Partida Rol por web

El resto del día transcurrió sin incidentes. El camino hasta la ciudad de Thamasa estaba libre de peligros aunque no os cruzáis con mucha gente. Thamasa se abre ante vuestros ojos a unas pocas millas y Basilio decide apretar el paso con la esperanza de llegar cuanto antes, descargar su mercancía, pagaros y descansar.

La villa no resulta ser muy grande, a penas cuatro o cinco callejuelas en torno a un mercado central, con una docena de puestos, y una iglesia dedicada al culto de Bahamuth. También hay una posada, El Caldero Oxidado, donde Basilio os deja, no sin antes pagar por vuestros servicios. - Decid al regente de la posada que estáis conmigo. Mientras yo esté de negocios en Thamasa no os costará ni una moneda alojaros aquí - seguidamente se va con los pocos guardias que quedaban para iniciar sus negocios de compra y venta de mercancías en el mercado.

- Por fin, un lugar donde descansar y poder alimentarnos como es debido! - el mediano entra en la posada con todas sus pertenencias y os invita a seguirlo. 

- Yo he de ponerme en contacto con las autoridades competentes, quizá ellos tengan alguna noticia o sepan algo de lo que está sucediendo por la zona - responde Valygar, que con cara de cansancio declina la oferta del mediano y da media vuelta - No tengo tiempo para holgazanear en una taberna.

- Yo necesito descansar. A pesar de la ayuda de nuestro amigo elfo, todavía necesito recuperarme de mis heridas - comenta Garret, que también hace acción a entrar en la posada, aunque antes de entrar se dirige a Gerinn - En cuanto tengas un momento quiero tratar contigo un tema, en privado - le susurra las últimas palabras al oído.

Agradeció al mercader con el gesto afirmativo de su cabeza y aceptó las monedas, después de todo su viaje no había terminado aún y seguramente las necesitaría.  Sin decir más se alejó de quienes habían sido sus compañeros de viaje y se dirigió hacia el templo de Bahamuth en busca de un poco de sosiego para su alama atormentada.

Tan pronto como entró por la puerta de la posada percibió cómo todo el cansancio y el dolor acumulados se cebaron con el guerrero. Pero antes tenía por lo menos dos cosas de las que preocuparse; encontrar a alguien quien pudiese decirle algo sobre su maza de runas y comprar nueva ropa para desprenderse de la suya, agujereada por el ácido.

Quizá hubiese algún artesano de herrería rúnica o algún hechicero que pudiese por lo menos leérselas. En medio de sus pensamientos oyó a Garret requerir su atención para más tarde, asintiendo levemente a lo que le dijo al percatarse de que podría ser algo más bien confidencial.

Después de tantas penalidades durante el viaje, se me hace casi increíble el haber llegado finalmente a la ciudad de Thamasa. Lamentablemente, no tengo oportunidad de detenerme a descansar en la posada. Después de todo, mis razones para encontrarme en la ciudad no se deben ni a mi interés personal, ni a ningún otro motivo agradable. Tengo que recurrir a todo mi esfuerzo para no volver a sumirme en la desesperación al recordar los desafortunados incidentes que han dado lugar a mi partida hasta el lugar en el que ahora me encuentro.

Antes de que el guardia de la caravana se disponga a marcharse, me acerco a él con mi fiel compañera pisándome los talones. -Veo que entonces nuestros caminos vuelven a coincidir. Yo también tengo que ponerme en contacto con las autoridades- explico a Valygar con educación -sin embargo, desconozco la ciudad. ¿Le importaría si le acompañara?

Desde la posada cruzas un par de calles y llegas hasta la plaza donde se yergue el templo de Bahamuth, con sus oscuras paredes de obsidiana decoradas con imponentes cabezas de dragones. Para todos aquellos que no profesan la fe hacia el padre de los dragones, los templos de Bahamuth suelen intimidarles e incluso llegan a sentir miedo. En cambio para los creyentes, la sola presencia de un templo de su deidad dracónida ya les reporta una sensación de paz que aumenta en cuanto ponen un pie dentro del templo. 

