Partida Rol por web

Shinta llegó junto al único bandido con vida, que también estaba herido ya por una flecha.

— ¡Ríndete! —le ordenó, mientras le apuntaba con el yari.

Jiro se estaba desplazando hacia el combate entre Nobu y los bandidos, rodeando la posición por los árboles, y pudo vislumbrar por entre el follaje cómo Nobu remataba finalmente al último bandido, si no teníamos en cuenta al pobre diablo que intentaba huir con una flecha en el abdomen.

Nobu, ¿estás bien? Vi como uno de esos malnacidos te golpeaba... -sin embargo el avezado campesino parecía haber salido ileso del intercambio. Una bendición de las fortunas, sin duda.

Viendo que no debía preocuparse por su compañero, volvió su atención al resto.

¡Shinta! ¡Cuidado con ese! ¡Pero no lo mates, necesitamos que nos diga dónde está el último! Se suponía que había seis... ¡Mai no te relajes aún!

Dicho lo cual se volvió a otear entre la maleza, con unos ojos preparados por la costumbre a distinguir el más mínimo movimiento de los más pequeños animales...

Tras el último golpe de Nobu se hace la calma. Los cuerpos de los bandidos yacen inertes en el suelo formando pequeños charcos de sangre a su alrededor. Os fijáis en sus vestimentas, raídas, no muy distintas a las vuestras, en sus improvisadas armas, que podríais encontrar tranquilamente en vuestra aldea.  

En la oscuridad, exhalando aire con dificultad, el hombre que queda en pie descansa la espalda contra el árbol. Como si fuera una voz remota, en un agónico susurro, la voz de un chico, la de prácticamente un crío, reprocha respondiendo a Shinta entre sollozos.

- ¿Pero... por qué?

La voz del muchacho, aunque débil, llega a vuestros oídos arrastrada por el viento.

- Si n-no... no tenemos... n-nada... ¿por qué... por qué nos atacáis?

Con los quiebros en el flujo de su voz podéis sentir como la vida va desapareciendo poco a poco del crío.

- ¿Por qué nos...?

Lo escucháis quebrarse por el dolor y desesperación en un mortecino llanto. Sin fuerzas para sosterse, se tambalea hacia delante desplomándose sobre el torso de Shinta, finalmente resbala hasta dar con el suelo. La flecha termina por hundirse en su torso; con un último y profundo suspiro, deja de sufrir.

El viento sigue meciendo las ramas, drenando la fuerza del fuego. Os miráis los unos a los otros aliviados, seguís enteros de una pieza. Poco a poco os vais tranquilizando. Todo ha acabado.

Al ceder sobre Shinta, se agarra por un instante antes de desplomarse. Escuchas su último susurro.

- ¿Por qué? N-no... qui...ero... m-mo...

Escuchas el suave crujido de la saeta partiéndose. Un sentimiento de ahogo recorre todo tu cuerpo.

Nobu dejó pasar las palabras de Jiro, más perdido en sus propios pensamientos que en la carnicería que habían llevado a cabo. Tenía los ojos cerrados y estaba inclinado hacia delante, con las palmas de las manos apoyadas en las rodillas, pero no había sido herido. Gracias a las Siete Fortunas, el único recuerdo de aquella noche sería el tajo que la caricia del parangu del bandido había dejado en su armadura. Suspiró, aliviado, y se irguió para arrancar el yari de las tripas del cadáver que tenía a sus pies. 

Mientras caminaba hacia el centro del claro, se sacudió a Yata de encima cuando el cuervo intentó posarse en su hombro, ganándose un graznido furioso en respuesta. Se paró frente al montón de sacos que resumían las pertenencias de los bandidos, y comenzó a hurgar entre ellos, ignorando las últimas palabras del moribundo como había hecho con las de Jiro. 

Mai detuvo sus pasos al menos, hasta llegar a medio camino de Nobu. Vio que sus ropas estaban casi intactas, no habia sangre. Sintio un leve alivio, por mal que le supiera. No era tan mal luchador como esperaba. Se preparó para partir de nuevo, notando el cansancio en los musculos tras pasar por la situacion de estres. Busco con la mirada al resto, mientras comenzaban a aparecer de entre los arboles. Contemplo mientras tanto a Nobu, cuando hurgaba en las bolsas en busqueda de a saber que. 
- Shinta. ¿Los conoces? ¿Sus caras te suenan? No se si de verdad iban a la aldea por ti, como los otros dos, o por saquear. Respondenos.- observo fijamente al joven.

Shinta hizo a un lado el yari cuando el chico se le vino encima y sólo pudo aferrarlo mientras le observaba morir.

