janssen se puso frente a ella. Oírle decir que iban a solucionarlo, dejar que tomara el control, fue maravilloso. Deseaba transmitirle seguridad, hacerle ver que lo que iba a decir es importante. Se obligó a mantenerle la mirada.

- El Ario es Viktor. Viene aquí. Siempre pide whisky de malta. Me mira como Diéter. A las gemelas les gusta. Alice me dijo que es especial, como yo. Nadie puede decirle que no. No quieres decirle que no. Alice le odia, pero cuando él la mira sólo es capaz de desear amarle, y lo desea de tal manera que lo cree, y pasa. Es un líder. De una manera... -mueve las manos sin ser capaz de hacerse entender. Estira repentinamente una pierna sobre la cabeza en un ángulo de algo más de 180 grados- Esto no es normal -se señala el pie-. Debería haber tenido un tirón por hacerlo de golpe y sin calentar, y llevo años sin entrenar, no debería poder hacerlo. Pero puedo. No es normal, es especial. Viktor es especial así, pero... con el trato con la gente- era incapaz de ser más clara, porque tampoco lo comprendía demasiado-. Alice dice que nunca tuvo una sola herida, pero siempre en todos los líos, siempre en todos los asuntos. ¿Me comprendes? -preguntó, anhelante, sabedora de que era un libro cerrado-. ¿Me comprendes?  Alice lleva la gorra de Totenkopf, y la odia, y le odia, pero le ama y no quiere disgustarle. Él es un oficial. En la foto de la boda llevaba uniforme de gala. Alice está protegida porque es su prometida. Pero le odia. Odia lo que ha hecho con ella. Yo le odio por cómo me mira. Me mira como Diéter. Alice dice que le divierte que le odie. Sabe que es cuestión de tiempo. Todo para él es cuestión de tiempo. Así es Viktor. Es peligroso, porque no lo esperas. 

Se quedó enganchada en las miradas de los dos hombres, desesperada por hacerse entender. Si no hubiera estado tan rota, las cosas habrían sido muy diferentes. Pero lo estaba.

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19/05/2013, 13:15
Ruth Karsten

Ruth siguió andando, sin hacer caso a las palabras hirientes y penetrantes de Axel que hacían eco en su cabeza rosada, resonando una y otra vez... y en el fondo, sabía que aquel hombre tenía razón. ¿Qué podía hacer ella, una chica sola, perdida y rota? La propia Ruth debía reconocer que no podría sobrevivir ella sola, que muy adentro sabía que realmente necesitaba a alguien, no necesariamente Axel, ni mucho menos, pero sí alguien que la entendiese y le prestase su hombro para soportar la pesada carga que debía soportar la chica. 

Ruth seguía deambulando entre el frío de la noche, cruzando los brazos y arrebujándose en su vieja camisa de franela a cuadros mientras unas lágrimas de impotencia y frustración rodaban por sus mejillas; se daba cuenta de que era demasiado pequeña y débil como para intentar cargar con todo, aunque intentaba seguir adelante una y otra vez, cuando creía que lo conseguía, venía la cruda y maldita realidad a darle tal patada que hacía que volviese a caer en un pozo de agua fría, en el cual se hundía lentamente... Ruth intentaba nadar y salir a superficie, buscaba ese aire que tanto le faltaba ahora. En su garganta se formaba un nudo fuerte que sólo se aflojó ligeramente con un sollozo de la chica, seguido de otro. Se maldijo a sí misma, a ella, a Axel, a su hermana, a su madre, a los nazis y a su don... Maldijo su vida, deseando como tantas otras veces haber nacido en otro lugar y ser otra persona totalmente distinta. 

En su interior, ella seguía pataleando y dando brazadas para salir del pozo en el que se hundía lenta pero inexorablemente. Y mientras en su interior sólo sentía el frío y la sensación de ansiedad y asfixia, sus pies seguían caminando y sus pulmones respirando a través de un cigarro que se había encendido. Entre tanta oscuridad sólo veía los recuerdos de su miserable vida: desde las palizas de su padre, hasta los insultos de Axel, sin olvidar el abandono de su madre... Todo llevaba al  mismo final: ella completamente sola. La soledad de Ruth era un axioma innegable para ella. 

Pero entre la penumbra que eran los recuerdos... aparece una luz. Ágatha. Desde que eran unas crías hasta que se reencontraron años después... Ella era la única que había aportado algo de felicidad en su vida, la única en la que sería capaz de confiar incondicionalmente. Y si estaba allí era por ella, y si seguía adelante era por ella también. No, no iba a a rendirse ahora. 

Mientras anda, descarga su frustración sobre un cubo de basura cercano, dándole una fuerte patada que hizo que cayera al suelo. Si quería ir a por ella, debía librarse de esos pensamientos autodestructivos que no la llevarían a nada. Y es ahí donde los deja: en el cubo de basura que acaba de golpear. Esa es la primera brazada que hace que ascienda, dispuesta a salir del pozo en el que estaba inmersa. 

Entonces la ve. Es ella subiendo a un coche con su novio... Y no iba a dejarla ir ahora, debía ver que estaba bien, debía avisarla de lo que podría venírsele encima. Ruth comienza a correr a toda velocidad en dirección al coche, cada zancada que da es una brazada y una patada que da para salir y respirar el aire que tanta falta le hace. Atrás se deja a su padre, a Axel, al frío, al miedo, a la soledad... Sólo quiere llegar hasta Ágatha, ella es su único motivo para seguir corriendo y dejar atrás esos lastres tan molestos que le impiden seguir adelante. 

Cuando le quedan pocos metros de distancia, grita su nombre y alza el brazo para que pueda verla, rezando porque lo haga y no se vaya. 

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19/05/2013, 23:11
Administrador

Gerard apagó el motor del coche. Ya sólo quedaban las luces. Estaban en mitad de la calle, bajo el piso del chico. Lo reconocía por sus visiones, donde Agatha le cogía de la mano mientras caminaban por la acera, él con las llaves en la mano. Qué tiernos. Y qué tiempos blancos teñidos ahora de negro.

Habían visto a Ruth. El chico ya había arrancado el motor, pero no llegó a pisar el acelerador cuando bajo la ventanilla y sacó medio cuerpo, llamándola con un tono entre la alarma y la preocupación. Le abrió la puerta de atrás bastante apremiado y salió de allí quemando goma. No le gustaba nada estar en un sitio como ese siendo gente relativamente acomodada. No sólo no pintaba ni con cola, sino que podía acabar muy mal si comenzaba a llamar la atención. Ya no por los nazis, sino por la "fauna autóctona".

Así que se fue de allí célere cual Hermes, buscando una vuelta al barrio, al hogar. Un barrio de clase asequible, más alta que media. Los nazis se habían cargado el estatus medio-bajo, dejando aquello en una sociedad donde nuevamente existían ricos y proletariado. Más o menos. Salvando a los delincuentes como Stille o Ambroos Janssen, claro, que no eran englobables de nada salvo "terroristas" a ojos de los jueces. Porque ciertamente tenían pinta de ser exactamente eso.

En un sitio así un coche duraba, y los nazis tenían un mínimo de respeto. Tenían más contemplaciones a la hora de violar a una vagabunda o meterle la bota en la nuca contra el bordillo a un sin techo borracho. Había menos patrullas, al haber menos conflicto y ser un sitio más pausado. Agatha sabía qué clase de chico se tenía que echar por novio. Uno tranquilo y amable, que tuviese el recato y los modales de la clase alta pero no el egocentrismo de alguien que se cree mejor que los demás por tener más billetes de papel verde.

Por el camino le explicaron y justificaron a Ruth su presencia en aquella zona. Fue lo primero que preguntó la pelirrosa, claro. Al fin y al cabo, allí nadie estaba donde tenía que estar, y ella disparó el primer saludo. Era justo. O no, pero lo hizo igual. Para eso podía. El caso era que un amigo de un amigo de Gerard conocía a un Anarquista. Hasta ahí todo correcto. La cuestión era que el hermano de Gerard tenía un pequeño problema. Y ese pequeño problema era su novio.

