Partida Rol por web

-Es probable que sea alguien que huye de los bandidos de estos bosques, no suelen matar a sus víctimas. Es raro que no hayan asomado ya el hocico al vernos pasar... Siempre me ha intrigado como consiguen escapar de las autoridades, imagino que deben tener el beneplacito de alguien de arriba.- Elyon se encogió de hombros. Hoy no era su día y no veía gran cosa, así que le tocaba confiar en los ojos y oídos de la rancia de Cieve, que por suerte, parecía tener mejore calibrados los sentidos para esto que él.
"Bueno, de algo le tienen que servir, porque para apreciar la buena música, desde luego que no" pensó para sus adentros.

No llevábamos mucho tiempo parados cuando algo nos alerta. Guardo el resto de la ración en la mochila, engullendo el mordisco que acababa de pegarle a la comida mientras sigo con la mirada la bandada de pájaros que huía.

- Hay que tener amigos hasta en los peores tugurios. -Comenté a modo de respuesta a Elyon, y sin apartar la vista de donde habían venido los ruidos provocados por los animales.

Intentas conectar la descripción de Elyon con algo que te suene... Pero no lo recuerdas. Está claro que es más importante lo que venga que recordar viejas historias.

Mientras monto guardia, observo cómo comen sus raciones de viaje y hablan entre ellos.. más o menos. Se puede decir que me siento como si observara a varios de mis hermanos pequeños que, a la hora de la comida, dejan todas las rencillas a un lado y se sientan todos en el mismo suelo con tranquilidad. Mis labios se curvan en una pequeña sonrisa de satisfacción, me gusta este buen ambiente en mi equipo, sí.

Aunque por algún motivo me pone nervioso ver a los dos hermanos elfos mirándome mientras cuchichean. ¿Qué estarán diciendo ya? Sacudo la cabeza quitándome ese pensamiento negativo. Probablemente solo estarán pensando cuánto rato les voy a dejar comer tranquilos.

Cuando las aves salen volando del bosque, mis músculos se tensan y voy a dar un par de órdenes, pero parece que no es necesario. Estos elfos y sus sentidos... qué gran fichajes para mi equipo.

— Recoged todo y escondéos en el lindar del bosque hasta que veais la señal. —respondo a la pregunta de Cieve, señalando los árboles que hay al otro lado del camino. — Me quedaré aquí a recibirlo junto con Randall.

Si es alguien que necesita ayuda, le ayudaremos. Pero si es alguien con malas intenciones o, por otro lado, le persigue algún grupo malvado, mejor tener un par de cartas escondidas para sorprenderlos. Desenfundo mi espada y cojo el escudo pesado del suelo, preparado para la batalla.

Al escuchar la orden, Elyon actúa automáticamente y, con la gracilidad que le caracteriza, se introduce en la espesura hasta esconderse tras un árbol.

Tras escuchar a Leo decido que efectivamente la mejor opción es esconderme y ponerme a la defensiva. Así que imito a Elyon y me meto entre la maleza, ballesta cargada en mano, atenta a cualquier cosa que pueda aparecer.

Parece que hay una especie colmena Leo, Elyon y tú, y es que con su orden ambos casi voláis al mismo tiempo y hacia el mismo lado. Elyon no tiene un arma a distancia con la que poder disparar y necesitará cobertura para su magia mientras que tú, aparte de magia, tienes también una ballesta con la que atacar si lo requieres.

Es el principio del día, así que es una elección sabia tirar de la ballesta, aunque quizá se vea un poco, pues no es un cacharro pequeño en absoluto. Pero te preocupas de ello, quedando en principio bastante bien escondida.

Randall engulle su comida rápidamente y mira con envidia la de los demás. En fin, ya se llenará el estómago ni bien llegue a la ciudad. Es entonces que Cieve les alerta luego de escuchar un ruido bastante extraño. El enano se pone de pie, con la mano sobre el mango de su hacha, aunque obviamente no actuará sin la orden de su líder. Sonríe al escuchar que Leo pide que se quede junto a él para recibir a lo que sea que haya causado aquel disturbio. Luego de decidirse, finalmente escoge su arco, apuntando hacia la dirección de donde vendrá el potencial peligro.

