Partida Rol por web

"Pude non ver esa bolsa anque la llevara cuando entró", arguye Sancho. "O pudo llevalla en otro momento. Si fue él quien llevó vuestras cosas de vuelta a la habitación, pudo estonces colarvos la bolsa con más dissimulo."

Se queda unos segundos pensativo.

"Vos ayudaré", dice finalmente, "mas habedes de dezirme qué ha usado que en tan mal lugar vos pueda dejar. Si voy a correr un riesgo, non quiero andar a ciegas en aqueste negocio."

Os dais cuenta de que a Sancho poco le importa que haya sido Esteban el que os ha colado la bolsa; lo que quiere es vengarse de él a toda costa.

A Simplicio ni  los líos de la su hija, ni que el mozuelo fuere o no el que ingenio la treta, le importaban algo, el viejo soldado se esmeraba por discurrir algo que hiciere que su cabeza no fuera a ocupar otra bolsa como aquella. El veía a  Lobo y los suyos más capaces de rasgar pescuezos. No obstante dijo esto:

Maese cocinero, ocúrreseme una treta no pequeña, que pudiere acabar con el su amigo, molido a palos como poco, o colgado de un madero. Los verdugos serán los señores de aqueste castello, por lo que no habrá pega ninguna.

Dígame vuesa merced, el sendero más recto y mas cabal, para llegar a los aposentos prohibidos del viejo dueño de aquesto, introduzcamos en el al hidepu preñador, y demos alarma. Debemos ser juiciosos en el pensar y en facer, pues si no amarramos bien la treta pudiera ser nuestra tez la que marche del nos  cuerpo.

Díganos pues amigo, cual es ese sendero, que ya ataremos cabos para dar mejor cuerpo a nuestra argucia, no siendo que otros sean los que aten los cabos en la nuestra garganta.

No fable con nadie  de nuestra lyd, y espere nuestra señal, que si nadie de los acá presentes osaría en fisgar en sus guisos por ser vos sabio en los fogones, no pretenda vuesa merced enredar en nuestras tretas de guerra o al menos en líos de batallas.

Gaste tiento et no tenga prisa, pues ésa la creo el maligno para desfacer cosas juiciosas.

"¡Madre de Dios! ¿Habedes perdida la cabeza, soldado?" exclama Sancho. "Mil guisas* podría encontrar más sencillas et menos arriesgadas que esa. Basta con dejar la bolsa entre las cosas de Esteban et avisar a don Pedro. Si vos fizieren preguntas, yo vos apoyaría. Mas solo lo faré si me enseñades lo que ha en la bolsa. Es mi última oferta. Et más vos valdría aceptalla, que habiendo estado ya en las mazmorras et so sospecha de don Fernando, poco le gustará saber que queredes fisgonear en sus aposentos."

Sancho es más listo de lo que parece. Por lo que ha dicho, parece ser que se huele que sois algo más que simples albañiles; además, sabe que en este momento tiene ventaja sobre vosotros, y la está utilizando para cumplir su objetivo. Empezáis a dudar que haya sido buena idea confesarle vuestro problema. Está claro que hará todo lo posible por perjudicar a Esteban, y cuando un hombre busca venganza y ve la posibilidad de verla cumplida, es capaz de pasar por encima de cualquiera.

-¿A quien creeries vos, maese guindilla, a un de los sus soldados, o a un señor de los rábanos et a 4 extraños mureros?

Se ve que sois docto en cebollas pero no en lydes, ni argucias de guerra. Dejando la bolsa donde el preñador, no se ganaría nada, pues negarlo seria en suficiente, para él y malo para todos nos. El chivato seria el principal reo. No gastaré sudor en semejante  tontada.

¿Qué misterios se traen en aqueste castello con los aposentos del señor?  He morado a ratos en alguno de estos castellos y más regios que aqueste, y nunca vi, ningún secreto ni bobada como aquesta.

Sancho tuerce el gesto. Lo de maese guindilla no le ha hecho mucha gracia.

"Mirad", dice, "non sé qué queredes fazer acá nin me importa. Vos ya sabedes lo que yo quiero, et parésceme que cognozco aqueste castiello et la gente que en él mora mucho meyor que cuatro recién llegados. Si llegades a comprendello et non vos andades con secretos", dice, señalando la bolsa con un gesto, "habredes toda la ayuda que vos puede dar el jefe del servicio del castiello. Si non, id con viento fresco."