El interior del templo de Thamasa no difiera mucho con el que estabas acostumbrado a visitar en Luna Negra. De base cuadrada con un par de capillas adosadas a ambos lados, en el centro se alza un altar y a su alrededor hay viarios bancos donde la gente se siente a rezar y escuchar las enseñanzas del sacerdote. La luz tenue de los braseros y el penetrante olor a incienso, junto con los tapices y telares de fina seda decorados con imágenes de dragones, batallas y festines de comida, crean una atmósfera cálida y acogedora.

Hoy el templo está prácticamente vacío. Tan solo un par de mujeres humanas están sentadas en los bancos, inmersas en sus plegarias. En una de las capillas puedes observar a un dracónido ataviado con la toga sacerdotal, leyendo un pesado y desgastado libro.

Pides un par de indicaciones a varios transeúntes y enseguida te hablan del viejo Korgar. - Hace años tenía una herrería, pero se cansó del negocio, se lo vendió a Alfred. - te comenta un amable señor que no tiene reparos en indicarte cómo llegar a casa de Korgar, que no se encuentra muy lejos de la plaza central donde están todos los puestos de mercancías - Ahora el enano vive de los pocos encargos que le llegan. No encontrarás a nadie más que sepa de runas en esta villa.

- Será un placer, Elnaemil. Sígueme, por favor. - responde Valygar y comienza a andar hacia el centro de la villa - De echo quería hablar contigo. Se te ve muy unido al mundo natural - comenta mirando con respeto a Nindë - y me gustaría conocer tu opinión al respecto de lo que nos hemos encontrado en el camino de viaje hasta aquí. No me refiero solo al gusano de las profundidades, aunque su presencia en la superficie creo que fue ocasionada por esos dos que llegaron a última hora, sino al comportamiento de los animales de esta zona. No es el normal. Por ejemplo, poco antes de encontrarnos contigo la caravana fue atacada por una manada de lobos. A nuestro amigo, el dracónido silencioso, lo encontré moribundo en la carretera, junto a los cadáveres de su compañero dragón y un enorme jabalí temible. Y no es la primera vez que me encuentro en los últimos días el cuerpo sin vida de algún viajero, destrozado a dentelladas por alguna bestia - Valygar se detiene, su cara es de absoluta preocupación - Dime, ¿has tenido tú algún percance de este tipo? No puede ser que sean meras coincidencias...

Reemplaza sus dañadas vestimentas por esa cantidad, y acude directamente hacia el puesto del tal Alfred.

La pantera ronroneó levemente cuando el mercenario la mencionó, como si realmente pudiera entender el lenguaje humano, arrancándome una breve sonrisa a pesar de la gravedad del asunto que Valygar menciona. Tras acariciarle la cabeza a mi compañera en una discreta carantoña, me vuelvo hacia él para contestar. -He de admitir que no soy ningún experto, al menos, no como los druidas más antiguos de mi Círculo...- recordar al Maestro Erdan provoca que mi tono se vuelva ligeramente más triste y preocupado -... sin embargo, es cierto que últimamente he estado observando sucesos extraños, aunque me es imposible adivinar su causa. A uno de los hombres a los que perseguía lo encontré muerto en los pantanos, y junto a él encontré asimismo el cadáver de un enorme felino.

Permanezco unos segundos en silencio, reflexionando, antes de añadir -Una pertenencia fue sustraída de mi Círculo hace escasos días. Si bien no sé si puede tener una relación directa con la hostilidad de los animales, nunca puede descartarse como una posible causa.

Quizás muchos encontrarían consuelo  y paz en aquel templo pero él sólo sentía pena y dolor.  Por su culpa Thurkear había muerto, por su falta de pericia e indignidad un hijo le había sido arrebatado a Bahamuth.  Una lágrima rodó por su rostro al recordar a su fiel compañero, a la mitad de su propio ser.

-Padre- oró en silencio al gran dragón –Thurkear a muerto en batalla y, de no haber sido por la intromisión de un humano, yo habría perecido con él.   Mi corazón se unge en pena pues su muerte sólo sirvió para salvar mi miserable vida.  Padre, si escuchas mi rezo guíame, enséñame el camino que debo seguir, apacigua mi dolor y mi culpa-

Una vez hubo terminado con su rezo se incorporó y se dirigió al sacerdote que había visto momentos antes.

