Salomao posó las manos sobre los hombros de la mujer para tratar de reconfortarla, tanto ella como su marido se habían portado muy bien con él, habían sido los únicos que lo recibieron con cariño y era justo que tratase de ayudarlos... aunque a ciencia cierta no supiera como y más después del lamentable episodio de las ruedas de madera y los latigazos... aún le dolía la espalda por el daño inflingido y no se sentía recuperado del todo... pero algo tenía que hacer.

- Tranquila...- comenzó a decir Salomao tratando de pensar con rapidez, estaba claro que ni Gonzalo ni don Pedro creerían en la inocencia de aquella familia, a aquellos dos desalmados le resultaba indiferente todo excepto el sufrimiento ajeno. Hablar con ellos no le conduciría a nada... tenía que encontrar a otra persona más dispuesta a escuchar...Entonces recordó al capitán que lo llevó ante Don pedro, quizás él si que estuviera más abierto a escuchar- Señora, creo que se como ayudar a su marido, voy a buscar a una persona... al capitán de la guardia, creo que él si que escuchará... me pareció el hombre más honorable de todo el castillo.

Le dijo Salomao a la mujer con la intención de buscar al capitán para hablar con él y exponerle los hechos.

Te asomas por la puerta del castillo para ver cómo los soldados le entregan la daga a su capitán. Éste les ordena que encierren a Tobías en las mazmorras y entra en la torre del homenaje. Poco después sae de ella don Pedro, con la daga en la mano y dando largas zancadas hacia el edificio de entrada a las mazmorras, seguido del capitán y del mayordomo.

Se le ve furioso, y temes seriamente por la vida de tu antiguo anfitrión. Al cabo de un rato, los tres regresan al patio de armas. Al ver a tanta gente congregada en la puerta del castillo, el conde se dirige hacia ellos. Un sonoro murmullo se extiende entre los campesinos, que retroceden unos pasos, pues temen la terrible ira de su señor. Pero éste se detiene bajo el umbral del gran portón de entrada y les habla en voz alta, con gran desprecio y rabia.

Salomao trató de consolar por todos los medios a la esposa y los hijos de Tobias, sin duda que aquellas buenas gentes no merecían una cosa así. El problema es que a pesar de querer ayudar con toda su alma no se le ocurria nada que hacer. El conde era una persona malvada y tras la desgracia de su hijo necesitaba un chivo espiatorio en el que volcar sus ganas de sangre... la espalda le quemó cuando recordó el incidente de la vez anterior y no pudo evitar sentir ira y frustación hacia su persona.

El portugés miró muy serio a don Pedro y su séquito sin duda que había errado el destino, quizás lo más sensato fuese avandonar aquellas tierras y probar suerte en otras menos hostiles... pero de momento debía quedarse hasta encontrar la forma de ayudar a los que lo habían echo con él.

- Vamos señora, debemos volver con los niños...el señor Pedro es cruel y poderoso... pero haré todo lo que esté en mi mano para ayudar a su marido...
 

Pero, ¿qué puedes hacer? No tienes ninguna prueba que exculpe a Tobías. Comienzas preguntándole a su mujer si les ocurrió algo fuera de lo común durante los últimos días. Ella se pone a pensar durante un rato, y entonces te dice que ayer vino a su casa Gregorio, el sepulturero, para comprarle unos nabos a su marido; Gregorio nunca antes le había comprado nada.

A continuación le preguntas si sabe algo del asesinato de Fernando, pero sólo sabe que hallaron su cuerpo cerca de la Cueva de los Murciélagos, que se encuentra en la sierra que está detrás del castillo. Fueron los soldados de Don Pedro quienes lo encontraron.

Los campesinos están convencidos de que fue atacado por bandidos, porque le faltaban todos sus objetos de valor: su daga, su espada, y su anillo de oro. Pero el conde les culpa a ellos, pues sabía de los excesos cometidos por su hijo y piensa que se han cobrado venganza por ello. Don Pedro lo enterró en la capilla que hay dentro del castillo.

Poco... era muy poco lo que podía hacer por el pobre Tobias y su familia... pero dentro de aquel escaso margen de acción al menos lo intentaría. Salomao repasó mentalmente sus opciones... estaba claro que necesitaba pruebas para volver al castillo, la primera visita había resultado un completo fracaso y tal y como estaban las cosas lo único que podría pasarle es que terminara igual o peor. De manera que se decantó por ir hacia la cueva, quizás encontrase una mínima pista o tal vez a alguien que arrojara un poco de luz sobre aquel caso.