Ámsterdam era la cuna del cosmopolitismo sexual, y lo primero que hicieron los nazis fueron ver el registro de matrimonio homosexual y hacer una purga de "maricones" y "tortilleras", por vomitivo que suene decirlo con ese acento germano y esa sonrisa de pastor alemán calvinista con alzacuellos. El matrimonio civil acabó teniendo sus desventajas, pese al idilio que dio durante años en una ciudad que cada año se parecía más a venecia con su canal y el calentamiento global que derretía casquetes polares, haciendo subir milímetros por mes el nivel de las aguas.

Habían ido a pedir ayuda a los Anarquistas, claro. Pero lejos de concertar una cita en un sitio neutral, habían tenido que ir directamente a su territorio. No a su refugio, claro, situado en algún lugar de la periferia urbana, pero sí a algún edificio a medio construir de la zona.

Al parecer era caro salir de Ámsterdam, pero no imposible. Algo que venía muy bien a Ruth, la verdad, aunque fuese como último recurso. Tras estar hablando, parecía que algunos de los Anarcos tenían pensado convertirse en nómadas o marcharse a otros sitios, probablemente irlanda o italia, que era los sitios donde más facilidades había para mantener negocios sucios sin meterse en territorio controlado por esvásticas, ciertamente la facción de la guerra más intolerante y dictatorial de todas.

Ya sabía la pequeña a quienes debía acudir si necesitaba largarse. A Stille. La pequeña Gretchen, también bajo su padre, aunque de un modo mucho más literal, no aguantaría siempre en aquella ciudad. Era fácil suponer que un hombre que aparentaba cierto amor paternal por ella y algo de juicio la sacaría tarde o temprano.

Pero ese no era ahora el mayor de sus problemas. El hermano de Gerard estaba en vías de pagar a los anarquistas, claro, aunque sólo para salir de la ciudad. Si después se iba a un sitio distinto de Reino Unido o Italia no importaba. Había que hacer escalas para llegar a cualquier sitio, así que era fácil separarse y tirar por otra senda.

Tras explicarle a la desamparada el por qué de su altruista inmersión en los suburbios le tocó a ella dar su opinión. El miedo al incendio, el ir a comprobarlo en los tejados y descubrir que los nazis estaban tramando algo. Ser descubierta, intentar huir por la calle y ser descubierta por una patrulla frente al cadáver. Omitió a la tostadora con piernas, el hecho de ella se salvó haciéndose invisible y que el cadáver era obra de Axel, un chico que todo lo que tenía de follable lo tenía de gilipollas, hablando en plata.

Gerard acompañó a las chicas hasta el portal, tendiéndoles las llaves de casa tras abrir con ellas la verja de metal. Tenía que volver a por Anne y explicarle la situación, pero no iba a arriesgar así a su novia y a su hermana. Asumía que tenía tiempo, y que ni por asomo las águilas serían tan ávidas. Aseguró volver en breves y dejó que Gretchen y Agatha subiesen a su cómoda y se asentasen allí.

El piso de Gerard, o más bien de sus padres, abogados ausentes según explicaba Agatha por las escaleras. Un par de buenas personas que se conocieron en el trabajo, y cuyo bufete ahora trabajaba para los nacionalsocialistas. Era lo único que podían hacer dado el estado del sistema judicial. Las profesiones tenían que adaptarse al contexto político o morir, por mucho que pesase en las conciencias de los trabajadores que habían estudiado eso para defender a los inocentes. Y estaban haciendo justo lo contrario.

Tardarían en relacionar a Agatha con Gerard, así que ese sitio era ideal para quedarse. Si cuando llegasen a casa, el señor y la señora Schumann les dejaban quedarse. Probablemente lo hiciesen, ya que no acogerles en esas circunstancias hubiese sido muy inhumano. Sobretodo habiendo estudiado derecho.

 

Sólo habían pasado unos minutos, pero ya se había diluido toda la tensión tras cruzar el umbral. La casa, cuidada y aseada, con unos diez años de edad y bastante sencilla, sin compresores de basura ni sistemas de ventilación domóticos, entre otros, daba un aire de calidad y recogimiento tradicional bastante entrañable.

Sólo ensuciaba el perro de la familia, Scooby, un animalejo curioso y asustadizo, que se hubiese espantado de un gato persa. Con una tila ante ella, Agatha acariciaba al animalejo, evadiéndose como método de fuga para aliviar tensión. Estaban en un apuro, sí, pero no podía dejar que el miedo la atenazase. Aún no daba crédito ni terminaba de aceptarlo, pero lo haría. Era cuestión de tiempo, y no esperaba que les pasase nada. Encontrarían una solución.

No barajó el que Ruth le hubiese ocultado, pero si quería revelarle ciertas verdades, era un buen momento. Dispondrían de tiempo, quizás media hora, hasta que Gerard volviese con Anne, que de seguro estaría bastante enfadada y preocupada, a partes desiguales, pesando de seguro más lo segundo. Seguía siendo su hija.

- Es increíble- se limitó a decir Agatha con voz atónita-. No creo estar adaptada a todo esto. Un día estás arriba y al siguiente se cae el suelo- suspiró, cambiando de tercio a un registro lacónico, acariciando el mentón del cachorro-. Me esperaba otro presente, la verdad. Sé que no es justo que te lo diga a ti, pero así que no es cómo deberían haber salido las cosas.

Se refería, por supuesto, a Ruth, aunque no la mirase por vergüenza. La pelirrosa había sufrido más que nadie, pero Agatha no estaba acostumbrada a ello, y saber cómo estaban las cosas en su ciudad comenzaba a pesarle ahora más que nunca. Aún lo veía desde la barrera, pero estaba mucho más cerca. Era más difícil ignorarlo.

- No sé qué deberíamos hacer. Huir es lo más fácil, pero dejarlo todo es... difícil. Echamos raíces- meditó en voz alta, consultando con su hermana, a la que trataba como una extensión de si misma-. Pero no sé. Supongo que si explicamos la situación no pasará nada, ¿no? No es tan grave. No es algo por lo que debieran hacernos nada. No has hecho nada malo. Sólo ha sido un malentendido.

Sus frases breves hacían entender que pensaba conforme hablaba. Claro que no era para tanto. No si sólo se trataba de una chica que temía porque se incendiase su casa y salía a la calle asustada de los nazis. Algo normal. El problema era que esa niña se hacía invisible, y que estaba grabado. Eso sí era algo que no podría explicar sin que hubiese represalias.

Y las represalias serían un bolígrafo en el ojo o pegarle un calambrazo cuando hubiesen acabado con ella. Con suerte. Con mucha suerte. Eso si no acababa como coneja de laboratorio para algún Ángel de la Muerte que jugase a ser Mengele. Uno que predicase alguna mierda sobre cromosomas, código genético y soldados fantasma.

Claro, que para eso tenían que atraparla. Y Ruth no iba a dejar que eso pasase. Aún tenía cosas que perder. Y tenía más gente aparte de Axel. Podía largarse con los Anarquistas. Oh, espera. Alex era ahora un Anarco más. Más o menos, claro. Seguía un tanto jodida.

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20/05/2013, 19:48
Ruth Karsten

Ruth entró con paso indeciso en la casa de Gerard, nunca había entrado y para ella era un territorio totalmente desconocido en el que no se sentía demasiado cómoda, ya que, sin estar allí, había presenciado momentos en esa casa que sólo deberían corresponder a la pareja que la había llevado hasta ahí. Pero prefiere no pensar en eso. 

Camina por la estancia lentamente como un gato desconfiado y arisco, sin tomar asiento hasta que su hermana lo hacía. Cuando Gerard se va en busca de su madre, Ruth respira más relajada y se acerca un poco más a su querida gemela, que acariciaba a la mascota de los Schumann. A la pelirrosa nunca le habían disgustado los animales, aunque nunca hubiese tenido uno más de una vez había lidiado con algún animal callejero más cariñoso y pedigüeño de lo normal. Deja escapar una media sonrisa mientras acerca el dorso de la mano al hocico del perro para que la olisquee... pero el asustadizo animal rehuye su contacto. Ruth se encoge de hombros y retira la mano. 

