Partida Rol por web

Para atender la petición que les había transmitido el director adjunto, diciéndoles que Arthur D. Lewis tenía información relevante para la resolución del caso y que sólo se la daría al detective Dwight y su grupo, se habían puesto en marcha hacía River Side. Allí, en el sanatorio de máxima seguridad, se encontraba el afamado Asesino de la Polaroid desde que había sido capturado años atrás por Dwight. 

Cuando llegaron al lugar, tuvieron que pasar las estrictas medidas de seguridad del centro y, aún pese a su condición de agentes del FBI, fueron sometidos a varios controles por seguridad. Mientras cruzaban los pasillos del sanatorio guiados por un par de fornidos celadores, les informaron de que Lewis iba a recibirles en su propia celda y les dieron una serie de consignas que debían cumplir. Las advirtieron de que no debían acercarse a los barrotes y que no se debían dejar liar por Arthur, ya que era muy listo. También les informaron de que, desde su captura, se había vuelto muy espiritual y que pasaba mucho tiempo meditando en su celda de aislamiento sin decir ni una palabra.

Estaba seguro de que estaban perdiendo el tiempo siguiendo el juego de un retorcido asesino, pero no tenía una pista mejor. Conocía a Lewis más de lo que le hubiera gustado. A un hombre así, le gustaba que otros danzaran a su ritmo y eso es lo que pretendía ahora. Sin embargo, no le iba a dar el gusto de mostrarse complaciente ni de dejarle marcar el ritmo. Seguiría el juego con sus normas, sin entretenerle demasiado.

Se acercó a su celda y mostró una expresión no demasiado amigable.

-Tú me has llamado, espero que tengas algo que decir.

La tentación para Peter era muy grande, pero con tanta medida de seguridad se le pasa rápido. "Al menos no puede escaparse para seguir matando, ya es algo, bueno, al menos físicamente hablando" pensó el joven, algo malhumorado por tener que hacer esa visita. No es que no quisiera conocer en persona al Asesino de la Polaroid, sólo que preferiría que fuera con él apuntándole a la cabeza y con licencia para disparar y no como si fueran a tomar el té con la Srta Mapple.

Con cara de perro cabreado sigue a su jefe y a sus compañeros hasta el lugar designado para el encuentro cara a cara con el Rey de los Asesinos en Serie. Al verle, cara a cara, en persona, con apenas unos barrotes de por medio, le invade un caos emocional, sentimientos encontrados, difíciles y contrapuestos. Una tormenta está empezando a estallar en la cabeza de Peter...

Lewis se encontraba dándoles la espalda, sentado en el suelo en una de las esquinas de la celda en postura de meditación. Cuando escuchó la voz de Dwight se incorporó muy lentamente y se giró hacía ellos con la cabeza ligeramente ladeada, la mirada clavada en el agente Dwight y una perturbada sonrisa dibujada en sus labios. Fue hacía una silla colocada frente a ellos para sentarse y pudieron escuchar mientras lo hacía, como sonaba el tintineo metálico de las cadenas que le sujetaban las manos y los pies. No obstante, su mera presencia era inquietante, hacía que los dos agentes que compartían un pasado con él lo recordaran todo y sintieran como sus emociones y sentimientos los invadían. Él parecía ser consciente de ello y lo disfrutaba.

-Buenos días, agentes. -Dijo amablemente para todos. -¿Qué tal ha ido el viaje?. Espero que no les haya resultado muy molesto. Les pido disculpas por haberles hecho venir hasta aquí, pero creo que hay cosas que tienen que ser dichas cara a cara. -Sonrió.

Ese hombre siempre lograba sacarle un escalofrío. Esta vez no fue diferente. Seguro que lo había notado y que gozaba viéndolo en aquella situación, como si el preso fuera John y no al contrario.

Supo que no podría disimularlo mucho, aunque siguió adelante.

- Y tú nos las vas a contar, ¿cierto?

Aunque seguramente andaría por rodeos antes de ir al punto.

Estar frente a él, oír su voz a tanta poca distancia, es más de lo que la mente de Peter podía tolerar en el día tan catastrófico que habían tenido. Los recuerdos fluyen poco a poco por su mente. El pie derecho de Peter empieza a moverse, a sacudirse temblorosamente, a modo de tic nervioso. Esta confrontación con El Asesino le estaba poniendo más nervioso de lo que esperaba. Hacía tanto tiempo que había querido un cara a cara con él y ahora el horror le estaba invadiendo, tomando el control de su mente. No le dejaba hacer lo que tanto ansiaba su corazón, ponerle una bala en la cabeza.

