Partida Rol por web

Aquesta prueba al que me enfrentaba la providencia se antojaba ardua de veras. El frío arreciaba y, tras almorzar en plena búsqueda, los desánimos parecían aletear sobre el grupo.

- No se amilanen, mis maeses, si de una empresa sencilla se tratase no habría precisado el altísimo de reunir a tan buenas cunas para llevarla a cabo. Piensen vuestras mercedes que su mano nos guía, pues está claro que este pueblo ha sucumbido a la superstición, temiendo una leyenda inspirada, sin duda, por los susurros maléficos de la ociosidad y la escasa plegaria. Debemos atajar esta situación dando presa los responsables de tamañas atrocidades, sean animales u hombres, y mostrarlos al pueblo para que vean que sólo de Dios deben temer y nada más que a su amor deben abrazar.

Continuaba la marcha, rogando al Altísimo por una señal, cuando algo se pareció escuchar entre la espesura.

- Guardad cuidado, maeses. Algo he oído por ahí - Les indiqué al grupo, en un susurro y con elocuentes gestos para que prestaran atención en silencio.

Dios puso oídos en el Obispo y una ubicación en sus sentidos: éste señalaba a la derecha de vuestro camino, hacia el norte. Estarían a unos doscientos metros más o menos. Parecían ruidos distantes de ser jabalíes o el propio viento.

Me llevé la mano a la empuñadura de la espada mientras giré mi cabeza hacia donde nos indicaba el obispo. Era bastante duro de oido, asi que no me habia enterado de nada, pero deberia estar preparado.

jabalíes....

Justo en la dirección contraria en la que Severo había imaginado oir ruidos el Señor Obispo les previno de haber percibido algo. El infanzón, por si acaso, embrazó el escudo rápidamente y luego desnudando la espada avanzó dos buenos trancos hacia donde les había dicho su Ilustrísima.

Escuchaba y observaba la zona con detenimiento, presto a saltar ante cualquier imprevisto. El frío y la nieve le azotaban el rostro.

El Infanzón turolense había pasado gran parte de su infancia por los bosques de Rodeno de su tierra, cazando y conociendo el mundo animal con esmero y gozo. Por eso sabía de las peculiaridades de las distintas faunas que poblaban la buena tierra de la Corona de Aragón. Y sabía lo bastante de ellas como para recordar lo escurridizas que solían ser... A expensas de los lobos, y eso únicamente cuando entrabas en su territorio. 

-¿Jabalíes? Imposible... -declaró Rui, con la espada bien aferrada, mirando alrededor en busca de alguna señal o ruido-. No oigo ni torta, compañeros, pero sólo el viento podría arrastrar sonido de jabalíes... Son de las bestias más temerosas del hombre y sólo si éste sangra pierden la razón y se lanzan contra él, dejándose llevar por sus salvajes instintos... Recomiendo prudencia, miceres, la noche es harto traicionera... 

El bosque seguía haciéndose más y más denso ¡más y más perforador en vuestros huesos!, aunque seguía siendo de día*. Joanot se dispuso inmediatamente a caminar hacia el foco de los susodichos ruidos. Éste avanzaba a paso ligero (por la nieve y su frio y la larga distancia del origen), ataviado de toda la decisión posible pero cauto. Caminó unos 70 metros casi en dirección recta y ya poco podíais verle entre los copos y los árboles, la masa de nieve y el frío...

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Ya no veían a Joanot, ni su silueta ni sus pasos. Sin embargo, éste continuaba avanzando, pero los grandes tomos de nieve y sus ropas no precisamente claras no le proporcionaban un avance sigiloso y discreto... ¡Si aquel jabalí le observara se lanzaría contra él como una presilla indefensa, sin duda alguna!

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Pasaron 10 minutos.

Podéis hacer tirada de escuchar con un +10% de bonus por esperar una señal.

Podéis tirar también Conocimieno animal.

