Partida Rol por web

Liam cogió su destornillador de la suerte y, ni corto ni perezoso, se abalanzó contra la extraña máquina. Aquel lugar le horrorizaba. Antes no había terminado de procesar toda la escena, pero ver a los pájaros siendo engullidos por aquel engendro mecánico le provocó un pánico irracional y la urgencia por sabotearlo a toda costa.

Ahora que Theo había roto el factor sorpresa, no tenía tiempo que perder. La presencia de aquella ave rapaz gigantesca no ayudaba en absoluto. Prefería enfrentarse a la fuente del mal con su capacidad para trastear con las máquinas antes que enzarzarse en un combate con ninguno de los seres vivos de aquella cabina. Una cosa eran los juegos de rol, pero aquello era la vida real. Por muy surrealista que esta empezase a resultar.

—Creo que empiezo a entender a los amish…

Atacó al azor, aprovechando que tenía el traje de neopreno y que lo primero que había que hacer era evitar la amenaza. Se bajó las gafas de buzo para que no pudiera atacarle los ojos, tomó una herramienta que había en el suelo, y decidió que, al fin y al cabo, aquello tan solo era un pajarraco, no más grande que el descomunal pavo que comían en casa en Acción de Gracias.

Theo nunca había sido un muchacho violento. Las peleas en las que había participado, que las había habido, siempre habían sido en pro de defender a Astrid, a sí mismo o algún otro de sus amigos. Y no era por falta de ganas de partirle la cara a más de uno y más de una (Ashley), pero la disciplina formaba parte del deporte y en gimnasia o eres disciplinado o no llegas a nada de nada. Tampoco era algo que le saliera de forma natural, solo como respuesta a algo provocado. Y jamás antes en su vida (y esperaba que tampoco después) se había enfrentado a algo que mereciera tanto hacer lo que hiciera falta para detenerlo. Aquello era defender a sus amigos, a sí mismo, a todo Boulder y quién sabía si a todo el mundo, como había vaticinado el ornitólogo. Así que cuando vio que Dixon se llevaba el silbato de reclamo a los labios y el azor aparecía de inmediato por el agujero de la cabina, su mayor temor fue que volviera a hacerlo sonar y no solo su número dos, sino el resto de sus esbirros aparecieran allí a su llamada dispuestos a despellejarlos vivos.

Cindy apelaba a un atisbo de razón y empatía que a Theo le parecía evidente que aquel hombre no poseía. Becca también. Tal vez consiguieran que se ablandara, que dudara o comprendiera que estaba siendo un ser completamente irracional, pero si dudaba él, si dejaba que hiciera sonar el silbato, alguien podía morir. Eso era la único que resonaba en la cabeza de Theo. La máquina podía funcionar un instante más y no supondría mucha diferencia; parar a aquel tipo podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte o como poco el hospital. Todo aquello además lo tenía muy, pero que muy cabreado.

Así que en un movimiento rápido, Theo agarró con toda su fuerza la herramienta en su mano y atizó a Dixon en el brazo que sujetaba el silbato sin ninguna contemplación.

Cindy no sabía qué hacer ni cómo salir de esta situación sin que nadie saliera herido, cuando de repente vio a Theo abalanzarse contra Dixon para atizarle con la llave inglesa y a Astrid atacando al pajarraco, cosa que ella misma no había logrado hacer. Así que, sin pensarlo mucho fue tras Theo y agarró a Dixon por detrás, haciendo toda la fuerza que podía para que el sujeto no se moviera. 

- ¿CUERDA? ¿HAY ALGUNA CUERDA?-

Si Theo conseguía desmayarle y Astrid acabar con el azor, tenían bastante asegurado el éxito. Vio como Liam estaba intentando hacer algo con la máquina y rezó porque funcionara. 

