Partida Rol por web

A pesar de que no recordaba el camino que habían seguido la anterior vez hacia Koven, era muy lógico que tenía que ir hacia la muralla de madera que se veía a lo lejos. Si eso era el lago, no había otra manera. A no ser que hubiera otro pueblo con un lago cerca, entonces, sí que no sería Koven.

En cuanto a la magia... nada había a su alrededor que oliera a magia. O al menos, no pudo percibirlo.

Aaron suspiró, recogió sus cosas y con resignación comenzó a andar hacia allí.

Y quizá la molesta sensación de que alguien le observaba era por algo en particular. Cuando ya llevaba unos diez minutos andando en dirección al pueblo, y cuando iba a poder encauzar sus pasos en el camino que atravesaba dicho bosque sus ojos se cruzaron con los de un par de hombres que oteaban el bosque desde las ramas de los árboles.

Quizá si sus sentidos no hubieran estado entrenados, aquellos asaltantes la hubieran pillado por sorpresa, pero no, Alice no era una de ese tipo de mujeres.

-¡Alto ahí!-sonó la voz grave de uno de ellos.-Ya conoces el procedimiento, la bolsa o la vida.

Un cierto tono de sorpresa marcaba la voz del asaltante, como si no hubiera esperado enemigos desde ese lado, sino desde el camino. Daba igual, el dinero lo tendría igual... o al menos sus pertenecias.

Al menos, el otro hombre que tenía un arco todavía se estaba dando la vuelta.

Alice se echó hacia atrás, haciéndose la sorprendida

Yo... ¡O-os daré todo! ¡No me hagáis daño!

Se llevó la mano al cinto y desabrochó la bolsa de monedas. Luego la tiró al suelo, frente a ella

-Muy bien guapita de cara... lárgate y deja la bolsa ahí, y cuida tus movimientos.

¿Qué mejor reclamo para nuevas presas que una bolsa de dinero en medio del camino? Ninguno de los dos se movió, pero el que antes había estado despistado armó su arco hacia Alice. No iban a bajar, no hasta que estuviera bien lejos. Subir al árbol no era fácil para ellos, según parecía, y se habrían tomado su tiempo para encontrar un lugar así para asaltar.

En cambio, por la habilidad con la que cogía el arco... en eso sí parecía bueno.

S-sí... Gracias...

Acto seguido, sin perderles de vista, se alejó lo suficiente como para que estos la perdieran a ella. Fue entonces cuando salió del camino y se ocultó entre la maleza. Primero untó sus dagas con Vibratto. Luego regresó sobre sus pasos, aunque a suficiente distancia del camino descubierto como para no ser descubierta

Primero caería el del arco. El otro iría después

Alice estaba a apenas un par de metros de ese bravucón. Ya casi le tenía... Levantó uno de sus estiletes y comenzó a centrarse en su objetivo, olvidándose de todo lo demás...

Y, cual frutos maduros, antes siquiera que pudieran enterarse que estaban muertos, los dos asaltantes cayeron del árbol. Al menos cayeron sobre un lecho de hojas y hierba, por lo que el impacto tampoco causó mucho destrozo en sus respectivos cuerpos.

Ambos cuerpos dieron algunos tembleques una vez en el suelo... mera muestra de que el cuerpo estaba cortocircuitándose. Nada, no más sonidos, ni respiraciones ni movimientos. En teoría se podría decir que Alice había sido hasta misericordiosa. Les había ahorrado una vida de mierda con aquellos estiletes.

Bravo.

No se entretuvo demasiado en registrarlos. Se centró en recuperar su dinero y en despojarles de todo aquello que, a primera vista, no les fuera a servir más. No cogió el arco: Le sobraba y bastaba con sus estiletes. Sí se demoró un poco más en ocultar los cuerpos entre la maleza. Tardarían unos días en encontrarlos, si es que los encontraban

Luego echó a andar, de nuevo, como si nada hubiera ocurrido

No recogió más que su bolsa. Unas ropas roídas y un arco con flechas no eran lo que necesitaba, y además, el cuchillo del que no había visto armado no era más que un amasijo de óxido con empuñadura. Así que, emprendió el camino de vuelta a Koven.

