Partida Rol por web

La capucha sobre los hombros, los ojos perdidos en el infinito. Fuera lo que fuera lo que estuviera pensando Alice, no parecía querer detenerse por cualquier conversación hueca o innecesaria. Algo fácil, ya que el tiempo no daba pie a demasiado parloteo

El agua resbalaba por el traje de Faliar, sin llegar a mojarlo. Para evitar que se arruinase con las inclemencias y el paso del tiempo, y también para protegerse en caso de algún imprevisto, Faliar había lanzado un hechizo sobre él. El chaqué y los pantalones, antes negros, habían adquirido una tonalidad plateada, y la lluvia hacía un curioso tintineo al caer sobre la ropa. Si bien la tela mantenía toda su flexibilidad original y a simple vista podía pasar por ropa normal de color gris plateado, resultaba metálica al tacto, sin llegar a cortar pero ofreciendo resistencia. Y además, cuando había luz directa, la reflejaba ligeramente, pero el clima no daba oportunidad de apreciarlo.

Después de que dejaran la fuente, Faliar parecía de mejor humor. Conversaba animadamente con Conrad, y pasaba mucho tiempo agarrado del brazo de su esposa y de su hija. Sin embargo, no dirigía la palabra a Xerine salvo para lo estrictamente necesario, y solo la miraba directamente muy de vez en cuando, y siempre con ella de espaldas y con un aire de... quizás preocupación.

Conrad, según las nubes amenazaban cada vez más con descargar su contenido sobre ellos, cada vez sacaba menos tiempo y menos veces los mapas, hasta que dejó de hacerlo. Había comprobado ya suficientes veces la ruta, y estaba seguro de que iban en la dirección correcta. Para evitar que se deteriorara con la lluvia, guardó el mapa bajo su chaqueta, así como el reloj. Lo único que lamentaba era no tener su sombrero para guarecer su cabeza de las inclemencias del tiempo. Llegados algunos puntos, el camino estaba tan embarrado que a Brie le costaba arrastrar el carro con todos sus pasajeros. En estos momentos, el cartógrafo no dudó en descender y ayudar al animal empujando el carro desde un lado, e instando a sus compañeros a colaborar. De este modo, avanzaron penosamente bajo la incesante lluvia, más lentos que antes, pero sin detenerse. La determinación del cartógrafo no se empequeñecía por la humedad, sino más bien aumentaba con cada dificultad.

Aaron se apartó un mechón mojado de la cara y suspiró. Si la cosa seguía así lo más probable era que todos acabasen enfermando, y era lo último que necesitaban. Cinco eran los días que llevaban viajando y la transición del paisaje no dejaba lugar a dudas; Moth era un sitio siniestro, y si bien todavía no habían llegado al país su influencia si que traspasaba la frontera.

El hecho de viajar con prácticamente unos desconocidos tampoco ayudaba a mantener la calma. Las noches eran lo peor, y Aaron juraría (Y sus ojeras lo constatarían) que no había dormido más de tres o cuatro horas seguidas. Siempre se despertaba con una sacudida y miraba alrededor, preguntándose si alguna de aquellas personas amenazaba su vida. Después de esos momentos de tensión no podía volver a dormir, y lo único que le quedaba era mirar el fuego consumirse, preguntándose si alguna podría llegar a sentirse cómodo con aquella gente.

En cualquiera de los casos, el chico confiaba en que una vez llegase a Moth la cosa cambiaría. Todavía no sabía como y tampoco se atrevía a imaginarlo, pero cambiaría.

Quint se limitaba a sentir las gotas de luvia deslizarse a raudales por su cara. El traje, en su momento elegante, estaba ahora sucio y empapado, lo que unido a su aspecto delgado y pálido le daba un aspecto que recordaba a uno de esos cadáveres andantes de la leyendas.

De vez en cuando, miraba con cierto recelo la armadura mágica de Faliar, e incluso en una ocasión la pinchó con un dedo para ver si realmente había algo allí o no. Al comprobar que así era, no pudo evitar poner una mueca; la magia nunca le gustaría.

La travesía continuaba sin incidentes. A pesar de la lluvia, del terreno embarrado y la monotonía del terreno la determinación de todos continuaba intacta.

Pero de pronto, en el horizonte comenzó a recortarse la imagen del terror. Una visión dantesca, que haría vomitar a más de uno.

Empalados en grandes postes, plantados en el suelo a lo largo de las márgenes del camino, a manera de árboles con frutos humanos, había dos hileras de esqueletos amarillentos que bordeaban el sendero como un pequeño bosque en el que sólo se escuchaba el silencio de la muerte que sigue al tumulto de la batalla lejana.

Brie no pudo soportarlo. No era solo la visión, sino una sensación de extremo malestar el que inundó al caballo. Ese miedo, ese sentimiento de pesadumbre estaba en el corazón de todos ellos, pero el pobre animal no tenía una voluntad tan férrea. Agitado, revuelto, trató de liberarse de la atadura que le sometía el transporte, y aunque Faliar trató de tranquilizarle no hizo efecto. Las barras de madera se partieron y el caballo comenzó a correr en dirección contraria, libre de ataduras, huyendo de la imagen que le aterrorizaba.

Faliar había caído de bruces contra el barro del camino mientras intentaba controlar al caballo desbocado. Menos mal que había reforzado su ropa, y sus cualidades cuasi-metálicas hacía sencillo quitar la suciedad, que resbalaba por la plateada superficie de su chaqué y sus pantalones. Si no lo hubiese hecho, ahora se habría puesto perdido. 