La situación se descontroló en cuestión de segundos. La tensa calma que reinó durante unos instantes desapareció cuando Cindy lanzó la piedra contra el azor sin mucho éxito. El pajarraco se lanzó a por ellos con las garras afiladas por delante y se encontró, para su desgracia, con la llave inglesa que la buza Astrid blandía al más puro estilo del juego de Liam. Lo cuál no dejaba de ser curioso, porque Astrid fue quien llevó la ficha de la clérigo en aquella partida, y no es que sus habilidades de combate destacaran precisamente. Pero embutida en aquel traje de buzo parecía llena de confianza y el golpe con el que atizó al azor lo mandó de vuelta al otro lado de la cabina. El pajarraco se levantó aturdido, sacudió su cabeza y lanzó un graznido lastimero. Había aprendido la lección, los animales no tropiezan dos veces en la misma piedra, así que alzó sus alas de nuevo, pero esta vez pasa salir volando por la misma ventana por la que había llegado. 

Entre tanto, Liam no perdía el tiempo y se lanzaba con su destornillador favorito a sabotear la máquina y desmontar las partes vitales para su funcionamiento. Afortunadamente, al igual que el rubio del peinado mullet que con rocas y un rosario te construía una catapulta en aquella serie tan chula que daban por la ABC, Liam era un genio con las máquinas y trasteando en los componentes de las naves magetrínicas que había desperdigados a lo largo y ancho del desierto había aprendido mucho sobre el funcionamiento de aquella tecnología. Así que, viendo que aquel ingenio estaba construido con los despojos del propio pecio en el que se encontraban, no tardó en saber qué componentes debía quitar y estropear a propósito para que la máquina infernal dejase de funcionar para siempre. 

Theo golpeó la mano del científico desmejorado en que se había convertido Dixon y le arrebató el silbato, logrando evitar así que alertara a más de sus pájaros asesinos. Dixon se llevó la otra mano al brazo dolorido y retrocedió un paso, momento en el cual Cindy saltó sobre él para tratar de inmovilizarlo. Una vez reducido entre Theo y Cindy, Becca intentó apelar a su lado humano, si es que todavía estaba allí, a su cordura y a algo de empatía hacia los animales y las personas que estaban sufriendo los males que portaban aquellas aves y los problemas que estaban ocasionando en Boulder City. 

Fue también en ese momento cuando Stacy, que se había quedado la última para poder subir a Clifford en volandas por la escalera, llegó a la cabina y contempló la excéntrica escena. Reconoció a su tío y lo llamó por su nombre, provocando que dejara de resistirse y se diera cuenta de todos los problemas que había causado, tal y como decía Becca. Rendido, Dixon se dejó caer de rodillas y se vino abajo, hecho un mar de lágrimas. En ese preciso momento, todos sintieron un terrible alivio. Habían conseguido poner fin a aquella locura. 

Becca lo observó todo con ojos desmesuradamente abiertos, la boca abierta, la lengua seca, la garganta muda. Sus compañeros habían optado por la vía de la violencia, probablemente necesaria, justamente cuando ella apostó por lo contrario, el diálogo y el razonamiento.  "Algo me está pasando, ¿me estaré haciendo adulta?" , pensó. 

Después de la marea de acción inusitada de unos y otros, el vendaval de osadía y valentía de sus amigos los condujo a lo que parecía la victoria. Dixon cayó, derrotado, resignado, aparentemente arrepentido. Fue cuando la jovencita patinadora echó mano de su verborrea, para terminar de ablandar el corazón del científico loco.

-¡Lo hemos logrado!¡Lo hemos conseguido, somos los más guays!

Pero después del subidón, ella misma se sintió en ese momento agotada, con el miedo de pronto ascendiendo por sus pies, de un dedo a otro, hacia los tobillos, las piernas y finalmente en todo su cuerpo, se sintió mareada, le vino el bajón. Tanto, que, también cayó de rodillas junto al hombrecito derrotado. Lo abrazó, inesperadamente, incluso para Becca.

-Ya terminó la pesadilla, señor Dixon. Ahora hay que arreglar todo este follón. -miró a sus amigos- Estoy muerta, chicos.

Y se dejó caer de espaldas en el frío suelo metálico y sucio. 