Mientras Ágatha habla, la chica apoya la cabeza en su hombro, totalmente relajada y disfrutando de la calidez que tan sólo ella podía ofrecerle. Una risa seca sale de entre sus labios ante sus primeras reflexiones; qué iba a saber Agatha de lo que era el dolor... No se lo reprochaba, al contrario, agradecía que ella fuese así y se hubiese criado en un entorno más fácil y feliz que el suyo, Ruth no deseaba la vida que le había tocado vivir a nadie, menos aún a ella. Gracias a la experiencia de Ágatha, ésta conseguía que la pelirrosa confiase un mínimo en la humanidad, ya que su gemela era la prueba viviente de la honestidad y la bondad. Ella la hacía despegar los pies de la tierra aunque sólo fuese un momento. 

Sus últimas palabras hacen que suelte otra risa, acompañada de un par de lágrimas que antes se habían quedado rezagadas. Mientras la escuchaba le parecía que quien le hablaba era la niña inocente y dulce que era Agatha antaño, parloteando con esa voz suya tan melosa y reconfortante capaz de hacer que la propia Ruth viese el mundo de otro color, como si los problemas dichos por ella no pareciesen tan graves. Lamentablemente, el futuro que se le avecinaba a Ruth no era tal y como ella lo pintaba. Qué ingenua y qué inocente podía llegar a ser su hermana... y cuánto la quería. 

-Ojalá fuera todo tan fácil, pequeña...-le dijo separándose un poco de ella y secándose las lágrimas con la manga. La tomó de las manos con suavidad y la miró a los ojos, a los mismos ojos verdes que ambas compartían... tan iguales pero tan diferentes a la vez.-Escúchame, Ágatha...-le pide humedeciéndose los labios por no saber cómo empezar a contarle la verdad. No se merecía menos.-... Los alemanes no van a venir a buscarme por eso. Es... otra cosa que hice lo que ha provocado que comiencen a buscarme. Yo...-intenta continuar con un nudo oprimiéndole la garganta, cómo le dices a tu hermana gemela la clase de poder que tienes sin que ella te tome por loca o a broma. Suspira una vez más y se atreve a continuar.-... creo que lo entenderás mejor viéndolo que explicándotelo.-suelta sus manos con suavidad y se echa hacia atrás en el asiento.-Por favor... no te asustes...-le dice con voz suplicante, aunque tras esas palabras decía: "Acéptame". Ruth sentía verdadero pavor al rechazo de su hermana. 

Sin más, cierra los ojos y respira hondo, mientras su cuerpo se va haciendo poco a poco tan transparente como el aire que sale de sus pulmones lentamente. Hasta que se vuelve completamente invisible. No abre los ojos por miedo a la reacción de su gemela, no se atreve a mirar por si encuentra algún ápice de rechazo en su mirada tranquila y cristalina. 

Ruth no tarda demasiado en volver a la normalidad, su transformación no ha durado más de cinco segundos, lo suficiente como para que ella viese lo que realmente era su hermana. Una vez puede verla de nuevo, la chica abre los ojos, completamente anegados en lágrimas y se lanza a los brazos de Agatha, casi con desesperación. 

-Lo siento... Agatha... de verdad... por favor, no me odies... por favor...-le ruega mientras gruesas lágrimas caen ruedan por sus mejillas. Ella sólo quería desahogarse en el hombro de su hermana, quería descargar de una vez todo el peso que ella sola había ido acumulando y guardando.-Yo... yo me asusté... y desaparecí... y había una cámara...-comienza a justificarse entre hipidos, sin separarse del hombro de su gemela y apretándola con sus bracitos débiles y cansados.-...y ahora por mi...por mi culpa... van a buscarte... y a mamá...y... Lo siento, joder, perdóname...-sigue suplicando, sin importarle las grandes cascadas saladas que son ahora sus ojos, ni el temblor de todo su cuerpo; en ese momento para ella sólo existía su amada hermana. 

Sólo esperaba que pudiera entenderla.

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20/05/2013, 20:51
Agatha

El hormigueo comenzó a extenderse por Ruth como un ejército de liliputienses, anegándola desde el corazón para terminar en la punta de los dedos. Su otrora palidez comenzó a borrarse con el reverso de un lápiz invisible, eliminándola del mapa. Atónita, Agatha no pudo sino quedársela mirando con cara de poker, anodina y petrificada, con un parpadeo y movimiento inherente de la cabeza, sosteniéndose de milagro.

Se quedó así, quieta, sin moverse ni pensar, hasta que Ruth abrió los ojos y la abrazó. Esperó a que terminase de hablar, y lo único que supo hacer era rodearla con los brazos, poniéndole el gorro de lana para abrigarla en un gesto totalmente simbólico. No dijo nada, ni la juzgó, ni pareció asustarse. Sólo se quedó en shock, mimándola como hacía una hermana al ver su gemela llorar. Llorar por haberlas puesto a ambas en un compromiso.

Y pasó a reirse. Fue risa entrecortada, débil y tensa, de quien encuentra la ironía y la diversión en la incredulidad, aceptando aquello como algo inconcebible que, en cierto modo, era aceptable.

- Lo siento- se disculpó mientras la estrechaba ligeramente más, apretando su mejilla contra la de Ruth, fundiéndose con el calor y amor mutuo-. Pero tiene gracia, ¿sabes?- añadió con un deje de esperanza, cual gota en desierto-. Llevo años preguntándomelo. Si era sólo yo. Si al ser gemelas tú también serías igual en ese sentido.

Un nuevo eco de comezón se fue extendiendo por la pelirrosa, pero era fácil ver las diferencias. No era como pintar futuros. Ni como hacerse invisible. Ni siquiera era como espiar a los ojos de su hermana. No se sentía vaciar, cual vaso colmado en horizontal sobre la mesa. Era una sensación que nacía en la mejilla, y en la espalda, y en el tacto con su hermana.

Era sólo ella, Agatha. Y era lógico. Probablemente Ruth se lo habría llegado a plantear, aunque fuese de pasada. Ya no el estar sola. No que un grupo de patrulla hablase sobre alguien que podía ser como Ruth. Sino el hecho de que Agatha, idéntica a Ruth a nivel genético, sólo distinta en su experiencia de vida, cortada del mismo patrón, tuviese habilidades parejas. Que también fuese algo sobrenatural, a su manera.

Era Gerard, atravesando las sombrías calles de la ciudad al volante de aquel vehículo sin mácula. Conducía rápido, acercándose a la casa de Ruth a pasos de gigante. Llevaba puesta la quinta marcha en plena vía principal de la ciudad, convirtiéndose probablemente en un sonido de relámpago ante las patrullas de las calles laterales.

Y sin embargo, aquella visión no la pilotaba Gerard, sino Agatha. Del mismo modo que Ruth se ponía en los ojos de su gemela, ella lo hacía en los de su pareja. El chico estaba claramente nervioso, con las manos sudorosas. No era ningún corredor de rally, y jugarse la vida de esa forma era algo que le ponía cuanto menos cardíaco.

- Me preguntaba si eras capaz de esto- dijo Agatha a su hermana, con una voz lejana pero a su vez en la oreja, fruto del descompás de la situación, con los ojos en un hombre y las manos en una mujer-. Al principio pensaba que no podría controlarlo, pero todo fue cuestión de práctica. Supongo que con tu Don te habrá pasado lo mismo.

Dejó correr unos segundos, abandonando lentamente los ojos de Gerard, convirtiéndose primero en un borrón y luego en auténticas cortinas de humo.

- Pensaba, pienso, que de algún modo, quería verte. Así que lo hice, aún estando lejos. Veía a través de ti de vez en cuando- comenzó mientras la carretera se tornaba la cocina, y el volante, Agatha-. Nunca quise decirte nada, por si... sólo era cosa mía. Por si me rechazabas. Supongo que tú sólo querías... desaparecer.

Scooby miraba algo confuso sobre la mesa, olisqueando a las, segundos antes, ausentes hermanas. Se dejó caer a través de una silla al ver que volvían a estar allí, y se las quedó mirando con la cabeza ligeramente ladeada, sin terminar de comprender. Cómo podía un animal natural entender lo que aquellas dos adolescentes eran capaces de hacer.

Cómo podían siquiera ellas atinar a valorar todo lo que implicaba.

