Partida Rol por web

Cécil Stedman medía muy bien los tiempos. Calculaba que los presos estarían en perfecto estado de revista al alcanzar la oficina de intendencia, así que tomó un camino algo más largo, avanzando por los pasadizos de su prisión guiando al pequeño grupo que le seguía hasta un nuevo destino mientras daba algunos detalles de la operación a Ser Autumnshield y sus acompañantes.

-Les pondré al día con lo que sabemos. La ruta que debía conducir a la Princesa y a su escolta hasta Pallisade tenía su origen en Puerto Jade y surcaba las cordilleras del Cinturón de Piedra (*). No era la ruta más sencilla, pero sí la más segura para nuestros intereses. Digamos que era la menos... obvia. Los informes del malogrado superviviente relatan que el ataque se produjo en el paso de los Vientos Aullantes (**). No sabemos nada más en lo que atañe al ataque. Exceptuando, claro está, lo anteriormente comentado... "Gigantes".

Pero claro, sí sabía algo más. De lo contrario, no sería Cécil Stedman.

-El paso de los Vientos Aullantes es accesible a pie, pero por cuestiones prácticas, vamos a proveerle a usted y a su equipo de un fiable medio de transporte para ganar tiempo.

Pallisade era célebre por sus veloces corceles. Podían recorrer largos trayectos sin cansarse y consumiendo muy poca agua o comida. Animales extraordinarios y muy inteligentes que valían el sueldo anual de cualquier funcionario de élite de la Corte Real. Era a estos fabulosos animales a lo que debía referirse Cécil.

Stedman tendió una carpeta color salmón a Ser Autumnshield.

-No podemos enviarles a las montañas sin un rastro que seguir. Podrían perderse... O algo peor. En esta carpeta tiene un mapa de la zona así como varios datos interesantes. Al parecer, El Cinturón de Piedra es territorio de un clan de gigantes de la escarcha. Desconocemos quién es su líder y dónde está su fortaleza, sólo que son una peligrosa banda de saqueadores cuyos ataques están precedidos por unas extrañas ventiscas. Si entablan contacto con ellos, les recomiendo que extremen las precauciones. Mis informantes les catalogan como altamente impredecibles. Si reclamasen un rescate por devolver sana y salva a la Princesa, acceda a su petición y no exponga a su equipo. Pallisade dispone de... un fondo de reptiles para pagarlo.

Alzó un dedo admonitorio.

-En el interior del Cinturón de Piedra hay una aldea llamada Bowerstone. Comercian con nosotros de cuando en cuando. La escolta de la Princesa debía pasar por allí. Como precaución, tenía un agente desplegado como informante, por si algo iba mal. No he recibido noticias suyas. Quizás merezca la pena investigarlo. Su nombre es... o era, Killen Shaft.

Cécil se detuvo ante una robusta puerta de madera reforzada. Llevó su mano metálica a la argolla y, antes de tirar de ella, lanzó una mirada indescifrable a Efrain.

-No cometa el error de subestimar a sus enemigos, Ser Autumnshield.

Cécil abrió la puerta y ante el grupo estaban los reclusos, ahora bastante más pulcros que antes y con un claro aroma a frutas del bosque emanando de los poros de sus pieles.

Los Cinco del Patíbulo, como les había denominado Cécil, ahora escoltados por varios guardias, tenían un aspecto imponente, sobre todo Bam Bam.

Especialmente Bam Bam.

-Puntualidad. Adoro la puntualidad-, siseó Cécil. -Bien, es hora de equiparles para su misión. Sepan que es mi expreso deseo que regresen todos sanos y salvos. Dicho lo cual, la probabilidad de que esto suceda es del 0,00001%. O, si lo prefieren, lo diré de un modo algo más místico...

Fingió carraspear.

-Ahem. He visto 456.932 futuros. Uno arriba, uno abajo. Sólo regresan todos con vida en uno. Den lo mejor de sí mismos. Por ustedes. Por sus compañeros. Por Pallisade. Háganlo, y serán libres a su regreso. Tienen mi palabra.