Todo ocurrió de una forma tan aparatosa, repentina y extraña que para cuando Theo fue consciente de que Dixon parecía completamente desarmado y arrepentido, todavía sostenía la llave inglesa con tal fuerza que le dolía profundamente la mano. Aflojó los dedos al mismo tiempo que sentía que el brazo le temblaba como si hubiera hecho un grandísimo esfuerzo, y notó como si todas sus energías lo abandonaran de pronto, tanto que tuvo que apoyar su espalda contra la pared para dominar la sensación de que iba a desplomarse.

Al oír el grito de triunfo de Becca le dirigió una sonrisa cansada y cómplice y alzó el pulgar, incapaz siquiera de decir nada todavía. Pensó que gracias a la persuasión de su amiga habían podido llevar a Stacy consigo; quién sabía si de no haber estado ella, su tío hubiera llegado a entrar en razón.

Theo tomó una honda bocanada de aire antes de arrepentirse de haberlo hecho debido al hedor penetrante a excremento de pájaro. Tosió, carraspeó y dio un repaso con la mirada al resto de sus amigos. Estaba orgulloso de todos y de cada uno de ellos: Liam con su habilidad inigualable, Astrid con sus locas y geniales ideas. La última a la que miró fue a Cindy, quien había demostrado de nuevo los arrestos que tenía al inmovilizar al científico. Se quedó unos segundos observándola; su rostro encendido por el esfuerzo y su pelo ligeramente revuelto la hacían parecer todavía más guapa.

Siguiendo la iniciativa de Becca, también se dirigió al hombre.

—Venga con nosotros fuera, señor Dixon, le sentará bien respirar aire puro —propuso un poco apurado después del golpetazo que le había dado. Aunque, a decir verdad, no es que no se lo hubiera ganado.

Liam se dejó caer en el suelo con un largo suspiro. Tenía manchas de grasa en sus manos y por toda la cara, pero había logrado hacer un buen trabajo saboteando la máquina. Resolló, pero el aire viciado y el hedor no le ayudaron demasiado. La idea de Theo le pareció más que afortunada aunque las piernas apenas le respondiesen.

—Lamentamos la invasión, señor Dixon, pero me parece que va a tener que darnos unas cuantas explicaciones —logró decir sin entrecortarse.

Miró con anhelo la trampilla por la que habían accedido. Jamás había añorado tanto el aire fresco como en ese momento. Todavía quedaban misterios que desentrañar, pero se había ganado un buen descanso.

Tardó en situarse, quizá porque tras las gafas de buceo todo aquello tenía un aura de irrealidad. Se las subió. Había vencido a un azor, al alfa de los pájaros invasores y eso le hacía sentir como Ripley en Aliens, el Regreso. Se levantó las gafas y miró a sus compañeros, a su hermano, y como si las palabras de victoria de Becca le llegaran con retardo reaccionó levantando los brazos y haciendo un fingido solo de guitarra.

Entonces se dio cuenta de la presencia de Dixon y paró en seco. Se acercó a él y miró a su hermano, orgullosa.

—Eso ,eso, se acabó su pesadilla, señor Dixon. Ahora toca pagar por todo el daño que ha hecho y luego podrá rehacer su vida. Venga con nosotros, que aquí huele a caca de pájaro.

No se podía creer que lo hubieran logrado. No tenía fe en ello, pensaba que no podrían hacer nada. Solo eran una panda de críos que querían jugar a rol... 

Miró al señor Dixon apenada cuando este se derrumbó y sonrió a Stacy. La verdad que, si no hubiera sido por su aparición, quizás esto no hubiera acabado así. Todos estaban la mar de contentos, como era lógico. Cindy miró a su grupo, orgullosa de ellos. Vio como Astrid se subía las gafas de buzo y le entró una risa tonta cuando levantó los brazos fingiendo un sonido de guitarra. Era genial. Observó que Becca, a la que siempre había considerado una gamberra, era la que se estaba preocupando por Dixon, mostrando así un gran corazón y de repente notó para sus adentros que la quería muchísimo y le tenía mucho aprecio. Ojalá sus padres la vieran tal y como era, sin estar llenos de prejuicios. Observó a Theo, quien también la miraba a ella y le regaló una sonrisa mientras alzaba el puño al aire y hacía una mueca ruda. Había demostrado una fuerza y una madurez de la que Cindy no era consciente hacía apenas unas horas. 

