Partida Rol por web

Había llegado el día, las noticias no dejaban de hacer eco de aquel multitudinario secuestro que había involucrado a más de una veintena de rehenes incluida la hija del presidente. Lo peor es el hecho de que se han atrevido a amenazar con hacer explotar una bomba química con el potencial de aniquilar a toda la población en un radio de dos kilómetros.

Las calles están evacuadas, los servicios especiales están preparados pero… ¿Cuál era realmente vuestro papel en aquella historia? para el gobierno estaba claro: Resolver la situación empleando la tecnología más avanzada.

¿Eráis unas conejillas de Indias? Sí.

¿Vuestro éxito repercutiría en el modo por el cual se entrenaría a las fuerzas especiales? Evidentemente.

Firmasteis un contrato de confidencialidad, ni siquiera vuestras familias podían saber en qué proyecto estabais embarcadas y puede que el futuro de las fuerzas especiales tal y como se conocen hoy en día dependan del resultado del asalto perpetrado por “Caronte”, el grupo terrorista más temido en occidente.

Ahora os encontrabais en la sala neutra, un habitáculo blanco, inmaculado, esterilizado. Allí portabais los uniformes del proyecto, una ajustada malla de color gris y blanco con el logotipo de un águila imperial bordado en negro: IMPERUS.

Muchos creerían que formar parte del proyecto significaba que estabais en la élite de este cuerpo secreto, sin embargo la realidad era que el perfil que buscaban los científicos y directivos no era el del “súper soldado”, sino de la persona con la genética más adaptable, con la mentalidad más abierta y con todo un potencial por descubrir.

Una vez finalizada la fase de esterilización entrasteis en la “cámara oscura”. Allí es donde estaríais por primera vez en contacto con “La barca”. Así es como se conoce al dispositivo que saca a la luz todo el potencial.

“La barca” no es más que un casco hecho de una aleación impronunciable y que una vez adaptado al cráneo del sujeto saca a la luz ese potencial oculto del cerebro, aquella que va a permitir que una persona aparentemente ordinaria pueda hacer grandes cosas.

Meses de entrenamiento que no tenían sentido para mí de pronto acababan de tomar un rumbo diferente. Aquel secuestro, y la bomba, habían provocado que la ciudad al completo estuviese en estado de excepción y al borde de la aniquilación, cual péndulo de la muerte de Poe.

Así que había llegado el momento.

Las pruebas físicas y mentales habían sido durísimas y para no había superado muchas de ellas, pero el número de voluntarios no era precisamente alto. Solo había visto y hablado con otra agente, por lo que supuse que éramos nosotros, sí o sí.

No me molestó que nadie supiese a qué me dedicaba realmente, ni tampoco que quizás no volviera a verlos, porque nunca me había sentido que formase parte de mi propia familia, pero no podía evitar que el miedo me invadiera al saber que iba a entrar en el momento decisivo.

Mientras éramos esterilizados, miré a mi compañera. Supuse que como yo, sentiría una mezcla de nerviosismo, euforia contenida... y terror, todo junto, mezclado, no agitado.

Cuando las puertas de la "cámara oscura" se abrieron, "La barca" apareció en mitad de la sala, esperándonos como si se tratase de un patíbulo.

-Ahora todo esto no me está pareciendo tan buena idea como en un principio -comenté con un leve temblor de voz y una sonrisa nerviosa. La ansiedad hacía que me comportase más tonto de lo habitual.

Llevaba mucho tiempo entrenando duramente, tanto mi cuerpo y mi mente, para conseguir llegar al punto en el que me encontraba ahora. Y estaba convencida de que estaba lo suficientemente preparada para superar la prueba. No iba a negar que estaba nerviosa, expectante, ansiosa por ver qué iba a pasar cuando entráramos en contacto con La barca, y no podía negar que también estaba un poco acojonada.

En esos momentos, mientras aguantaba el tiempo que duraba la esterilización y que a mí me estaba resultando muy lento, me dediqué a pensar en mi familia, en mis conocidos, en el mundo que latía ahí fuera. Ninguno de ellos sabía en qué andaba embarcada, y no sólo porque me hubieran obligado a mantener silencio sino porque cuanto menos supieran ellos iba a ser mucho mejor, menos preocupaciones por mí y menos peligros correrían.