Chasqueó los dedos. No pasó nada. Aparentemente.

-Y ahora... ¡STANLEY! ¡NECESITAMOS ARTILLERÍA!

Con un súbito y chisporroteante estruendo, de una pared de la estancia en la que se hallaba el grupo se dibujaron los contornos de una puerta mágica que se abrió con un halo de luz cegadora. Tras el umbral, un tipo ataviado con un psicodélico abrigo largo a cuadros que generaba epilepsia si se observaba con demasiada atención y un enorme sombrero de marinero de agua dulce.

-My, My, My! ¡A mis finos oídos ha llegado el inconfundible sonido que genera el ansia consumista en los corazones de potenciales clientes!

El tipo hablaba con una voz impostada, tan grave y socarrona como sólo un astuto profesional de la venta de segunda mano puede llegar a dominar.

-¡Seeeeeeeñor Stedman! ¡Meeeeeeee alegro mucho de volver a verleeeee! ¡Ha llamado usted al mejor proveedor de recursos para el aventurero en toda la vasta extensión de Fa-e-rûn! ¿Y bien? ¡Acérquense a la maravillosa tienda de Stan, donde todo es posible encontrar a un módico y muy razonable precio! ¡No sean tímidos, mis jóvenes proyectos de héroes y heroínas! ¡En esta tienda empleamos lenguaje inclusivo y hacemos jugosos descuentos a los miembros integrantes de cualquier lobby! ¡Enseña tu carné y consigue el tuyo! ¿Veggie? ¡DESCUENTO! ¿Amigo de los animales? ¡DESCUENTO! ¿Alienígena funky? ¡DESCUENTO! ¿Cómo dice joven? ¿Si hay descuentos para hombres rata? ¡EN E-FEC-TOOOOO!

Dijo aquello para después lucir una blanca y deslumbrante sonrisa, encajada en una mandíbula de pronunciado mentón.

Aquella corta estancia en las mazmorras se había echo un verdadero suplicio para Celestina que, antes de comenzar siquiera la misión, ya tenía en su lista negra a uno de los acompañantes. ¿Una patada en el trasero mientras caminan al lado de un barranco? Un pequeño tropezón. ¿Una explosión de fuego que lo haga volar por los aires antes de que una avalancha lo sepulte? Un pequeño desliz de magia causado por un estornudo. Lo importante no era como sino que todo sería "sin querer", y sino que se lo preguntasen a Efrain cuando le había tocado escuchar esa excusa.

En el trayecto de la mazmorra a la oficina ya se había encargado de hacerle saber a Donaldson, hijo de Donald, que requería de otra botella y un vaso para ella sola y con urgencia. En esta ocasión se demoró un poco aunque Celestina consiguió al fin lo que quería pese a que el vino bueno ya se había terminado. ¿Culpa de ella? Desde luego que no, culpa de Stedman por no tener más reservas.

Ahí pues se encontraba la devota, o mejor dicho beoda, escuchando al autómata mientras se servía un vaso como si nada fuese con ella. Escuchó algo sobre una montaña y gigantes de la escarcha, ante lo cual tuvo que meterse de por medio.

-Pues si son de la escarcha ya pueden correr antes de que sus montañas se conviertan en el Cinturón del volcán.-

El hecho de saber que eran criaturas del hielo la alivió un poco, aun así sabía que aquello no iba a ser precisamente un paseo ni mucho menos. También estaba el tema de que aquellos que estaban a la espera en la aldea no habían comunicado nada, lo cual realmente sonaba sospechoso.

-Eso me suena a que o bien ya no están usando sus pulmones para respirar o que han tenido algo que ver en la desaparición. Después de todo si conocían los planes de llevar a la princesa por allí podrían haber vendido la información para que atacasen durante el camino. Pero no sospecharemos por el momento de vuestros buenos hombres, Cécil, después de todo tienes buen ojo para ello, ¿cierto?-

Cualquiera diría que buscaba picar un poco al autómata, tal vez por las copas de más o tal vez por no convertir el lugar en la casa del terror y las llamas después de pasar más de cinco minutos con aquellos reclusos. Independientemente de la razón parecía divertirse pinchándole pues una pequeña sonrisa se le había dibujado.