No hay senderos que conduzcan a la cueva. El escarpado terreno te obliga a desviarte hacia el bosque. Asciendes apoyándote en los árboles y arbustos.

Por fin sales del bosque. Multitud de montañas se recorta frente a ti. A lo lejos, en la pared de una gran montaña y situada tras un pequeño promontorio rocoso, divisas la abertura que debe dar paso a la Cueva de los Murciélagos.

La entrada a la cueva es amplia, pero cuando te adentras unos pasos comienza a absorberte la oscuridad. No puedes continuar sin una antorcha y yesca para encenderla.

Salomao descubrió que después de tanto caminar tendría que darse la media vuelta, no había traído ni antorcha ni yesca... un fallo tan absurdo que le hizo golpear con el puño la pared de la entrada de la cueva... ahora tendría que seandar lo andado e ir al pueblo para comprar lo necesario. Si se caía y se rompía una pierna o la cabeza, de poco le serviría al bueno de Tobías... aunque cada vez dudaba más de que pudiera hacer algo al respecto. Desde que llegara a aquellas tierras lo único que había encontrado era hostilidad y una fuerte sensación de impotencia, lo único que estaba haciendo era vagar sin rumbo fijo y sin saber como ubicarse ni que hacer...

Para tu sorpresa, la luz de la antorcha te transporta a un mundo mágico: trozos de piedras alargadas cuelgan del techo de la cueva como si fueran gotas de agua petrificadas, las paredes laterales son muy irregulares y crean multitud de formas diferentes, las rocas surgen por doquier formando montículos, plataformas, superficies recortadas por un sinfún de capas asemejando las olas del mar, enormes castillos de infranqueables torres, arcos infinitos... Jamás habías visto nada igual.

Salomao miró sorprendido la cueva, jamás había visto una cosa así... aquello sin duda era de otro mundo. El mudejar dudo por unos instantes si continuar adentrándose por aquella cueva, era mucho el temor que sentía por las cosas que no eran del reino de Dios y aquello sin duda parecía de otro mundo que no era el suyo... sin embargo una vez llegado a aquel punto no podía echarse hacia atrás. Le debía mucho a Tobias y su familia, de manera que haciendo de tripas corazón se aventuró hacia las profundidades, sin poder evitar maravillarse por las extrañas formas que allí se le exponían.

Estás en la entrada de la cueva, que forma una gran cámara irregular con extrañas formas. El suelo, salpicado por un ejército de estalagmitas desciende en una pronunciada pendiente conforme se adentra en la cueva. Más allá, al final de la pendiente, se abren dos estrechos pasillos, uno de los cuales continúa de frente y el otro en dirección nordeste.

Salomao se rascó la cabeza mientras miraba los dos caminos que se le presetaban. ¿Por donde ir? En principio no había nada más extraño que las propias formaciones de la cueva, en cualquiera de los dos caminos podría encontrar algo... ya fuese bueno o malo... sino, pues sólo tendría que volverse y ya se inventaría algo... o al menos trató de reconfortarse con aquel pensamiento.

Entonces sacó una moneda y la lanzó al aire, cara de frente, cruz nordeste. Salomao atrapó la moneda en el aire posándola sobre la palma de la mano, al echarle una ojeada comprobó que había salido cara... De frente entonces.

Llegas a una inmensa cámara aún mucho más grande y sorprendente que la de la entrada, de forma semiesférica, con el techo plagado de estalactitas. Las rocas surgen por todo el suelo de la cámara prolongándose muchos metros por encima de tu cabeza y formando un pequeño laberinto.

Salomao miró la cueva,parecía estar compuesta por rocas que le resultaban familiares...

Consigues orientarte y avanzar hasta un lugar desde donde puedes ver una galería que se abre a unos metros en el suelo en la parte occidental de la cámara y una pronunciada pendiente que asciende hasta un pasillo al norte. También puedes ver la entrada de la cueva.

Salomao estaba completamente perdido, no sabía exactamente por donde ir ni se debía salir de allí, si salía podría regresar a la seguridad del pueblo pero sin nada y si se quedaba lo mismo descubría algo o se precipitaba en un abismo que lo llevara a la muerte... se rascó la barbilla tratando de decidirse... ¿Qúe hacer? ¿Qué era lo correcto? ¿Valía la pena arriesgarse?

Finalmente y tras varios minutos decidió echar una moneda al aire... según la moneda tocaba galería, se mesó el pelo y se dirigió hacia la Galería, mientras avanzaba se encomendó al Todopoderoso, el éxito o el fracaso de aquella excursión estaba en sus divinas manos.