-Tenga usted buena vida- dijo a modo de saludo –Mi nombre es Ixen Sepa, caballero dragón de Bahamuth.  Quisiera pedirle asilo en su iglesia, necesito descanso y alimento por esta noche y además... consejo-

El puesto de herrería se encuentra en la misma plaza, cerca de donde te compras la ropa nueva. El sonido del repiqueteo del metal te conduce hasta la herrería de Alfred, un humano de unos cuarenta años, espalda ancha y fuertes brazos que está en estos momentos dando forma a una espada. 

- Buenos días, señor. ¿Puedo ayudarle en algo? - pregunta el hombre secándose el sudor de la frente antes de seguir aporreando el metal al rojo que tiene entre manos.

Valygar asiente ante tus respuestas y su preocupación parece ir en aumento. - Entonces no tenemos tiempo que perder - el vigilante aprieta el paso y enseguida llegáis al puesto de la guardia de Thamasa. En el exterior, junto a la puerta, hay un tablón de anuncios donde hay dos carteles de personas desaparecidas.

Al entrar los guardias se quedan mirandoos, en especial a Nindë. La pantera crea cierto revuelo entre los guardias. Os recibe un dracónido de aspecto aterrador, está tuerto y su cuerpo presenta cicatrices y escamas quebradas. Se presenta como Shamash, el capitán de la guardia, y os atenderá de uno en uno. - Pasa tu primero - dice Valygar cediéndote amablemente el turno.

- Bienvenido seas, Ixen Sepa. El templo de Bahamuth tiene sus puertas abiertas para todo aquél devoto que busque refugio o guía en la senda oscura de la vida. Y nos orgullece contar con la presencia de un valeros Caballero - el sacerdote cierra el libro que estaba leyendo y se incorpora - Dime, hijo mío, ¿qué puede hacer un siervo del gran dragón por ti?

Gerinn se acerca al herrero, y le hace gestos disimulados de silencio.

-Estoy buscando a alguien que pueda examinarme las runas que lleva mi maza dibujadas en su borde. -le explica en voz baja. -Me han recomendado a un viejo enano que antes se dedicaba a lo que usted, pero no sé si debo fiarme o no. ¿Me dá usted su opinión como herrero profesional?

El guerrero mantiene fija la mirada, haciendo sonar intencionadamente la bolsa de más de 300 monedas que lleva encima al inclinarse levemente para ponerse cara a cara con el herrero.

-A propósito. -continuó. -¿No habría oído algún rumor sospechoso? ¿Quizá algunas palabras sueltas como "mano" y "roja"? -enfatizó esto último con una voz aún más baja.

Suspiró y la angustia pobló su rostro y pujó por salir de su interior en forma de palabras. -He perdido a mi otra mitad- dijo con sentido dolor -A mi compañero, a mi dragón.  No encuentro consuelo para este dolor y no puedo hacer más que culparme pues mi impericia en la batalla causó su muerte.  Deseo morir para reunirme con él u olvidar todo lo que fui, pero sé que ambas opciones son producto de mi cobardía- con gesto abatido dirigió su mirada al suelo, aguardó unos segundos mientras recuperaba el aliento y volvió a hablar -Necesito consejo- fue lo único que pudo decir antes de que el nudo en su garganta lo dejara sin palabras

- Un viejo enano, eh? Te habrán hablado del viejo Kolgar, supongo. Yo solo se darle forma al metal, escribir runas de poder es algo que escapa a mis conocimientos. Tendrás que fiarte del viejo Kolgar... no hay nadie que sepa más de ese tema en la ciudad - el herrero continúa con su labor sin dejar de prestar atención a tus inquietudes - ¿Mano roja? No se, chico, las únicas manos rojas que conozco son las mías, mira! - el herrero te muestra sus manos, encallecidas y coloradas por el esfuerzo de su trabajo.

- Es que no hay consuelo para el dolor de la pérdida. - El sacerdote posa su mano en tu hombro. - Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos perdido a un ser que nos es querido. El dolor es más grande cuanto más cercano a nuestra alma es ese ser, hijo mío, y las palabras no servirán para aliviar tu dolor. Pero la muerte es un paso natural que todo ser vivo ha de dar antes o después. Solo nos queda aceptar la pérdida y seguir adelante con nuestras vidas.