Poco después se reunieron con el resto de gente que iba a acompañarles, aunque con aquel paso por la programación de Cambio Radical estaban casi irreconocibles. Excepto el lagarto, que seguía igual de grande y lagarto. El resto había mejorado bastante en cuanto aspecto, pasando de parecer mendigos a simples forajidos. Pese a todo Celestina hizo una mueca cuando su mirada se detuvo en el dúo cómico pensando en que ya sería ella la última en reír. A un lado de aquello se limitó a seguir con su bebida sin decir gran cosa a los presentes. 

Lo que si cambió todo fue la aparición de aquel tipejo con un abrigo que parecía ir demasiado puesto en LSD. Tal fue así que Celestina entreabrió la boca, mostrando cierta sorpresa, antes de tirar el vaso hacia atrás (rompiéndolo en el proceso) y optar por beber directamente a morro de la botella. Una cosa había entendido con todo aquello: ir borracha en aquella misión era necesario si quería sobrevivir.

-Cécil, camarada. ¿De dónde cojones sacas a toda esta gente?

Preguntó ya por curiosidad a la hora de entender dónde había encontrado a todos aquellos tipos tan extraños. Si, bien era cierto que su monasterio lleno de "apestados" no es que fuese el mejor ejemplo, pero aquello tampoco se quedaba corto. Dejando a un lado todo aquello bien era cierto que iban a hacer falta algunas cosas para aquel viaje viendo lo mal que lo pintaba el autómata. Siendo así no se cortó a la hora de ser la primera en acercarse a aquel tipo, no sin antes mirarlo de arriba a abajo de forma bastante descarada. Por fortuna aquella máscara tapaba bastante bien aquellas cosas.

-Yo ni veggie ni amiga de hombres rata, pero familia numerosa y puesta aquí por la gracia de dios. O algo así. Tu abrigo una pasada, el alma de las fiestas, como comerse una de esas setas azules que crecen en el bosque de detrás del monasterio donde suelen jugar los niños. Ahora bien, si tienes un bastón de curación y un anillo de almacenar conjuros ya te coronas. Vamos, que viene el hamster ese y te limpia los zapatos a besos.-

¿Era posible que realmente fuese con alguna botella de más? Bastante.

Durante el camino de salida de la prisión, Stedman les puso al día con más datos de la misión. Efrain escuchaba y repetía mentalmente los datos importantes, echando de tanto en tanto una mirada al contenido de la carpeta.

Cita:

- Sí, yo también creo que deberíamos empezar por ahí. ¿Qué distancia hay hasta Bowerstone una vez llegas al paso de los Vientos Aullantes desde aquí?- preguntó interesado. Empezaba a darle vueltas a la mejor forma de proceder. Desde luego, lo más sensato era obtener información y Killen Shaft parecía la mejor (y única) opción.

Cita:

Al escuchar el consejo el caballero no respondió, simplemente miró en silencio y totalmente serio al consejero y jefe de espías real.

Hasta donde yo sé, tu también podrías estar en el "ajo", amigo metálico- pensó.- Sería una jugada redonda: te quitas de enmedio a la princesa y, de paso, a los "invitados" a la boda más "complicados" de manejar (o peligrosos). Y tú quedarías totalmente fuera de sospechas…

Sus funestos pensamiendos desaparecieron al entrar en la siguiente sala: sus nuevos compañeros, que debían reunirse allí con él, habían sido sustituidos por una apuesta banda de forajidos de aspecto lustroso y varonil, excepción hecha a la presencia semidivina de Bam Bam y a la encantadora y juvenil belleza de Comadreja.

