Partida Rol por web

El 1372 en el Calendario de los Valles empezó seco y frío en Faerun occidental. El Deshielo se hacía esperar y en zonas rurales había pocas conversaciones que no giraran en torno a la preocupación por las futuras cosechas. Zz'pora y Trixa, acostumbrados a vivir en un pantano, echaban de menos los climas más húmedos. Acababan de cruzar las Aguas Sinuosas sin desmontar de sus caballos, así de bajo estaba el nivel del agua a la altura de las Garras Troll, y ambos habían agradecido el agua fresca del río. Especialmente Zz'pora, pues era un hombre lagarto de pantano, no de desierto.

Continuando su ruta hacia el sureste pronto se vieron en el camino a Elturel. Viejos recuerdos, pocos buenos, vinieron a la mente de la chica. Había abandonado estas tierras hacía mucho, con su madre. Y ahora volvía sin ella. Su ciudad natal parecía un sitio tan bueno como cualquier otro para buscarla. Trixa se alegraba, al menos, de estar acompañada. Zz'pora viajaba sin pensar en el destino, por el viaje en sí mismo, aunque algo empezaba a pulsar en su fría cabeza de reptil. Cuando conseguías que los lugareños dejaran de quejarse de la sequía, algunos hablaban en susurros de niños desaparecidos y de un hechicero malvado.

Tras un día entero cabalgando sin ver un alma, la chica y el hombre lagarto alcanzaron al trote a un viajero que iba en su misma dirección pero bastante más despacio. El caballo pardo que montaba el desconocido era enorme, con gruesas patas lanudas y crines oscuras y pobladas. El tipo de animal que uno esperaría ver en el norte tirando de un pesado carro. 

El viajero notó los dos jinetes que le sobrepasaban y dirigió una mirada lánguida. Lenta, si las miradas pueden serlo.

—Buen día. Ilmater os bendice.

Si le sorprendía encontrar a un hombre lagarto montando a caballo en compañía de una chica joven, lo disimuló bien. El guerrero, pues eso parecía, dedicó una extraña sonrisa a los desconocidos. Llevaba una pesada armadura laminada y un mangual enorme y oxidado a la espalda. Su cabeza afeitada se inclinó ligeramente en saludo. El caballo parecía saber a dónde iba y necesitaba poca de la atención del hombre.

Hechiceros malvados y niños desaparecidos. El pasado nunca se cansaba de burlarse del presente.

Zz'pora había cabalgado en un inusitado ataque de introspección. El Caballero de Chelimber parecía contemplar el pasado sin ver el camino que recorría con Trixa. Refrenó su montura e intercambió una mirada perpleja con la exploradora cuando aquel hombre, de calva tan lisa como un huevo, les bendijo.

—Bienhallado —acertó a decir, con voz rasposa.

Probablemente el viajero esperaba algo más de él. No todos los días se encontraba uno con un hombre-lagarto a caballo. ¿Cómo era aquello que Tzefarina solía repetir?

—Que el viento te lleve a salvo a tu destino, viajero. Que Shaundakul te muestre siempre el camino.

M... Trixa se sentía hoy esperanzada, el caballo que la llevaba era su última compra y le había parecido un buen ejemplar, aunque todavía tenía que acostumbrarse a cabalgar.

Por supuesto que le dolía el culo, pero suponía que acabaría acostumbrándose. ¿Podían salirle ampollas ahí como cuando compró esas botas tan malas? Esperaba que no.

La vocecilla que le decía que no podría adentrarse en los bosques y pantanos profundos con la montura era fácil de acallar. ¡Todo aventurero tiene un caballo! Ya valía de enseñar a sacerdotisas del libro los caminos entre las zarzas. Ahora se dedicaría a cosas importantes como matar dragones y liquidar liches... o Dracoliches. Eso sonaba todavía mejor.

Y Zz'pora era el mejor compañero que podía desear, no hablaba mucho, no hacía preguntas y era amistoso y amable. ¡Si hubiera más gente así! No habían necesitado mucho más que comentar la dirección en la cual querían ir los dos para convertirse en compañeros de viaje. Ninguno había hecho muchas preguntas. Pero ambos habían escuchado con atención los rumores del mago. Eran todo oídos.

El tipo calvo era raro para Trixa, y la mirada perpleja que compartió con Zz'pora la hizo saber que no era la única que lo pensaba.

—Y que Tymora nos ayude en esta hora. Je— dijo a las palabras del tipo. El tal Ilmater le sonaba, ¿No había templos a ese tipo?. A saber.

—¡Mi compañero se llama Zz'pora y yo soy Trixa!— elevó la voz. —¡Somos aventureros!— continuó como si no hiciera falta ninguna explicación más— ¿Quién eres tú?

Trixa y Zz'pora habían bajado el ritmo para acomodarlo al del viajero. Los tres caballos avanzaban a la par, con el desconocido en la derecha del camino, la chica en el centro y el hombre lagarto a su izquierda.