Y entonces os insta a salir del edificio y después se marcha de vuelta al otro.

Simplicio asqueado lo mismo que cuando al cazador se le escapa la presa, espera que sancho el cocinero abandone la sala, y acercandose a os suyos les dice esto en voz baja:

Tras pinchar en gueso con el don cocinero, ocurresenme 2 posibles; o vamos donde don preñador y le retorcemos la historia e involucramos al cocinero( difícil será que trague et díficil involucrar a maese guindilla ante los suyos....)

          o

finjimos apuro et prisa, et abordamos a una damisela de las del castello, y con mucha presa, nervio et nervios, atropelladamente le pedimos, por haber en el castello  un peligro et grande,  que nos lleve a donde el señor prohibido del castello, o al menos a donde la su puerta.

o trazamos algun embste o veo a alguno de nosotros trepando por la roca viva de la dorre, y no seré yo.

Con un gesto educado Ventura desestimó la propuesta de Simplicio.

—Espera, maese Sancho —dijo intentando detener al cocinero.

Caminó un par de pasos hacia la puerta y cuando Sancho se detuvo se giró a sus compañeros.

—No hay muchas más opciones: o jugamos con él o se rompe la baraja —sentenció—. Roger creo oportuno contarle a Sancho lo que contiene la bolsa. O nos vende Sancho, y a la vista está que quiere jugar con nosotros, o nos vendemos a los ejercitos del tal Pedro y, visto lo visto, yo prefiero echar las manos con Sancho. Si no estáis de acuerdo conmigo tiro la mano y se acaba el juego por mi parte, no tengo fortuna con tan alta espada.

Sancho se detiene y vuelve sobre sus pasos. Se planta de nuevo frente a vosotros, a la espera.

Mientras, al fondo, desde la puerta del edificio en el que os encontráis, veis al soldado que guarda el acceso a esta zona del castillo, el cual os mira aburrido y luego se da la vuelta.

-Maese Sancho, está bien, le mostraremos el terrible contenido de esta maldita bolsa. Pero debe ser en estricta privacidad y secreto, pues lo que hay en ella bien nos podría costar vida, y siendo como somos, inocentes de tal pecado sin parangón... debemos obrar con cautela.

Roger indica a sus compañeros para cerrar puertas a ojos indiscretos y con un gesto indica a Simplicio que esté alerta por si las cosas se ponen feas... Son muchas leguas de compañeros y esas cosas con una mirada se entienden rápidamente.

Simplicio aunque con cierta desgana, y sin estar muy convencido, consiente en revelar el secreto-saco.

Antes se cerciora de que nadie les espie.

Desde luego, lo que iban a hacer no era lo que yo hubiese hecho. Pero... ¿Acaso quedaba otra opción? No podía estar seguro. Yo habría escondido la cabeza, la habría enterrado en medio del patio.

Pero... ¿Eso sería la solución? Mi opción era la huída. Lo mío no era enfrentarme a los problemas, era rehuírlos. Desde luego, habría hecho de todo menos darle la cabeza. No obstante, poco podía hacer ya.

Intentado evitar la situación a toda costa, digo— miraré por si acaso.

De momento, con no ver como entregan la bolsa, tendría bastante. No sé si podría estar presente sin perder los nervios. Así, echo un ojo por alrededor de la habitación, por si alguien estuviese mirando...

Sancho vuelve a entrar en el edificio, y Simplicio se queda vigilando en la puerta mientras Roger sostiene el saco delante del cocinero. Este se acerca con bastante curiosidad, pero en cuanto Roger lo abre, da un respingo y aparta la mirada.

"¡Jesús!", grita Sancho, asqueado, pero luego se recupera y consigue reunir valor para mirar de nuevo. Se acerca y examina la cabeza de mirada perdida en la negrura de la muerte. "¿Quién es aqueste pobre hombre?", pregunta, expresando sus pensamientos, pero sin esperar respuesta. "Bien, habedes confiados en mí, et por tanto habredes vos también mi confianza. Vos contaré qué habedes de fazer para dar la vuelta al negocio."

Acto seguido, os conduce a la habitación donde estaba comiendo su hija.

"Vete con tu madre", le ordena a esta.