Sin embargo, a pesar de la felicidad, todavía tenía dudas en la cabeza, así que cuando Theo, lleno de grasa por el cuerpo, le pidió explicaciones al Señor Dixon, Cindy aguardó su respuesta.

- Sí, por favor, vámonos fuera. Buena idea, Theo.- Le dijo. - Como dice Astrid, todo huele a caca de pájaro. 

Fue hacia Becca y le ofreció la mano para levantarla del suelo. - ¿Estás bien?- Le preguntó.  

Salieron al exterior de la nave magnetrínica siguiendo el mismo camino laberíntico por el que habían subido hasta dar con la puerta de escotilla en la que había una barra atrancada, como si hubieran pretendido encerrar a Dixon allí de por vida. Y quizá allí se hubiera quedado hasta desfallecer si no hubiera sido por ellos. A pesar de que habían destruido la máquina y de que lograron espantar al azor, todavía había infinidad de pájaros asesinos pululando por los cielos de los alrededores. 

—¿Pero qué es toda esta locura, tío Donald? ¿Qué ha pasado?

Pero Dixon no contestó a su sobrina. Se limitó a permanecer con la cabeza gacha sentado en unas piedras que había junto a la puerta de entrada al pecio, contemplando con la mirada perdida la barra de metal que había atascado la puerta hasta hacia no mucho. Tal vez ni siquiera era consciente de que aquel trozo de metal lo había tenido recluido allí dentro. 

Becca agarró la mano que le tendía Cindy como si fuese un salvavidas y, con sus pocas fuerzas y la ayuda de su amiga, logró ponerse en pie. Sonriendo, casi le dio un abrazo, a todos quería darles un abrazo, pero ya gastó uno con Dixon. Además que era una tía dura, ¿no? Demasiado blanda parecía en este momento.

Carraspeó.- Ejem… Bien, sí, más o menos. ¿Y vosotros? Mejor estaremos cuando salgamos de este apestoso agujero.

Ya fuera, sintió náuseas, las que se había aguantado hasta ahora. De alguna manera pudo contener las ganas de vomitar. Mirando al cielo de intenso azul, respiró profundamente.

-¡Aire puro! Qué genial sienta.

Después de tragar varias bocanadas sin perder de vista a los pajarracos que les observaban, se encendió un cigarrillo. Se lo pasó al mohíno y silencioso Dixon.

-Le dará ánimos. Tenga. ¿Quién le encerró aquí? Vaya putada. -temía la respuesta, si era lo que pensaba. Entonces, le dio un suave codazo a Stacy señalando con la barbilla a su tío, animándola a que le abrazase o le diera un beso. 

De nuevo en el exterior, junto a la puerta de entrada al pecio, Theo oteó el cielo plagado aún de pájaros vigilantes. No se había cumplido su fantasía de que abatido el líder todos los demás caerían también y frunció el ceño frustrado.

Dixon parecía completamente hundido y no era para menos. Encerrado allí había sido como un engranaje más de la máquina. Quién sabía qué habría pasado en ese tiempo por su cabeza. Habría acabado desfalleciendo, muerto si nadie se hubiera dignado a llevarle agua y comida, eso si no palmaba antes de alguna enfermedad viviendo en un lugar tan infecto. Lo veía contemplar la barra que había atrancado su puerta con infinita tristeza.

Cuando Becca preguntó quién lo había encerrado allí, Theo la miró abriendo mucho los ojos y negando con la cabeza tratando de advertirle que no siguiera por ahí; podía haber sido Diane Petersen y no sabía qué podría ocurrir a aquel desgraciado si le nombraban a la que parecía la fuente de sus obsesiones, aunque tal vez así reaccionara. Vio el gesto de Becca hacia Stacy y agradeció de nuevo contar con la muchacha allí.