Buscó temeroso con la mirada a su recien reencontrado amigo Hamleen pensando que una vez eliminada la mugre habría quedado expuesto, pero no fue así: vistiendo unas ropas similares a las que llevaba en la celda, el bardo mantenía con cierto éxito su tapadera aunque sin la suciedad de la cara y la barba para cubrirlo sus facciones eran más fácilmente reconocibles. Claro está, si alguien sabía lo que tenía que buscar. Lo importante para mantener el anonimato de su amigo era pues mantener viva la identidad de Billy Banjo.

¿Por qué no se identifica simplemente? No entiendo que quiera seguir manteniendo esa identidad falsa- pensó, mirando involuntariamente con el rabillo del ojo a Cécil. ¿Tendría él algo que ver? Debía encontrar una forma de hablar con su amigo a solas, pero esa reunión tendría que esperar un poco más.

Todo lo anterior quedó ensombrecido súbitamente con la entrada en escena de Stanley. Un poco alarmado por el estruendo que hizo la pared secreta al abrirse, Efrain se enfrentó con las defensas bajas a la arrolladora personalidad del vendedor de carros usados. Incapaz de mantener su boca cerrada, sintió como ésta se le desencajaba por la sorpresa a la vez que sentía como su ojo se abría hasta casi salírsele de la órbita. Afortunadamente Mikeala llegó en su auxílio, subiendo su desencajada mandíbula hasta su posición normal y poniéndose entre la espantosa visión y él para dar a la mente del paladín un momento para recomponerse.

- Muchas gracias- agradeció quedamente a la noble por su inestimable ayuda.

Más preparado esta vez, Efrain volvió a echar otro vistazo. Stan era como una mala droga: el primer chute casi te mataba, pero si sobrevivías querías más. Tras él, una sala brillantemente iluminada y bien ordenada mostraba innumerables objetos con unas pequeñas etiquetas mostrando su nombre y función. Vencido por la curiosidad, el caballero entró lentamente en la sala y leyó algunas de las etiquetas.

- Frasco de crecimiento de bello púbico… Poción de fuerza de gigante… Bonsai de la muerte… Capa de invisibilidad… Corona de Borbónica Majestad…, ¡Impresionante!- exclamó tras ver algunos de los objetos. Alzó la vista y comprobó que la sala parecía no tener límites físicos.- ¿Cuántos objetos tiene aquí?- preguntó maravillado.

La tienda de Stan era una inmensa sala blanca en la que no había suelo ni techo. Era, simplemente, una habitación blanca en la que el abrigo del vendedor servía como indiscutible punto de referencia. El umbral de la puerta permanecía abierto siguiendo el contorno de una U invertida, marcada por una luz azulada muy brillante. Al parecer, a Stan le bastaba con dibujar la silueta de la puerta con una especie de tiza mágica y el portal se abría al lugar en el que aguardaban sus clientes.

Una tienda congelada en el espacio y en el tiempo.

Había estanterías con todo tipo de objetos, la mayoría raros y maravillosos. Armas de toda clase y condición, armaduras de diferentes blindajes, capas de variados materiales, una colección de anillos y alhajas que destilaban magia, sombreros y prendas de vestir de lo más estrafalarias, botas y calzados extravagantes, algunos con alitas, otros con extraños motivos y runas grabados...

Stan estaba muy bien surtido, de eso no cabía duda.

-My! My! ¿Qué ven mis ojos? ¡Una jovencita desvalida con un índice de discapacidad superior al 67%!-, dijo tomando a Celestina de la mano y guiándola al interior.

-Bienvenida a mi impoluto bazar, sweetheart. ¿En qué puedo ser-vir-la?

Ahora bien, si tienes un bastón de curación y un anillo de almacenar conjuros ya te coronas.

-Oh, my! Un bastón curativo... ¡El bueno de Stanley tiene uno de la mejor calidad! 

El vendedor mostró a Celestina un bastón que era en sí mismo una obra de arte, conformado por cuatro figuras situadas una encima de la otra. Los rostros de las figuras eran algo inquietantes, pero el bastón emanaba energía al mero contacto.