Porque peligros había demasiados y el más el más reciente y que estaba en boca de todos era el secuestro perpetrado por Caronte, aunque yo no podía evitar preguntarme si se hubiera dado tanto bombo al asunto si, entre los rehenes, no estuviera la mismísima hija del presidente. Sin embargo, todos esos pensamientos se esfumaron de un plumazo cuando me vi, junto a uno de mis compañeros, en la cámara oscura, con la famosa barca ante mí. Un casco increíble y que, supuestamente, iba a sacar lo mejor de nosotros, siempre y cuando fuéramos capaces de aguantar.

—Creo que nunca fue una buena idea —contesté con cierta ironía a mi compañero. Intentaba romper un poco la tensión que me dominaba y que, a poder ser, aliviara los nervios que me atenazaban al igual que le debía estar ocurriendo al joven a mi lado—. Pero supongo que ya no hay vuelta atrás... —Y, a pesar de todos los pensamientos negativos que estaban cruzando por mi mente en esos instantes, yo también sonreí.

Una vez que “La barca” se acopló, una fugaz sensación de mareo os inundó. Era como si os hubiesen montado en una montaña rusa que daba vueltas y vueltas sin tener un final claro. Notabais incluso como si vuestras articulaciones se desplazasen de su posición original, todo ello en unos intensos 5 segundos que parecían no acabar.

De repente, todo volvió a su lugar. No había fatiga, ni náuseas, ni confusión. Tan solo estabais ustedes en una habitación blanca, impoluta y estéril.

Había dos elementos muy característicos:

Por un lado existía justo al final de la casa una puerta la cual a diferencia del entorno estaba hecha de metal. Encima de ella a modo de letrero había un discreto cartel con la palabra “Caronte”.

El otro elemento característico era una mesa larga, como si fuese de comedor. En ella había varios elementos fácilmente reconocibles:

Un sombrero de vaquero. Era de color marrón y parecía de buena calidad.
Una katana japonesa, perfectamente adornada con motivos orientales.
Una bandera pirata, se podía comprobar como la calavera estaba bordada de manera basta.
Un escudo griego, fácilmente reconocible por la simbología típica de la cultura clásica.

La pregunta ahora era… ¿qué debíais hacer? Si buscabais respuesta alzando la voz la única respuesta era el silencio. Algo os hacía pensar que lo que había sobre la mesa eran objetos importantes y que la puerta de metal era lo más parecido a una salida ¿pero cuál era la decisión correcta sobre cómo interactuar?

Miré todo lo que había aparecido y desde luego, todo era cuestión de elegir. Siempre había que elegir.

-Supongo que nos lo quieren poner difícil, aunque no entiendo por qué.

Caronte era su objetivo, sin duda, pero todos aquellos objetos tendrían que ver algo con él, así que no se me ocurriría irme sin uno de ellos.

-Deberíamos escoger uno de los objetos e ir hacia la puerta. A mí siempre me han gustado las películas del oeste, pero no tengo preferencia. Escogemos uno y salimos por la puerta, ¿te parece bien?

Columbus examinó a su compañera como si fuese capaz de prever la respuesta que iba a darle, aunque en realidad no importaba. No deseaba seguir solo si podía evitarlo. Quedarse aislado era el principio del fracaso cuando se trataba de una misión.

Era una sensación rara, de vértigo continuo, como si mi cuerpo no fuera ya mi cuerpo, pero por suerte apenas duró unos segundos y, lo mejor de todo, no dejó secuela alguna en mí. Observé con atención la sala blanca, la puerta del fondo y los objetos, preguntándome por un segundo qué podía significar todo aquello aunque, tal y como vino la pregunta apareció también la respuesta, o lo que yo consideraba que debía ser la respuesta correcta.

Miré a mi compañero con una muda pregunta en mi cara y lo vi moviendo la boca pero a mis oídos no llegaba sonido alguno. ¿Me habría vuelto sorda? No sabía muy bien el motivo de tanto silencio pero, fuera lo que fuera lo que lo provocaba, lo que estaba claro era que había que salir de allí y que la manera de conseguirlo tenía que estar en aquellos objetos.

