Partida Rol por web

Mentras vendo el tobillo de Esperanza, miro a la chica y a Gero. Algo parece surgir entre ellos. Hasta en las más extrañas adversidades. Agacho la cabeza de nuevo y sonrío para mí.

La gente, de momento, estaban siendo amables entre ellos y se ayudaban. Mientras eso continuara, los problemas serían menos, desde luego. Conseguirían salir de allí. En cierto modo me siento orgulloso de éstas personas a las que no conozco de nada.

Segundos después, de repente, el chico al que recogieron del coche, sale de la inconsciencia gritando. Lo miro sobresaltado y luego miro a los presentes a ver si son capaces de responderle. Yo, desde luego, no sé mucho. No sé si estaban de cuerpo presente en el vehículo esas personas nombradas cuando rescataron al muchacho. Aunque, desde luego, algo podría decirle, aunque sea para calmarlo, pero espero a ver si alguien le contesta con mayor conocimiento. 

El joven recorría los pasillos con mucha más curiosidad que miedo, era como estar en una película. Michael veía todo como un juego, no como la situación peligrosa y en la que podía perder la vida. Esta casa me recuerda a la película de Solo en casa, pero a la segunda parte. ¿Sabéis a cual me refiero? Donde el chico se pierde en Nueva York… Comentaba alegremente mientras recorría el pasillo.

Luego surgió disyuntiva. ¿Con quién ir?  Michael lo tenía muy claro desde un principio. Un caballero nuca dejaría que dos jóvenes damas recorrieran esta mansión sin compañía. Permítame que les acompañe. Dijo tratando de imitar la voz del caballero ingles por excelencia, intentado imitar la voz de Pierce Brosnan en James Bond.

Recorriendo los fríos pasillos no paraba de pensar en qué sería lo que se iban a encontrar, de donde salía esa maldita melodía y en si el teléfono tendría línea. Teniendo en cuenta la tormenta que está cayendo seguramente no haya comunicación posible. Mientras pensaba en todo eso el grupo iba discutiendo como dividirse para explorar la casa en busca del teléfono y la música.

Alejandro no estaba de acuerdo con el plan de separarse y se lo hizo saber al resto. -No creo que separarnos sea una buena idea, no sabemos quien o quienes están en la casa. Deberíamos ir juntos, es mi punto de vista.- Intentó no alzar la voz muy alto, lo suficiente para que el grupo le escuchara.

- ¿Y que crees que es esto, la mansión del terror? - pregunta en voz alta, con incredulidad.- ¿No estábamos buscando gente para que nos ayuden? ¿De que tienes miedo?

Luego se vuelve hacia los demás mientras niega con incredulidad. "El único hombre del grupo y tenía que ser el más cobarde, como no". Que sorpresa.

- Voy a recepción a ver si hay algún teléfono, ¿viene alguien?

- Yo, eh...- no sabe muy bien donde ir. La tía esa parece una estirada y le da mal rollete. A ver si alguien más la acompaña. Espera al último momento para decidir donde va.

Mientras esperáis, algunos de los supervivientes le explican al chico que no vieron a nadie más, pero que los que le encontraron (Marina y Alejandro, aunque aún nadie se conoce por el nombre) no están presentes. 

- Por cierto, yo soy Alfonso. Este es mi hijo Carlos, y mi mujer María - explica, intentando presentarse al grupo.

La mayoría asienten y no dicen nada, pero otros comienzan a presentarse entre ellos, y al cabo de medio minuto todos, menos el chico, han tenido oportunidad de decir su nombre.

Mientras todo esto pasa, el niño consigue recuperar su consola. Se sienta junto a la pared, estirando sus piernas regordetas. Sabe que no va a poder pasarse a ese jefe: "el aguila". No va a tener tiempo de llegar a lo alto de la mazmorra. Pero hay que intentarlo. De eso se trata. De intentarlo aunque no pueda hacerlo.

- Tienes algo de fiebre, chico, pero por suerte te pondrás bien - le dice la enfermera al adolescente que reposa en la cama, guiñándole un ojo. De refilón, se vuelve hacia Josemi, que apenas le ha prestado atención desde que todo empezó.

"Déjale. Está ocupado de los heridos" se recuerda, pero no puede evitar sentirse herida. Esas cosas no pueden evitarse.

- Yo... Iba con mi padre, mi hermana... Y entonces de golpe rodaba entre la nieve, y ya no estaban, solo habia nieve, y frío... ¿Nadie les ha visto? - pregunta, angustiado.

Tras las palabras de la mujer entra en razón. -Tienes razón, no hay de que tener miedo. Te acompañaré a buscar el teléfono.- "La que me ha caído por un comentario, mejor me dejo de tonterías y la acompaño a por el teléfono. Cuanto antes lo encontremos mejor."
 

Sandra asintió ante el ofrecimiento de Marina de acompañarla a mirar de dónde salía la música, pero fue el comentario del jovencito que había ido sentado delante de ella en el autobús lo que la hizo sonreír. Era muy amable y todo un encanto, seguro que cuando creciera las chicas se lo rifarían, pensó la joven.

Se disponía ya a ir hacia las puertas entreabiertas que se encontraban en sentido opuesto a la entrada cuando se detuvo al escuchar a Alejandro. Se giró hacia él extrañada por su actitud ya que ella en ningún momento había sentido temor al estar allí dentro, quizás fuera porque estaba acompañada pero, de todas formas, no entendía el miedo irracional del hombre. De todas formas se encogió de hombros al ver cómo cambiaba de actitud, volviéndose hacia sus dos nuevos acompañantes.