La muchacha, que ya ha terminado de comer, obedece bajando la cabeza y sale de la habitación sin mirar a nadie.

Una vez que ha salido la muchacha, Sancho cierra tras ella. No hay lugar donde sentarse más que en el jergón donde estaba la moza. El cocinero se queda de pie junto a la puerta y permanece pensativo durante un rato, hasta que finalmente habla:
"Los soldados duermen en las dos torres del sur. Esteban se queda siempre en la que está tras de la perrera, mas es empresa difícil metelle allí la cabeza. Sería meyor preparalle una trampa. Segúnd lo veo yo, lo más fácil et menos perigloso et arriesgado para devolvelle la jugada sería aquesto: id a un establo et esconded la bolsa entre la paja; aluego id con algún cuento a Esteban para que entre en el establo, pues debe entrar et salir él solo, para que alguien lo vea. Conosco a don Fernando, et sé que pide dos testigos del caso para cuando hay juizio; uno seré yo, el otro ya lo procuraré. Depués llamad a don Pedro et contalde el crimen de Esteban et cómo escondió la cabeza en el establo, et cuando esté todo fecho, yo vos apoyaré con mi testimonio."

Sancho se muestra satisfecho tras la explicación, pero os mira aguardando vuestra opinión sobre el plan y cualquier modificación o pregunta que queráis hacer.

Dudo et mucho, maese cocinero, que el jefe del castello sospeche de un de los suyos et no de uno de nos, pues semos extranjeros en aqueste castello, et hemos visitado, et más que eso, las habitaciones de barrotes.

No tengais priesa, amigo Sancho, que fabrá que urdir algun embuste para  que den soga al preñador ruin, pero no será con aquesta trama.

No obstante, el vuestro juicio no esta nublado por los pucheros et la lumbre, et razonais no mal, permitid vuesa merced, que aun viejo y calvo, tambien algo razono, y más  en lydes et en batallas, y aquesto puede pasar por una de ellas.  Dadnos una puesta de sol más para que mis compadres y yo discutamos, et bien que lo faremos, pues gustanos de conservar el pescuezo pegado. La tu venganza, podrá esperar un dia más.

Tambien veo juicioso, que no pasemos más rato juntos, pues alguien podria vernos et saber de la nuestra amistad. Mandadnos como guia et correo a alguno de los su aprendices de fiar,  y que sea  él quien nos enlace. Pues si montan la soga para nuestros cuellos, pueden atreverse tambien a montarla para el su pescuezo, et ademas, a nosotros nos place tener a algun amigo escondidico et fiel.

Salid pues de esta sala, con mi bendición et respeto, y mandadnos a algun zagal de fiar et espabilado, que sepa fabrir orejas et oxos o cerrados segun convenga.

Dicho lo cual , Simplicio estiende  la mano del cocinero y le sonrie, esperando respuesta afirmativa del mismo.

Sancho escucha a Simplicio atentamente, y le responde:

"Non diziedes mal agora, lancero; non es cuerdo pasar más rato en reunión, que demientras estemos acá adentro todos, corremos serio periglo. Mas si habedes de pensar algo, fazeldo presto, sin dejar pasar un día, nin siquier una hora, pues si Esteban vos viere con ese saco, verá en ello la ocasión de acusarvos. Non he ningún zagal en quien confíe para aqueste negocio; si habedes algo que dezir, fazeldo ya, antes de salir d'acá. Si non nos arreglamos agora, non habrá segunda vez; non habredes el mi socorro en aqueste negocio, et creedme, lo lamentaré mucho."

Simplicio frunce el ceño, pues preferia a un zagal joven al que sonsacarle,  que al hueso de Sancho.

No obstante antes de hablar con él la última frase, mira a sus compañeros, no siendo que alguno de ellos quiera añadir algo, o piense algun plan.

Mientras espera. 

—No hay más juego. O lo tomamos o lo dejamos... y por mi parte lo tomamos —sentenció.

Miró a Simplicio y se acercó a él. El hombre era muy alto y a Ventura se le hacía difícil mirarle a los ojos.

—Simplicio, no hay más cera que la que arde. Dices bien con tus palabras pero es eso o salir puertas afuera como gallinas, y tenemos un trabajo que hacer. ¿Convendrás conmigo en que pocas opciones más que el buen Sancho tenemos, verdad? Además, Sancho también tiene interés en el juego, no le creo traidor.