-¡Un bastón curativo de la tribu nuanthali conocida como los Tuchi-Tuchi! ¡Si se lo pega al oído, puede escuchar a los ancestros coreando el nombre del portador para arengarle a practicar la medicina más innovadora por todo Faerûn!

Stan tendió el bastón a la sacerdotisa con una filigrana. Por pura curiosidad, Celestina aproximó su oreja al cabezal del bastón para comprobar si el vendedor se estaba quedando con ella. Se llevó una sorpresa mayúscula cuando escuchó con prístina claridad una palabra.

Una única palabra pronunciada por un coro de voces espectrales:

-¡SHIKAKAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHH!

El respingo que dio la monja fue de leyenda.

Stan no le dio importancia -ya la había advertido- y tomó la delicada mano de la sacerdotisa para colocar en ella un anillo de oro que parecía requerir de dos dedos a su portador. Su superficie estaba surcada por diversos grabados que, según Stan, traían fortuna, fertilidad y cacahuetes al portador.

No necesariamente en ese orden.

-Jovencita, os sienta de maravilla esta alhaja. Realza vuestro níveo cutis.

Qué zalamero era Stan. 

Antes de pasar a su siguiente cliente, el vendedor bajó el tono de voz se llevó la mano al bolsillo interior de la chaqueta.

-Me he percatado de un detalle, jovencita... Sois también integrante del noble lobby de Alcohólicos Anónimos. Tomad. Un regalito de Stanley. Si recaéis, recaed con estilo...

El vendedor, sin perder su exagerada sonrisa, tendió a Celestina una petaca metálica con unas letras grabadas: "Poción de Valor". La sacerdotisa pudo reconocer por el simple olor la bebida en el interior del recipiente.

Whisky. Scottish. Highlander.

En la etiqueta rezaba una advertencia: ¡Cuidado! ¡Hace crecer el bigote!

No risk. No glory.

* * * * * 

Stanley se movía entre sus clientes como pez en el agua. Algunos, lo tenían más claro que otros, cierto era. Por ejemplo, el dracónido.

-Dígame, mi querido, hipermusculado y gargantuesco amigo... ¿Puede Stan ayudarle en algo?

Los blancos dientes de Stanley centellearon.

B.B. se había ajustado dos brazaletes en sus antebrazos y empezó a olfatear la estantería de armas mientras entornaba los ojos. Parecía buscar algo muy concreto y casi parecía intuir dónde se encontraba. Camino varios pasos y miró hacia un buen montón de hachas de enorme tamaño que aguardaban a su dueño, ávidas de derramamiento de sangre. Lamentablemente, el bárbaro sólo tenía ojos para una de ellas. Alargó su poderoso brazo y tomó una del mango, alzándola contemplando con un brillo de profunda admiración en su mirar la hoja.

Era un hacha dentada roma. Vaya, una especie de hacha-maza de aspecto brutal. Y su hoja era casi tan grande como el pecho de Bam Bam.

-ESTA... ESTA ES MI ARMA...

El roedor del equipo también parecía tenerlo claro. Se había agenciado un set Pro de herramientas de ladrón, una mochila del embaucador, un cinturón plagado de frascos de colores y unas botas de velocidad. Ahora Chafee entraba en otra categoría diferente a la de los mangantes rápidos... Ahora Chafee era vertiginoso.

Dato curioso: no parecía ir armado.

-Bueno, pues yo creo que con esto estoy servido-, dijo muy satisfecho mirando sus botas. -Y encima tienen alitas... Je. Oye, colega. ¿Tienes quesitos para llevar?

Stanley asintió muy sonriente tendiendo una ristra de quesitos Babybel al roedor.

-THAT'S HOW WE ROLL!!!-, exclamó muy satisfecho mientras cogía los quesos y los guardaba en su gabardina.

-¡Eh, colega! ¿Cómo vas?-, inquirió a Zev.