Me acerqué a mirarlos uno a uno, extrañándome al comprobar lo variados que eran y no encontrando ningún nexo en común entre ellos. Seguro que tendrían que escoger uno y, con él, salir por la puerta, pero ¿cuál debían escoger? Aquellos objetos tenían que tener un significado que, por el momento, era desconocido para mí. Me giré hacia mi compañero mientras señalaba uno a uno los objetos, buscando una reacción en él que me indicara cuál creía que sería el más apropiado para elegir ya que, algo que tenía muy claro, era que no iba a hacer aquello sola ya que eso sólo me llevaría directa a un final no deseado.

El movimiento de sus labios y el brillo en sus ojos cuando señalé el típico sombrero vaquero me indicaban que aquel era el objeto elegido. Sin saber muy bien qué podía ocultarse en la elección de uno u otro, lo mismo me daba elegir cualquiera de ellos, así que cogí el sombrero y señalé primero a mi compañero, después a mí y por último a la puerta para indicarle que una vez hecha la elección era lógico que ya nos podíamos ir.

Al mirar vi que estaban todos los objetos que habíamos visto antes... menos el sombrero de vaquero. Estaba claro que nuesra elección implicaba viajar a esa época, y puesto que en la otra ocasión había sido yo quién había escogido...

-Creo que también te toca a ti esta, Morr. Tú eliges ahora. Tengo la impresión que de todas maneras, todas tendrán su grado de peligro.

Aún sentía el cosquilleo de la tensión que había pasado mientras desactivaba la dinamita, acrecentada por las náuseas al volver de nuevo a la sede. Por unos instantes me quedé respirando, tomándome mi tiempo para volver a la realidad después de la experiencia que acabábamos de vivir.

Escuché a mi compañero diciéndome que ahora me tocaba a mí y, sin saber muy bien a qué se refería exactamente, miré a mi alrededor hasta que mis ojos se centraron de nuevo en los objetos. ¡Claro! Los puñeteros objetos que, sólo con tocarlos, nos llevarían a una época pasada de la cual quizás no volviéramos.

—Vale, yo elijo, pero antes quiero contarte algo extraño. La dinamita... —no sabía muy bien cómo decirlo ya que si formaba parte de la prueba tampoco tenía porqué ser tan extraño—, tenía elementos modernos. Esto... lo que quiero decir que, aunque viajemos a una época distinta, puede que nos encontremos con algunos elementos más actuales.

Me acerqué a los objetos para observarlos, dándome cuenta que el sombrero ya no se encontraba entre ellos. Intenté valorar cuál podría ser más peligroso o qué época podría ser más fácil, pero no me inclinaba por ninguno en concreto así que, qué más daba cuál eligiera.

—Siempre he sentido fascinación por las espadas —dije, cogiendo la katana.

Estáis de nuevo en la sala blanca, con vuestras apariencias reales.

En cuanto todo se desvaneció a mi alrededor respiré profundamente. Aquella prueba había sido mucho más dura que la anterior y mucho se temía que la siguiente, fuese todavía peor.

-He de reconocer que ha sido una experiencia interesante, pero dura. Me aterra pensar en lo que habrá detrás de cada uno de estos objetos, pero supongo que tendremos que averiguarlo. Como tú escogiste la katana, ¿te parece bien que elija yo ahora... el escudo griego?

Lentamente, me aproximé al escudo y lo miré sin llegar a tocarlo.. ¿Con quién nos encontraríamos? Con Ulises, Jasón, Aquiles... ¿Qué nos esperaba tras aquel escudo?

Supongo que hay que armarse de valor.

Y sin más preámbulos, cogí el escudo griego entre mis manos.

Habíamos vencido a Saotama pero, por mi parte, la experiencia ganada así como las enseñanzas de Aoshi permanecerían conmigo el resto de mi vida. Justo cuando veía caer el cuerpo sin vida del que fuera señor del terror, sentí de nuevo las náuseas que anunciaban el regreso a la Sede. Eso significaba que un nuevo período de la historia había finalizado para nosotros y que, seguramente, nos tocaría escoger de nuevo entre los objetos que quedaban.