Atenta a las órdenes de su capitán, buscó un árbol cercano lo suficientemente oscuro y grande para poder esconderse detrás, en posición de defensa. Cuando lo encontró, se ocultó, cargando su arco.

Como los otros dos elfos, tú te vas a la maleza, pero esta vez para el lado opuesto del camino, para así rodear a los asaltantes. Tu cobertura, en principio, es casi perfecta, así que no te preocupas y cargas el arco sin más.

Aün tienen que pasar algunos minutos hasta que tres hombres aparecen ante el grupo. Son cuatro humanos ricamente ataviados  -o al menos la ropa que tienen es de colores vivos y parece buena- con un distintivo símbolo: una escarapela en la pechera izquierda con el símbolo del Reino Argente. En principio no parecen representar amenaza. Van armados, pero parece que dichas armas sean más herramientas de uso diario que armas con las que matar a una persona. Caminan apresuradamente y tienen cara de haberse llevado un buen susto, pero no de correr un peligro mortal.

Cuando os ven, se detienen en seco. Parece que no esperaban que hubiera nadie bloqueándoles la huída, y al ver a un enano y un humano bien equipados y armados, amenazantes, se ponen a la defensiva. No parece que sean una gran amenaza, de todos modos. Parece que intentarán defenderse más por instinto de supervivencia que por confianza en sus propias habilidades. Además, dos de ellos miran hacia todos lados, nerviosos; claramente no se fían ni de su sombra: lógico después de lo que acaba de pasar por ahí atrás. Aunque no hayan resultado heridos, ese tipo de asaltantes son bastante expeditivos en lo que atacar a los soldados Argentes se refiere.

— ¡Por Pelor! ¿¡No seréis Catos vosotros también!? — os espeta uno de ellos (segundo por la izquierda), que está claramente alterado por la escapada y por lo que quiera que haya ocurrido por allá atrás.

— Cálmate, Garcés — tercia uno de ellos, más diplomático, todavía con la daga en ristre por si tuviese que defenderse —. Si los Catos nos necesitasen ya nos habrían cogido. Esos salvajes no se andan con ardides — el tal Garcés no parece demasiado convencido, pero hace por calmarse —. Saludos, viajeros... — el segundo, el de la capucha, parece nervioso, pero al menos conserva algo de temple para hablar, aunque le intimida la espada del paladín. Se desembaraza de la capucha mostrando su rostro —. Somos comerciantes Tarosanos, íbamos camino a Brogonda, en la Federación de los Valles, con mercancía procedente del sur del Reino hasta que los Catos nos han asaltado... Han matado a todos los soldados y si no fuera porque no llevamos nada de valor encima más que el oro que se han llevado, nos habrían dejado también con las calzas al aire... ¿Podemos bajar las armas y hablar civilizadamente? — como gesto de paz, tira al suelo su arma y levanta las manos para demostrar que viene en son de paz —. Mi nombre es Artemis, y esos dos que miran a todos lados son Ishar e Iván.

Iván (segundo por lzquierda) se vuelve hacia el enano y el paladín, inclinándose. Al no haber sido atacado Artemis, se ve con la confianza de bajar un poco la guardia, pero no guarda la daga. Hablando de Ishar (el del turbante)... Se ha quedado mirando fijamente hacia la posición de Ethaara, como si hubiera adivinado su posición. No dice nada, aunque no es difícil intuir que se ha dado cuenta de algo. Sobre todo porque ha ignorado totalmente que Artemis le ha presentado. El mercader más bajo ha tenido que darle un codazo en las costillas para que atienda, y lo consigue... los segundos suficientes como para presentarse y volver a mirar hacia la posición de la elfa.

Finalmente aparecen y, después del rato que han tardado en llegar, no puedo más que asombrarme con el oído de nuestra exploradora. Si no fuera porque ya escucho las quejas de los demás solo por pensarlo, aumentaría el porcentaje del botín de Cieve.

Al principio la tensión es tan evidente por ambas partes que temo tener que dar la señal y atacar. A priori no siento un aura malvada por su parte, por lo que rezo porque nadie haga un gesto que se tenga que lamentar. Viendo la buena voluntad de uno de ellos, que toma la iniciativa en las presentaciones, aligero un poco la tensión en mis hombros y bajo mi espada, pero para nada la enfundo todavía.