Zevran parecía desorientado. Confuso. Inquieto.

-Oye, macho, ¿dónde están las pistolas aquí? Ya sabes... La artillería. Los cañones. Los calibres 'uapos,'uapos. ¡Bang, Bang! ¡Pañum, Pañum! ¿Me pillas?

El alienígena empezó a simular que soltaba tiritos ante Stan.

Stanley se frotó las manos. 

-Le capto, querido amigo. Lo que necesitas es... esto.

El vendedor se sujetó el sombrero y una corriente de aire desplazó a espaldas de Zevran y del propio Stanley dos enormes estanterías aparentemente interminables plagadas de pistolas, revólveres, rifles, ametralladoras y demás armas imposibles en todo Faerûn...

Pero no para Zevran Alhen Val Thaali.

-Sírvase a su gusto, a-mi-go.

Los oscurísimos ojos de Zevran se abrieron de par en par y empezaron a hacer chiribitas. El forajido pareció tambalearse ante el aluvión de armamento que se ponía a su disposición y casi pareció que iba a desmayarse de la emoción.

No lo hizo.

Justo cuando parecía que desfallecía, dio un acrobático y divertido paso de baile y empezó a recorrer las estanterías cogiendo a toda velocidad varias pistolas mientras hacía malabares con ellas con sus cuatro manos. Era muy hábil y había que ser un sagaz observador para percatarse de que las estaba desmontando y seleccionando las piezas que más le interesaban para personalizar sus propias pistolas. 

Stan sacó de algún lado una pandereta y empezó a arengar en sus pasos de baile al alien más funky del equipo mientras este daba rienda suelta a su creatividad armamentística.

Zev logró hacer en menos de un minuto un par de pistolas de cañón alargado con un tambor con capacidad para seis proyectiles cada una. Las amartilló y comprobó la fiabilidad de la mira. Estaban a su gusto y, para colmo, eran preciosas.

-I can blow this, I can blow that... I can blow this, I can blow that... I can blow...-, canturreó.

Aún faltaba algo... 

El alien guardó sus pistolones en las fundas de su cinturón y miró goloso la sección de los rifles. Señaló uno y miró a Stan como haría un niño pequeño con un padre en una tienda de golosinas.

-¿Puedo...?

Stanley asintió, disfrutando la magia del momento entre proveedor y cliente.

Zev tomó un par de rifles y prosiguió sus florituras mientras creaba un nuevo instrumento de destrucción a distancia. El tipo sabía lo que se hacía y parecía un verdadero experto montando y desmontando armas. Mezcló las piezas de varios fusiles y cambió cargadores y cerrojos hasta que entre sus manos tuvo un alargado armazón de madera con un cañón alargado y una especie de lente telescópica en la parte superior.

-Mi obra de arte... Farstrider-, susurró, henchido de orgullo.

Sólo necesitó varias cintas de munición, se echó Farstrider al hombro y posó con ese aire vacilón que le caracterizaba. Estaba listo para la acción.

-Vamos a cazar unos gigantes, hermanos...

Comadreja era una mujer práctica y así fueron sus elecciones. Un par de botas élficas y un arco de ébano y madera de robles élficos de bellísima factura que según Stan era capaz de alcanzar a un objetivo a más de 300 pasos sin errar. Se agenció una capa de viaje bastante gruesa intuyendo que su misión podía llevarles a las montañas y tomó una bandana de color negro, a juego con su chaleco de cuero y su capote. Lo último que necesitaba un tirador es que el sudor bajase por su frente hasta los ojos en el momento del disparo.

Miró de reojo a Zevran bailar mientras montaba sus cañones y no pudo evitar sacudir la cabeza sintiéndose avergonzada por su desinhibido compañero de fatigas. Aunque quizás fuese su forma de evitar sonreír, porque lo cierto es que no se imaginaba abandonando aquella cárcel tan pronto.