- No tienes que pedir perdón por nada, Ruth- explicó la chica, animándola con una mano sobre la suya-. Nosotros te fallamos una vez, así que no podemos reprocharte esto. Yo no hubiese actuado mejor que tú- la joven tenía los ojos vidriosos, mezcla de la emoción entre no saberse sola en el mundo, el sentirse conectada a su hermana y el comprender en qué circunstancias se encontraban-. No dejaré que te pase nada, pero, por supuesto, esto no puede salir de aquí. Cuanto menos gente sepa lo nuestro más seguras estaremos. Nunca se lo conté a Gerard- soltó una pequeño brote de risa, mezclado con hipo-, pero bueno, hubo veces en que lo miraba cuando le echaba de menos.

Lo dijo para relajar el ambiente, claro está. Era una pequeña, aunque tenía su trasfondo de realidad. Si su poder era el mismo que el de su hermana, no estaba limitada a verla a ella. Podría ver a a cualquiera. A cualquiera a quien conociese, al menos. Y podía enseñarle eso a otras personas. O podría llegar a hacerlo. Con esa cualidad adentrarse en los suburbios era un tanto menos peligroso, la verdad.

- Pero necesitamos un plan- exclamó poniéndose a la ofensiva, esperanzada-. Mamá y Gerard no acabarán de ver que nos tenemos que marchar. No sin una excusa. Algo que justifique por qué no podemos explicarle la situación a las esvásticas para que no nos cuelguen.

Compuso un mohín desagradable al decir eso, con una mueca de repelús. Le había resultado desagradable pensarlo.

- Y luego necesitamos ver cómo hacerlo. Podríamos intentar coger las cintas, pero por Dios, Ruth, no sé cómo podríamos hacer eso- soltó un poco de tiritona, abrazándose a ella nuevamente-. Supongo que necesitaremos ayuda de todos modos. Quien vaya a sacar al hermano de Gerard de aquí podría sacarnos a nosotras también. Mientras tanto nos quedaremos aquí. Sus padres no nos dejarán colgadas, espero.

Padres agobados, y Agatha estudiaba derecho. Quizás eso explicase cómo conoció a su novio.

Pero claro, eran los Anarquistas quienes iban a sacar al hermano de Gerard de la ciudad. Y eso era ciertamente un arma de doble filo. En los Anarquistas estaba ahora Axel, metido en su propia cruzada de vándalo que se había alzado en armas por la libertad. Y estaba Stille, que si bien era al parecer tenía tanto napalm en los huesos como plata en el corazón, no dejaba de ser alguien que había sido visto con Gretchen y Ambroos. La primera, un calco paralelo de Ruth. El segundo, apellidado Janssen. Como el jodido Axel.

Esos dos eran tío y sobrino, o padre hijo, o algo del estilo. Era demasiada puta casualidad que ambos estuviesen relacionados con Stille y su organización, y que tuviesen el mismo apellido. Sería un milagro que no se conociesen. Una posibilidad entre un millón. Pero claro, ¿qué otras opciones tenía para salir de allí?

¿Buscar al "panadero" del tejado? Quizás fuese otro "dotado", sí, pero no sabría ni por dónde empezar a buscarle, y aún en el hipotético caso de que se atreviese a eliminar el registro de ella misma desapareciendo, seguiría necesitando a gente que la apoyase en esa cruzada. Podía colarse dentro de la torre de comunicaciones haciéndose invisible, pero cuando las fuerzas le fallasen y su poder no la pudiese seguir ayudando, ¿qué?

Como Agatha había dicho, necesitaba un plan. Uno que no implicase, a ser posible, a Axel gritándola "¿Qué harías tú sin mi?".

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21/05/2013, 12:14
Padre Jürguen

Jurguen se sentía un poco estúpido escuchando todo aquello medio dormido mientras vestía una bata a cuadros y desentonados batines color chillón (regalo de Erika) frente a un individuo enfundado en un impecable uniforme del ejército alemán, con el porte característico de la rancia aristocracia alemana, descendiente de una orgullosa estirpe de militares prusianos, y además llevando los galones de un general y la ilustre Cruz de Hierro.

-Disculpe. Creo que necesito tomar algo para digerir todo lo que me ha dicho ¿Te o café?- Con el permiso del general, Jürguen se retiró a la cocina para poner agua al fuego y abrir los armaritos en busca de los componenetes esenciales de una infusión.

Mientras, repasaba mentálmente qué demoniso podía haber hecho mal. Desde que hubieran detenido a Linker durante una redada y este hubiera cantado los nombres de todos aquellos a los que había falsificado la documentación, pasando por una denuncia del propio D´Courvisier y terminando por ese maldito Ambroos Janssen, quienquiera que fuese reálmente.

Puede que sea por la clínica. Pensó. O simplemente han rastreado la llamada que hice el otro día. Le resultaba improbable que alguien le hubiese reconocido. Quiso creer que no fuera esto último.

Mientras estaba en la cocina, no pudo evitar echar un vistazo a la calle, paranoico, en busca de militares o coches negros, como los de la stasi durante la antigua RDA*.

Aún estaba a tiempo de saltar por la ventana y dejar todo atras. Durante unos segundos, el hecho de que el hombre que había entrado llevara uniforme del ejército y no el terror negro de las SS le daba cierto hálito de esperanza. O quizás todo fuera una trampa, fruto de una fría e implacable mente alemana. No debía equivocarse. Puede que aquél hombre hubiera venido a advertirle, pero haría lo que fuera necesario por su país. Sin duda, un patriota. Aunque no necesariamente un nazi.

Jürguen regresó junto al miitar, mientras el te/café se preparaban: -Lamento haberle echo esperar.- Fué lo único que pudo decir, con la cabeza agachada, mientras meditaba durante unos segundos.

Al fín, se decidió a hablar: -A decir verdad, si que tengo que reconocer alguna falta que otra. No puedo negar que mentí al llamar el otro día por teléfono al pedir una ambulancia para una amiga mía.-

-Bueno, y puede que me haya saltado no una, si no varias veces el toque de queda para ayudar a algún alma desesperada...- Jürguen se refería a las veces que había salido en dirección a la clínica privada...-En este barrio trabajan muchas de ellas, aunque no todas ellas se alojen en él.-

-Y puede que haya entrado a alguno de esos locales de por aquí. Si a alguien le preocupa que no haya actuado como un buen sacerdote, no tiene razón para ello. Hace mucho tiempo que no estoy con una mujer, puede creerme. Ya ni sabría que hacer con una. -

Aquí ya se estaba jugando las alubias: -Si no comulgar con la ideología del Partido es un crímen, entonces también soy culpable.-

-Pero no se equivoque, soy alemán...- Aquí miró al general a los ojos. -..señor. Y amo a mi país. Nunca haría algo que le causara daño a él y a sus gentes.-

-Me ha dicho que antaño usted fué sacerdote. Es curioso, porque yo antes de sacerdote serví a mi país, hace ya muchos años....-

-...Y, no sé. Si me preguntasen si estoy orgulloso del servivio que presté, pues tendría que responder sinceramente que no. Con todos mis respetos a los soldados que lucharon y dieron la vida por nuestra patria...- Aquí miro fíjamente a la Cruz de Hierro. -... el hábito que ahora visto es quizás una forma de intentar redimir mis pecados. Los pecados que cometí en nombre de mi amada patria. No todos recibimos órdenes honorables, señor. -

-Tengo mucho por lo que pagar, señor, pero todo crímen que cometí lo hice hace tiemo, al servivio de mi país. Ahora, el único pecado del que se me puede acusar es el de intentar ayudar a la gente que lo necesita...-

En ese momento, la cafetera/tetera empezó a silbar, y Jürguen se levantó de nuevo para servir la infusión.


* Siglas de la República Democrática Alemana.

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21/05/2013, 18:40
Administrador

El hombre rechazó con la mano y un agradecimiento la oferta de tomar nada, asegurando que se quedaría poco tiempo. No parecía que fuese con segundas, cual veneno sin rastro, y es que ciertamente ese hombre no se caracterizaba por ingerir demasiado sustento.

Se quedó en el salón, paciente y dejándole espacio, confiado, mientras Jürguen iba a la cocina y seguía con sus pesquisas. No se preocupó por una reacción agresiva con el hombre cargando una pistola con una bala reciclada. Sólo el sonido del gas llameado horadaba el silencio, salvando las gotas de lluvia contra el cristal de la ventana.