— No, no los conozco, os dije... —explicó, consternado— Los tres de la aldea fueron los que iban a violar a Kurumi hace tiempo. Yo lo impedí y les capturaron, por eso querían venganza. A estos no los conozco.

El chico se sumió en un prolongado silencio contemplativo, mientras soltaba al muchacho muerto, cogía su yari, y volvía junto al sirviente del noble.

El sirviente, acercándose a los dos cuerpos de la izquierda, toma un nage-yari del suelo y los alancea en el torso cerciorándose de sus muertes. Apartándose hacia la hoguera, observa detenidamente a Shinta cuando el chico se le aproxima.

Ve su armadura manchada de sangre. Al mirarle a los ojos, nota al muchacho algo ido. Acorta distancias con un paso y, tras un breve intercambio de miradas, le da una suave cachetada al posar la mano sobre su mejilla. Asiente un par de veces y se retira pasando junto a él en dirección a Mai, no sin antes hacerle una leve carantoña en el pelo revolviéndoselo un poco y darle un toque de camadería en el hombro; en el camino hacia a la mujer, alancea al tercer hombre sin cuidado.

No se le ve con cara de muchos amigos.

En cuanto Nobu acarició la superficie fría de unas monedas los músculos de su rostro se contrajeron, en un intento de aparentar normalidad. Las tomó en su mano con absoluta discreción y la sacó de la bolsa sin cerrarla del todo, con el botín reposando por encima de las falanges de sus dedos. Cuando creyó que nadie miraba, la introdujo en un bolsillo de su kosode. 

Nobu continuó hurgando entre las posesiones de los bandidos, para finalmente levantarse con lo único que había encontrado de valor en el interior de los sacos: una sandalia. Caminó hasta donde descansaba uno de los cuerpos alcanzados por una flecha y dejando caer su preciado botín, se sentó junto al cadáver y comenzó a comerse un cuenco de arroz seco que había dejado a medias. 

Mai se mantuvo firme, con el arma bajada. Su mirada fria paso por encima de los rapiñeadores, del muchacho Shinta y del mayordomo del samurai, que le habia ofrecido especial afecto al que practicamente poco habia hecho, solo por una carita triste. Se puso firme, con las manos a los costados, observando directamente a los ojos al sirviente, esperando la reprimenda con un gesto frio, casi como ajeno en realidad. Suerte era si es que la joven escuchaba algo de lo que tuviera que decir, pues no consideraba que hubiera actuado mal en absoluto y mucho menos que las cosas hubieran salido mal. La mision habia sido un exito. 

Jiro, que había permanecido alerta, no era capaz de ver ningún movimiento extraño por el bosque, así pues podía asumir que el último bandido bien no existía, o efectivamente estaba muy lejos de allí haciendo los kamis saben qué... En principio no supondría ningún problema, una sóla persona no puede asaltar y destruir una aldea.

Retrocedió hacia la luz donde se agrupaban sus compañeros.

Ya hemos hecho lo que debíamos, será mejor que encontremos el camino de vuelta con el samurái.

Shinta miró a Mai cuando esta le miraba, aunque sin expresión en el rostro. Parece ajeno a las banalidades del orgullo por el hecho de haber presenciado tanta muerte tan de cerca.

— Deberíamos irnos... —empezó a decir a nadie en particular— ... Ya la aldea está a salvo. Todos murieron.

Tras eso, se dispuso a seguir al sirviente del noble.

A menos de un paso de distancia, el sirviente se planta frente a Mai sin erguirse ni cuadrarse, no pretende hacer de la evidente reprimenda una ceremonia. Contemplando su pose chulesca asiente una vez para sí, esbozando una mueca de hastío. Le pregunta, con evidente tono asqueado:

- ¿Qué, mujer, orgullosa?

Dándole el tiempo justo para que pueda procesar la pregunta, de una zancada se pega a ella y le propina un contundente puñetazo en el estómago, doblándola por el impacto. La mantiene en pie, erguida, sujetándola por el pectoral. Continúa hablando, quizá algo más alterado de lo que debiera... o no.

- Si no obedeces como un hombre, te trataré como a las bestias.

La empuja sin cuidado, apartándole de él.

- Solo por las fortunas hemos salido bien parados, ¿qué te crees que hacías?

Extiende el brazo señalando a Nobu, el cual felizmente devora los restos del tazón de arroz con Yata rondándole por el hombro.

- Ese hombre podría estar muerto por tu culpa. Escúchame bien, por que no te lo voy a repetir. Si no eres capaz de trabajar en grupo ni de acatar órdenes, volveré a por tu novio y me lo traeré arrastras si hace falta. ¿Te queda claro?

Continúa, dirigiéndose también a los demás.