Mostró una sonrisa jocosa dibujada en el rostro cuando el agente Dwight habló, después afirmó con la cabeza. Tenía las manos y pies encadenados, y los movimientos que realizaba eran algo torpes por culpa de ello, se acercó un poco hacía donde estaban con el tintineo de las cadenas que se arrastraban. Aun así, su mirada les intimidaba cuando la clavaba en ellos y tenía una sonrisa perturbadora. Dwight recordó todo el calvario que había que tenido que sufrir para capturarlo y toda la terapia que necesitó después. Johnson por su parte sentía rabia por todo lo ocurrido pero al mismo tiempo se encontraba estremecido ante su imponente presencia, y los nervios le impedían actuar con normalidad.

-Por supuesto, pero todo a su debido tiempo. -Alzo las manos encadenadas para que fueran conscientes de las cadenas, éstas sonaron al alzarlas. -No saben lo molestas que pueden llegar a resultar estas cadenas y lo que pueden llegar a desconcentrar cuando se quiere hablar tranquilamente.

Cada vez que le dedicaba esos perturbadores ojos no podía evitar el apartar la vista ligeramente de forma involuntaria. Sabía que aquello dotaba al psicópata de poder, pero era ajeno a él mismo. Ese ser le producía temor aún en atado como estaba, y es que aún recordaba las noches en vela antes de atraparle, e incluso después de hacerlo. Aún así, no cedió a sus exigencias.

-Estoy seguro de que el sonido de tu voz- sonido que sin duda amaría el tipo encadenado- tapará el sonido de las cadenas. Sabes muy bien que no podemos traspasar estos cristales y lo que tengas que decir no hará que te tratemos de forma diferente a la de los reclusos de esta institución. Y menos aún cuando ni siquiera has empezado a colaborar ni demostrado que estamos aquí solo para satisfacer tu ego.

Aunque dijera que iba a hablarles del nuevo caso aún no había dado ninguna señal real de que no estaban perdiendo el tiempo.

-Mi querido John. -Dijo con dulzura. -Tú siempre tan impaciente.

Arthur D. Lewis alzó las manos encadenadas y las mostró a los detectives, después sonrió con cierta malicia y se levantó del taburete que tenía en su celda. Las cadenas de sus pies se arrastraban por el suelo mientras él iba trazando círculos alrededor de su cubículo.

-Está bien, amigos. Vosotros sois quienes tenéis el poder. -  Se detuvo y clavó su mirada en el detective Dwight. -Siempre has tenido el poder, John. Y reconoce que eso te la pone dura. ¿Te acuerdas hace unos años?. Me encantaba nuestro jueguecito, John. ¿Recuerdas ese día que encontrasteis mi casa y llevaste a todo tu equipo allí?. Sí que tenías poder entonces... Por cierto, ¿qué tal están Sánchez y Sanders?. No los veo desde ese día. - Héctor Sanchez, 32 años, perdió un 85% de su visión de forma permanente y Morris Sanders sufrió lesiones en su columna que le condenaron a una silla de ruedas para el resto de su vida con tan solo 28 años cuando Dwight y su equipo entraron en el escondite de Arthur y una bomba hizo explosión. Larry Finnegan, de 33 años y a punto de casarse, y Laura Powers de 26, murieron en el acto. -Todavía me acuerdo de la agente Powers. Fue una lastima, estaba muy buena. Aunque no era tan guapa como Sandy. ¿Verdad, agente Johnson?. -Miró a Peter y pareció a punto de echarse a reír a carcajadas.

-Bueno, pero no os he hecho llamar para recordar viejos tiempos únicamente. Debo felicitaros. Habéis hecho un gran trabajo. Casi os perdéis con el párroco Benson pero afortunadamente mi llamada os puso en el buen camino. Me encantó como solucionasteis lo de Lucile. Fue brillante. Enseguida conectasteis el arma curva de un solo filo con los otros casos y casi conseguís resolver el caso si no hubieran matado a la Sheriff. -Sonrió. Parecía conocer muy bien lo sucedido. Dio más detalles sobre las dos primeras muertes que confirmaron que conocía muy bien lo sucedido, como si hubiera participado de los asesinatos o los hubiera visto. Cosa que era imposible, ya que no había podido salir de su celda y lo habían tenido estrechamente vigilado.