El castellano don Ruiz y Monroy veía alejarse la figura de Joanot poco a poco. El tiempo pasaba lento y cadencioso y parecía no haber nuevas del criado que se había alejado. Su figura, difuminada en la distancia, era difícil de observar y poco a poco terminó por desaparecer.

Nervioso por la espera el castellano miraba a todos lados al tiempo que aguzaba el fino oído que había poseído desde niño. Ahora, acostumbrado ya al lugar y los sonidos propios del entorno, su atención sintió algo que le alarmó.

Escuchad. Algo siento en el aire.

Y al mismo tiempo señalaba el lugar origen de sus cuitas.

Rui caminaba expectante a la espera de algo que no terminaba de escuchar, ya fuera jabalí, lobo o ser sobrenatural mucho más peligroso que cualquiera de los otros. Pero en su mente había algo que inquietaba casi todavía más al aragonés, y no era sino el joven Joanot... En situación como la que estaban viviendo y con un peligro más que presumiblemente al acecho, habían de mantener la compaña unida. 

¡Y más tratándose de un joven sin experiencia militar ninguna! 

Se detuvo en seco oteando la dirección en que señalaba el de Villalobos, al tiempo que alzaba levemente su regio espadón y decía, en voz baja:

-Obispo, por amor de Dios, traed de vuelta al rapaz pues temo de corazón por su 'pasapán'... Ha de buscar pronto refugio en el seno de nuestra compañía nos enfrentemos a fiera salvaje o ser demoníaco...

PNJOTIZADO.

¿O ser demoníaco? ¡Qué paparruchas dices, hijo mio! Dios y Cristo nos protegen y la fe nuestra es Verdadera, ¿o es que acaso conoces las sendas que toma el Maligno en la Tierra?

Miraba ahora al Lobetano con aires inquisitorios por tal afirmación.

Tienes razón, pero no enviaré a mi otro hombre hasta alejarlo y dejar de verlo. Vayamos, si os place, mis mercedes, que todas vuesas mercedes sois dignos de enfrentaros a quien sea o todo que sea aquello que buscamos. Adelante.

Comencé a andar con determinación. Lo mismo señalé a mis siervos con un gesto de cabeza. Sin duda alguna no tenía más ganas de esperar a que Joanot apareciese, sino que prefería ir a buscarlo.

PNJOTIZADO.

Siguiendo a su Excelencia convencido de que aquel siervo suyo podría haber encontrado alguna pieza (apartando toda creencia "maligna" de mi cabeza), pregunté a Severo:

¿Oyes algo, maese?

Éxito en tirada.

Severo no oye el viento, ni ningún sonido animal. Tampoco el caer de la nieve. Lo que oye son espadazos en la lejanía, y gritos de tensión de una lucha.

Apresurémonos, creo que oigo ruido de batalla.

Y sin más, señalando el lugar antes indicado, apresuró el paso sin desatar a correr, puesto que tan malo es llegar tarde a una batalla como hacerlo desprevenido.

Embrazaba el infanzón el escudo fuertemente y una breve oración.

Dios , mi señor,consigue con mi espada, que aquellos que te buscan te encuentren.

Avanzo discretamente hacia donde se internó el buen Joanot. A pesar de que su cara lampiña pudiera confundir a los presentes, pues la mantiene así por una promesa que hizo en las guerras que vivió en tierras sardas, no es en absoluto un rapaz, tal como ha afirmado maese Bertrán, pero ese no era momento ni lugar para sacarle de su error, si no que momento era de mantener la calma, la boca cerrada y las orejas abiertas.

Así era que iba avanzando cuando, de repente, algo escuché en la espesura. Hice a los compañeros y sirvientes un claro ademán para que guardasen silencio, pero el ruido no supe identificarlo, ni con el de un animal ni con el de cosa alguna. Pero ruido era al fin y al cabo.

