Partida Rol por web

... verde como la pradera que se extiende ante tus ojos.

Frente a ti puedes ver un castillo medio derruido, más allá el mar y por todas partes los gritos de la gente. El ambiente se palpa tenso y te encuentras en medio de un ir y venir de gente subiendo y bajando la verde colina. El castillo había sido destruido en la guerra civil, allá por el año 1645. El asedio que tuvo lugar entonces fue el más sangriento que hubo nunca en la historia de la guerra civil inglesa. Ahora, ahora estabais en medio de otra guerra. La que sería conocida como la primera gran guerra.

Oyes a los hombres gritar, muchos están vestidos como soldados y portan armas con ellos. La mañana es fría y van bien abrigados, aunque no son muy numerosos. La brisa del océano hiela tus mejillas.

Un soldado raso para en su correría frente a ti y te mira con preocupación.

-¡Señorita! No puede quedarse aquí, es una zona peligrosa... Debería huir tierra adentro con el resto de civiles- dice Henry. Claro que le conocías, estaba tonteando con tu vecina del otro lado de la calle. Coney. Al parecer era un huérfano muy diligente y que se ocupaba por todos y por todas. 

Pero tú habías subido allí con un propósito. Era por eso que no te habías alejado con el resto tierra adentro, lejos de los barcos alemanes. Sabías cómo pararles, o eso pensabas. Solo faltaba que escucharan las palabras de una mujer, solo eso y podríais ganar aquella batalla.

Por un momento no soy consciente de mi alrededor. Ni siquiera de quien soy o qué hago. Me siento presa de un súbito trance bajo el influjo de aquella longeva edificación en ruinas. Aquel esqueleto de piedra y masa que se cae a pedazos, así como los recuerdos, anécdotas hechos, y los hombres que lo erigieron siglos atrás con sudor y sangre. Todos yacen ahora en el suelo, bajo tierra, olvidados sus nombres y sus vidas como si jamás hubieran existido. Como olvidadas y pisoteadas son las piedras que algún día conformaron una fortificación sólida y llena de vida. Siento las mejillas cortadas por la brisa gélida y mi respiración profunda y agitada, que es condensaba por el frío, convirtiéndola en algo tangible y brumoso. Inconscientemente me abrazo a mi misma sobre el abrigo de paño.

La gente que hay a mi alrededor son percibidos por mi mente como si estuvieran en otro plano, en otro instante, ajenos a mí. Sus voces, horrorizadas y presas del pánico, se me antojan lejanas y con tono de murmullo. Como un eco de ultratumba que, indultado por el tiempo y su paso destructor, permanecen durante siglos de forma remanente en el lugar. Es la voz de aquel soldado la que me saca del trance y soy incapaz de articular palabra alguna en unos segundos, totalmente aturdida. Un mutismo impuesto que sella mis labios mientras miro a mi alrededor, oteando el caos, luego el mar desde donde acecha el enemigo, luego a Henry... Soy incapaz de recordar como he subido, donde estaba antes. Sólo se que me llamo Tessie Fraser y que estoy aquí para impedir  que los alemanes sesguen las vidas de todos aquellos de los que amo. 

Estoy aquí para luchar.

- Henry... Henry... - consigo pronunciar, en tono agónico, mientras el aire que exhalo se convierte en vaho espeso - Hay que hacer algo. No... no puedo huir sin más...

El soldado niega y pone una mano en tu espalda, para echarte de allí claramente.

-No, Miss Fraser. Este lugar no es seguro. Todas las mujeres y niños tenéis que huir tierra adentro, los barcos alemanes cada vez están más cerca. Es peligroso- insiste y con una ligera presión sobre tu espalda comienza a sacarte de aquella explanada rodeada por murallas. -Marchaos y corred hacia el interior, ahora mismo.

Y mientras el soldado te saca de aquel lugar estratégico sobre el acantilado, hombres y jóvenes corrían hacia las trincheras frente al mar a ayudar. No era que pudieran hacer mucho contra barcos de guerra alemanes, pero huir y dejarse ganar. Los alemanes no tendrían eso. Más tarde se sabría que aquello acabaría en una masacre, una que ayudaría a los ingleses a levantarse y a darles valor para que no volviera pasar. Una razón más para luchar implacables a los alemanes y una propaganda como la que nunca podrían haber deseado: había que luchar a los asesinos de niños alemanes, pues eran unos bárbaros.