— Saludos —respondo con voz fuerte, indicándole a Randall con un gesto para que baje su arco. Al fin y al cabo, en tan escasa distancia no sería realmente útil.

Escucho su historia con atención, mirando a los cuatro para no perderme demasiado detalle de sus expresiones. De momento, me parecen sinceros y creo en sus palabras, así que cuando acaban las presentaciones inclino mi cabeza con respeto y nos presento:

— Mi nombre es Leo, soy el capitán de esta pequeña unidad y él es Randall el Rojo. Lamento escuchar de su infortunio, los asaltantes de camino y bandidos que enturbian nuestro Reino es una lacra con la que todos debemos combatir, mas lamento no poder ofrecer mucha ayuda en esta ocasión. Como verá, nosotros estamos de regreso a casa, por lo que si lo desean pueden acompañarnos hasta la ciudad.

Me doy cuenta de que uno de ellos, el conocido como Ishar, está mirando hacia la dirección donde se han escondido nuestros compañeros, pero todavía no digo nada a espera de su movimiento.

Al final, fueron muchos más de los que Randall pensaba. Maldijo para sus adentros y escupió a su costado, pero no bajó su arco en ningún momento, al menos hasta que Leo se lo pidió. - ¿Cuántos eran? - pregunta el enano, más por curiosidad que por desconfianza. Que él supiera, ese camino en particular era más seguro que otros, si bien ninguno era ciento por ciento fiable. De todos modos, parecía que había sido voluntad de Hefesto el no haberse topado con aquellos bandidos tan peligrosos. - Es decir, teniendo en cuenta que han salido bastante bien librados del asunto. - añadió, pues le parecía cuanto menos extraño que los únicos muertos hubiesen sido los soldados. Al menos, los bandidos con los que el Rojo se había topado, no habrían perdonado la vida de nadie.

Enarco una ceja al ver aparecer a aquel grupo tan colorido y aunque parecen completamente inofensivos, decido quedarme en mi posición, a la defensiva. Por si acaso.
Además, para variar, estaba de acuerdo en la observación que había hecho el enano. Habían salido muy bien parados de su encuentro con los Catos en comparación con los soldados. También me resultaba extraño que su vestimenta estuviese intacta, porque a mi si que me parecía que aquello que vestían era de valor.

Vamos, que no me fiaba un pelo de ellos.

Garcés parece respirar tranquilo cuando Leo se presenta; la sinceridad del Paladín es tan cristalina que inspira confianza. Puede también que el símbolo distintivo de St. Cuthbert hable más que las palabras del hombre. La sensación de tranquilidad se hace más evidente en Ivan y Artemis, aunque Isham, que aunque parece más confiado al tener a un paladín y un guerrero no amenazantes delante, sigue mirando de soslayo hacia la posición de Ethaara.

— Puesto que es más que evidente que el motivo de nuestro viaje se ha perdido — contesta Artemis, guardando su daga para hacer que su lengua hable. El resto, excepto Isham, lo imitan — me veo en la obligación de solicitaros, noble Paladín, permitirnos la unión temporal a su Compañía. Estamos a pocas horas de camino de Barclana; allí comunicaremos lo que ha ocurrido a las autoridades pertinentes... — es conocido que los grandes gremios de comerciantes -que son los que más comúnmente consiguen contratos en los tratos comerciales entre reinos- tienen bastante libertad para manejar sus mercancías, y que son muy agradecidos con quienes les ayudan sin pedir nada a cambio. Parece que el símbolo que portan no es falso, así que en principio pueden ser de fiar.

Sin mediar mucha palabra, Isham, que no ha envainado su daga, se acerca a Artemis para susurrarle algo en un idioma que no entendéis, pero que por su sonoridad parece el idioma propio del Califato Dalio.

— El buen Hisam se pregunta si la flecha que apunta en nuestra dirección desde la espesura es aliada o deberíamos preocuparnos de haber sido emboscados — inquiere, en nombre del hombre de tez más oscura, Artemis, hablando más bajo de lo normal.