—¿Vamos? —Más que una pregunta que esperase respuesta se trataba de una constatación a lo que tenía pensado hacer, pues fue decir esa palabra y echar a caminar hacia el origen de la música que tanta curiosidad había despertado en ella. Por fuerza alguien tenía que estar allí, aunque lo extraño es que no los hubiera oído hablar.
 

Marina no se había parado a pensar en la posibilidad de que corrieran verdadero peligro allá adentro hasta que Carlos lo menciona. Sin embargo, decide centrarse en investigar el edificio y no darle demasiadas vueltas. Aprovechando que Alfonso y su hijo se presentan, la joven hace lo propio ofreciendo su nombre a todos los presentes. Ya que parece que van a compartir un tiempo juntos, mejor hacerlo de manera cordial.

-Si necesitáis algo, gritad

Dice medio en broma medio en serio a Alejandro y Ana antes de alejarse al trote detrás de Sandra.

-Esperadme.

Carlos se había presentado de forma escueta en el bus, por lo que no necesitaba otra presentación. Ahí parado, no sabía perfectamente a donde acudir, por lo que decidió seguir a la multitud. Después de todo... si moría él, debían de morir todos juntos.

Gero negó con la cabeza a la pregunta del chico. Había sido de los últimos en abandonar el autobús, tratando de ayudar a aquel pobre diablo que había muerto ensartado en el parabrisas. 

-No vimos nada... nada más que nieve, nieve y más nieve - miró a Esperanza para ver si ella añadía algo - Salimos cuando ya no quedaba nadie, y vinimos directos hacia aquí... - se quedó un momento pensativo - Una chica antes dijo que cuando te encontraron no había nadie más. Se fue en el grupo que anda buscando un teléfono... Lo siento chico, ni idea de lo que pueda haber pasado con ellos... 

Desde hacía un rato no le quitaba ojo al pasillo por el que se habían ido los demás. Por un lado esperando que volviesen, y por otro arrepintiéndose de no haber ido él. La espera lo estaba poniendo nervioso. 

Termino con la chica del tobillo. Me levanto, recojo los restos de venda y miro al chico recién salido de la inconsciencia.

-Tampoco puedo ayudarte, muchacho. Estaba con éstas personas y no vimos nada, como bien ha dicho éste mozo. Pero no te preocupes, los buscaremos cuando amaine el tiempo. Si no estaban por allí, tal vez hayan encontrado un sitio donde refugiarse, no todo va a ser malo. Míranos a nosotros, hemos llegado hasta aquí después de sufrir un accidente gravísimo. -Sonrío forzadamente para que no se note que no creo demasiado en mis palabras.

Me acerco a una papelera a tirar los desperdicios.

-Por ciero, me llamo Jose Antonio. -Hago un ademán con la cabeza en respuesta a Alfonso y después a los demás en señal de presentación.

Mientras os decidís, observáis donde os encontráis. El pasillo, en ambas direcciones, está adornado de numerosos cuadros, aunque no se puede ver nada tras el cristal que los recubre, totalmente tupidos por el polvo y la mugre.

El grupo se divide equitativamente. Ana comienza a caminar hacia la recepción, y la siguen tanto Alejandro como Carlos. Hacia la puerta de la que viene la música, en dirección contraria, caminan Michael, Marina y Sandra. En última instancia, Felipe se queda mirando a los lados, y parece no terminar de decidirse. Así que se acerca a un enorme marco que se encuentra junto a las escaleras y comienza a ojearlo mientras espera allí.

Abrís las puertas dobles y cruzáis a una sala enorme. Es un comedor, con cinco mesas corredizas de hasta cuarenta asientos cada una. Al fondo a la derecha de la sala, hay una puerta que conduce a una sala pequeña, una cocina. Esa sala no está completamente separada del comedor, sino que la pared que separa es una simple meseta, con una reja que cae del techo separando las dos salas.

Las mesas están vacías, aparte de las sillas colocadas encima y la abundante mugre, entremezclada con telas de araña por doquier. La única excepción es una zona al fondo de la sala, donde una de las mesas se ha despejado de sillas y ahora está cubierta de papeles y trastos. Hay una mochila tirada junto a ellos, y por último... Unos pequeños altavoces. De ellos proviene la música, que suena a un volumen altísimo.

La única luz de la sala, que tiene todas las ventanas cerradas y las cortinas echadas, proviene de un farol de gas que está encendido junto a la mochila. Y por lo que podéis ver, no hay nadie más allí.

Seguís a Ana hacia la recepción. Cuando pasáis al lado de la puerta que estaba entreabierta, observáis que da a un baño de señoras. El ruido del exterior proviene de la ventana: da a un lateral del edificio, y está abierta. La nieve se está colando en el baño, y el vendaval sacude el interior del parador.

La mujer ignora el baño, y sigue caminando. La recepción es una sala pequeña, con un par de sofás cubiertos de porquería y un puesto, donde se encuentra un teléfono fijo de estilo clásico, y lo que parece un televisor de un ordenador bastante moderno, aparte de unos cuantos libros apilados entre polvo. Casi no hay luz, la que llega se filtra por la puerta del baño.