Hace frío y el día no parece que vaya a favorecer en nada al calor general. Aunque en diciembre poco más se podía esperar de un lugar como aquel, aunque en verano fuera un paraíso de veraneo.

Mi cuerpo ejerce resistencia natural a la presión de la mano de Henry que se preocupa, tratando de alejarme de aquella zona de peligro. No le culpo, estaba haciendo su trabajo y actuando de forma razonable. Pero yo tenía miedo y un nudo en la garganta dificultaba mi respiración. Era consciente de que la flota alemana se acercaba rápida e inexorablemente... A cada segundo que el reloj marcaba, ellos estaban un poco más cerca, y el hogar donde nací y crecí se aproxima a su destrucción. Las calles por donde tanto he paseado, las fachadas de todos aquellos edificios que se me hacen tan familiares, las caras que saludo a diario y me dedican sonrisas y miradas de cariño. Mi propia familia, mis propios amigos. Atroces imágenes surcan mi mente y me torturan con visiones de caos y sangre. 

- ¿Qué piensan hacer? Henry, dime que tenéis algo en mente...Que pensáis hacer zozobrar a esos alemanes gracias a submarinos, que lloverán cañonazos desde aquí arriba hacía sus navíos...- mis palabras fluyen igual que lo hace el aire congelado que sale de mi boca. Miro al muchacho con desesperación e impotencia - Dime que todo va a salir bien... - miro a las manadas correr victimas del pavor. Cundía el pánico y eso no era bueno. 

No parecía que devolvérsela a los alemanes fuera a ser tarea fácil, pero los vecinos y soldados estaban más que dispuestos a intentarlo al menos. Darían sus vidas para proteger a los que más querían, aunque en realidad sería en vano. Henry abre la boca, pero el único sonido que se oye es el de un cañonazo. 

El mismo no tarda en impactar a apenas unos metros de donde te encuentras, reventando las piedras de uno de los muros. Estas salen disparadas y alcanzan a los hombres que hay alrededor, masacrándolos al instante. La tierra salta por los aires y Henry salta sobre ti para protegerte con su cuerpo. Él era mayor y más pesado y sientes como te aplasta, te atrapa y te ahoga obligándote a dar bocanadas de aire.

¡¡BOOM!!

El sonido de una de las bombas cayendo cerca te saca de tu ensimismamiento. Las paredes de los edificios tiemblan a tu alrededor y las piedras de esos muros antiguos amenazan con caer sobre vosotros. Al final te has visto corriendo tierra adentro con el resto de mujeres y niños, sobre todo niños que huyen despavoridos sin saber bien dónde van.

Los bosques no andaban lejos pero sería mejor evitar los grandes edificios que podrían colapsar sobre vosotros en cualquier calle estrecha.

Al principio sigo a la muchedumbre, dejándome llevar por un pánico que me hace actuar de la forma mas instintiva. El bramido de las bombas se entremezcla con el violento latido de mi corazón, que choca en mis sienes. La última bomba estalla cerca y mi cuerpo se protege con las manos de manera automática.

Luego, en el seguiente paso en el camino del miedo, empieza a primar la supervivencia. Sigo la húida, pero esta vez hablando mujeres y a los niños, cargando en mis brazos al especialmente pequeño que sea incapaz de avanza mucho con sus cortas piernas.

- ¡Tenemos que cobijarnos en el bosque! ¡tenemos que salir de la ciudad! - digo, tratando de alzar la voz todo lo posible. 

Todos corren, pues le va la vida en ello. Algunos con menos suerte que otros, pero nadie mira atrás. Corriendo contigo está Lottie, la ramera local. La mujer, que siempre había sido despreciada por su contribución a la comunidad y que a veces hasta era escupida por esposas en la calle, se estaba encargando de salvar a los vástagos de esas mismas mujeres. No dejaba que ningún niño quedara atrás, mientras corría con otro pequeño de dos años en brazos.

-No sé si llegaremos al bosque a este paso- contestó sin aliento y otra explosión hace caer un edificio justo a vuestra izquierda, obligándoos a torcer a la derecha en una de las callejuelas.

En aquel momento, la profesión de Lottie me importa poco. Tampoco es que la haya condenado anteriormente, así que ahora menos. Reconoco su cara, a mi lado, pero en momentos así el cerebro no vincula una cara a un prejuicio. En momentos así apremian otras cosas. Y en este momento nuestra vida estaba en juego.

- Tenemos... tenemos que hacer... lo posible - añado a su comentario, pues realmente no conocía un sitio mejor. El pueblo iba a ser bombardeado y no conocía refugio seguro en él. 

