Partida Rol por web

Por tus conocimientos sobre este mundo, sabes que es un planeta de interés puramente económico y que está en el equivalente a una época feudal (tanto en la forma de gobierno como en el armamento que fabrican en el propio planeta). Unos pocos nobles controlan a la gran mayoría de la población como siervos, que se dedican a extraer materiales de las minas que cubren el planeta entero. De hecho sin los materiales y combustible que se extraen a diario del planeta, la economía de todo el Sector Calixis se vería afectada gravemente.

Esta mina en concreto, la mina gorgónida, es la más productiva de todo el planeta, lo que explica la rápida movilización de la guardia imperial para terminar con la rebelión, y que el objetivo de la misión sea retomar la actividad minera lo antes posible.

En el planeta también hay un alto índice de mutantes, la exposición a los gases y materiales peligrosos extraídos de las minas afectan poco a poco a los trabajadores, que además traspasan sus deformidades a su descendencia. Si un ciudadano normal apenas tiene derechos en el planeta un mutante no tiene ninguno, se les da de comer lo justo para que permanezcan vivos y poder enviarlos a las zonas más peligrosas de las minas, además no pueden tener dinero ni posesiones propias. Si alguno desarrollase una verdadera mutación (algo más que simples rasgos deformes o un dedo u oreja de sobra) sería asesinado sin contemplaciones.

La gobernante actual del planeta es la reina Lachryma III.

Asiento lentamente. Luego me pongo en cuclillas enfrente del hombre. En mi tierra abríamos cortado el cuello del pobre hombre para ahorrarle sufrimientos, pero necesitábamos toda la información posible.

-Cabo Schmendt, ¿crees en el Imperator? ¿Tienes fe en su poder? Su ardiente mirada vela por nosotrs, sus hijos para poder protegernos de todo mal. Si estas vivo es por que él a intercedido por ti. Ahora centrate y cumple con tu deber. El Imperator amado por todos te necesita.- Digo intentado que se fije en mi.- Necesito que sea fuerte cabo. Eres un solado del imperio. Eres la muralla de los hombres. Dime que viste. Necesito detalles para ayudarte.

Mirando por el rabillo del ojo si alguien estaba o no pendiente, Heinrich se acerca a unos dos metros del recluta Schultz, e intentando taparse lo máximo posible con las tiendas entre las que estaba el soldado, se pone a desatarse y atarse de nuevo una bota, y mirando un momento al soldado le dice:

- Y bien, ¿que es lo que quieres de nosotros y lo que puedes contarme sobre lo que pasa aquí?

El recluta no ha hecho gran cosa mientras te movías entre las tiendas para llegar hasta él. Cuando le diriges la palabra te mira con aspecto alicaído. En comparación con la efusividad que había mostrado antes parece completamente deprimido.

- He oído lo que ha dicho el sargento, que ninguno de ustedes es un inquisidor. Yo creía que uno vendría a acabar con la amenaza y que entonces podríamos irnos a casa.

Después se queda mirando al suelo con tristeza

Heinrich termina de atarse la bota, se levanta, y mirando al recluta, dice:

-Lamento no ser lo que esperabas, zagal, pero sigo siendo de la inquisición, haremos todo lo que esté en nuestras manos. Los oficiales seguro que omiten cosas, los soldados rasos siempre sabemos mas "rumores" - dice mientras hace un esfuerzo sutil por enseñar su uniforme y su rango-. Entre iguales, dime, que ha pasado, que sabes tu que me pueda ocultar un oficial. Cuanta mas información tenga, antes solucionaremos el problema de todos.

- ¡Las sombras bailan a mi alrededor y me salpican! ¡quiero mi pistola! ¿donde está mi pistola? Se la dieron de comer al cadáver.

No hay manera, el pobre diablo sigue con sus desvarios y ni siquiera te mira directamente. Otra vez comienza a recitar una nueva retahíla de locuras.

No se puede decir que no lo hayas intentado, pero la expresión del cabo no mejora. Antes de hablar niega con la cabeza mirando aún al suelo.

- Todo eso da igual, si nosotros no pudimos hacer nada, ustedes, que son menos, no tienen posibilidades. - Al terminar de hablar levanta la cabeza y abre los ojos como si se diera cuenta de lo que acaba de decir - Tengo que volver a mi puesto.

Finalmente se da la vuelta y se va hacia un puesto de vigilancia vacío.

Cuando miras de nuevo hacia el resto del grupo ves como el sargento se ha detenido para decirle algo a Hieronymus y luego ha continuado por su camino.