Aquel hombre pareció algo confundido con la pregunta de la mujer y cuando respondió lo hizo hablando muy despacio.

—Ilmater, el Dios Quebrado, es el patrón de los mártires y los que sufren. Enseña a sus siervos a sanar enfermos, cuidar de los heridos y aliviar el sufrimiento de los que más consuelo necesitan.

Acompañó estas palabras con un asentimiento, como si hubiera contestado la pregunta. Probablemente lo hubiera hecho, en cierto modo. La madre de Trixa siempre decía que los clérigos no tenían vida propia, eran unos santurrones que solo hablaban de su dios, su dios y su dios. Este hombre tan peculiar parecía confirmarlo; seguramente fuera un clérigo.

Mientras el tipo cabalgaba lentamente, dos guanteletes, unidos entre ellos con un cordel rojo, colgaban de su cuello, golpeando rítmicamente la coraza de su armadura. A juzgar por el guantelete derecho, armado con púas, el ilmaterino debía de dedicarse también a repartir dolor de vez en cuando. Aunque pacíficos por dogma, no era secreto que los clérigos de Ilmater podían ser enemigos terribles del mal. Especialmente cuando los más débiles e inocentes estaban en peligro.

—El Dios del Lamento ve con buenos ojos a los aventureros que combaten el mal. Pero mercenarios y saqueadores harían bien apartándose del camino de un siervo de Ilmater portando acero.

Miró inquisitivamente a los dos extraños. Su caballo resopló relajadamente, ajeno al desafío en las palabras de su jinete.

—¡Ja, ja, ja! —rió el hombre-lagarto—. ¿Tal vez pueda Ilmáter darme un babero para que no me manche la ropa al vomitar?

Antes de que el clérigo pudiera tomárselo a mal, Zz'pora hizo un ademán apaciguador con la mano. El Caballero de Chelimber se tenía también por un bienhechor altruista. Escuchar en boca de otros las mismas palabras que él podría haber pronunciado le hacía sentir rídiculo.

—No te ofendas, valiente viajero. En la Costa la Costa de la Espada estamos más acostumbrados a tratar con bandidos que encontrarnos caballeros andantes —volteó la cabeza para dirigirse a Trixa—. ¿No es encantador que tantos jóvenes decidan dedicarse a la vida criminal? ¡Más recompensas para nosotros!

Rió antes de dirigirse de nuevo al siervo de Ilmáter.

—Como ha dicho Trixa, mi tribu me llama Zz'pora. Pero los honorables aventureros con los que un día combatí el Mal que asola estas tierras me llamaban El Caballero de Chelimber —hizo una pausa y decidió hacer la gracieta:—.  Llevo una espada, vengo del pantano de Chelimber... seguro que os podéis hacer una idea de lo que sigue.

El calvo había perdido la chaveta, pero claro, con semejante despliegue de músculos, armamento y locura, todavía nadie se lo había dicho. No sería Trixa la encargada.

Tampoco debía haber pillado a un bandido o malechor en su vida, con esa coraza. Se le escaparían todos a toda velocidad, no merecería la pena ni matarlo a flechazos. Las flechas, las buenas, costaban dinero.

Zz'pora comentó algo sobre los criminales. —Bah, no es culpa suya. Y los alcaldes y los señores bien podrían dedicarse a dar trabajo y comida a esos jóvenes en vez de matarlos de hambre y obligarlos a echarse al monte. Y luego gastarse el dinero en recompensas.

Escupió entre dos dientes al pensar en la autoridad. El mal que asolaba las tierras. ¡BAH! El mal lo causaban los mismos hombres.

El ilmaterino pestañeó repetidamente ante el razonamiento de Trixa. Igual podría estarle hablando de ingeniería gnoma; hubiera entendido lo mismo. Con la convicción de los que han visto toda su vida el mundo en blanco o negro, el hombre negó con la cabeza y abrió la boca para decir algo cuando unos gritos le interrumpieron.

Mientras seguían el camino habían estado acercándose a un carro que iba en la misma dirección. Dependiendo de un único buey, el carro iba muy lento, incluso más que el enorme caballo del ilmaterino, de forma que el transporte con sus dos ocupantes ya estaba a dos docenas de yardas escasas.

Los gritos, roncos y graves, provenían de delante de aquel carro, de algún lugar entre los árboles al lado del camino. Los dueños de las voces pronto se hicieron ver.

Orcos. Cuatro orcos sin armadura pero con suficientes hachas para ocho hombres. Bandidos, sin duda. Mezclando su propio idioma con un común horrible, exigen de los pasajeros del carro, un hombre gordo y una mujer, que bajen y dejen su mercancía.

Ocupados con su víctima actual, no han visto a los tres jinetes en mitad del camino, aun obvios como son. Tres de ellos están enfrente del carro, su posición obvia pero ocultos a la vista. Al cuarto, que parece el jefe y está en el lado izquierdo del carromato, le falta el ojo derecho, lo que probablemente explique su defectuosa percepcion del entorno.