Continué avanzando, sabedor como era que el Altísimo me protegía con su gracia todopoderosa que, en caso de menester, quizá se manifestase en las prontas y prestas espadas de mis acompañantes.

Al igual que Severo, escuchaste un entrechocar de espadas muy rápido. Luego cesó.

Fue en estas que cuando todos os acercábais poco a poco, con el sigilo posible pero raudos a la vez, una escena os sobrecogió ¡Horror! No vísteis criatura alguna, ni tan siquiera esa que abrumaba las conciencias de la gente en torno a las muertes acaecidas de forma tan violenta...

Era Joanot ¡Joanot!, que volvía corriendo hacia vosotros, ¡ensangrentado y malherido! Veíais la figura ahora a unos cincuenta metros avanzando hacia vosotros, ladeándose y esquivándo los troncos finos de los árboles nevados. A veces se tropezaba en la nieve, haciéndole tambalear y su cara... ¡Oh por el Altísimo! ¡¡Que su cara parecía un poema profano, sus ojos, aliento y esperanza... destartalados!!

Se tocaba el pecho, en el cual veíais incluso en la distancia una gran mancha negruzca y a veces miraba hacia atrás, como quién quiere comprobar quién le persigue.

¡Perra sarnosa! ¡vuelve, jajaja! ¡No huyas!

Un grito invadió la escena, llegando a vuestros óidos. Parecía jactanciosa, con burlas y risas. Cuando el sirviente de su Ilustrísima estaba a unos veinte metros de vuestro avance cayó de rodillas, incrustando sus rodillas en la nieve; os miró; elevó su brazo y abrió su mano ¡Parecía desesperado! ¡Solicitaba ayuda!

Fue en estas que aparecieron en la lejanía, como rayos veloces, tres tipos. Os veían y vosotros a ellos. Discernieron al siervo entre todos ellos. Antes de que llegaran a vuestra posición, Joanot cayó hacia delante, sin que os diera tiempo a hacer nada, ni siquiera sostener su ahora cuerpo inerte antes de que cayera a la nieve. Su cara y pecho golpearon violentamente la masa blanca, tiñiéndola de rojo poco a poco.

Aquellos tipos os vieron, ahora estaban frente a vosotros. Sonreían.

Hemos encontrado una presa -se decían unos a los otros sonriendo al tiempo que os miraban. Este perraco se resistió, ¿y vosotros?

En esos momentos desenvainaron sus espadas. Eran tres, era uno de los grupos de la batida. Los tres eran hombres de Mateo de Antequera.

Observaba estupefacto la escena, cuando aparecieron aquellos hombres vociferando tras las espaldas del malogrado Joanot, no pude más que horrorizarme que tamaña fechoría fuera cometida con tal impunidad por sirvientes de un noble.

- Dios misericordioso, acoge en tu seno el alma de este valeroso guerrero que por defender vuestra obra ha caído mártir, presa de las malas artes del maligno, contra el cual nos conjuramos, éstos vuestros súbditos.

Diciendo estas palabras me arrodillé al frío suelo para invocar la gracia divina.

- Guía pues, ¡oh, Altísimo! con buen tino los fierros de nuestra compaña para abatir los hombres endemoniados que nos acechan y amenazan con privarnos del don que sólo tú puedes otorgar. A ti te entregamos nuestra vida. Amén.

Al acabar el rezo, observé con atención las expresiones de aquellos hombres. Algo en esta situación no me encajaba. Las referencias tan insistentes al pobre Joanot como si fuera verdaderamente un perro, podrían ser chanzas macabras... o que realmente los ojos de aquellos hombres estuvieran confundidos por algún arte maléfico. De cualquier forma, la distancia y la tensión del momento me impedían verlos y oírlos con absoluta claridad como para poder conformarme una idea clara al respecto.

Resolví entonces permanecer atento a los acontecimientos, con una mano en la cruz obispal y la otra en la empuñadura de mi espada, por si la hubiera de menester.