Partida Rol por web

Llevándome una mano a los labios como gesto de silencio, pongo la oreja en la puerta, a ver qué dicen las putas. En caso de que vengan con malas intenciones, mejor abrir la puerta y salir de allí lo más rápido posible y sin mirar atrás.

Las oís cuchichear entre ellas, pero no parece que tengan intención de hacer nada más que vigilar por el momento. Alguna de ellas se ha encariñado con vosotros y ha frenado el ímpetu agresivo de la aguerrida Elvira, la más dispuesta a mataros primero y preguntar después.

Así que permanecéis en vuestro encierro, barruntando cuáles podrían ser las razones de que Genoveva, si es verdad lo que decía el matón, querría acabar con vosotros. ¿Tendrá algo que ver con alguien del castillo? ¿O será simplemente una vieja que caza a los incautos para luego saquearlos, repartiendo el botín con los brutos que ha contratado? Quién sabe...

A Simplicio la espera se le esta haciendo muy larga, mas que minutos él diria que lleva más de 20 dias a la espera. El aburrimiento le embarga y procura combatirlo revisando su equipo y cargando su ballesta, que de deja apoyada en la pared próxima a él.

Los bostezos y la pereza le embargan y poco faltara si no echa una pequeña cabezada.

Permaneces a la espera de que se produzca el milagro del nacimiento, sin quitar ojo a todo lo que se mueve a tu alrededor, pero no puedes evitar que al mismo tiempo te distraiga el recuerdo de lo que has vivido recientemente. ¿Sería algo parecido lo que vio Ruperto en aquel granero, y por lo que se meó encima? También te extraña no haberte cruzado con tu compañero Roger, que se quedó en el castillo para seguir investigando mientras vosotros machabais al lupanar. Después está Genoveva, que por la visión que has tenido hace un rato está claro que algo está tramando, y también Esteban, ese apuesto soldado y supuesto padre de la criatura que está a punto de nacer; y la profecía que había de cumplirse esta noche, con el incendio de la iglesia y el nacimiento del anticristo, de la que Genoveva os quería salvar cobijándoos en su propia casa...

Y cuando algo está escrito, por mucho que se intente evitar, las Parcas se encargan de que todo siga su curso; pues al poco te llega olor a humo, y cuando instintivamente miras a la iglesia, ¡ves que todo su tejado está en llamas! Te quedas totalmente perplejo, pues estabas vigilando el edificio y aún así ni habías visto humo ni llamas hasta este momento, como si estas hubieran brotado de repente con toda su fuerza.

Decido quedarme de pie a la puerta del "paritorio", mientras contemplo la escena del fuego en la iglesia.

Inmóvil en tu puesto de vigilancia en la puerta, observas sin hacer nada cómo las llamas se extienden rápidamente. En un momento dado, uno de los soldados se da cuenta y alerta a los demás. Todo el mundo comienza a movilizarse, se sacan todas las cubas habidas y por haber en el castillo y una fila de soldados y sirvientes desfila nerviosamente, colocándose entre el aljibe y la parte superior de la iglesia.

"¡Por Dios, acórrenos!" te grita uno de los criados al verte allí parado, cuando sale del edificio de al lado para ayudar a sofocar el fuego.

Mientras tanto, las personas que vigilas permanecen ajenas a todo en el interior. Los gritos de Inés se confunden con los de fuera. El panorama que tienes delante parece realmente una escena sacada del Apocalipsis.

Hago caso omiso.

- Debome al abuelo de la criatura, y a nandien más.

 Le dice al sirviente que pedia ayuda.