Elyon se queda observando, desde su escondite, como se sucede la conversación entre los tres recién llegados y su intrépido líder. No se creía ni una palabra de su historia. Tenía la extraña sensación de que aquellos tres bien vestidos no eran más que un cebo para el grupo de bandoleros, para valorar cuantos eran y como cuanto de armados iban. Contra todo pronóstico (y su naturaleza parlanchina), se quedó callado y muy quietecito en el sitio.

Qué diablos, sus palabras me han convencido y su historia cuadra para mí. Parecen gente de bien. Incluso cuando descubren a alguno de mis aliados, su manera de desenmascararlo es de una manera tan pacífica, evitando tensiones innecesarias, que estallo en sonoras carcajadas sin pensar que estamos en un bosque propenso a las emboscadas y que estos tipos ya han sido atacados.

— ¡JAJAJA! ¡Está bien, está bien! No hay nada de qué preocuparse, son miembros de mi equipo. Me disculpo por la argucia, pero nunca se es suficientemente precavido.

Me giro hacia los árboles y que me aspen, ni siquiera yo los veo, pero dejar que sigan escondidos y luego ser atrapados sería mayor insulto, así que me limito a exclamar:

— ¡Compañía! Es hora de volver a casa con nuestros nuevos amigos.

Elyon miró de reojo a su hermanastra cuando escuchó la voz de llamada de su brillante y reluciente jefe. No se acaba de decidir a salir, sigue sin fiarse de los tres desconocidos, demasiado bien ataviados para haber huido de un asalto en los bosques.

-Parece que oigo la dulce voz de jilguero de nuestro jefe. Vamos a tener que salir sí o sí, de todos modos. No podemos quedarnos eternamente aquí agachados...- se encogió de hombros y se dispuso a salir de su bien encontrado escondite entre la maleza, sin dejar de observar detenidamente a los tres forasteros ricamente ataviados.

Al escuchar la voz de Leo me relajé, bajando la ballesta. 

- Si es el jefe será por algo. -Murmuro en dirección a Elyon, encogiéndome de hombros.- Aunque a veces creo que confía demasiado rápido en la gente. Paladines... -Salgo de entre la maleza con actitud altiva, sin importarme tres pimientos que el tal Hisam me hubiese descubierto. Total, ya empezaba a aburrirme de estar allí metida.

- En marcha, entonces. - Me quedo parada, esperando que comiencen a caminar. No tenía pensado darle la espalda a nuestros nuevos... amigos.

Evidentemente, los atavíos que llevan son de buena calidad, pero no tanta como para que valga la pena desvalijarlos para venderlos. Ahora que te has acercado más, el símbolo que llevan cobra más sentido. No es que estos individuis sean "comerciales oficiales" que vienen directamente de la Corona: forman parte del gremio de mercaderes, de uno de los grupos más poderosos por estos pagos, puesto que, con el visto bueno del Rey y sus nobles, monopolizan la fuerte actividad comercial entre el Reino Argente y otros Estados de la zona. Rumores de cuestionable fiabilidad dicen que el líder del gremio en Barclana no es otro que Wilfred, el hermano del mismo Conde. Vamos, que todo queda en casa. La cosa es que el símbolo mana directamente de la propia Corona (o del representante de la ciudad de la que vengan). Otrora era de la plata más pura, pero ahora, con tal de salvar la vida de los viajantes, es de simple latón bañado en plata, demasiado vulgar como para que los bandidos Catos puedan siquiera sacar un par de monedas de cobre por él. De todos modos tampoco sacarían demasiado mercado dentro del Reino Argente, pues se tiene prohibido cualquier tipo de trato comercial con los Catos... Otra cosa es que se cumpla. Básicamente, aquellos que dicen ser "comerciantes oficiales" lo que quieren es darse aires de grandeza, pues aunque gocen de la protección de las autoridades, realmente poco tienen que ver con la Corona cuando esos tratos acaban.

También dicen, esto ya más como hechos medianamente contrastados, que este gremio, aparte de muy rico, también es extraordinariamente generoso con aquellos que les hayan prestado su ayuda sin ánimo de lucro, así que quizá sería... provechoso acompañarlos hasta Barclana, tan provechoso como no pedirles nada si no os es ofrecido.