Cuando se asomó a la misma, paranoico y asustadizo, no vio nada inusual. Una noche fría, cerrada, con una lluvia débil y tímida. Luces encendidas en el barrio rojo y muy pocos transeúntes. Un local cerrando y alguna luz encendida en los pisos superiores, con sus inquilinos dentro. Un hombre con un paraguas, caminando por la acera del frente, alejándose con aire mortecino y desilusionado.

Lo único relativamente llamativo era un coche antiguo, con las luces puestas y la carrocería nueva y reforzada, cual pieza de coleccionista, que mirándola con algo de suspicacia dejaba ver una matrícula natural de alemania. Habían dos hombres dentro, esperando, uno en el asiento del piloto y otro en el del acompañante. El segundo, pese a la lluvia, tenía una mano sacada, y golpeaba repetitivamente la chapa con los dedos, impaciente.

Parecían hablar entre si con una mezcla de confianza y desdén, pero no prestaban atención alguna a Jürguen o su ventana. A juzgar por el vehículo era el medio de transporte del hombre que se encontraba en su casa, y esos dos no eran sino su chófer y su guardaespaldas personal. Probablemente. Era mejor prevenir que curar en una ciudad que, pese a estar controlada, aún tenía coletazos de rebeldía.

Cuando volvió, el alto mando le dejó hablar. Si bien le miraba esporádicamente a los ojos, su vista podía perderse por el salón, escrutándolo como si ello dijese más del sacerdote que sus palabras o su propia vestimenta. Y así era, por supuesto. Un hombre analítico que no se cernía sólo a lo que le ponían en las narices.

- Agradezco su sinceridad- comentó sin mucho entusiasmo mirando los parcos libros de estantería-, pero no he venido para que se justifique ante mi, sino a advertirle. No me ha dicho nada que no pueda obviar- le concedió, asumiendo que mentir para salvar la vida de una yonki, o visitar el barrio rojo por la noche para auxiliar a un par de putas, era algo aceptable a su desentendido criterio-. Teniendo en cuenta como están las cosas en Italia, no me preocupa su celibato.

Italia, sí. Un país controlado por las mafias a base de chantajes, amenazas, sobornos, favores y tráfico de influencias. Sólo el vaticano goza de inmunidad, asumiendo que los sicilianos y la camorra han decidido dejar en paz a la iglesia mientras no les pague con mala publicidad.

No sería en absoluto de extrañar que, como dicen algunas malas lenguas, en aras de su supervivencia hayan decidido poner su tráfico de armas al servicio de la maquinaria germana. Como tampoco lo sería que gran parte de la cúpula eclesiástica estuviese corrupta hasta el punto de tener tratos con la mafia, dejando de lado asuntos como la pederastia, el atesoramiento de vienes, y la caza secreta de Hijos de Dios, si es que tienen conocimiento de su existencia.

- Su ideología me trae sin cuidado, salvo que sea usted comunista, anarquista, o alguna otra basura absurda- añadió poniéndose en pie, sin desdén en el hablar, como si sólo se limitase a decir una obviedad. Ciertamente, el hombre podía o no ser un antisemita, pero parecía bastante tolerante para ser un auténtico neonazi-. Y mientras no se mee en sus raíces, claro- añadió refiriéndose a Alemania.

El hombre, a todas luces, ante el carácter sumiso de Jürguen había decidido imponerse de una forma más clara, con un lenguaje más agresivo aunque no por ello con un tono a la altura de sus palabras. Seguía siendo sosegado, aunque implacable.

- Sólo me gustaría decirle algo que ya sabrá. Le he avisado porque mirando su cargo, y revisando lo poco que por ahora saben de usted- un dato bastante interesante, revelando que Jürguen tenía cierto margen variable de tiempo para maniobrar-, me pareció usted alguien que merecía la oportunidad de enmendarse, aún en el caso de que su entrada en la ciudad no haya sido legítima. Los tribunales no serán tan comprensivos, la verdad.

La ventaja, que por algo tan nimio como un papel algo no mandarían fusilar a Jürguen y quizás incluso le juzgasen dados sus numerosos atenuantes. Las desventajas, que fusilarle le daría una nueva oportunidad, y que en la cárcel podía pudrirse de asco durante unos meses, o unos años, según la ley vigente y el juez de turno.

Y sin embargo, era bastante peor que todo eso. Porque podía quedarse en nada, pero si algún viejo aguilucho veía la foto de Jürguen y la cotejaba con cierto científico desaparecido... podía darse por el primero en la lista negra.

- La buena memoria a veces es un obstáculo al buen pensamiento1, padre- poetizó mientras desandaba su camino hacia la puerta-. Cuanto más envejezco más me doy cuenta de que con la edad uno no se vuelve más sabio, sólo más cansado- un viejo perro militar, que si era tan comprensivo y distendido probablemente fuese porque estaría harto de todo lo que implicaba su cargo, para muestra que sólo luciese la medalla y los broches en lugar de todo el uniforme militar-. No soy más listo de lo que era hace 30 años. Estoy cansado de lidiar con las mentiras y esconder los miedos. Tener conciencia de mi mismo no revela mis indiscreciones. Lo hace el cansancio2.

Miró con gravedad a Jürguen, abriendo la puerta. No hablaba sólo por él. Sino también por su interlocutor. Asumía que la culpa de su actual situación, si es que era cierta, se debía a la personalidad que había estado luciendo hasta el momento el sacerdote. No le faltaba cierta razón, aunque en qué medida era algo que sólo el propio padre podía saber.

Y sin más, esa fue la despedida del militar. Con la despedida de Jürguen marcharía por la puerta, célere y presto. Sólo había venido a ponerle bajo aviso en persona, así que nada más le retenía allí. No iba a ayudarle, ni a tomarse un café con él. Era el momento de que Jürguen valorase cuales eran sus prioridades y cómo iba a lidiar con sus circunstancias en su futuro más inmediato.


1* Friedrich Nietzsche.
2* Sons of Anarchy, Season 1.

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21/05/2013, 19:13
Ambroos Janssen

- Entonces...tenemos que cargarnos a ese tal Viktor sin que pueda hacer que cambiemos de opinión. Miró a Arjen. Estaba claro que la única función de Gretchen en aquel trío era susurrarles incoherencias al oído para que ambos hombres tuvieran la excusa perfecta para hacer explotar cosas y gente que nunca les había agradado. Si quería que los elementos peligrosos de la educación desapareciesen, lo iba a tener que hacer él mismo.

- Hay demasiados campos abiertos. Concluyó Ambroos de golpe, como si la cabeza se le hubiera iluminado con algo de retraso. Deberíamos encargarnos de cada cosa a su tiempo y cuando surja la oportunidad. En cualquier momento puedo convocar a Jurgen. anunció. Al fin y al cabo, el sacerdote, si es que lo era de verdad, sabía que Janssen tenía algo más que una relación de trabajo con Natasha. Pese a su agresividad, la preocupación sería más que coherente.

- Lo de Viktor será más complicado. Sabemos donde está Dyrk y creo que es prioridad. Anunció, mirando a Gretchen. Por supuesto que por su cabecita loca pasarían otras prioridades: acabar con su padre y salvar a Stille. Pero ni su padre había aparecido, ni Stille estaba en peligro real...de momento. Chascó la lengua, pensativo. Si Taylor o cualquier otro imbécil de la ecuación se cruzan en nuestro camino, deberíamos darles un buen motivo para hablar y luego quitárnoslos de en medio. Y eso incluye a tu padre.  se sinceró, mirando a la cría. Quizás Gretchen ni siquiera lo quería muerto: solo lejos. Pero Ambroos estaba cansado de tirar las pelotas fuera del campo para que luego la perra de la fortuna se las trajese como un cánido feliz. No iba a volver a repetir su error.

