Partida Rol por web

Cerca, muy cerca estaba la llave al poder que la bolsa te había prometido en largas y solitarias horas...

La semielfa era quien portaba la llave... La llave a tu destino de grandeza y venganza...

Ahora, marchas camino al desolado campo de batalla, guiado por tu ansiosa compañera, hambrienta de nuevos trozos de carne muerta...

La noche ya estaba inundandolo todo... Las palabras de la semielfa te dejaron una leve inseguridad... Quizá intentara algo más... Como buscarte en medio de las sombras para partir tu corazón en dos...

Sin embargo, guiado por las filosas palabras de una excitada bolsa, llegas de pronto a claro en que el tupido bosque desaparece para dar espacio a un circulo con radio de ochenta piés de cesped ralo en su lecho con una roca rojiza justo en medio del mismo... Pero no es la piedra ni la falta de bosque lo que te llama la atención, sino el reguero de trasgos muertos... Y por si esto fuera poco, haciendo algo similar a lo que tu vienes a hacer... Trasgos vivos, carroñando equipos y pertenencias de sus difuntos hermanos...

Aún a plena luz de la luna, sólo al estar en el campo visual de las criaturas notas su presencia, al igual que ellos la tuya... Tiempo de matar, o morir...

Era tarde para huir. Durante la retirada había venido rumiando pensamientos sobrecogedores, concentrándose en retenerlos en lo más profundo de su mente, como para que no los percibiese la carga, susurrante junto a su oído, qué locura, como si la carga no fuese otra cosa que un objeto a su disposición, confeccionado por sus propias manos, siguiendo las instrucciones del anónimo hechicero. Y ahora podría pagar cara esa abstracción.

 Se detuvo de súbito, captando tal vez el brillo despiadado de unos ojos. Dejó con cuidado la carga. Ellos ya se habían puesto en marcha.

 “Engáñalos, artera. Que piensen que soy el hombre del saco de estos bosques”, ordenó –se encomendó- al bulto.

 Mientras tanto, sus manos se crispaban ante sí, en un acto simbólico de desgarramiento de la realidad, levantando un parapeto de humores esenciales.

La bolsa asintió en tu cabeza, algo molesta por quién sabe qué...

Las criaturas chillaron al ver la aparición y, presurosas, armadas con mazas de dudosa calidad y manufactura, emprendieron la carga en pos del hechiciero y su poderoso artefacto...

La bolsa logra influír en las obtuzas mentes de los pequeñajos... Tanto, que dos de ellos se paran en seco... Como otras veces, esto tiene un costo en sus poderes...

Una de las criaturas, maza en mano, y violencia en los ojos, camina en pos de tu persona buscando una sola cosa... El fin de tu vida, el alimento de su estómago... Su avance se detiene para cuando tienes oportunidad de reaccionar a poco más de treinta piés de tu posición actual.

El otro de los trasgos inmunes al engaño, carga gritando enfurecido contra ti, para culminar semejante intentona con un garrotazo apuntado a tu rodilla que logras esquivar con maestría, sin inmutarte...

Acto seguido, sientes como la energía arcana te rodea, y te hace de escudo ante los ataques a tu persona...

Los dos trasgos restantes, absolutamente convencidos de que una criatura de enormes poderes mágicos está allí para aniquilarlos, decide evitar tan funesto final, y escapan tan rápido como pueden...

Era pronto para cantar victoria, pero no pudo evitar lanzar un gruñido de satisfacción cuando la mitad del cuerpo de la amenaza puso pie en polvorosa, y al descubrir la torpeza de aquel simiesco ser, acaso afectado por la influencia de su vejiga externa. Se disponía adelantar la mano para tocar, como una serpiente de hielo, a su enemigo, pero ordenó –suplicó- a la bolsa un nuevo aporte: “Amiga, hechiza al otro, al que viene a la zaga, con asesino ímpetu, para que lo invierta en éste que se me opone.”

Puedes ver  como  la criatura  cae presa de los designios de la poderosa bolsa... Sabes que, para hechizar a una criatura es necesario, o bien tener gran habilidad gesticulando, o conocer el idioma de la misma... Claro está que la bolsa gesticular no puede, pero te resulta sobrecojedor que aquella conozca cosas que incluso tu mismo desconoces...

La marioneta de carne, con el camino libre hasta la espalda de su compañero devenido en enemigo, carga enfurecido con su maza en alto aprovechando lo mal parado de aquél tras su impetuosa aunque malograda intentona...

Llega a salpicarte la sangre de tu enemigo cuando su coleguilla le azota la nuca en un sordo impacto... Sin embargo, esto no impide que la criatura haga lo más posible por aniquilarte... Lo cual resulta patético al fallar por mucho aún sin que debas utilizar tu armadura mágica...

La mano derecha de Tycho se lanzó a través de una bruma sanguinolenta y aún inviolada en busca de su enemigo, para enmarañar y arrancar cuantos hilos en su halo vital pudiera.

-Не сопротивляйтесь! Мои пальцы рушатся ваши жизненные строку, как если бы пресный хлеб! –pronunció.
 

Ciertamente, no tuvo que manipular demasiado, puesto que se topó con más vacío que madeja, ni el esfuerzo para desbaratar una telaraña tuvo que hacer: atrapó al trasgo por el cuello, le alzó el rostro y comprobó casi con sorpresa cómo expelía un gélido aliento y se desplomaba como un muñeco al soltarlo.

Se frotó la mano con repugnancia a un costado del abrigo, vigilando ceñudo al hechizado, demasiado próximo, pero con un remedo de candidez asomado en el informe rostro.