Nada sucedió por el camino, y de día nadie le preguntó cuando entró en la ciudad. La noche era una compañera peligrosa en Moth, por el día la mayor parte del pueblo respiraba tranquilo.

La mañana era apacible y no había mucho ruido en el pueblo, salvo en la plaza que volvía a ser un lugar de bullicio. ¿Qué estaba pasando?

Ahora se arrepentía de no haber aprovechado la ropa de los bandidos para hacerse un disfraz

Ya era tarde, igualmente. Y una extraña en ese pueblo, fuera como fuera vestida, levantaría sospechas. No, su mejor baza era pasar desapercibida. Aunque hacerlo en un pueblo como ese, a plena luz del día e intentando acercarse al lugar más concurrido del pueblo era tarea casi imposible...

Por ahora, debía enterarse de qué había ocurrido con sus compañeros. Y algo le decía que ese bullicio de la plaza podría perfectamente deberse a que estuvieran quemando a alguno de ellos

-¿Te vas?

Una voz sensual sonó a espaldas de Aaron. Tenía un tinte muy bello como si fuera una bonita melodía de palabras lo que había escuchado. Tras darse la vuelta, lo que vio le dejó casi sin aliento.

Una mujer semidesnuda estaba apoyada en la orilla del lago. Le extrañaba su presencia pues mientras había estado nadando no había visto ni siquiera un rastro de aquella chica. ¿Qué hacía ahí?¿Quién era?

Alice asomó la cabeza por detrás de una esquina. Y lo que vio casi la deja sin palabras:

Un grupo de gente bastante nutrido discutía en el centro de la aldea. En el interior del tumulto estaba Andrei con su hija en brazos, y parecía que le acusaban de ser un mal padre, por las heridas que parecía tener. No sabía que hacer, pero un par de cosas cambiaron la situación.

Primero, un carruaje llegó desde un lado, con Faliar en el pescante enfundado en una brillante armadura, y con su escucho y su hacha anudados. Escudando a Andrei llamó la atención para explicar lo que había sucedido bajando del carruaje con un porte elegante y una presencia abrumadora, mas en ese momento de otra parte de la plaza...

Quint, vestido con una sotana y una túnica de sacerdote por encima salía por la puerta de la iglesia. La sotana era negra, pero la túnica que colgaba desde sus hombros era de un morado aterciopelado. Parecía que por algo Quint hubiera saqueado la ropa del sacerdote ahí dentro, y ahora salía a ver a sus fieles.

Y entonces, Faliar habló:

- Los culpables no fueron ellos, sino un demonio. Un demonio celoso de la dicha de la niña, que salió del Infierno para llevársela con él, y así privar a Koven del milagro que se le prometió. Era una criatura horrible, hecha enteramente de la más roja de las sangres, y con las formas lascivas y tentadoras de una hermosa mujer. Sus brazos eran enormes espinas sangrientas, y flotaba por encima del suelo ayudada de algún maleficio. Intentamos impedírselo, pero nos arrastró con él a un lugar horrible, dejando a Andrei y a su hijo inconscientes en la casa. Aquella criatura perversa llegó incluso a herir a la niña, pero de poco le sirvió; pudimos curar sus heridas, y el demonio fue derrotado, y regresó al infierno de donde venía sin reclamar el alma de Stefanía. Antes de desaparecer, a modo de venganza, nos envió a cada uno a un lugar cercano, separándonos. Es para mi un verdadero alivio saber que la niña está bien, pero me gustaría saber si alguno de ustedes ha visto a alguno de mis compañeros por aquí.

El gentío en su mayoría pareció creerle, pero ciertos focos de inconformismo parecían dinamitar la historia que el mago acababa de soltarles.

No eran muchos, pero los focos de infección no son buenos, y las dudas se instauraban en el gentío, mientras Andrei agradecía con la cabeza a Faliar su intento de ayudarle.

Si alguien decía algo más... si sólo alguien más daba crédito a las palabras de Faliar...