Al cabo de diez minutos, todo el castillo, incluidos los soldados, están colaborando para apagar el fuego: han formado una fila que va desde el aljibe a la iglesia, y se pasan baldes de agua de mano en mano, pero las llamas no tienen visos de perder virulencia. Una de las mujeres que está asistiendo a Inés en el parto sale, alertada por el vocerío; se pone a tu lado y se persigna varias veces cuando comprueba lo que está sucediendo: es el infierno que ha subido a la tierra, quemando la casa de Dios. La mujer vuelve adentro para dar noticia a los demás del suceso. Poco después, los peces gordos hacen acto de presencia, saliendo de sus cómodos retiros: los caballeros don Pedro y don Xurxo y don Fernando contemplan las llamas con la boca abierta sin saber qué hacer; por suerte para ellos, los soldados han organizado muy bien al personal del castillo y están actuando como es debido. Entre la gente ves a todas las personas que has conocido en el castillo: Alberto, el mozo de cuadras que importunó al herrero aquella noche; el propio José el herrero, justo a su lado; los criados con los que hablaste, las lavanderas que cuchicheaban cuando solicitaste a Adela; y también los soldados: Fabricio, Fuco, Lobo y todos los demás hombres de don Pedro. Quien no está, como era de esperar, es Esteban; ni tampoco el viejo comendador, don Juan Téllez, al que lleváis buscando desde que llegasteis al castillo.

"¿Adó está Sancho, maldicta sea?" brama Fernando, que empieza a enloquecer al ver que su castillo se está quemando. Pero nadie sabe darle respuesta al hijo del comendador.

"Ansí nunca apagarán el fuego" grita don Pedro.

Una mujer empieza a chillar, histérica, gritando: "¡Castigo divino! ¡Castigo por nuestros pecados! ¡Genoveva dezía verdat!"

"¡Cerralde la boca a esa zorra!" ordena Fernando, señalándola con el dedo, pero como todos los soldados están ocupados intentando apagar el fuego, es el propio don Pedro el que se ve obligado a ir a calmar a la mujer.

Simplicio sonrie discretamente, pues se alegra de no tener en propiedad ninguna edificación en este castillo. Tampoco puede evitar recordar el mal trato padecido, y observa complacido que algunos de los que andan ahi abajo, hace tiempo que no hacen labor buena por los demas, y no le parece mal al lancero la penitencia que andan padeciendo.

-1- se supone que si que vivos la celda porque hablamos con él.

-3-¿ tengo que pasar por delante de mucha gente para acceder a las escaleras que bajan hasta esa celda?

Me la  juego.

Entro en las habitaciones cercanas  "al paritorio", que espero que esten vacias,  con la intención de robar algo( objetos de valor, dinero...), algún arma, cuchillo o similar, y algo a modo de barra para forzar la puerta.

a ver que encuentro por la zona.

Antes de marchar le grito a Sancho:

- Si vuesa merced no quiere nada, marcho, a ayudar contra la lumbre.

No recibes respuesta de Sancho; están muy ocupados con el parto, que por lo visto se está complicando más de lo previsto.

Entras en el edificio de al lado esperando que esté vacío, pero no lo está: una anciana permanece allí cuidando de cinco niños pequeños; son los únicos que, por edad, no pueden ayudar a sofocar el fuego. Tres de los niños están agarrados a la anciana, atemorizados por todo el jaleo y el fuego; una niña de unos dos años está sentada cerca de ellos, tranquila, jugando con una muñequita de trapo; uno más grande, de unos cinco años, corre alrededor de ellos montando un palo como si fuera un caballo e imitando los sonidos de los cascos, ajeno a la situación. Todos están en el vestíbulo que distribuye todas las habitaciones.

Me dirijo a la abuelita, y tras endulzar la voz y hacerle una carantoña simpática a uno de los niños le digo:

- Guela, ¿está segura vuesa merced en aqueste sitio , segura vos y sus retoños acá? De no veerlo claro, aqueste es el momento de mudar el cobijo, pues no encontrará en todo este castello otro zagal dispuesta ayudarla más que io.

¡Fablad pues, y que Dios iluimine el vuestro juicio en ahora!

El objetivo de Simplicio no ha cambiado, mira de reojo en busca de  objetos de valor, armas.... o monedas que afanar, y tambien busca alguna viga o palo recio para hacer palanca o similar, pues quiere intentar bajarse a las mazmorras sin ser visto y liberar al heredero preso.