Eludió durante un rato pensar en lo que estaba carcomiéndole por dentro, pero al final el interrogante volvía a su mente: ¿Cómo era posible que Cécil Stedman lo supiese? Porque una cosa estaba clara: sabía algo de su pasado que ella misma se había prometido olvidar y ahora, de algún modo, todo encajaba. Estaba segura de que Cécil la había elegido a ella por eso mismo y la había dejado enfurecida, aterrorizada y desconcertada. Se sentía una marioneta movida por los hilos de aquel maldito muñeco mecánico. Y odiaba ese sentimiento.

Tomó un carcaj repleto de flechas, que completó con algunas de punta especial cuando Stan no miraba, muy alegre de tener su bazar lleno hasta los topes de clientes. Se anudó la bandana en la frente antes de salir por el umbral. Contaba los minutos para salir de aquel subterráneo y ver el manto de estrellas de aquella noche.

Stanley reparó entonces en Ser Autumnshield, que parecía bastante aturdido por la ingente cantidad de mercancías a disposición de los clientes.

-¡Mi querido caballero! ¡Pase por aquí, por favor! Tengo preparado para usted una magnífica selección de artículos que encontrará de su agrado...

Entonces Cécil chasqueó sus dedos y Stan comprendió que era la señal.

-Oh, my! ¡Así que es usted el líder de esta expedición! ¡Cécil me encargó algo especial para la ocasión! ¡Y Stan nunca defrauda a un cliente!

Stan condujo a Efrain hasta una especie de probador, a falta de una mejor palabra para describir aquella especie de cabina cuyo acceso estaba cubierto por una cortina de tela.

-Por favor, adéntrese en la cabina y permítame presentarle el último modelo en armaduras de combate... ¡LA ARMADURA INTELIGENTE MZ WARS^TM!

Una imponente armadura completa aguardaba a Efrain en el interior de la cabina. La armadura estaba fabricada en un metal cósmico, desconocido para él. Era de una tonalidad azul oscuro e incluía una capa de un rojo imperial, además de un yelmo astado con un extraño modelo de celada.

El paladín pudo percatarse de que diseminadas por su estructura había siete orbes, en apariencia joyas de gran valor, pero que destellaban con pura energía en su interior.

-Vamos, no sea tímido, joven. ¡Pruébesela!

Los miembros del equipo fueron encontrando los objetos que necesitaban para desempeñar su labor: Armas, anillos, varas, botas… Parecía que Stan tenía lo necesario para cada uno.

Paseando entre tanta variedad de objetos mágicos, el paladín se sintió algo aturdido. Además, hasta ahora se había "apañado" bien sin tanto lujo, así que, ¿qué debería escoger? Arma ya tenía desde su viaje a Barovia. ¿Un escudo? No solía usarlos puesto que las lanzas que gustaba blandir requerían del uso de ambas manos. ¿Una armadura? Ya portaba una buena armadura e imaginaba que poco más podrían proporcionarle más allá de algo de protección extra… y más peso para cargar. ¿Anillos? ¿Bastones? Eran más propios de magos. ¿Pociones? Un efecto breve y no reutilizable, junto a los pergaminos eran un tipo de objeto que no solía manejar. 

- Mmm, bueno… la verdad es que yo creo que ya estoy servido.-Comentó algo inseguro.- Me saldré fuera para dejaros… esto… elegir vuestras cosas.

En ese momento Stan reparó en él y, lejos de dejarle salir sin adquirir nada, se lanzó hacia él como un depredador que ha encontrado un desafío a su altura. Así, poniéndole una mano en la espalda a modo de falso compañerismo, guió al caballero hasta una especie de habitáculo separado del resto de la extraña sala por una cortinita de tela blanca.

Cita:

 Efrain siguió con la mirada la dirección que le indicaba el vendedor y entonces la vio… A pesar de su oscuro tono azul marino, la armadura despedía un ligero fulgor. Sus formas eran extrañas, con láminas protectoras curvas que se asemejaban a músculos en brazos y piernas. Rodillas y antebrazos llevaban un refuerzo que parecía además una especie de arma. La línea central de ambas piernas estaba recorrida por una especie de soporte para facilitar el movimiento a pesar del peso, mismo soporte que podía verse en los brazos desde los codos hasta los hombros. 