- De Numatori solo hemos podido sacar un hombre, un joven, una mujer y... - Hace una breve pausa buscando de reojo. - a Shinta. ¿Sabéis lo que nos espera? ¿Queréis volver a ver a vuestras familias, verdad? Pues olvidaos de regresar con esa actitud. Aprended a trabajar juntos, a moveos juntos, a comer juntos, a actuar juntos e incluso a dormir juntos. Tened bien presente que si las cosas se tercian ahí fuera, dudo que podáis contar con alguien más salvo con vosotros mismos. Atended a mis consejos, y volveréis a casa.

Echa una mirada inquisitiva a todos los presentes antes de reparar de nuevo en Mai. Clavando la mirada detenidamente en sus ojos, le espeta:

- Y tú, Tomeo. Solo saldrán hombres de las tierras de nuestro señor.

Echa mano a un bolsillo del obi y tira un cuchillo a los pies de Mai, alzando de nuevo la voz no sugiriendo si no ordenando, comenzando tal y como terminó el toque de atención.

- Tomeo, arréglate ese pelo, que pareces una mujer.

Comenta sin dar importancia al asunto y sin quitarle la vista de encima a Mai.

- Shinta, trae al cautivo aquí, nos sigue faltando uno.

No se habia esperado bajo ningun concepto haber recibido tal reprimenda, no fisica al menos. Se habia quedado doblada por el golpe que le habia arrancado todo el aliento. Aquel sirviente, pese a no parecerlo, era horriblemente fuerte. Cuando la empujó a un lado, dejandola de sostener, practicamente se desplomó en el suelo, con el diafragma hecho una pelota de cuero, sin casi poder respirar. Escucho la bronca a medias, perdida en el dolor y la falta de oxigeno hasta que poco a poco pudo recuperarse. No comentó nada con respecto a lo de su hermano, prefiriendo el silencio.  No se habia dado cuenta del fuerte caracter del apacible hombre, y menos aun de los sacrificios que deberia hacer por conseguir su venganza. 

Cerró los ojos, ofendida por el mote, pero debia asumirlo, debia obedecer si queria que las cosas salieran bien. Cogio el cuchillo que le lanzó y se alzó la melena, temblandole por unos momentos la mano antes de realizar un corte sobre esta, dejando caer los sedosos cabellos negros al suelo, observando al sirviente con decision y casi, desafio, demostrandole que no dudaba. Pocas cosas harian que Mai agachara la cabeza y se retirara... O eso creia ella. 

Shinta torció el gesto ante el golpe que le propinan a Mai, y luego corre a por el prisionero cuando el sujeto se lo ordena. 

— Creo que lo mejor será ponernos en marcha ya. Dejamos al señor sólo.

Nobu observó con satisfacción como Mai encajaba aquel golpe, mientras ofrecía el último puñado de granos de arroz al cuervo que tenía al hombro. Tras eso, escuchó las palabras de Shinta y exhaló un suspiro cansado. Por una vez tenía razón. Se levantó a la par que el ave alzaba el vuelo y dio una vuelta más al claro, recogiendo las armas con las que los bandidos se habían defendido. Cuando pasó junto a Jiro, fue incapaz de reprimir un ligero asentimiento de aprobación por su papel durante la refriega. 

Vuelves a oscuras a por el cautivo, pero para tu sorpresa, las cuerdas están tiradas en el suelo y no hay ni rastro de él.

La temeridad de Mai podía haberles salido cara, y una reprimenda estaba a la orden del día, pero la ferocidad con la que aquel hombre abroncó y humilló a la mujer fue mucho más de la necesaria. Jiro observó la escena con disgusto, pero no apartó la mirada, ni cuando Mai se cortó el cabello.

Al fin y al cabo, eso no era nada. Hoy había matado a un hombre por primera vez, y ni siquiera sentía nada. No había sido muy distinto a cazar conejos, simplemente más peligroso. De hecho juraría que cuando cazó su primer conejo, lloró a mares delante de su abuelo. En su cabeza se justificaba pensando que esta gente era la peor escoria que el mundo podía ofrecer, que habrían arrasado su aldea y matado a todos sus conocidos y seres queridos sin compasión. Pero eran eso... justificaciones. No había sentido nada y eso le aterraba.

Sumido en sus sombríos pensamientos, Nobu pasó a su lado y le dirigió un gesto de agradecimiento y aprobación. Jiro agachó la cabeza, queriendo mostrar humildad, pero con la intención de ocultar su mirada. No estaba nada orgulloso de lo acontencido esa noche, aunque agradecía el apoyo de su compañero.

— ¡Se ha escapado! ¡Se escapó el prisionero!

Shinta volvió corriendo junto a sus compañeros mientras daba la alarma.