Esperó en silencio, escuchando escondida. Muchos la habían visto llegar junto a Faliar: Era probable que su testimonio no sirviera para nada. Los que no creían la explicación del hechicero alegarían que estaban conpinchados, o algo peor

No. Debía conservar la ventaja que le confería su actual invisibilidad

El cartógrafo abrió los ojos, despertando de un reparador sueño. Se incorporó, despacio. Tenía el cuello algo contracturado, de seguro seguramente por haber estado durmiendo en una postura tan forzada. Llevándose una mano  al dolido músculo y a las cervicales, observó el lugar en el que había caído. Parecía un hogar de campesino. Aunque en aquel momento no había nadie, la estancia era acogedora. Varios aperos de labranza colgaban de las paredes o reposaban en las esqueinas. Un yugo de bueyes, un arado, un hazadón... unas cuantas cazuelas y ollas reposaban en alacenas cerca de la chimenea cuyo fuego ya se había apagado.

Al ver las brasas en el hogar, Conrad se incorporó más deprisa, pese a las dolorosas objecciones de su entumecido cuello. ¿cuanto tiempo había pasado? Comprobó que aún llevaba encima su reloj de bolsillo, sujeto al chaleco por su dorada cadenita. Abrió la tapa con ansiedad, para darse cuenta de que hacía días que no comprobaba la hora. El reloj había seguido funcionando todo el tiempo, pero no tenía un punto  de referencia seguro. Aun así, entre la hora a la que suponía que habían llegado al pueblo y la que marcaban las manecillas, mediaba una gran diferencia. Era una suerte que la esfera estuviese dividida en veinticuatro horas, ya que si sólo fuesen doce apenas acusaría la diferencia. El fuego ya le había dado el refuerzo que esa pista necesitaba: había estado inconsciente mucho más tiempo del que se hubiese permitido a sí mismo.

Recogiendo su bastón, se puso en pie. Ahora lo importante era encontrar a los demás. Ellos podían no haber tenido la suerte de ir a parar a un lugar tan apacible. Y para ello, tenía que saber dónde se encontraba, pero el interior de esa humilde y acogedora casa no le revelaría nada. Podía estar en la cabaña de cualquier granjero del continente. De modo que buscó la puerta con la mirada, y una vez localizada, se dirigió allí, y abriendo la puerta, asomó la cabeza, cauteloso. No había visto a nadie en el interior de la casa, pero tal vez sus inquilinos no estuvieran lejos.

Quint no puedo evitar en un primer momento sentirse aliviado al ver a Faliar en mitad de la plaza con la niña. Pero todo cambió en cuanto escuchó el discurso del mago. Uno de sus temores se acababa de hacer realidad.

¡Pero qué has hecho, insensato!

Tan rápido como le permitía avanzar la multitud congregada alrededor de su amigo, el cazabrujas se abría paso para llegar a su lado. Escuchando sus palabras, el rubio se hizo una idea de la situación. Le daba rabia, pero si quería calmar al pueblo tendría que darle la razón a Faliar.

Esperemos que no se extienda el rumor de que un demonio ha estado aquí, a no ser que... ¡Sí,si se sabe que yo lo derroté, aunque no se sepa quién me ha enviado, evitaremos que este pueblo sea purgado! Puede que me lleve una represalia por no ser demasiado discreto, pero es mejor que arriesgarse...

Quint saludó a Faliar con una palmada en el hombro y cogió aire para dirigirse a la multitud.

- ¡Pueblo de Koven! Este hombre dice la verdad. Y el padre Joshue puede avalarlo, pues acaba de encontrarme inconsciente en un charco de sangre sobre el altar de la iglesia. Puede que no me reconozcáis ahora, ya que muchos años han pasado desde la última vez que estuve en el pueblo, pero yo soy Quint, el niño al que el buen padre Selten acogió en su casa tiempo atrás, y a quien abandoné para recorrer el mundo predicando el mensaje de Dios.

- Pero nunca se me llegó a conocer como Quint el predicador. Debido a cierto giro de los acontecimientos, mi apodo se convirtió en Quint el cazabrujas, o Quint el cazademonios. Desde entonces vagué por el mundo persiguiendo a esos seres malditos que atacaban a los indefensos. No sabía por qué, pero allí donde iba el destino me ponía a prueba. Era como si Dios tubiera una misión para mí, y parecía que no me dejaría morir hasta que la terminara por muy cruentas que fueran mis heridas.