-Sin embargo, mis queridos amigos, habéis descuidado una cosa muy importante en la investigación. -Chasqueó los labios y negó con la cabeza. Su rostro mostraba una profunda decepción. -Debéis volver de inmediato a la granja del viejo Hill, pues unas terribles muertes se van a sumar a las ocurridas hasta ahora. -Después de decir aquello, Arthur se sentó en su rincón y cerró los ojos.

Peter intentaba escuchar, de verdad que lo intentaba. Pero cuando oyó el nombre de Sandy en su pervertida voz, estuvo a punto de perder la cabeza del todo. Hizo un amago de sacar un arma enfundada que no llevaba, la palpó en donde siempre la llevaba y al notar su ausencia se dio cuenta de lo que estaba intentando hacer. Eso le detuvo en seco. Es una "suerte" que haya que dejar todas las armas en la entrada de la prisión o se habría liado a tiros hasta vaciar el cargador en el cuerpo de aquel hombre diabólico.

-¡¿Y para eso nos haces venir?!- dice iracundo -Jefe, nos está haciendo perder el tiempo para que su amiguito tenga tiempo de hacer desaparecer toda prueba, es absurdo seguir escuchando a este sacodem...- se muerde la lengua con mucho esfuerzo de voluntad, porque desde luego si de algo tiene ganas es de decirle de todo, meterle un cargador entero en el cuerpo y aplastarle la cabeza con un bate de beisbol y no necesariamente en ese orden.

Era el mismo bastardo al que John ya conoció antes. El mismo que le hacía levantarse en mitad de las noches intentando ahogar un grito que solo una pesadilla puede producir. Su misma actitud y su mismo empeño por sacarle de sus casillas mientras esbozaba una sonrisa. Y lo grave es que lo conseguía.

Pero fue cuando terminó de hablar cuando se dio cuenta de lo tonto que era. Había picado en su cebo. El psicópata no tenía nada que decirles, solo les había llevado allí para dejar que el asesino actuara libremente. Aún no sabía cómo se comunicaba o sabía de los asesinatos. Pero no tenía tiempo que perder. Ya había perdido demasiado.

-Sabía que venir aquí era una estupidez- dijo, intentando evitar salir corriendo de allí para volver al pueblo demostrándole a Lewis que había conseguido su objetivo- No sé cómo sabes tantas cosas pero algún día volveré y te haré escupirlas.

Saldría de allí intentando no perder la calma. Al menos hasta no salir del edificio. Pues al hacerlo, se dirigiría tan rápido como pudiera a la granja. Cabía la posibilidad de que Lewis mintiera, pero no era su estilo. Al menos no con algo así. Su sonrisa indicaba que había habido o tenía planeado haber, otro crimen.

-Nos la han jugado- masculló a sus compañeros.

Después de la entrevista con Lewis no habían sacado nada en claro y se sentían estúpidos y utilizados. Salieron de la zona de aislamiento furiosos y con un cabreo monumental en sus cuerpos. El director adjunto les esperaba para hacer un repaso de todo lo que llevaban de caso. Tuvieron que explicarle como se habían desarrollando los últimos acontecimientos, incluyendo el asesinato de la Sheriff Joanne Baker y la persecución fallida por los maizales. Después le contaron como se había desarrollado la entrevista con Lewis, a lo que el director adjunto sorprendido les dijo que era imposible que Arthur tuviera tal conocimiento del caso, siendo que estaba completamente aislado de lo que ocurría en el mundo exterior y le habían permitido realizar llamadas ni comunicarse con otros presos.

Para cuando regresaron a Ashville estaba anocheciendo. Fred Willis se encontraba en la oficina del Sheriff haciendo los preparativos para el funeral de Joanne Baker y estaba demasiado consternado como para pedirle cualquier cosa, menos todavía que les acompañara a visitar al loco y maldito Viejo Hill. Sin perder más tiempo, se pusieron en marcha hacía la Granja Hill para poner fin a todo aquello de una maldita vez. Esta vez no tendrían reparos en pegarle un tiro a aquel viejo loco si les irritaba lo poco que les quedaba de paciencia.