Agotado, el chico se sentó y luego se dejó caer hacia atrás tumbándose en el suelo. Juntó las manos en el aire sobre su cabeza como si empuñara una pistola, y guiñando un ojo para apuntar disparó a las gaviotas que veía por allí. Luego volvió a incorporarse para mirar al hombre.

—Tiene que decirnos cómo desactivar a las que quedan. Usted puede acabar con esto, señor Dixon.

Stacy abrazó a su tío, pero éste le miraba con la cara desencajada como si no la conociera muy bien o tuviera un vago recuerdo de quién era. Cuando Becca preguntó quién le había encerrado y Stacy qué es lo que había pasado, Dixon se quedó algo dubitativo, boqueando y mirando alrededor como si fuera la primera vez que salía al exterior en mucho tiempo y aquello le tuviera aturdido y desorientado. Pero cuando Theo preguntó cómo desactivar a las aves restantes, el gesto de Dixon se endureció. 

—¿Desactivarlas? En primer lugar, no se puede desactivar a un ser vivo. Solo la muerte podrá terminar con ellas —dijo alzando la vista con orgullo hacia las gaviotas que volaban por los alrededores de la isla—. Lástima que no haya conseguido solventar el problema del rechazo... —añadió después cabizbajo antes de seguir murmurando para sí mismo—. Tal vez con unos inmunosupresores hubiera... Pero luego está el tema de las infecciones... Si tan solo pudiera...

El señor Dixon estaba muy muy mal. Muy flipado. Becca escuchó, fue a responderle pero, al ver la expresión de susto de Theo, comprendió, y su boca quedo medio abierta. Rectificó sobre la marcha.

-Ah...Eso, sí. Lo que yo iba a sugerir. Los supresores.

¿Qué está diciendo? Preguntó con la mirada a Astrid, la más lista en estos temas. Se fijó de nuevo en el mad doctor. 

-Yo creo que hay que... bueno, ir dejando el trabajo, que llegan las vacaciones, ¿no? Aunque...algo habrá que hacer para que los pajaritos no ataquen, ¿no? 

Le cogió de la mano. Seguramente no tenía idea de que estaban en verano y vacaciones. -Va, venga con nosotros, necesita una ducha, una afeitado y un corte de pelo. Ya verá que guapo estará.

Se giró hacia sus amigos, encogiéndose de hombros. Y sobre todo a Stacy, para que esta les ayudase un poquito más.

¿Y si lo tiramos al agua? se dijo a sí mismo, casi en serio. 

Escuchar la respuesta de Dixon produjo a Theo una impresión dolorosa entre la tristeza y el enfado. Por un momento, tras el encuentro con su sobrina pensó que la luz se había abierto camino a través de la maraña de sombras que debía ser su mente, pero ahora se daba cuenta que había sido iluso pensar que alguien tan perturbado pudiera simplemente entrar en razón así sin más. Viendo sus pintas y su mirada desquiciada se diría que no lo haría jamás y ya se lo imaginaba haciendo casitas para pájaros en el jardín de algún hospital psiquiátrico. El chico volvió a mirar a Becca, esta vez con un gesto de resignada frustración, asintió con la cabeza y decidió apoyar lo que ella proponía.

—Sí, señor Dixon, una ducha y comida de verdad, lo necesita usted después de tanto esfuerzo —añadió intencionalmente para darle un poco de vaselina—. Y una cama donde descansar un buen rato.

Según Theo entendía, debían llevar a Dixon a tierra firme y avisar a la policía. Tenían más que suficientes pruebas para demostrar lo que había pasado: sus diarios, sus planos, uno de los chips, todo lo que había dentro de aquel pecio del infierno, una carretera llena de aves masacradas y hasta vecinos que podían corroborar que las aves les habían atacado.