- Y así fue, pues hace un par de semanas realmente morí. Parecía que mi misión había terminado y que por fin mi alma podía descansar en paz, hasta que de pronto una luz me atrapó y me trajo de vuelta a la tierra. EL destino me trajo de vuelta aquí, buscando respuestas que tal vez el viejo Seltem podría ayudarme a buscar, pero en su lugar encontré a Joshue y su profecía. Y luego apareció ese demonio. Dios me trajo de vuelta para proteger a sus siervos una vez más.

Quint hizo una pausa. Su discurso no era tan firme como el de Faliar, pero tampoco había tenido más de un segundo para pensar cada palabra antes de decirla.

- Que nadie entre en la casa del alacalde todavía, por favor. Primero tenemos que llevar a todos los que estábamos allí a la iglesia, pues ese ser intentó meterse en nuestros cuerpos. Cuando acabemos de purificarnos, entraré en esa casa y me aseguraré de que no queda nada peligroso para el pueblo. Si encontráis a alguno más de nuestros compañeros, decidles que vayan a la casa de Dios.

El rubio terminó su charla haciendo un gesto a Faliar y los demás para que se pusieran en movimiento. Tenían que salir de allí para poder hablar.

Bueno, al menos Quint había decidido seguirle la corriente; casi hubiese esperado que no solo contradijese su versión, sino que además dijese algo como que Stefanía era una bruja, pues aún no tenía nada claro el por que la había apuñalado. Solo quedaba esperar la reacción de la gente; si Stefanía acusaba a Quint de haberla atacado, no sería difícil desmentirlo alegando que la pequeña estaba en shock y que confundía las cosas.

Al girar y encontrarse aquel panorama, Aaron dio un respingo y retrocedió medio paso por la impresión.

-Pues s-si, me voy.

Ya no se fiaba ni de su sombra y por eso estaba tenso y en guardia.

Quint saludó a Faliar con una palmada en el hombro y cogió aire para dirigirse a la multitud.

- ¡Pueblo de Koven! Este hombre dice la verdad. Y el padre Joshue puede avalarlo, pues acaba de encontrarme inconsciente en un charco de sangre sobre el altar de la iglesia. Puede que no me reconozcáis ahora, ya que muchos años han pasado desde la última vez que estuve en el pueblo, pero yo soy Quint, el niño al que el buen padre Selten acogió en su casa tiempo atrás, y a quien abandoné para recorrer el mundo predicando el mensaje de Dios.

- Pero nunca se me llegó a conocer como Quint el predicador. Debido a cierto giro de los acontecimientos, mi apodo se convirtió en Quint el cazabrujas, o Quint el cazademonios. Desde entonces vagué por el mundo persiguiendo a esos seres malditos que atacaban a los indefensos. No sabía por qué, pero allí donde iba el destino me ponía a prueba. Era como si Dios tubiera una misión para mí, y parecía que no me dejaría morir hasta que la terminara por muy cruentas que fueran mis heridas.

- Y así fue, pues hace un par de semanas realmente morí. Parecía que mi misión había terminado y que por fin mi alma podía descansar en paz, hasta que de pronto una luz me atrapó y me trajo de vuelta a la tierra. EL destino me trajo de vuelta aquí, buscando respuestas que tal vez el viejo Seltem podría ayudarme a buscar, pero en su lugar encontré a Joshue y su profecía. Y luego apareció ese demonio. Dios me trajo de vuelta para proteger a sus siervos una vez más.

Quint hizo una pausa. Su discurso no era tan firme como el de Faliar, pero tampoco había tenido más de un segundo para pensar cada palabra antes de decirla.

- Que nadie entre en la casa del alacalde todavía, por favor. Primero tenemos que llevar a todos los que estábamos allí a la iglesia, pues ese ser intentó meterse en nuestros cuerpos. Cuando acabemos de purificarnos, entraré en esa casa y me aseguraré de que no queda nada peligroso para el pueblo. Si encontráis a alguno más de nuestros compañeros, decidles que vayan a la casa de Dios.

El rubio terminó su charla haciendo un gesto a Faliar y los demás para que se pusieran en movimiento.