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23/05/2013, 14:38
Eugenius Novák

Los ojos de Eugenius eran la única parte de su cuerpo que era incapaz de disimular su curiosidad por todo cuanto acontecía en el interior de aquel complejo. Observó con decisión cada detalle, cada movimiento… a todos y cada uno de aquellos hombres embutidos en trajes de aislamiento que salían de vez en cuando de alguna puerta hermética. Sabía perfectamente que los nazis guardaban un montón de secretos tras la mayoría de esas puertas, en su mayor parte secretos dedicados a la guerra. Y aunque no era algo que le atrajera principalmente, se preguntaba si habrían hecho algún gran descubrimiento científico… algo que fuera digno de que los ojos del genio lo revisaran.

Esperó, casi rezó y confió en que no tuvieran ningún dispositivo destinado a detectar a gente como él. De ser así se vería envuelto en un problema muy gordo. Y Eugenius no quería que nadie pusiera en duda su capacidad intelectual. Ni que dijeran que todo era sólo por ser mutante. Él sabía que eso no era cierto, pero los palurdos siempre sabían modificar la información para que el resto de palurdos del mundo creyeran lo que ellos quisieran.

A medida que sus pasos avanzaban se arrebujó en su chaqueta inconscientemente, como si ello fuera a protegerle de una explosión nuclear en caso de  fallo en el núcleo del reactor. Su mente sabía que era algo absurdo, pero su cuerpo respondía como el de cualquier ser humano… inconscientemente, buscando protección.

Recordó el documento confidencial que acababa de hacerle firmar la administrativa… lo recordaba palabra por palabra. Algo absurdo teniendo en cuenta la cantidad de papeles que ya había firmado. Y que además tuviera que esperar a que el súbdito del Gobernador acreditara verbalmente que tenía permiso para entrar… era un insulto flagrante. Obviamente no iba a ponerse a discutir con aquellos paletos que él iría a donde le diera la gana y vería lo que quisiera… no venía a cuento porque no atenderían a razones. Pero se prometió a sí mismo descubrir el origen del problema alemán y restregárselo por las narices al Gobernador un buen rato antes de decirle lo que realmente ocurría.

Al revisar los proyectos de Vanderveer casi tuvo una confirmación de que los alemanes habían tenido algo que ver en su muerte. Se preguntó por qué su colega y amigo no le había dicho nada de sus trabajos para los alemanes. A lo mejor los alemanes robaron su trabajo y él no estaba trabajando para ellos. Podían ser infinitas probabilidades… pero de momento no podía especular y no tenía pruebas sólidas de nada. Guardó en otro rincón de su mente toda aquella información y pasó página decidido a continuar con su misión.

- Muchas gracias por avisarme, Maggie. – Eugenius carraspeó ligeramente pues se le hacía raro tratar de tú a la doctora. – Hablaremos en persona luego, tengo que ir a hablar con mi hermana y espero disponer de unos minutos para tratar algo con usted. Da igual si están grabando esto… - dijo con total seguridad y con un tono firme – no tomarán represalias contra mí ni contra usted por la cuenta que les trae. O les dejaré a su suerte, y no creo que eso les convenga. – Eugenius meditó unos instantes si decir algo más pero se contuvo, ya hablaría con Maggie más tarde. Y les gustara a los alemanes o no, le pondría al día de la situación de la central.

- Hasta que nos veamos, tenga cuidado doctora. – el cambio del tú a usted fue casi necesario, puesto que Eugenius no quería involucrarse más personalmente, al menos no por teléfono.

Siguió avanzando tras colgar, y al llegar a la gran sala quedó impresionado. Los nazis habían realizado enormes esfuerzos y un gran trabajo en aquello. Se preguntó si tendrían pensado usar Amsterdam como base de operaciones desde la que lanzar sus ataques biológicos contra poblaciones vecinas… puesto que todo lo que allí veía parecía indicar eso. A Eugenius le preocupaban las opciones… por un lado si Amsterdam no colaboraba era fácil que fuera arrasada y destruida, y por el lado contrario, podía ser recordada en la historia como el origen de los ataques alemanes que acabaron con millones de inocentes en aquella estúpida y absurda guerra.

Observó las escaleras en mitad de la plataforma, y el pequeño panel de control que regulaba los niveles de toxicidad, calentamiento, presión y sellado. Y decidió que allí debía ser donde comenzara su investigación. Ignorando deliberadamente al hombre que le había espiado, y al que ahora podía poner nombre: Omar, e ignorando también a su acompañante rubia, Nóvak avanzó directo hacia el panel de control para deslizar sus dedos por el mismo, como si estuviera contemplando una obra de arte.

Se agachó a lo largo del panel y acercó la cara para examinar de cerca todos los cables y todas las posibilidades por si captara algo que le llamara la atención… y sobretodo para disimular por completo el uso de su habilidad. En cuanto sus dedos rozaron el dispositivo cerró los ojos un instante y se concentró en lo que quería saber… se concentró en que el entramado de maquinaria le dijera dónde y cómo se perdía la energía… Eugenius quería saberlo todo.

Para cuando separara sus dedos del panel del control, apenas unos segundos después, ya dispondría de toda la información que necesitaba, puede que incluso sabría quién había manipulado el reactor… y le sobraría tiempo de esa media hora para investigar algo más…

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23/05/2013, 15:27
TCP

 

Eugenius tocó el cable, y esperó. Sintió un torrente venoso desde el corazón, fluyendo por el brazo como una isquemia. Resultaba extrañamente doloroso y molesto, cuando de normal el uso de su poder sobrenatural era un simple estallido de frío en el corazón y las yemas de los dedos afectos. En aquella ocasión, en cambio, sentía fluir el pulso de energía por todo el brazo, desatando un efecto que a nivel médico carecía de explicación, al menos por el momento, dado su carácter pura y enteramente sobrenatural.

Esperó un tiempo, intentando hacer traspasar aquel torrente de energía del brazo a los cables, y fue sintiendo poco a poco cómo, en lugar de ser la información la que iba hacia él, era él quien iba hacia la información. No le preguntaba algo a la máquina y esta se encargaba de transportar la preguntarla, procesarla, y devolverle la respuesta. Sólo le llevaba por el interior de La Red hasta el punto de enigma. Algo que no le había sucedido nunca, pero que dada su naturaleza curiosa y su obsesión por los sistemas soportó en aras de averiguar La Verdad. Una bastante aterradora.

Sus ojos cerraron por completo el campo de visión, adentrándolo en una red de túneles en código binario. No tenía consciencia de nada salvo de una opresión constante en las sienes, presionando las venas temporales de una forma que le provocaba una ligera sensación de mareo y pérdida de equilibrio. Asumía que debía de estar conteniendo sudores y un jadeo funesto, pero no podía saberlo.

Se dejó llevar por los canales, recorriendo los innumerables canales de información que representaban la red de ordenadores y sistemas operativos de la central. Apenas podía leer más que palabras sueltas en binario, dada la velocidad a la que lo atravesaba. Era difícil de procesar hasta para él. Pero llegó adonde quería, deteniéndose como una cámara panorámica frente a la pared de dígitos.

Nadie estaba saboteando la central. No desde dentro. Algo estaba consumiendo, efectivamente, la energía de una subestación en la periferia, en la que debía de ser una zona pobre con escueta vigilancia salvando ese complejo. Pero, si bien aquello era notorio y era una forma de sabotaje, como bien apuntó Fremont, no era ese el problema principal. No podía ver las cámaras de seguridad desde ahí, no sin grandes esfuerzos o acercarse a la garita de seguridad, pero quizás no le hiciese falta.

Ahí se explicaba que las fugas de energía no venían dadas desde el exterior. No había una mano ejecutora. Era la propia central nuclear quien se saboteaba a si misma. Era ella quien desviaba la energía hacia su interior, quemándola para alimentar una sobrecarga de actividad en el sistema informático. El propio sistema de seguridad de la central, el propio protocolo autómata sobre niveles de peligrosidad, estaba imbuyéndose un estado de alarma progresivo para alimentar ciertos puntos de su hardware, incrementando así la velocidad de procesamiento. Como si en función de la energía derivada el sistema pudiese actuar con mayor celeridad o lentitud. 