Tras eso, la cercanía de la bomba y el derrumbe deja mis oídos turbados. Ahogo en mi boca un grito de pánico, inservible en es momentos y trato de volver a tomar el tumbo que teníamos, evitando la zona derruida. 

-Hay que esconder a los niños, es lo más importante- apremia Lottie falta de aliento y empuja a los niños para que pasen todos corriendo delante de ella.

Otra explosión suena en un edificio a vuestra altura y piedras grandes comienzan a caer a la calle. Oyes gritar a Lottie pero no hay tiempo de mirar atrás, los niños corren todo lo que le dan las piernas y tú comienzas a ver las últimas calles del pueblo, el bosque no estaba muy lejos. Cuanto más lejos de mar, más seguros estaríais.

Escucho los gritos de Lottie, pero el pánico me impiden girar la cabeza para comprobar su estado. En el fondo no quería saber de su estado en un momento como este, cuando no puedo permitirme el lujo de parar pese a verla en problemas. Todos teniamos problemas ahora y debía escoger. 

Con la adrenalina golpeandome las sienes, y pese al aturdimiento, me aseguro de tener a todos los niños a la vista. 

- ¡Vamos, vamos, vamos...! ¡Tenemos que ir al bosque... ya casi estamos...! - les apremio yo ahora, aun sin ser consciente de las lágrimas que se aglomeran en mis ojos. Consciente de que la próxima bomba quizá sea para nosotros. 

Desconoces el estado de la prostituta pero enseguida ves los árboles. Una nube causada por el polvo que levantan los edificios al caer cubre todo como si de una densa niebla se tratara.

Un montón de niños y algún jovencito te miran asustados como si tú tuvieras la respuesta a qué es lo siguiente a hacer ahora.

La visión de los árboles me genera una breve sensación de alivio. Fugaz porque no podía cantar victoria alguna todavía, si es que había victoria alguna que cantar. 

El denso manto de polvo iba a ser un problema...

- No os separeis de mí, debemos caminar juntos o podéis perderos... Tenemos que adentrarnos un poco más - les digo, ante sus miradas - Tened cuidado en donde pisais... El polvo y las piedras pueden ser un problema. - no sabía si era la mejor de las ideas, al menos ahora mismo me parecía la más prudente teniendo en cuenta las pidió inclemencias del terreno.

Atrás dejáis un infierno y cuando te das cuenta tienes a tu cargo unos diez niños de diferentes edades, desde los dos años hasta los doce. Todos te siguen como si fuera ahí quien manda y quizás era así, ahora mismo mandabas. Tenías que guiarlos a un lugar seguro y ellos te siguen con cuidado con las piedras como les has dicho. El bosque os da abrigo y os deja caminar en lugar de correr despavoridos.

Llevo al más pequeño en brazos, con dos años no podía esperar que pudiera seguir el ritmo. El no tener que correr ya, por el momento, en un alivio. Así que voy más atenta a ellos y en vez donde podríamos cobijarnos. Nunca me había adentrado tanto en el bosque, así que desconocía que podríamos encontrarnos. 

No pienso ahora en qué dejamos atrás, ni en que pasará en adelante. Solo pienso en encontrar un sitio seguro para cobijarlos y descansar hasta que pase el caos.

Tus pasos te llevan a un claro en el bosque, más o menos aislado de caminos y bastante lejano al pueblo. Ahí incluso podríais hacer fuego pues hay cenizas del paso de otros viajeros o cazadores por aquel lugar. Los niños no pueden correr mucho más y se sientan de que pueden, algunos rompen a llorar tras todo lo ocurrido, como un desahogo.

Al llegar al claro yo también siento inmensas ganas de llorar. De alivio, de pena, de incertidumbre... de todo junto. Sin embargo, trato de mantener las lágrimas a rajatabla. Lo niños necesitaba, ahora mas que nunca, una imagen sólida para sentirse seguros y protegidos.

- Nos vamos a quedar aquí... Todo va a salir bien. Estamos todos juntos y va a salir bien - le digo en un susurro, ahogando una voz rota. Luego abrazo a los que si lloran, para consolarles, arropándolos entre mis brazos. 

Controlar tu propia pena es algo casi imposible en esa situación. Los niños están cansados, lloran y se lamentan frente a la hoguera. Muchos de ellos se quejan de hambre, de frío o de algún dolor.

Haces lo que puedes pero la sensación de impotencia está demasiado presente.