Me encojo de hombros, probaré mas tarde con otro recluta. Apuro el paso para coger al grupo, pero sin correr.

Sin otra cosa que hacer me dispongo a rebuscar en su ropa y enseres por si hay algo de interés. Un escalofrío recorre mi espina al ocurrirseme una idea terrible

-¿Cuantos entrasteis, cabo? ¿Cuanto tiempo estuvisteis entre las sombras bailarinas? ¿Te salpicaban con rojo carmesí?

Mientras continuáis tras el sargento, Heinrich, que se había rezagado, vuelve a ponerse a vuestra altura.

Durante 10 minutos más continuasteis la marcha hacia el edificio rojizo, al acercaros más podéis verlo en detalle. Es una construcción metálica de proporciones enormes aunque bastante simple y sin detalles especiales. Al habilitarlo para los puestos de mando del batallón han colgado un gigantesco estandarte cubriendo una pared entera en el que se muestra el águila imperial y el número del batallón.

Cuando llegáis a la puerta el sargento os pide ordena que os quedéis allí mientras informa al comisario, un par de minutos después de que os deje solos Reshi aparece entre las tiendas y se vuelve a unir al grupo.

No necesitáis esperar mucho más, en un minuto aparece un hombre bajito y rechoncho con ataviado con un chaleco antifragmentación y una pistola láser al cinto. Se toma un momento para encenderse un puro (mucho más caros y escasos que las varillas de lho habituales entre la guardia imperial) y anuncia con voz potente.

- El comisario los invita a reunirse con él de inmediato.

Acto seguido se dirige a la puerta del edificio para que le acompañeis

En cuanto entráis os fijáis en la escasa decoración del edificio, se ha apartado todo elemento innecesario para no estorbar al personal. Al pasar el segundo pasillo llegáis a una ámplia habitación ocupada tan solo por un largo escritorio con un asiento elegante tras él y 5 sillas normales enfrente.

En la sala también están el sargento y un hombre que reconocéis de inmediato como el comisario, vestido con un uniforme negro con los galones de su rango. Su gorra descansa sobre una percha en la esquina de la habitación.

Al entrar os examina con la mirada lentamente, y suelta un leve suspiro

- Bien, supongo que ustedes son los enviados de la Inquisición. Me dijeron que pronto acudirían en nuestra ayuda, pero he de admitir que nunca dejo de sorprenderme al ver el tipo de agentes de que disponen. Estoy seguro de que están ustedes sumamente cualificados para la tarea que nos ocupa, así que vayamos al grano y terminemos con esto cuanto antes, ¿de acuerdo?

Os hace un gesto para que toméis asiento y él mismo se sienta tras el escritorio antes de continuar

- Como puede que ya sepan, este planeta es esencial para los intereses comerciales del sector, y todo lo que ponga en peligro a este mundo supone una amenaza para la comunidad galáctica. Por eso, cuando las actividades de los renegados de este planeta provocaron la destrucción de instalaciones valiosísimas y, en opinión de ciertos individuos, irreemplazables, se juzgó necesaria una exhibición de fuerza y la erradicación de todos los insurgentes de la mina Gorgónida y sus inmediaciones.

Como era de esperar, encargarnos de un puñado de rebeldes fue tarea fácil; esos granujas carecían de agallas, liderazgo y entrega a su causa. En cuestión de horas ya habíamos asegurado el lugar, capturado a algunos prisioneros y preparado nuestro regreso. Pero en una de mis inspecciones del terreno reparé en algo curioso. Uno de los rebeldes llevaba consigo un fajo de documentos. Tras examinarlos parecieron bastante extraños, seguramente simples copias de los originales, pero el caso es que en ellos se describían actos inenarrables. Era evidente que aquellos rebeldes no eran más que soldados prescindibles de una fuerza mucho peor.

- Conozco bien mi deber, así que envié a una docena de mis hombres a la mina. Muchos de nuestros enemigos habían huido de una muerte segura ante nuestra superior potencia de fuego y se habían resguardado en las galerías de la mina. Todo fue peor de como me lo temía. Los soldados descendieron a las entrañas del lugar, y regresaron en menos de una hora con numerosas bajas y la moral por los suelos. Me informaron de la presencia de mutantes deformes, demonios y seres aún peores, por lo que decidí cerrar la mina y aguardar la llegada de refuerzos y ayuda capacitada.