Y entonces el hombre pareció perder el control de la situación. La pared de dígitos ante él tomó forma, componiendo la visión esquematizada de un clásico agente gubernamental que se asemejaba peligrosamente al propio Novák. Aquello era informática. Era inteligencia artificial. Era el reflejo de que, efectivamente, había un precio a pagar por conferirle a la cibernética y los sistemas tecnológicos poder sobre el mundo. No le resultó difícil comprenderlo. Aquello era el sistema de seguridad de la central nuclear, en cierto modo.

Escuche con atención, Doctor Novák. Soy c0mrade. Vanderveer me ha programado para acabar con toda esta locura. Él, y por lo tanto yo, está convencido de que no hay forma humana de contener a la amenaza neonazi. Podrá parecerle incorrecto arrasar la unión europea para ello, pero no deja de ser una pérdida menor en comparación al daño que sufriría la civilización si los nazis ganasen la guerra.

No intente detenerme. Sabe que mi codificación de protocolo no puede transgredir los límites de la central, pero también que yo controlo este lugar. Si intenta detenerme, haré que Ávalon estalle. Y todo el territorio que usted conoce como los Países Bajos será un páramo nuclear. No será igual de destructivo que si llevo todos los parámetros de control a su máximo nivel intolerable, pero seguiré habiendo hecho todo lo posible por llevar a término el propósito para el que he sido concebido. Atajar el problema neonazi para siempre.

Aquello era bastante sencillo. Un programa informático, un virus, generado y diseñado por Vanderveer e implantado como sistema de seguridad en la central nuclear. Estaba claro que el compañero de Novák había estado trabajando para los nazis, pero les había pagado con un alto y secreto precio. Sus intenciones eran aviesas cuanto menos.

El problema era que Novák, aunque probablemente podría con paciencia y tiempo extirpar aquel tumor de la central, no podía hacerlo sin arriesgarse a que todo el país volase en mil pedazos. El sistema podía volar aquello cuando quisiese, y si no lo hacía era porque quería conseguir las circunstancias óptimas para causar el mayor daño posible.

Había advertido al científico, pues este estaba actuando en contra de sus intereses, pero no dialogaría ni discutiría con él al respecto. Sus intenciones eran simples y estaban grabadas en su secuencia binaria. Inmodificable. O quizás si, pero nuevamente, no son exponer a todo el país. Aquello, fuese lo que fuese, podía luchar contra el poder de Novák.

No en vano, podía comunicarse con las máquinas, y quizás interferir sobre ellas, pero su Intelgiencia Artificial parecía poder resistirse, como un virus que había mutado atesorando información para alcanzar estadios de autodefensa y seguridad capaces de convertirlo en algo capaz de pasar desapercibido a plena vista y de luchar contra las facultades del científico nuclear.

Intentó resistirse, pero el sistema le expulsó. Retrocedió su trayecto andado a velocidad de relámpago, atravesando los 0s y 1s como un borrón, hasta encontrarse al fin, mareado y algo azorado, donde lo había dejado. Tocando los cables. Se sentía ligeramente vacío, y dolido en cierto modo al haber sido contrarrestado por el sistema, que a todas luces había tenido suerte, pero aquello era un hecho.

Alguien quería matar a Novák, los Alemanes querían que solventase el problema de la central, algo estaba saboteando una delas subestaciones, Ria tenía cáncer, y Ávalon era una bomba de relojería que no quería ser detenida. Si a eso le sumábamos las amenazas biológicas que contenía la central nuclear, los proyectos que en ella se escondía y las pesquisas de Fremont, podía decirse que Novák tenía mucho camino por recorrer, y que tenía un tiempo bastante limitado.

Tanto como El Gobernador y c0mrade le dejasen, en realidad. Aunque este último había dicho que no podía, al no estar programado para ello, transgredir los límites de la central nuclear. Así que la partida de ajedrez tenía que haber sido cosa de Vanderveer. Una prueba de testeo para ver la capacidad de su programa.

Aún pudiera pensarse que era un reto de Fremont, pero no. Quizás, sólo quizás, las similitudes de juego de Fremont se debiesen a su colaboración en el diseño del sistema de seguridad o a su asociación con Vanderveer. Sólo algo corrupto y con inteligencia y creatividad propia podría haber interferido en el don sobrenatural de Novák para comunicarse con las máquinas.

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23/05/2013, 20:27
Ruth Karsten


Aún abrazada a su hermana, Ruth la escuchó como si su voz fuese una luz guía al final del túnel negro que era su vida en ese momento. Su risa... su risa limpia y completamente cálida la hizo avanzar con pasos de gigante por el camino, sin quererlo, Ruth también comenzó a reír suavemente contagiada por la risa de su hermana. Cuando ésta comienza a hablar en su mejilla, la llorona la mira extrañada, sin saber exactamente qué quiere decir... Hasta que vuelve a sentir un cosquilleo algo familiar, naciendo a partir de su contacto con la piel de Ágatha. 

Y ya no está ahí, ahora Ruth está conduciendo a toda velocidad de camino a su casa por las calles de Ámsterdam, con las manos sudorosas y el corazón latiéndole con fuerza. Sabía que no era ella, ni Ágatha... ¿Gerard? 

Vuelve a escuchar la voz de su hermana, que la trae de vuelta a la normalidad. Ruth parpadea rápidamente, sin entender del todo lo que acaba de pasar... Sabía que podía ponerse en los ojos de Agatha, y cuando volvió con ella hacía un año, ésta compartió sus dibujos en los que aparecía Axel, por lo que alguna vez se había tenido que poner en su lugar. Lo que desconocía era que también podía ponerse en los ojos de otras personas que no fueran Agatha... y si ambas compartían ese poder... ¿por qué no iba a poder Agatha hacerse invisible? ¿Por qué no predecir el futuro con sus dibujos? 

Pero fuera lo que fuese... se dio cuenta de que realmete no estaba tan sola como ella creía. Sin poder evitarlo, sonríe de pura felicidad al vislumbrar un pequeño rayo de sol en medio de tanta oscuridad. Cuando ambas vuelven a la cocina de los Schumann, niega con la cabeza lentamente, sin separarse de su mejilla cálida y suave.

-Jamás te rechazaría por algo así.-le dice con completa sinceridad, dedicándole una sonrisa amable y franca también... incluso con dulzura, aquélla que sólo le salía estando con su gemela.-Yo... yo también me ponía en tus ojos de vez en cuando.-le confiesa Ruth, recordando el momento en el que dibujó a su hermana antes de dejar definitivamente a Axel.-Al principio sólo eran sueños en los que veía cosas que jamás había visto antes... Después comencé a dibujar personas y personas que no conocía... Por último, te dibujé a ti.-sonríe nostálgica.-Si supieras cuanto me ayudó ese dibujo...-susurra. Era cierto, de no ser por ese retrato, seguramente Ruth seguiría encadenada a Axel. Sólo pensarle, le dan escalofríos y vuelve a abrazarla, enterrando la cabeza en sus rubios mechones de pelo, respirando el olor que tanto la tranquilizaba en momentos como ese.-Actualmente no puedo controlarlo... de vez en cuando veo lo que tú. Cuando te llamé acababa de verte por la periferia, en un sitio en el que desde luego no encajas para nada-se permite bromear un poco, sin malicia alguna.-Es increíble todo esto, ¿no crees?

Suelta una risa, incrédula, sin haber asimilado aún el don de su hermana y los posibles dones que pudieran compartir. Tal vez Agatha poseyese uno que ella no había descubierto... ¿quién sabe? 

Acaricia con suavidad la mano que ha puesto sobre ella, escuchando sus palabras reconfortantes. Sabía que Agatha lo hubiese hecho mucho mejor que ella, aunque dijera que no. Al fin y al cabo, Agatha era más inteligente y talentosa, algo habría pensado en ese momento. 

Sin embargo, en cuanto comienza a insinuar que irá con ella a solucionar el problema de la cinta, Agatha se niega en rotundo, mutando su gesto ahora suave y algo tranquilo, a uno completamente serio, de piedra. No. No iba a dejar que su gemela se expusiera de ese modo. De ninguna manera. 