—Hablando de bandidaje... —dijo Zz'pora al observar el asalto de los orcos a la caravana.

El hombre-lagarto no se lo pensó dos veces. Espoleó su montura mientras desenvainaba el macuahuilt. Cargó contra el orco que tenía más a mano, blandiendo la espada de madera por encima de su cabeza para rebanar la del marrano.

Menudos tipos suicidas. No se como han llegado a viejos... penso Trixa...

... pero no había tiempo para pensar. Zz'pora tenía una carga clara, y la aprovechó para abalanzarse sobre los orcos.

—¡Eh! Joder, no podíamos haber pensao otra instrategia, como largarnos de aquí.— musitó Trixa siguiendo a su compañero hombre lagarto, tratando de alcanzarle. Ella haría su parte. Y rápido, si querían vivir.

Al grito de guerra de "¡Ilmater!", el sacerdote guerrero espoleó a su caballo. Abriendo su carga hacia la derecha, el clérigo rodeó el carromato y avanzó con su montura entre los bandidos orcos como un pastor entre ovejas. El mangual estaba en sus manos y en su cara una expresión de justicia divina a punto de ser repartida. 

El jefe orco era una masa verdosa de músculos con una lanza que usaba para dar órdenes a los otros e intimidar a sus víctimas. El ojo derecho estaba cubierto con una venda; debajo habría una cuenca vacía según las tradiciones orcas más salvajes. Su ojo bueno estaba deslumbrado por el sol que tan poco les gustaba a los suyos. Se habían vuelto muy atrevidos para atacar mercaderes en un camino principal en mitad del día.

Lo último que el líder orco vio fue una espada muy extraña bajar hacia su cabeza. Afilados cristales de obsidiana atravesaron su cráneo y su único ojo bueno. El cuerpo del bandido se derrumbó mientras sus secuaces apenas reaccionaban a levantar sus armas contra los jinetes.

—¡Ehhhh! ¡Deja alguno para mí!— Dijo Trixa al ver el brutal descabezamiento que había provocado Zz'pora. 

Tratando de demostrar su habilidad, se cruzó delante del hombre lagarto y trató de acuchillar al orco más cercano, clavando las dos espadas cortas en su cuello. Con el orco patidifuso ante el gigante calvo con expresión de justicia divina, Trixa sólo tuvo que rebanarlo desde atrás.

Sangre salió la misma pero la cabeza no voló. —Mas vale moña que fuerza— dijo la chica, algo decepcionada.

Zz'pora fue a despachar al siguiente oponente cuando el caballo de Trixa se le cruzó entre medias.

—¿No decías que preferías largarte? —comentó jocosamente Zz'pora.

El hombre lagarto hizo dar un rodeo a su caballo guiándole con las rodillas y, mientras Trixa despachaba a su oponente, el paladín trazó una estocada con toda la potencia de un giro de cadera. Era un golpe lento, pero si acertaba, apostaba que sería mortal.

—Yo quería pensar otra instrategia.—la chica la había tomado con la palabra—Y luego cuando está pensá y decidida es cuando uno carga a lo suicida— comentó con una media sonrisa. —Es lo que ocurre en todas las compañías de aventureros. O eso me han contado.

Los orcos ya empuñaban sus armas, hasta ahora habían tenido la suerte de la sorpresa. No duraría más.

Apenas las dos espadas de Trixa salieron del cuello del segundo orco, el espadón de Zz'pora golpeó la garganta del tercero rompiendo la tráquea. El golpe de la gran espada, casi contundente, no había roto la piel, pero el orco escupió toda la sangre que sería de esperar si hubiera sido decapitado.

Mucho antes de que sus dos compañeros cayeran al suelo heridos de muerte, el orco superviviente ya había decidido huir. En su camino, sin embargo, se encontró con el mangual del sacerdote descendiendo hacia su cara.

El canto de unos pájaros resaltó el silencio del combate terminado. Había sido tan rápido que el mercader todavía estaba petrificado en el gesto de bajar del carro como el orco le había ordenado. Los bandidos orcos menos afortunados terminaban de desangrarse en el suelo, mientras su jefe ya debía de estar en compañía de Gruumsh.

—Alabado sea Waukin.  Estamos salvados. ¿Cómo podré pagárselo?

El hombre era gordo y sonrosado. Uno de esos mercaderes con apariencia afable que, sin embargo, eran comerciantes demasiado buenos como para ser fieles a su apariencia. Para dejar claro que se trataba de una pregunta retórica, el hombre siguió hablando.

—¿A quién debemos la vida y nuestro pan? No quedará en Amn un alma sin saber que mi viaje fue seguro gracias a ustedes, caballeros.

La mujer, mucho más joven, estaba todavía demasiado asustada como para mostrarse agradecida. Probablemente la visión del hombre lagarto con su espada de madera chorreando sangre no contribuyera a calmarla.