Partida Rol por web

Sortien
Bajas un piso a toda prisa, pero reculas esperando a que Ankor te acompañe, pues llevas el candelabro contigo y no quieres que Ankor caiga y se haga daño por la oscuridad.

Una vez Ankor alcanza a Sortien, ambos descienden precipitadamente las escaleras de caracol para llegar a otro piso muy parecido al anterior, lleno de bártulos sin uso y con una puerta en la misma posición que la habitación superior.

Se vuelve a escuchar un apagado grito bajo vuestros pies.

-¡Devuélveme a mi hijoooo!¡Por favor llévate a otro!¡Llévate al de Berna o al de Laris, pero no al míooo!

La voz aguda y llorosa es de una mujer, y se escucha también el choque de la suela de una bota contra los escalones que hay por debajo de Ankor y Sortien; ¡alguien sube por la escalera de caracol!

No podemos permitirnos el lujo de meternos en problemas aqui.

Con un gesto Sortien indica a Ankor que se oculte tras los bartulos de la habitación mientras le sigue y finalmente sopla para apagar la vela.

No estáis muy seguros de haber apagado a tiempo el candelabro, pero aún así ambos os ocultáis tras un grupo de barriles en la esquina de la sala. Un globo de luz se va haciendo cada vez más notorio por las escaleras de caracol hasta que véis el rostro de un hombre joven y con bigote que sube por ellas. Poco a poco vais viendo el resto, el niño que lleva amordazado al hombro izquierdo, la linterna de aceite que lleva alzada con la mano derecha, la cota de malla junto con la espada larga al cinto y los guanteletes metálicos allí colgados y las botas que en conjunto lo delatan como un Caballero o más bien un miembro de la orden con rango de iniciado, piensa Ankor. El hombre se detiene en el descansillo e ilumina la estancia, tiene un rictus extrañado en el rostro.

Contenéis la respiración durante unos segundos mientras el tipo ilumina los barriles y da un paso hacia vosotros. Luego se dirige hacia otras cajas y respiráis tranquilos. Finalmente coge la escalera de caracol y continúa subiendo.

Malhumorado, Forad se encamina a tientas hacia el lugar donde se topó con la rueca. Su paciencia se está acabando pero aún se resiste ha usar la magia, siempre que la usa se pierde parte de su vida. Aún así trata de ir con cuidado, no quiere tropezar de nuevo.

-A ver donde estará... ¡aú! - Tras pincharse con la aguja logra localizarla y procede a extraerla. - Este almacén tiene que estar en la parte más profunda del edificio, si no se dejaría ver alguna ligera luminosidad bajo la puerta.

Después de un rato, y con un dedo dolorido, se encamina de nuevo hasta la puerta siguiendo la fria pared con las manos.

-¿Habrá alguna ventana tapada por lonas o algo similar? No, no creo, esto es un almacén. - Forad se queda parado un momento pensativo. Bueno, vamos intentaré abrir ya puerta y, si no lo consigo revisaré la para ver si hay alguna ventana.

Cuando llega a la puerta a tientas recorre la madera hasta encontrar el hierro del cierre. Introduce la aguja y forcejea con el mecanismo.

Ankor
El niño es rubio, de pelo largo y rostro sucio, tiene las ropas sucias y húmedas como si hubiera estado confinado y una mordaza hecha con un trapo le tapa la boca. Está algo demacrado y el hombre lo carga como si no pesara nada.

Sois incapaces de determinar en qué piso el tipo deja la torre. Esperáis un par de minutos después de que se escuchen las pisadas para volver a hablar en susurros.

No véis nada de nada.

Tus ojos se adaptan rápido a la penumbra, y con la poca luz que se filtra de tu candelabro, que convenientemente has ocultado tras tu espalda, vislumbras unos maniquíes para armaduras, una armería de madera con un par de listones rotos y una polvorienta colección de alabardas en ellas, unas cuantas cajas desclaveteadas con los tablones encima y el descansillo de una escalera de caracol central, idéntica en situación a las de las torres exteriores. No se filtra ninguna luz del piso superior ni del inferior. No se oye ningún ruido.

Te posicionas en la esquina y dejas el yesquero que siempre llevas encima a mano, para encender rápido el candelabro cuando te haga falta. No es que sea un gran escondrijo, pero si quien salga no se dirije hacia ese lado del pasillo, no te verá.