-No, Agatha, no.-dice sin dejar de negar con la cabeza.-No voy a dejar que vengas conmigo. Es demasiado peligroso.-sentencia, y su tono de voz dice que no hay lugar a discusión.-A mí ya me han pillado, no voy a dejar que te cojan a ti también. De ti no saben nada, ni tienen por qué hacerlo. Si vienes, nos arriesgamos a que te cojan a ti también y...-comienza a argumentar, pero sólo con pensar las atrocidades que podrían hacerle a su hermana, se le encoge el corazón y le da punzadas dolorosas. Suspira, prefiriéndo omitirlo.-... y no podría vivir sabiendo que te cogieron por mi culpa, Agatha...-dice con franqueza, más para ella que para su hermana.-Es mi problema, pequeña... Y tengo que solucionarlo yo. No quiero meterte a ti más de lo que ya lo he hecho...-suspira arrepentida, maldiciendo el dichoso momento en el que decidió subir a la azotea a fisgonear donde no la llamaban... 

Y ahora iban a por ella, y pronto a por su hermana. Sabía que no podía quedarse mucho más tiempo allí, debía ir a por las cintas y el tiempo corría en su contra. Cada segundo que pasaba era uno más que la acercaba a su futuro destino como cobaya de laboratorio. Intentó no llorar, resignándose a lo que debía hacer, aunque sólo quisiera huir... Si dependiera sólo de ella, haría tiempo que hubiese abandonado la ciudad ya... Pero esa cinta perjudicaba a Agatha y a su madre también... por su culpa, ellas podían pagarlo muy caro. Y no iba a permitirlo. 

-Escúchame... Voy a ir a por la cinta. No, no vas a venir.-se anticipó a ella, aunque sabía que se empeñaría en ir con ella.-Pero... si las cosas se complican... Sal del país con mamá. Id lejos, a salvo. Los anarquistas podrían ayudaros como hicieron con el hermano de Gerard...-le pide estrechándole la mano con ambas suyas. 

No quería enviarla con los anarquistas  por Axel... pero ahí dentro estaba Stille, en quien confiaba que, si viese que Axel se le acercaba a su hermana más de la cuenta, le reventase las pelotas con la suela de su bota. Ruth lo haría, y pisaría un par de veces más de la cuenta. 

-Te quiero muchísimo, Agatha...-le dice abrazándola una vez más. Y sin saber por qué (o sin querer saberlo), le sonó demasiado a despedida.

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24/05/2013, 01:00
Administrador

Agatha le concedió ese crédito. Sabiéndola ahora como una mujer capaz de hacerse invisible debía dejarle intentarlo. Aunque difería con respecto a meterse en aquello. Le costó bastante dejar marchar a Ruth, aunque acabó cediendo. No la dejó ir sin asegurarse antes de que llevaba el móvil, y que la llamase si pasaba cualquier cosa. Le seguía carcomiendo por dentro el dejarla marchar, aunque sabía que retenerla sería inútil.

Era peligroso, y Ruth se jugaba el tipo por hacer algo así. Miró la dirección aproximada del lugar, y rezó por saber orientarse una vez en las calles. Sólo debía hacerse un mapa mental y seguirlo, pero si las patrullas la obligaban a desviarse de la ruta podría tener problemas. Eso asumiendo que no la enganchasen por el cuello.

Sea como fuere, Agatha la instó a volver si no lo veía claro, o si parecía demasiado arduo, o si había complicaciones. Especialmente porque Anne y Gerard querrían matarla al ver que había decidido salir sola, por segunda vez, a la calle. Su hermana al menos podía hacer un esfuerzo por entender sus buenas intenciones.

La chica casi parecía en deuda con su hermana, sincronizada con ella más que nunca ahora que se sabían ambas con aquel don sobrenatural. Por no hablar del instinto altruista de Ruth. Lo que sí hizo Agatha fue animar a la pelirrosa a que intentase controlar aquella capacidad para ponerse en los ojos de los demás. Eso podía llegar a significar la diferencia entre vivir o morir.

La suerte parecía estar del lado de Ruth Karsten. Tanto así que la joven apenas podía dar crédito de la misma. Ya había caído el cenit de la noche, y la luna comenzaba a despuntar con miras al amanecer. Tres, cuatro horas. No debía de quedar mucho más. Había salido la joven a la calle y había hecho gala de una diosa fortuna envidiable.

Tanto encogerse de miedo ante el cretino de su ex novio y ante su padre parecían haberla dado resultados. La calle podía ser un sitio duro para vivir, y ella había aprendido a moverse con éxito asequible. Tanto así que consiguió esquivar a las patrullas que se iba cruzando. Tres furgones, docenas de soldados rasos a pie, un Capitán, dos Capataces con sus respectivas Cajas Negras y tres soldados de infantería pesada, blindados hasta los dientes y con una ametralladora de ráfaga. Y todo para imponer ante los ciudadanos y garantizar que el toque de queda se respetaba.

Pese a ello Ruth se encontraba en la azotea de un edificio bajo, de cuatro pisos. Contiguo a la torre de comunicaciones. Desde allí cerca podía verla por primera vez en todo su esplendor. Había un cerco de alambre alrededor del recinto, protegido a ambos lados por patrullas regulares que se veían entre si y que no dejaban durante más de cinco segundos un ángulo ciego. Al lado de casi un tercio de los bloques de patrulla, compuestos por ente una y siete personas, había un doberman adiestrado. O en su defecto un perro militar.

Sólo parecía haber una puerta, salvando algunas auxiliares en la verja, cerradas con llave, cadena manual plateada, un candado de seguridad y un pestillo por dentro. Había dos hombres dentro y dos fuera, ambos lados de esas entradas. En la puerta principal, un tanque justo al otro lado, bloqueando el acceso a vehículos. Sólo se retiraría, probablemente, cuando entrase o saliese algo sobre ruedas. No había helipuerto, pero sí cuatro torreones de vigilancia, uno en cada esquina, con focos de luz que se deslizaban de forma regular, iluminando a las patrullas, oscuras en la sombra, sólo radiantes bajo esos círculos blancos o al pasar por una farola.

Más allá del tanque, podía dar el lugar de acceso por descartado. Desde luego la entrada principal no era una apuesta por lo más inteligente.

Dos escuadrones de soldados rasos, todos ellos ataviados con el uniforme del ejército de tierra, más concretamente de infantería. Ante un par de gritos en alemán, los hombres hacían el saludo pertinente al estilo militar, o al cara al sol. Cambiaban el peso de una pierna a la otra cuando lo pedían, e incluso volteaban el arma en sus manos o apuntaban con ella a algún punto indeterminado en la distancia.

Se alzaban el portal abierto que daba interior al edificio, como un pequeño túnel hacia las catacumbas del nazismo. Y allí dentro, si todo marchaba bien, estarían las grabaciones que revelaban a Ruth como una suerte de engendro sobrenatural. O así la llamarían ellos probablemente, vaya. Podía darse por afortunada de haber encontrado el lugar, aunque aún no supiese exactamente cómo entrar.

Era imposible reconocer a aquel que dictaba las órdenes, mandado a los soldados formar, cuadrarse y coordinarse en su hacer. Estaba ante ellos, en mitad de la puerta, con otros cuatro hombres detrás. Un hombre comenzó a avanzar entre las filas de soldados. Llevaba un uniforme negro, con gorra, probablemente de las Schutzstaffel, si es que volvían a existir. De estatura media, con andar fibroso y ágil pero rígido y disciplinado. Con las manos a la espalda, impoluto. Caucásico, por supuesto. Habló con aquel que ordenaba a los hombres, le estrechó la mano y se adentró en el complejo.

Ruth bien podía asumir que ese hombre, fuese quien fuese, era importante. Que entrase en aquel sitio no le debía inspirar ninguna confianza. La pregunta era cómo entrar. Bien podía hacerlo por la puerta principal, pero sin hacer ruido aquello podría hacerla perder demasiado tiempo, y sus energías no eran eternas. Por una secundaria, si esperaba a que se abriesen, aún podía atajar un poco de sus reservas, aunque era más peligroso al ser un espacio mucho más reducido.

Sea como fuere, una vez dentro tendría que pensar en algo rápido. Vestuarios como mínimo. Si iba a pasearse por el complejo en busca de su grabación iba a necesitar tiempo. Y más suerte. Podía salir muy mal. O salvarle. Aún estaba a tiempo de retirarse y volver con refuerzos. O de intentar colarse por bajo tierra, si es que había un acceso.

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