Está claro que el inquisidor no comparte mi preocupación… sin ánimo de ofender. Tan sólo esperaba un grupo más… numeroso para encargarse de esta situación. Pero en fin, quién soy yo para cuestionar los métodos del Ordo.

Aquí tienen un mapa. Si siguen las indicaciones, les llevará a través de los niveles superiores de la mina Gorgónida. Mis hombres no encontraron nada de interés en ellos, pero cuando entraron en la zona conocida como la Escombrera – dice señalando un lugar en el mapa – fue cuando todo empezó a ir mal.

He de advertirles de que se requiere mucho tiempo y esfuerzo para levantar el sello de seguridad. Huelga decir que les dejaremos salir cuando terminen, pero tardaremos un buen rato, así que procuren no venir con prisa. Irán armados, ¿no? - Aquí se detiene examinando las armas que lleváis a la vista - No parecen llevar encima nada extraordinario. Vayan a ver a nuestro furriel, él se encargará de equiparles convenientemente. Reúnanse conmigo en el sello dentro de una hora; pueden verlo desde la puerta. Hay una media hora de caminata hasta él, así que más vale que no se entretengan.

Como todos los depachos de gentes importantes, las sillas o sillones de los invitados están algo alejadas de las tablas decoradas del escritorio, así que Stig se levanta para acercar el mapa a los compañeros y con intenciones de no regresarselo al comisario. A comentar lo del armamento se le ilumina algo en la mente, pero enseguida se entristece: Si, si, mejores armas, pero ... serán difíciles de manejar. Mierda de botones; sólo quiero uno para que dispare, el resto me sobran todos.

- Con su permiso, comisario. Al ponerse en pié y agarrar el mapa.

También piensa en que podemos interrogar o hablar, tanto con los que entraron en la mina, para que nos digan de primera mano que vieron, el prisionero que nos pedía ayuda. Puede servir para algo, incluso para que no guíe o de carne de cañón y no estaría nada mal visualizar un poco los papeles "recupeados".

- Chicos, quiero hablar con prisionero, hablar con patrilla de investigación y ver papeles.

Todo eso, dando la espalda al comisario, mientras les acercaba el mapa, para que los pudieran observar con detenimiento y precisión, más que de lejos y en una mesa. Además, había habado majito.

El comisario le cayó bien a Hieronymus nada más entrar en la sala. Un hombre ordenado, claro y directo, en resumen un respetable oficial imperial. Cuando éste terminó de hablar, se puso en pie y dijo:

- Comisario, le agradecemos la información y el mapa de la mina. No obstante, querríamos obtener más información sobre los rebeldes, sus mutantes y como usted dice, sus demonios. Nuestro papel es aqui, tanto devolver la mina a su funcionamiento, como investigar cualquier signo de herejía.

- El inquisidor nos informó de graves bajas entre sus hombres ¿es de este pelotón de doce hombres del que hablamos o son aún mayores las pérdidas? Por otro lado, en pro de nuestra investigación ¿contamos con su permiso expreso para hablar con los soldados supervivientes de la incursión? ¿Y para interrogar a los prisioneros?

Respecto a los papeles recuperados, Hieronymus prefirió no decir nada, ni tras el comentario del soldado de primera Stig. Algo le había puesto la piel de gallina cuando el comisario había dicho eso de "actos inenarrables". Prefería no tener que ver nada con los documentos, incluso ni tocarlos siquiera, como si los papeles pudieran manchar con herejía los dedos de quien los tocara. Puede que no fuera un pensamiento adecuado para un siervo de la Inquisición, pero no pudo evitar una sensación súbita de suciedad y el deseo de lavarse las manos.

- Por último, como comisario y oficial, imagino que es ante usted ante quien deberiamos informar de cualquier signo de insubordinación entre sus hombres ¿verdad? Le mantendremos informado de cualquier avance que hagamos - Dicho esto, se dió la vuelta y dirigió una discreta pero clara mirada de advertencia hacia el sargento que les había conducido hasta la tienda.

Heinrich había escuchado con atención al Comisario, un perfecto comisario por cierto, quizá fuera del Schola.

La verdad es que poco tenía que añadir a lo ya dicho, así que Heinrich decidió permanecer callado, y hacer una mueca de sonrisa ante el último comentario de Hierónimus. "Hábil jugada, viejo"

Al terminar todos de hablar, hizo el saludo que correspondía y se dispuso a marcharse como sus compañeros, ardía en ganas de que el furrier los aprovisionara de equipo. Al fin y al cabo...iba bastante pelado.