Miró de soslayo el saco. ¿Cómo lo había hecho, por todos los dragones del inframundo? ¿Qué era aquella cosa cuyas habilidades lo superaban? Y, después de lo anunciado por aquel guerrero endiosado, ¿podía seguir tildándolo de cosa?

El saco le susurraba en su cabeza que estuviese calmado, que aquel monstruo legamoso lo consideraba un compañero de andanzas. Puesto que no conocía el grotesco idioma, intentó comunicarse en el Común:

-Ayúdame a cortarlo en pedazos y a meterlo en aquel saco.

Tras esta macabra operación, tenía en mente registrar los cuerpos de todos aquellos caídos. Necesitaba un cuchillo, algún arma con la que defenderse.

La noche estrellada y el claro del bosque ayudan en tu busqueda... Armas encuentras, quizá nada sobresaliente, pero tampoco eso era esperable en un reguero de trasgos muertos, ya rapiñados por los aventureros que les dieran fin, ya rapiñados por los mismísimos trasgos sobrevivientes...

Varios trasgos muertos, más de una docena, y un enorme semiorco... Herido por varios sitios, también excento de riquezas postumas... Salvo, por un inmenso espadón...

Varias mazas pequeñas... Tres jabalinas en condiciones de ser utilizadas, y una hoz, desafilada y oxidada...

En cuanto a riquezas, nada hay entre los difuntos...

Vptyst vptyst¿ Dice el trasgo como respuesta a tus gestos...

El hechizado individuo te ayuda en el trámite del descuartizamiento, con una sonrisa maliciosa en su simiesco rostro, y, minutos después, la bolsa está dando cuenta de los nuevos pedazos...

Tycho, sin perder de vista al complaciente humanoide, se había colgado la hoz roñosa del cinturón, y recogido una de las jabalinas.

A la vera de ambos, como una vejiga pantagruélica, el saco daba cuenta de la carnaza que le habían introducido, pareciendo demasiada ocupada con la ingestión como para ponerse a consultarle.

Tycho se rascó la cabeza, sin tener muy claro cómo proceder ahora. Finalmente, se encogió de hombros y trató de comunicarse con el trasgo:

-¿Tú-hablas-Común? Yo ser…

“Bah”, desistió para sus adentros, “nadie me culpará si libro al mundo de esta alimaña”.

Y quiso clavarle la jabalina mientras que lo atendía.

El pequeño bichejo te escucha hablar con cara de incógnita... La bolsa sigue apañándoselas con el difunto que practicamente secaras con el nigromántico toque... Pero hace resonar en tu cabeza una palabra... Una y otra vez "dámelo...dámelo...dámelo...!"

La noche continúa avanzando, y, en el medio del claro, la piedra rojiza guarda bajo de si la entrada a una cueva natural... Pisadas pequeñas y grandes se amontonan a su alrededor, dando una idea de los ingresos por parte de aquél variopinto grupo que te expulsara de su vista hace nada...

“Eres insaciable”, le respondió con disgusto, aún titubeante. Tenía los nudillos blancos, de la fuerza con que apretaba el astil. Imaginó a la criatura encantada siendo engullida por el saco, como hacen las serpientes con los pajarillos y sintió náuseas. Para deshacerse de él, tendría que mancharse las manos de sangre. Pero a tan escasa distancia, la jabalina era un arma aparatosa. Le hizo una seña desmañada para que fuese a recoger un pie olvidado y se retiró con pasos medidos. Cuando pensó que estaba a la distancia idónea, se mordió levemente la lengua y se puso en posición de lanzamiento. El monstruo estaba agachado, de espaldas, pero ya estaba a punto de levantarse, de darse la vuelta y…

No había más tiempo. Le tiró la jabalina, emitiendo un gañido poco masculino.

Mientras el proyectil recorre el aire, te sorprendes de lo acertado de su trayectoria... No, lo tuyo no era sin duda alguna arrojar trozos de madera con punta... Pero sin embargo, la herramienta de muerte vuela hasta la hechizada criatura cuando esta se está girando, con una sonrisa bobalicona en el rostro y un pié mortecino entre las manos, para perforarle levemente el hombro, sin penetrar demasiado, y caer rotundamente al suelo dejando una pequeña herida a causa de la poca potencia del disparo...

Su primera reacción es chillar, pero luego, se  sacude perplejo observandote con todo el odio del que alguien puede ser posible...

Tycho graznó una maldición y sus manos volaron tejiendo de nuevo una  trama defensiva de realidad desollada:

-Густая сеть связанных mescolazanza брони сидит на коже бедных колдун!

Ahora tan sólo le quedaba aguardar el ataque del pequeño monstruo, con una mano averdugonada de tinieblas, presta para el toque.

Tu efimero aliando siente la punzada del traicionero proyectil... Con la oxidada hoz que utilizara para auxiliarte en los descuartizamientos en mano, los ojos llenos de un odio malsano, emprende una desesperada y ciega carrera para cargar con todas sus fuerzas e intentar quitarte la vida...Y hacerse con tu bolsa! 

Su ataque (facilmente esquivable para un tipo diestro como tu) lo deja a merced de tus oscuras intenciones...

Una sombra maligna se posó sobre sus hombros, pudo sentir su opresión jovial, incitadora al asesinato, un entusiasmo culpable que le arrancó una sonrisa escalofriante mientras se hacía a un lado, evitando el golpe y casi con delicadeza disparaba unos dedos escarchados, pulsaba la carótida del trasgo, y murmuraba:

-Не сопротивляйтесь! Мои пальцы рушатся ваши жизненные строку, как если бы пресный хлеб.