Mi suposición fue confirmada cuando, una vez más, nos encontramos en la sala blanca con los dos objetos que quedaban delante de nosotros. Por unos instantes me miré de arriba abajo y miré a mi compañero, habíamos dejado atrás las armas y el ropaje de una época fascinante a la par que peligrosa, donde el honor movía a los grandes guerreros y la paciencia era una de las mejores virtudes que podía haber.

Me encogí de hombros al escuchar a Columbus, haciendo un gesto con la mano invitándolo a que eligiera lo que él quisiera. Al fin y al cabo, después de las dos experiencias anteriores, ninguna de las dos opciones que quedaban me parecía una mejor que otra.

—Esperemos que esta vez no nos encontremos medio muertos nada más llegar... —dije intentando poner un poco de humor a aquel momento mientras esperaba, una vez más, sentir las náuseas que me indicaran que ya estábamos en camino hacia otro período sangriento de la historia.

Aunque... ¿qué período no lo era?

Había sentido el impacto como si hubiera sido real, pero las ya tan conocidas náuseas volvieron a instalarse en mi estómago indicándome que volvía a la sede. Aquellas simulaciones resultaban tan reales que aún no me acostumbraba a que no lo fueran y, cuando abrí de nuevo los ojos me vi en la sala blanca, con el último objeto ante mí pero sin la presencia de mi compañero.

Me quedé unos segundos paralizada, intentando recordar los últimos minutos vividos en la época griega, pero tenía la sensación de que Columbus había caído al vacío al igual que yo lo había hecho, entonces ¿dónde se había metido? ¿Por qué no estaba ahí conmigo?

Dudé unos instantes si coger la bandera e irme sin él o esperarlo. Quizás al final hubiera logrado pasar la prueba y ahora estaba haciendo lo que ella no había conseguido pero ¿si no era así? Seguramente entonces regresaría a la sede tarde o temprano y no quería irme a otra época sin él.

Pensando en todo lo que había vivido, experimentado y aprendido hasta ese momento, esperé todo lo pacientemente que fui capaz a que Columbus estuviera de regreso.

Nada más recuperar la postura y dejar a un lado las nauseas, miré a Morrigan. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? ¿Qué sucedió después de la caída?

Entonces, le expliqué lo que me había sucedido a mí, como aquel desconocido al que habías ayudado me salvó la vida, como tras llegar al templo, Jasón nos dijo que debíamos entrar en el laberinto del Minotauro y de qué manera me había escapado de él y había llegado corriendo de nuevo a la salida.

-Fue pura suerte -le dije -. El minotauro me atacó con todo y yo todavía no sé ni cómo logré esquivarlo. 

Sonreí. Todo había sido debido a que me había detenido a ayudar a aquel hombre.

-La próxima vez que haya que ayudar a alguien, ¿vas tú, de acuerdo?

Entonces miré la bandera pirata.

Hummm. Supongo que no queda otra. ¿Haces los honores?

Empezaba a dudar que Columbus apareciera en los siguientes minutos así que, dando un paso al frente, me acerqué a coger la bandera justo en el momento en que mi compañero hizo acto de aparición.

—Simplemente caí y aparecí intacta de nuevo en la sede —fue mi escueta respuesta, al fin y al cabo no había más que añadir.

Escuché la explicación de su aventura y el porqué no había vuelto a la sede nada más caer, y no pude evitar sentir cierta rabia al darme cuenta que la situación hubiera sido muy distinta si Columbus no se hubiera dedicado a decirme lo que tenía que hacer todo el tiempo sin darme casi opción a decidir. Yo había fallado en una prueba, lo que a ojos de los jefes me haría menos válida para el puesto seguramente.

—Quizás no haya una próxima vez —dije, intentando calmar esa rabia y esa envidia que se habían instalado, sin razón alguna, en mi cabeza.

Asintiendo a su última pregunta, agarré la bandera que ya tenía al alcance de la mano.