Sortien y Ankor llegáis hasta vuestro piso y, ayudándoos de la luz de la luna que se filtra por las saeteras, alcanzáis la puerta que estaba abierta y salís al pasillo junto a la cámara que Vantras ha tenido a bien en concederos.

Cuelas tres dedos por detrás de la puerta y la atraes hacia ti con suavidad. Miras por el hueco resultante para ver un pasillo con el suelo de tierra apisonada y paredes de dura piedra. Por una saetera se cuela un mínimo de luz que te anuncia un reciente amanecer. Lo que ves de pasillo está desierto. No se escucha nada.

Un inconfundible aroma acude a tu pituitaria; te retrae a tu infancia, a los desayunos en la fonda del Amarillo. Alguien está horneando pan, y el olor que te asalta viene de la parte izquierda del pasillo.

Abres la puerta y observas cómo el almacen va viéndose poblado por distintos volúmenes. Sobresalen dos enormes estanterías de madera centrales, colocadas espalda con espalda, y casi vacías. En el otro lateral de donde están los tapices, las cajas y demás hay una armería donde reposan largas armas de asta del tipo de las alabardas. En una esquina reposa un bulto que te recuerda a una silla de montar, y junto a ella hay un gran arcón con cerradura. No tiene ninguna ventana.

Confiando en sus habilidades Forad emprende la tarea de abrir la cerradura con la aguja. No esperaba que le resultara tan fácil la de la puerta y ahora actua resuelto y confiado.

Al acercarse al arcón mira atentamente la silla de montar con la esperanza de desde la cercanía se confirmara que no es una silla y son sus cosas.

Por supuesto no olvida la puerta abierta y mantiene los oidos atentos así como de vez en cuando lanza miradas rápidas al umbral.

Por mucho que lo intenta no logra dar esta vez con la manera de accionar le mecanismo de la cerradura pero sigue insistiendo.

Sudoroso por la tensión Forad se acerca con cautela a la puerta. Aprovechando el aumento de la luz la cierra lo suficiente para no quedarse a oscuras y lo intenta de nuevo pero todo va de mal en peor. Finalmente, desesperado, lanza con rabia la aguja contra la pared del fondo y se dirige a la puerta.

-Habrá que salir de aquí. Pero... ¿por qué estaba encerrado? Si lo supiera sabría donde pueden estar mis cosas. ¿Habrá sido cosa del manco? Eso es... ¿donde están los otros?

Forad capta de nuevo aroma del pan recién horneado.

-Algo me dice que no pasaría nada si fuera a la cocina pero... no estoy seguro.

Plaga de Plata no parece afectado por las miradas airosas. Menos aún Ooray, que parece concentrado en un punto invisible de la esquina opuesta. El vendelano hace una señal a Ooray para que salga de la sala, cosa que hace sin prestar la menor atención al resto de personas que en ella hay, y él sigue hablando.

-Pueden pensar lo que quieran de mí. Si su amigo hubiera caído en otras manos, quisás les estarían ofresiendo su cadáver en ves de su libertad.

>>Como acto de deferensia hasia ti, caballero, deyaré libre al joven. Pero recuerda que tienes una deuda con nosotros, y pienso cobrármela cuando la nesesite.

>>Que alguno de vosotros nos acompañe, para que recoya al herido.

Tamborilea con los dedos en la mesa, a la espera.

Remueves un poco los objetos que hay esparcidos junto a la pared, y no encuentras más que pequeños nidos de ratones abandonados y telarañas. La aguja parece haberse desintegrado.

En medio de tu búsqueda resuenan pasos en el pasillo. Alguien se acerca por él.

Te despierta un rítmico pero enérgico zarandeo. Ooray ha vuelto, y en cuanto ve que abres los ojos, comienza a hablar.

-Tus amigos han aceptiado. Vienen a por ti.

Te suelta las ataduras de los brazos y te ayuda a incorporarte. Todo te da vueltas y por un momento, crees que vas a caer en redondo a la cama si no fuera por que Ooray te sujeta.

-Bebe estia infusión, te ayudiará a reponerte

Te ofrece una copa de humeante contenido.

Te llama la atención que dos camas más a tu izquierda hay dos nuevos heridos. Uno de ellos es un niño, y las sábanas que le cubren hasta el pecho están machadas de sangre. Está muy pálido.

El otro es un hombre algo moreno, con barba recia y ojeras. También está muy pálido, quieto y la sábana le llega hasta el cuello y le envuelve casi apretándole. Te lleva unos segundos percartarte de que está muerto.