Siguieron el camino de tierra que llevaba a la granja del viejo Hill, en las afueras del pueblo. Nuevamente la visión de los maizales descuidados y ennegrecidos del viejo les nubló los corazones. El camino llegaba hasta la misma puerta de la granja Hill. El sol se ocultaba frente a ellos y los últimos rayos de luz del día empujaban la sombra alargada del viejo caserío contra ellos. La ruinosa casa se mantenía en pie por algún extraño milagro entre unos maizales semisalvajes y un granero prácticamente en derrumbe. La pintura de las paredes estaba desconchada y las ventanas permanecían cerradas a cal y canto, aunque pudieron ver nuevamente algún cristal roto y alguna ventana semi-caída. Todo estaba en extraña paz, lo que les llevó a desconfiar. Jules advirtió que Satán, el perro del Viejo Hill, no se encontraba en su lugar y a todos les pareció extraño que no hubiera acudido a recibirles con la mandíbula llena de espuma blanca rabiosa.

Él ya lo había dicho que el psicópata de Lewis era una pérdida de tiempo. Pero Peter es un mandao, él que "podía saber". El retorno a la granja Hill es silencioso y algo tenebroso, pensando en sus cosas y en cuanto odiaba a Lewis y compañía. Peter libera su arma de la funda y la coge. Esta vez no pensaba cortarse ni un pelo, de ahí no pensaba salir sin respuestas claras. Se extraña al no ver al perro, le daba un poco de pena el tipo de vida que le había dado su dueño, pero también es sospechosa su ausencia. Con la cabeza y la mano libre del arma, el joven le indica a su jefe Dwight de dividirse, unos a la casa principal y otros al granero. Peter señala que se va a dirigir al granero. Y esta vez no pensaba dejar que nada le impidiera de entrar y encontrar a ese hijo de puta...

Solo esperaba haber vuelto a tiempo de la farsa de Lewis. Que no hubiese pasado nada grave. Aunque algo le decía que quizá no tendría tanta suerte, menos aún después de ver que Hill no aparecía ante ellos lleno de furia, algo habitual en él.

Cuando le dijo de inspeccionar el granero le dio el visto bueno e hizo señas a Salina para que le acompañara. Él por otro lado, probaría con la casa del viejo. El silencio y la ventana rota no le hacían gracia. Así que sujetó su arma e intentó abrir la puerta.

-Señor Hill, ¿se encuentra bien?

A pesar del desagrado que el viejo le solía provocar utilizó un tono conciliador, casi preocupado. Lewis le había hecho pensar en lo peor. Y ni alguien como el viejo ermitaño se merecía que le pasara nada malo.

Peter, seguido de Salina, se dirigió al granero con la intención de entrar en él e inspeccionarlo, seguro de que el misterio de aquellos asesinatos se solucionaría allí mismo. La burocracia le había impedido acceder en visitas anteriores pero en esta ocasión estaban demasiado cabreados como para atender a burocracias, así que iban a mandar a la mierda el protocolo. De una patada abrió la vieja puerta del granero que cedió sin oponer resistencia. Pero allí no había nada. Tan sólo un viejo tractor que llevaba años sin estar en marcha, telarañas, herramientas oxidadas de un viejo taller, un par de pacas de paja de maíz olvidadas y poco más. Ningún cadáver, ninguna prueba sustancial.

Mientras tanto Dwight y Sullivan trataban de abrir la puerta de la casa. Se encontraba cerrada con llave y Dwigth no logró que girara hacía ningún lado. Se volvió hacía Jules para comunicarle que no podía abrir la puerta y entonces vio a Satán corriendo hacía el hombretón negro. No tuvo tiempo de avisarle, el perro le clavó la mandíbula en la espalda y tiró de él hacía atrás, haciéndole caer. Después se abalanzó sobre Jules tratando de morderle el cuello, el agente no podía hacer otra cosa que evitarlo sosteniendo sus mandíbulas con las manos.

Entonces se escuchó un disparo. Salina salía del granero en ese momento y el tiro le alcanzó en un costado, logró andar unos pocos metros y se desplomó en el suelo. La escopeta sonó una segunda vez y los cristales al lado de la puerta principal de la casa estallaron en añicos sobre John.

El viejo Hill reía histéricamente. Estaba entre los maizales escondido. Disparó una tercera vez sobre el granero para impedir que Peter pudiera socorrer a su compañera herida y escapó corriendo entre los altos tallos.