- ¿Entonces tenemos que asesinar a todos esos pájaros? ¿No pueden volver a ser normales?- Preguntó Cindy, preocupada. La verdad que ahora que estaba al aire libre pensaba con mucha más claridad, el hedor a caca de pájaro no era, ni mucho menos, su fragancia favorita. 

Miró a Becca y luego a Theo y señaló con los ojos a Stacy, ¿ella qué opinaría de todo esto? Estaba claro que tenían que llevar a su tío a comisaría, y luego a saber qué pasaría con él. 

- Hmm... ¿Vamos?- Preguntó, a nadie en concreto, pero clavó la mirada en Theo intentando decirle "hay que llevarle ante la ley"

—Sí. No me vendría mal echarme una siesta en mi propia cama —dijo convencido tras las palabras de los muchachos—. Después de tanto trabajo uno se merece un descanso —casi parecía normal, de no ser por su desaliñada apariencia, al decir aquello. 

Volvieron a la lancha y dejaron atrás el pecio, la isla, y la bandada de peligrosas aves que sobrevolaban sus cabezas. Cruzaron el lago y regresaron de vuelta al puerto, si dejaban la lancha en el mismo muelle en el que la habían encontrado nadie notaría su ausencia. Tal vez su dueño terminara preguntándose de dónde venía aquel pestazo a pájaro, pero con toda seguridad echase la culpa a las gaviotas que surcaban los cielos. Solo quedaba por ver si Astrid también devolvería el traje de buzo o se pasearía con él por Boulder City para que la gente pensara que estaba igual de chiflada que Donald Dixon. 

Cuando llegaron a puerto y desembarcaron, Dixon les agradeció el viaje y se dirigió a grandes zancadas y sin esperarles de vuelta a su casa. O al menos se marchaba en esa dirección. Stacy y Clifford echaron a correr tras él, para no quedarse atrás. Desde luego el hombre no pensaba esperar a ver qué plan tenían para él los muchachos, pero lo bueno era que sabían donde vivía.

Liam miró a los demás. Habían terminado la aventura con éxito, desbaratando los planes de los malos con heroico resultado, pero sentía que aún faltaba algo. Aún le faltaban cosas por comprender. En un momento como aquel, los jugadores se preguntarían por qué el director de juego no había repartido aún los puntos de experiencia. Él respondería que aún falta el epílogo y…

—¿Vamos tras él? —preguntó a los demás mientras recuperaba su vieja bicicleta—. Yo aún tengo preguntas.

Que Dixon no pusiera objeción a marcharse de aquel islote sobrevolado por gaviotas asesinas hizo que Theo sintiera un gran alivio. Por su parte no deseaba tampoco quedarse allí ni un minuto más tentando a los pájaros que por el momento los habían respetado, pero que estando a un sonido de silbato de echárseles encima lo mismo cambiaban de pronto de opinión. Y cuando al fin vio al científico alejarse y junto a él a su sobrina, hasta sintió que respiraba mejor y no solo por el hedor a excremento de pájaro que el tipo desprendía.

Ante la pregunta de Liam, Theo torció el gesto y frunció el ceño. Estaba agotado, cabreado de ver tanto despropósito, de pensar que no tenían además ni idea de dónde podía estar Diane Petersen. Pero también aliviado de saber que, si se daban prisa, tal vez podían hacer que detuvieran a Dixon.

—Este pirado no te va a dar respuestas, está como una puta regadera —comentó cuando se alejó lo suficiente como para no oírle—. Tíos, tenemos pruebas de sobra: yo aún tengo su diario, su casa está llena de ellas, la nave magnetrínica abandonada más todavía,  máquina infernal incluida, y la carretera que vimos antes repleta de aves destrozadas a picotazos. Por no nombrar a los vecinos de Dixon esos con los que hablasteis —añadió mirando a Becca y Cindy—. Ellos pueden contar que los pájaros les atacaron, ¿no?

»Yo propongo ir todo lo rápido que podamos a avisar a la policía y que lo detengan antes de que se le ocurra marcharse. Ha llegado la hora de que alguien nos eche una mano. La poli lo interrogará.