Se levantó dolorido y se quitó como pudo el barro de la cara, viendo como el caballo se alejaba.

- Estupendo... Espero que no quede mucho para llegar a ese pueblo. Y por cierto, menuda bienvenida... -dijo desviando su mirada hacia los esqueletos empalados

Al ver que el animal se encabritaba, Conrad bajó, de nuevo, del carro, tratando de acercarse con cuidado y tranquilizar a Brie. Pero el terror dominaba al caballo, y apenas el cartógrafo había descendido al suelo, un crujido le advirtió de que la madera había cedido a la fuerza de la bestia. Gracias a ello, fue capaz de apartarse y quedarse pegado al maltrecho carro, justo a tiempo para evitar ser arrollado y pisoteado por Brie, que había dado la vuelta y galopaba relinchando, histérico, por el camino de vuelta.

El primer impulso de la adrenalina hizo al cartógrafo comenzar a correr tras el caballo, pero tras algunos metros, la lógica se impuso, y se detuvo, conocedor de que jamás podría alcanzarle, y menos tranquilizarlo y retenerlo. Conrad se quedó un momento allí, de pie, en el camino, observando el camino por donde había viso desaparecer la cola del caballo, tras la cortina de insistente lluvia.

En el interior del carro Nahia descansaba , refugiándose de la lluvia.

El repentino parón del vehículo la desequilibró teníando que intentar agarrarse a cualquier parte del mismo para no caer de bruces.

Escuchó al caballo relinchar y salir corriendo de aquel lugar, seguido de la voz de su padre.

¿Que había pasado?

Asomó la cabeza del carro.

Papá ¿que ha..?

Sus palabras enmudecieron. No se esperaba esa "bienvenida"

-¡La madre que lo ha parido!

Aaron saltó del carro justo antes de que el caballo se encabritara, salpicando su alrededor de barro y suciedad varia. Tuvo que apartarse rápidamente para evitar llevarse una coz de regalo, pero por suerte no le pasó nada. Mientras la lluvia le seguía empapando hasta los huesos se preguntó que era lo que le había pasado a Brie para reaccionar de aquella manera, y cuando se hubo dado la vuelta para observar al resto obtuvo su respuesta.

Una barrera de cadáveres humanos.

El chico se llevó la mano a la boca y torció el gesto. Aquello era asqueroso...si bien había visto muchos cadáveres en su vida ninguno presentaba un estado parecido al de aquellos. Era simplemente inhumano clavarlos ahí para...¿Para qué?

-¿Qué es esto?-Preguntó en un susurro que muy posiblemente se llevó el viento.

El malestar que provocaba estar allí se acrecentó bastante para Faliar, Nahia, Cath, Quint y Conrad. Todos excepto Aaron y Alice parecían víctimas de un temor primigenio. Aquella vista no auguraba nada bueno. Absolutamente nada bueno. Cuanto antes desapareciera de sus ojos, mejor se sentirían.

- Una advertencia -dijo Faliar secamente- Da la impresión de que en este país no quieren mucho a los extraños.

Los ojos de Quint se abrieron como platos al ver el espectáculo que había ante ellos. Tantos esqueletos entre la lluvia, meciéndose con el viento en esos bosques...

Con un impulso de supervivencia, el chico se dejó caer del carro cuando el caballo escapó y rodó al tocar el suelo para quedarse con la espalda contra el carro y una daga en su mano. La otra mano, inconscientemente se dirigió a su cara, donde antaño una cicatriz la partía en dos.

-O una trampa.

Cath cayó del carro cuando Brie se encabritó, encontrándose contra el suelo embarrado y cubriendo su cuerpo de la marrón sustancia. Mojada, con su pelo rubio pegado a la cara entornó los ojos para observar el porqué de la reacción del animal. Y lo que vio no le gustó ni un pelo.

El estómago se le revolvió y el niño de su interior comenzó a resultar extremádamente pesado. ¿Quién podría haber hecho eso? ¿Quién podría estar tan loco como para...?

-¡Faliar!

Dijo con una voz ahogada y la mano en el vientre.

Los huesos estaban amarillos por el paso del tiempo. No eran nuevos, no habían sido empalados recientemente. Además, gracias al tamaño y forma de los huesos, podía verse que en las estacas había desde niños, hasta mujeres. Por lo que parecía no era exáctamente un "cementerio" donde colgar los restos de un ejército. Las mujeres y los niños no van a la guerra...

Faliar procuraba mantener la calma y aparentarla, pero la visión le había perturbado tanto, que apenas se dio cuenta de que su esposa se había caído del carro. El grito de Catherine le sacó de aquella visión y salió corriendo hacia ella. Se arrodilló junto a ella y le rodeó la cara con ambas manos.

- Tranquila cariño... ¿Estás bien?

-Sí... creo que no me he hecho daño. ¿Qué es eso?

La voz de la chica rubia temblaba de miedo, y su mirada destilaba terror acompañado perfectamente a su voz. Su corazón latía a mil por hora. Cath no estaba en buenas condiciones emocionales... y eso no sería especialmente bueno para el niño.

Aaron gruñó y se deslizó hasta el obstáculo más cercano que tuviese, a fin de parapetarse. Si algo venía quería estar preparado.

Aaron se escondió al lado del carro, parapetado por la enorme rueda y los bordes de madera. Era el segundo que había buscado cobertura contra un enemigo invisible, y, quizá, inexistente.