La extraña celada astada simulaba una expresión amenazadora y sus ojos brillaban con un intimidante resplandor. Siete gemas, rebosantes de poder, recorrian el eje central del atuendo simulando los siete chakras o centros de poder de los que hace años le había hablado Yuri Maru. Cada piedra brillaba con un tono distinto indicando que su función era única y especial.

El conjunto se veía completado con una magestuosa capa roja, que era la que le daba el toque distinguido y de calidad a la película. Tenía ante él, en definitiva, la armadura de un auténtico y genuino Caballero del Zodiaco.

Efrain admiró el resultado final entre maravillado y aterrado. En varias ocasiones estiró la mano para tocar alguna parte de la armadura, pero la retiró inmediatamente antes de llegar siquiera a rozarla.

- ¿Qué diablos es esto?- Exclamó al fin volviéndose hacia Stan.- ¿Está viva? Da la impresión de que fuera a echar a andar de un momento a otro.

Cita:

- ¿Probármela? Estará de coña… ¡¿Y si no consigo salir de ahí dentro?!- pensó horrorizado. Y, sin embargo, no podía dejar de imaginarse portando aquella armadura. ¡Sería el terror de sus enemigos!

- Bueno, cosas más radicales he hecho- cedió al fin, decidido a ver qué podía ofrecerle esa maravillosa y aterradora pieza de equipo. 

- …

- …, … Pero, ¿Por dónde diantres se entra?

Todo el mundo la seguía confundiendo con una ciega, aunque nunca nadie se preguntaba por qué andaba sin chocarse. ¿Lo atribuirían a las leyendas sobre que las monjas vuelan? Tal vez.

No sabía si había hecho bien en pedir aquel bastón pues solo su forma parecía de alguna religión pagana o incluso de un culto a los demonios. Además de esto estaba el susto que se llevó cuando se lo acercó a la oreja para comprobar si aquello realmente hablaba. Un salto hacia atrás a la par que estiraba su brazo para alejárselo de la oreja fue su respuesta inmediata. Tal fue el susto que le hizo pensar que había bebido demasiado. Respecto al anillo era algo más normal aunque ocupaba un par de dedos, ¿cómo respondería alzando su dedo corazón a la gente de bien? Aunque al menos el anillo no cantaba. Ni bailaba. Ni nada raro.

Con aquello tenía intención de regresar con el resto antes de que le diese un ataque epiléptico de tanto mirar a Stan, pero el mismo la detuvo para darle una petaca con Whisky. Whisky que hacía crecer el bigote. Más tarde se lo daría al tipo del banjo, que tenía pinta de gustarle aquellas cosas. 

-Muy amable, señor del abrigo fantabuloso.-

Respondió igualmente para agradecerle por aquellos objetos, alejándose lentamente para tratar de llamar demasiado la atención. Quien sabe, igual trataba de colocarle un hada azul embotellada que se pasase el día tocando las narices mientras enfrenta el mal.

Vio como aquel grupo variopinto sea acercaba a buscar objetos también. Un hacha tan grande como el lagarto, un montón de cachivaches, un tubo metálico armado con otros tubos más pequeños, un arco... Todos aquellos tipos parecían especializados en combate directo o a distancia así que Mikeala sería sobre la que depositaría su confianza respecto al apoyo mágico. Aunque al final siempre había sido así, aquello realmente le recordaba a los viejos tiempos.

Finalmente el comerciante sacó una armadura que ofreció a Efrain ante la cual Celestina parpadeó un par de veces.

-Esa cosa sin dudas está maldita. Como mínimo eso tiene relación con Orcus. De ahí para arriba.-

Sentenció en cuanto vio aquella apariencia intimidante a la par que sospechosa. Si el paladín quería usarla sería cosa suya, pero muy buena pinta no es que tuviese.